Para
abordar el estudio de conjunto de las tres estampas maestras del maestro
Durero las ordenaremos en la siguiente secuencia, que se considerará en
adelante el orden correcto a los fines que se persiguen en este estudio:
1.
‘La
Melancolía’.
2.
‘El
caballero, la muerte y el diablo’.
3.
‘San
Jerónimo en su estudio’.
Lo
primero que nos encontramos al comparar las tres estampas es la evidencia de
que, aunque hay varios personajes en cada una de ellas –unos de apariencia
humana y otros no tanto-, las tres escenas están protagonizadas invariablemente
por una ‘figura central’: la primera de aspecto femenino y masculinas las otras
dos.
Partiendo
siempre, como debemos partir para el análisis, de lo más obvio, las tres
figuras protagonistas pueden ser descritas como un artista o artesano –quizá un
escultor o constructor- por las herramientas y utensilios que le rodean, un
guerrero y un santo. Además si los tres grabados son tomados en el orden que
aquí proponemos se muestran como una progresión, un viaje –y nunca mejor dicho-
iniciático de la oscuridad de la noche del primer grabado –más adelante
mostraremos porqué esa asociación con la noche - a la luz eterna del Reino de
los Cielos del tercero de los tres.
Si
alguna otra cosa cabe destacarse que sea común a las tres estampas es la
profusión de símbolos que contiene cada escena y el carácter eminentemente
alegórico de al menos dos de ellas –‘La Melancolía’ y ‘El caballero…’-. La
tercera –‘San Jerónimo en su estudio’- parece más convencional por su realismo,
pese a su marcado anacronismo, pues no contiene elementos fantásticos o
sobrenaturales –a excepción de la aureola que denota la santidad del
personaje-, sin embargo esta última escena está también repleta de símbolos de
lo más diverso.
Las tres 'Estampas Maestras' de Durero ordenadas según la secuencia que
proponemos para su interpretación.
Analicemos
con mayor detenimiento lo que hemos caracterizado como progresión del
primer al tercer grabado.
1.
La
misteriosa figura de la primera escena está como detenida en medio de su labor:
rodeada de todos los instrumentos necesarios para realizar su trabajo su
actitud es sin embargo de pasividad, puede incluso que de derrota, se encuentra
vencida ante la -¿enorme?- tarea que debe afrontar. Apoya el rostro en su mano
en una actitud de espera, de cansancio, ¿de resignación? Quizá se encuentre
ante un problema cuya solución se le escapa. Quizá no sabe cómo continuar. Sea
como sea, se puede decir que no está ‘manos a la obra’ –y atención a los
múltiples sentidos que encierra la expresión-. Por su gesto y su posición
sabemos que no se trata simplemente de una pausa en su labor, de un merecido
descanso, estamos ante algo de otro tenor, algo más profundo, ¿quizá una duda
sobre el sentido de tanto esfuerzo? ¿O quizá simplemente ignora cómo debe
continuar? Sea como sea el personaje se encuentra detenido -paralizado- en
medio del trabajo. Todo avance, todo progreso, es, en este momento crítico que
retrata Durero, imposible. Se hace imposible continuar. Más aún, se corre el
riesgo de echar a perder todo el trabajo, que todo el esfuerzo pierda en un
instante su sentido, que nada haya merecido la pena; y esta terrible amenaza se
vislumbra en la pesadumbre y en la incertidumbre de su mirada. No se ve claro
el camino que hay que seguir. La inscripción ‘Melencolia I’ sobre
la espalda de esa especie de dragón-murciélago que vuela a lo lejos da título a
la escena pero si ha de verse melancolía en algún lugar de la estampa es en esa
mirada de desesperanza del misterioso personaje, una mirada que encierra algo
más: se espera un tiempo mejor. Escuchemos ahora estas palabras de Jacob
Boehme, el místico silesio:
“Pero como todo esto me había
causado ya efectos chocantes, sin duda procedente del Espíritu, que parecía
tener una debilidad por mí, caí en un estado de profunda melancolía y gran
tristeza, especialmente cuando contemplaba el gran Abismo de este mundo, y
también el sol y las estrellas, las nubes, la lluvia y la nieve, y entraba a
considerar en mi espíritu la totalidad de la creación del mundo.”[1]
(Confesiones, Cap. III)
2.
