Llegados
aquí, las relaciones simbólicas podrían multiplicarse. No nos alargaremos más,
aunque aún habría mucho que decir. Nos contentaremos tan solo con una
indicación cosmológica. Sabido es que el hombre es un microcosmos reflejo
del macrocosmos y que contiene en sí, en potencia, el orden natural
universal. Por ello la división ternaria del alma se corresponde muy bien con
los tres mundos herméticos:
- mundo inferior - Tierra, nivel del mundo físico, correspondiente a la manifestación formal física o grosera[1]
- mundo intermedio - Atmósfera, nivel del mundo psíquico, ámbito al que corresponde el elemento Aire y la manifestación formal sutil; y
- mundo superior - Cielo, al que corresponde el elemento Fuego y el mundo causal o manifestación informal.
La
equivalencia de los tres mundos herméticos con las tres estampas salta a la
vista:
- ‘La melancolía’ - hace referencia al mundo físico, lo material y lo grosero, el mundo de la acción exterior, que es aquel sobre el que domina y tiene poder transformador la tercera casta, la dimensión material de la vida humana;
- ‘El caballero…’ - mundo intermedio, que corresponde asimismo con la dimensión volitiva –objetivos y metas- de la vida humana así como de la sociedad misma, aspecto de regulación social sobre el que rige la segunda casta.
- ‘San Jerónimo…’ - mundo superior o celeste, dimensión espiritual del hombre, sobre la que tiene dominio la primera y más alta de las castas.
Indiquemos
casi de pasada que según la cosmología tradicional el papel del hombre es ser
mediador entre los cielos y la tierra[2].
Llegamos
ya al final de nuestro estudio pero no podemos dejar de señalar una última
analogía debido a la profunda enseñanza metafísica que contiene, si bien
requiere para ser expuesta de una cierta explicación. Se trata de una analogía
bastante cercana a la ya establecida con la doctrina tradicional de las
castas[3]
pues es inseparable de ésta y a buen seguro resultará ciertamente evidente para
aquellos que estén familiarizados con la metafísica tradicional, nos referimos
a aquella que puede establecerse entre los tres grabados del maestro de
Núremberg y los tres Gunas o cualidades de la naturaleza (Prakriti)
según la tradición Samkhya hindú: Sattvá, Rajas y Tamas.
La
doctrina de los Gunas es el substrato sobre el que se sostienen todas
las analogías y correspondencias que han ido apareciendo a lo largo de este
trabajo. Es por esta razón que hemos dejado su exposición para el final y la
emplearemos a modo de recopilación y síntesis de todo lo antes dicho.
La
correspondencia que es posible establecer entre las tres estampas maestras y
la doctrina de los gunas del Samkhya hindú puede sintetizarse del
siguiente modo:
- ‘La melancolía’ - Guna Tamas - Casta de los vaishyas.
- ‘El caballero…’ - Guna Rajas - Casta de los chatrias.
- ‘San Jerónimo…’ - Guna Sattvá - Casta de los brahmanes.
Si
bien antes no hicimos alusión a ello, es de sobra conocido que la palabra que
designa propiamente las castas en la tradición hindú es varna que
significa color. En efecto según la tradición Samkhya, a cada casta se
le atribuye un color, color que está precisamente en correspondencia con el guna
o cualidad que es más característico de dicha casta, es decir que domina en
ella –estando siempre los tres gunas presentes en toda la
manifestación-. Es precisamente la preponderancia de un guna en
particular sobre los otros lo que designa a qué casta pertenece ese ser
concreto. Se advierte que la cualificación que supone la casta, lejos de ser un
atributo exterior, es ante todo una cualidad o propiedad interior y
designa un estado espiritual –al menos potencial- de ese ser. Así a la casta de
los sacerdotes (brahmanes) se asocia el color blanco de la pureza (Guna
Sattvá), a la casta de los guerreros (chatrias) el color rojo,
propio del sacrificio y la voluntad (Guna Rajas) y a la casta de los
artesanos (vaishyas) el color negro propio del mundo material y de lo
inerte[4]
sobre el cual ostentan poder transformador (Guna Tamas).