Si
la primera figura no distingue el camino por el que ha de continuar, el
caballero, está ya ‘en camino’ –y nuevamente atención a los sentidos
diversos a que apuntan las palabras-; camino que va hacia alguna parte, porque
sin una meta clara y definida no hay camino que hacer. La meta del caballero es
el castillo o ciudadela que se vislumbra el fondo de la estampa, en segundo
plano, ese es el objetivo que persigue el caballero. Y es en el camino que
le salen al paso las dos figuras enemigas que vemos: la muerte y el diablo. Los
dos grandes enemigos del hombre. Pero aunque ambos le acosen de cerca no parece
que consigan detenerle: la rectitud del jinete en su montura y el paso firme de
su caballo denotan la voluntad de continuar sin distraerse. Aunque su
meta está todavía lejos, en lo alto de la montaña y apenas visible entre el
ramaje, el caballero la tiene siempre presente. Hay determinación en su gesto.
Nada le detendrá en su camino. Además el caballero domina al caballo,
símbolo de las pasiones e inclinaciones naturales[2].
Volviendo a Jacob Boehme encontramos una preciosa clave para interpretar este
segundo grabado:
“Escuchad atentamente, sé muy
bien lo que es la melancolía. También sé bien qué es lo que proviene de Dios.
Conozco ambas cosas y a ti también en tu ceguera; pero ese conocimiento no
me lo da la melancolía, sino mi lucha incesante hasta obtener la victoria.” [3]
(Confesiones, Cap. XIII)
3.
Para
terminar san Jerónimo se nos presenta, este sí -a diferencia de la figura
melancólica-, entregado a su tarea, en pleno trabajo en su despacho. Pluma en
mano, el santo, inclinado sobre su atril, agacha la cabeza, completamente
ensimismado en su labor, que es bien conocida: poner por escrito el mensaje
divino[4].
Aquí no se dejan los instrumentos a un lado en obediencia de un sentimiento
malsano o en espera de no se sabe qué tiempo mejor, el santo no se abandona a
introspectivas meditaciones de nefastas consecuencias para el cumplimiento de
su cometido, no hay dudas ni inseguridades debidas a la inexperiencia que
paralicen su acción. Tampoco nada ni nadie amenaza con distraerle de la misma.
El hombre santo está libre tanto de pensamientos propios que lo distraigan
–como en el caso de la figura melancólica- como de enemigos externos que le
amenacen o interrumpan su trabajo –como son las figuras maléficas que acosan y
tientan al caballero de la segunda estampa-. Está, ya lo hemos dicho, ensimismado,
es decir, volcado dentro de sí. Su trabajo lo es todo.
A
continuación compararemos un poco más de cerca a los tres personajes para ver
con claridad la progresión que está queriendo indicar Durero.
La
primera figura es víctima de la melancolía. No sabiendo resistirse a los
malos pensamientos ha sido vencida por la acedia[5] y
se encuentra ahora como impedida, incapaz de continuar su labor. Ante las
tentaciones y distracciones de los malos pensamientos que desvían al
hombre de su camino y le impiden alcanzar su destino, el caballero de la
segunda estampa muestra una inquebrantable voluntad de seguir adelante y una
invencible resistencia –la armadura- contra todo aquello que, viniendo del
exterior, pudiera hacerle olvidar su misión o distanciarle de su objetivo -la
ciudadela-. Por último, más allá de estas dos actitudes bien distintas frente a
la adversidad y la tentación, encontramos otro caso: el del sabio san Jerónimo
que se encuentra ya libre de toda distracción, tentación o interrupción, en un
estado de perfecta contemplación, armonía y equilibrio. Un estado de silencio
mental que le permite recibir la tenue luz que viene de más allá de su ventana
y escuchar la ‘suave brisa’[6]
que ‘soplaba sobre las aguas’[7]
del pensamiento. Es aquel que ya ha recorrido el camino hasta su meta.
En
un sentido simbólico puede decirse que el santo se encuentra en el interior de
la ciudadela a la que se dirige el caballero de la segunda estampa. Mientras
este está todavía en camino, san Jerónimo ha alcanzado ya la fuente de la
eterna y divina Sabiduría –Hagia Sophia- y es uno con ella. Fuente que
la figura melancólica de la primera estampa aún busca sin saber dónde está,
pero hacia la que se dirige con fe y determinación el caballero del segundo
grabado. Del santo puede decirse que el espíritu ya habla por él, pues
no es sino estar en contacto con la verdadera Sabiduría, que es la luz del
mundo[8],
lo que define y distingue al sabio de los demás hombres.
Resumimos
este carácter progresivo de la secuencia de imágenes brevemente: si el primer
personaje es víctima, el segundo es guerrero en lucha y el
tercero es maestro victorioso, alguien que ha llegado al final de su
camino, alguien que ha vencido en su particular y personal guerra.
Se
puede entender ahora en qué consiste dicha progresión que anunciamos: Durero
resume el camino iniciático que debe recorrer el hombre desde la ignorancia
hasta la sabiduría, desde la oscuridad hasta la luz, en tres escenas que
representan alegóricamente sendos grados en la progresión espiritual. Su
mensaje no podría ser más trascendente ni universal.
Cada
grado (o peldaño) en que Durero divide y resume el camino espiritual es
mostrado por un personaje que se encuentra en un momento muy diferente de su
camino respecto de los otros dos:
1. ‘La Melancolia’ - Aquel que no sabe cuál es su camino ni por dónde
continuar. Podemos decir que está perdido, se halla rodeado por las tinieblas
de la noche. El destino aún tiene poder sobre él.
2. ‘El caballero, la muerte y el
diablo’ - Aquel que sabe cuál es su camino
y lo sigue con determinación pese a los obstáculos y las penalidades.
Providencia y destino se hallan en lucha en su vida.
3. ‘San Jerónimo en su estudio’ - Aquel que ha recorrido por entero su camino y ha
llegado a su fin último. El destino ya no puede nada sobre él porque a través
de él actúa ya la Providencia.
Unas
breves palabras evangélicas parecen corresponderse bastante bien con este
curioso tríptico sin título que nos muestran las tres estampas:
“En el mundo tendréis tribulación.
Pero tened valor, yo he vencido al mundo.”[9]
En
efecto, en el primer grabado, ‘La melancolía’, hay tribulación, el
personaje está como atrapado aún en el mundo, prisionero entre las formas
groseras de la materia. En el segundo grabado hay valor, imprescindible
para enfrentarse a los peligros del camino. Por fin, en el tercer grabado
encontramos el único símbolo explícitamente cristiano de las tres estampas: el
crucifijo que preside la mesa de san Jerónimo, símbolo justamente de aquel que venció
al mundo y pronunció las palabras antes citadas.
Durero
resume así magistralmente en tres escenas las etapas más generales de la
búsqueda iniciática de la Sabiduría desde su comienzo en la ‘noche saturnal’
hasta su consecución definitiva, anunciada por la luz del espíritu y la aureola
de santidad. Se condensa en tres imágenes –que figuran también tres estados
humanos, tres modos de ser en el mundo- el camino universal que conduce de la
noche de la materia a la luz pura del espíritu. No en vano al final de este
camino está el santo, es decir aquel que vive en los cielos y no en la tierra,
pues ya ‘no es de este mundo[10].
A
menudo se argumenta que el grabado ‘Melancolía’ debía complementarse con otros
tres grabados de modo que el conjunto mostrara los cuatro tipos humanos según
la ‘teoría de los humores’, tan extendida en el renacimiento[11].
De ser así Durero habría construido una clasificación de los tipos humanos horizontal
mientras que lo que se nos presenta en las tres Estampas maestras es
una ordenación vertical: los tres grabados presentan una jerarquía
humana que viene establecida por el grado conocimiento, de cercanía a lo divino
o, en otras palabras, de realización; única jerarquía humana verdaderamente
válida desde un punto de vista tradicional.