Hemos
establecido una primera correspondencia entre ‘La melancolía’ y el Tamo-guna.
Veamos el porqué. Siendo el Tamo-guna el que simboliza la inercia, la
pesadez, la ignorancia, la pereza, la falta de movimiento espiritual y la
carencia de objetivo y siendo a menudo simbolizado por la noche, la oscuridad y
la muerte, en todo coincide con el sentido de la noche oscura y la muerte
iniciática que hemos atribuido anteriormente a la primera de las tres
estampas. Vemos la pesadez en los materiales constructivos densos que rodean a
la figura, la ignorancia en su desconocimiento de cómo acometer su Obra, que
está a medio construir, y además como ya indicamos es propio del alma apetitiva
o inferior vivir apegándose a lo más exterior, grosero y material de la
manifestación. El Tamas además debe ser puesto en relación con la melancolía
misma. La melancolía es un sentimiento que gusta de autocomplacerse, es
centrípeto, circular y obsesivo –contrariamente a la energía que corresponde al
Rajas que es centrífuga-, y se recrea abundantemente en sí mismo[5].
Pero es sobre todo la relación con Saturno la que nos da la pista definitiva
que vincula la melancolía con el Tamas.
Frecuentemente
se ha asociado este grabado al carácter saturnal y melancólico[6],
carácter que sería causado por la ‘bilis negra’, que es, de los 4 humores de la
teoría hipocrática -empleada por la cosmología neoplatónica en tiempos de
Durero- el que corresponde al elemento Tierra, elemento que nos remite a la
materia fría, oscura e inerte.
“La bilis negra, causante de la melancolía, fue el humor considerado más pernicioso, asociado a la tierra y la vejez [Saturno], propenso a enfermedades del espíritu como la demencia, siendo por tanto clara expresión de lo desagradable y desgraciado y gozando como única cualidad positiva de su tendencia al solitario estudio. Eran seres nacidos para ser sabios pero no felices.”[7]
Por
su parte las referencias saturnales del grabado –se consideraba que Saturno
regía sobre la bilis negra y el mal melancólico- están por una parte en
relación con el genio creativo y ‘una tendencia superior del espíritu’[8]
-tendencia que según el maestro neoplatónico florentino Marsilio Ficino poseen
los ‘nacidos bajo el signo de Saturno’[9]-;
y por otra esas mismas referencias saturnales nos remiten al comienzo de la
Obra alquímica –el Opus Magnum-, pues se dice que ésta comienza en la
estación de Saturno. Y curiosamente el color negro señala su primera fase: la nigredo
o putrefactio. Color, este negro, con todas sus implicaciones
simbólicas referidas a la muerte, que se corresponde bien con el Tamo-guna,
presente como hemos dicho en la inercia, lo pesado, lo oscuro, la ignorancia.
En el siglo XVI era frecuente relacionar lo melancólico con lo saturniano[10],
Saturno era para la astrología clásica paradigma de lentitud –no en vano es el
planeta de más lento movimiento entre los contemplados por el sistema
ptolemaico[11]-,
y sabemos además que, según la tradición hermética, el metal asociado a Saturno
es el plomo, el metal más pesado de todos… y por ello mismo el más tamásico.
Por consiguiente parecen evidentes las profundas relaciones que existen entre
lo que en tiempos de Durero se denominaba melancolía y se asociaba al
influjo saturnal y aquella cualidad de la naturaleza que la tradición
hindú conoce como Tamas. La correspondencia de este guna con el
primer grabado se muestra acertada.
‘El
caballero…’ por su parte nos remite al segundo guna, Rajas, la
tendencia expansiva y centrífuga opuesta en cierto modo a la contractiva y
centrípeta del Tamas. La cualidad centrífuga es caliente, inestable y
móvil (su color es el rojo) mientras la cualidad centrípeta es fría y rígida
(siendo su color característico el negro). Ambos grupos de cualidades se
corresponden muy bien con los dos grabados. La palabra Rajas también
designa el aire, la atmósfera, es decir el mundo intermedio, estando el mundo
intermedio precisamente caracterizado por su carácter inestable y cambiante.