Se
trata por tanto de una ordenación vertical que remite a una jerarquía
interior –y por tanto invisible- y espiritual[12].
Y en tanto que la diferencia entre los personajes es ante todo interior podemos
decir que es esotérica. Durero muestra tres etapas –a modo de tres
momentos consecutivos- en el camino del hombre hacia el conocimiento, camino
que a menudo ha sido comparado con una escala.[13]
Ante la necesidad del artista de ‘dar forma’ al mensaje que nos quiere mostrar,
estas tres etapas son representadas forzosamente por su imagen, es decir por lo
que tienen de exterior, pero la verdadera diferencia entre los personajes de
las mismas está realmente en su interior. Lo exterior, lo que rodea a los
personajes, es solo consecuencia, forma e imagen de su respectivo estado
interior.
El objetivo es entonces mostrar figuradamente,
mediante tres sugestivas alegorías, la senda que conduce al (re)encuentro del
hombre con el espíritu. Una vez se ha comprendido el sentido global de esta
genial trilogía oculta que Durero nos ofrece surgen nuevas preguntas: ¿qué
significan esos tres grados? Y sobre todo, ¿por qué estos tres tipos humanos
han de designar esos determinados grados?
[1] La cursiva es nuestra.
[2]
El mismo simbolismo del caballo empleado por Platón en su diálogo Fedro.
[3] La cursiva es nuestra.
[4] Recordemos que San Jerónimo fue el traductor al latín de la Biblia en la versión conocida como Vulgata.
[5] Uno de los más peligrosos y corrosivos demonios o espíritus malignos según la escuela de San Víctor. También es citado en la tradición ortodoxa por Evagrio Póntico entre los 8 pecados o vicios. Requeriría en sí misma un estudio completo.
[6] 1Ry. 19:12.
[7] Gn. 1:2.
[8] Jn 8:12.
[9] Jn 16, 33. La cursiva es nuestra.
[10] ‘No sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece’ (Jn 15:19).
[11] Panofsky, E., Klibansky, R., y Saxl, F. Saturno y la melancolía. Ed. Alianza. Madrid, 1991.
[12] Según Sto. Tomás las clasificaciones jerárquicas se componen siempre de tres términos que el santo describe como si de un viaje se tratara: comienzo o partida, medio o aproximación y fin o llegada; así por ejemplo los tres mundos: mundo inferior, mundo intermedio y mundo superior. Véase más adelante.
[13] Existen innumerables ejemplos: la Scala Paradisi de Juan Clímaco, la conocida escalera de Jacob, o en otro orden simbólico diferente la conocida figura de la Sabiduría que preside el pilar central de la portada de Nôtre-Dame de Paris, donde vemos la escalera de los sabios que asciende desde sus pies hasta su cabeza.
[3] La cursiva es nuestra.
[4] Recordemos que San Jerónimo fue el traductor al latín de la Biblia en la versión conocida como Vulgata.
[5] Uno de los más peligrosos y corrosivos demonios o espíritus malignos según la escuela de San Víctor. También es citado en la tradición ortodoxa por Evagrio Póntico entre los 8 pecados o vicios. Requeriría en sí misma un estudio completo.
[6] 1Ry. 19:12.
[7] Gn. 1:2.
[8] Jn 8:12.
[9] Jn 16, 33. La cursiva es nuestra.
[10] ‘No sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece’ (Jn 15:19).
[11] Panofsky, E., Klibansky, R., y Saxl, F. Saturno y la melancolía. Ed. Alianza. Madrid, 1991.
[12] Según Sto. Tomás las clasificaciones jerárquicas se componen siempre de tres términos que el santo describe como si de un viaje se tratara: comienzo o partida, medio o aproximación y fin o llegada; así por ejemplo los tres mundos: mundo inferior, mundo intermedio y mundo superior. Véase más adelante.
[13] Existen innumerables ejemplos: la Scala Paradisi de Juan Clímaco, la conocida escalera de Jacob, o en otro orden simbólico diferente la conocida figura de la Sabiduría que preside el pilar central de la portada de Nôtre-Dame de Paris, donde vemos la escalera de los sabios que asciende desde sus pies hasta su cabeza.
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