La
cualidad pasional, emocional y afectiva del Rajas es la más propia de la
casta guerrera, en la que predomina el alma volitiva –parte intermedia del
alma-. El chatria o guerrero busca sobreponerse a todas estas emociones siempre
cambiantes para encontrar el centro siempre estable de su ser. Tal centro es
simbolizado por Durero por la ciudadela que se ve a lo lejos del grabado en una
referencia quizá al mito caballeresco por antonomasia de la tradición europea:
la leyenda del Santo Grial. Incluso el hecho de que tal lugar central esté en
lo alto de una montaña -como en el mito griálico mismo- es un simbolismo tradicional
perfectamente habitual[12].
Al caballero parecen poder aplicársele muy bien las palabras que dirigiera san
Pablo a los efesios:
“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza poderosa. Revestíos de de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el aire [elemento propio del mundo intermedio]. Por eso tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto, y manteneros firmes después de haber vencido todo. Poneos en pie, ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza. […] Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; siempre en oración y súplica.”[13]
Por
último, san Jerónimo simboliza el guna restante, el más elevado de los
tres, el Sattvá, asociado con las cualidades de pureza y bondad, lo
luminoso, el impulso ascendente y la contemplación de los mundos superiores,
justamente el estado en que encontramos al santo, trabajando en su estudio y
recibiendo la inspiración del Espíritu. Se corresponde además este guna con
el alma intelectiva o superior, cuya característica principal es su capacidad
para comunicar con los mundos superiores.
San
Jerónimo se encuentra en el punto mismo donde es posible tal comunicación con
los estados superiores del Ser, mundos superiores inmanifestados que quedan más
allá de esa ventana por la cual el santo recibe la luz y, no sería descabellado
pensar, también la inspiración. El hecho de que un crucifijo –único símbolo
explícitamente cristiano en los tres grabados- medie entre esa luz purísima que
hay tras el cristal y el santo escriba no puede ser tampoco casual, pues:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.”[14]
Dijimos
que los tres grabados mostraban un proceso de interiorización desde el dominio
exterior en que se encuentran los sentidos del hombre profano hasta la
unificación completa de las facultades humanas en el centro primordial
–simbolizado tradicionalmente por el corazón-. Efectivamente siendo la
iluminación un estado eminentemente interior en que el espíritu habla al alma
secretamente, san Jerónimo es el único de los tres personajes que ocupa un
interior, bien ordenado y armónico por lo demás, en el que conviven
pacíficamente el perro y el león, imagen de la armonía y el equilibrio que
reinan en el alma del santo.
Podemos
decir entonces que San Jerónimo habita en el centro o corazón del mundo, centro
de la rueda de la manifestación, lugar por el que pasa el eje vertical que
viniendo del Polo atraviesa toda la manifestación y une el estado humano con
los estados superiores del Ser de los cuales procede su inspiración, san
Jerónimo ha devenido así ‘Hombre primordial’[15].
La
confirmación de que san Jerónimo se halla en un centro del mundo nos
viene dada por el particular simbolismo del reloj de arena, motivo que se
repite en los tres grabados y que sirve en parte como leitmotiv de los
mismos. Si atendemos a los relojes de arena presentes en los dos primeros
grabados –‘La melancolía’ y ‘El caballero…’- apreciaremos que el reloj de arena
porta sobre él un pequeño reloj de sol. Ambos relojes están destinados a medir
dos tiempos diferentes: mientras el reloj de arena mide el tiempo cronológico,
el tiempo histórico, un tiempo horizontal y lineal que nunca se detiene, el
reloj de sol nos habla de otro tiempo, el Kairós, un tiempo vertical y
cíclico, que señala el instante decisivo o momento oportuno y que se opone por
su misma naturaleza a Chronos.
Mediante
los dos relojes el simbolismo de los dos tiempos se hace evidente: mientras el
tiempo cuantitativo de la manifestación y la materia es medido con arena –es
decir, por el elemento tierra-, el tiempo cualitativo del espíritu es medido
por la luz intangible que viene del sol -elemento fuego-.[16]
Dos tiempos que se mueven, no en sentidos opuestos, sino en dos dimensiones
diferentes –horizontal uno, vertical el otro- y que responden a dos naturalezas
también muy diferentes: uno es el tiempo propio de la manifestación; el otro es
el tiempo del espíritu, de lo inmanifestado y de los mundos superiores, un
tiempo cualitativo frente al carácter eminentemente cuantitativo del primero.
Señalemos además que en el primer grabado el reloj de sol no proyecta ninguna
sombra, señal indicativa de que el momento oportuno –el Kairós- aún no ha llegado y que aún se espera la ocasión propicia,
que coincidirá presumiblemente con el amanecer que vendrá a iluminar esa noche
oscura que simboliza el primer
grabado.
Ahora
bien, si en los dos primeros grabados el reloj de arena que mide el tránsito
del tiempo en la tierra se contrapone al reloj de sol que mide el curso del
tiempo del cielo, en el tercer grabado no hay reloj de sol sobre el de arena.
¿Por qué? Estando san Jerónimo precisamente dentro de ese momento
epifánico, participando de esa iluminación, viviendo el Kairós, él mismo
es ahora el gnomon[17] que
marca el trayecto del sol; el santo encarna él mismo el reloj solar que recibe
la luz del espíritu y alrededor del cual gira el universo. San Jerónimo se
encuentra por tanto, como el gnomon de un reloj solar, en el centro de
la rueda, ese centro inmóvil por el que pasa el eje del universo (Axis Mundi)
y alrededor del cual gira todo lo manifestado.
Las ilustraciones nos muestran los tres relojes presentes a modo de leitmotiv en las Tres Estampas, se presentan en el mismo orden en que los hemos expuesto y analizado: 'Melancolía', 'El Caballero...' y en último lugar 'San Jerónimo'.
Se aprecia perfectamente cómo en los dos primeros el reloj de arena porta sobre sí un gnomon solar.
A
espaldas del santo, tan vehemente en su labor como ciego a las realidades de
espíritu, el reloj de arena, siempre amontonando su tiempo hecho de tierra, nos
recuerda uno de los proverbios del infierno del poeta W. Blake:
The hours of folly are measur’d by the clock,
but of wisdom: no clock can measure.
Las horas
de la locura las mide el reloj;
pero
ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría.[18]
[1] Tomamos aquí la
terminología habitualmente empleada por R. Guénon.
[2] Guénon, R. La
Gran Triada. Ed. Paidós. Barcelona, 2004. Recordemos la representación
clásica del hombre en las ciencias sagradas chinas con los brazos alzados, las
manos tocando el cielo y los pies sobre la tierra, haciendo así de puente entre
Cielo y Tierra.
[3]
Para profundizar en la base metafísica en que se sustenta ésta recomendamos la
obra de F. Schuon Castas y razas.
[4] Reparemos en el
paralelismo etimológico entre la materia inerte y la inercia que
es la característica central del Tamas: el no moverse por propia
voluntad o decisión racional sino por apetitos.
[5] Panofsky et al. Op. Cit.
[6] Panofsky et al. Op.
Cit.
[7] González de
Zárate, J.M. Durero y los Hieroglyphica, en Archivo español de Arte,
Vol. 79, nº 313 (2006). Instituto de Historia (CSIC).
[8] Panofsky et
al. Op. Cit.
[9]
Por lo demás Ficino en su comentario a Aristóteles no aclara a qué tipo de
nacimiento se refiere...
[10]
González de Zárate, J.M. Op. Cit.
[11] El planeta
Saturno tarda unos 29 años en completar su traslación.
[12] Guénon, R. Símbolos
fundamentales de la ciencia sagrada. Ed. Paidós. Barcelona, 1995.
[13] Ef. 6, 10-18.
La cursiva es nuestra.
[14] Jn. 14, 6.
[15]
Guénon, R. La Gran Triada.
[16] Habría mucho
que decir sobre la ciclicidad del tiempo kairótico frente a la
linealidad -que crea la ilusión histórica- del tiempo cronológico.
[17] Palabra que
cuando es referida a personas significa precisamente: experto, maestro, aquel
que discierne.
[18]
Blake, W. El matrimonio del cielo y el infierno. Ed. Visor. Madrid,
2003.
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