sábado, 25 de enero de 2014

Las tres Estampas Maestras de Durero: Una trilogía oculta (4)


Al final del capítulo anterior hemos citado al gran maestro espiritual español del Siglo de Oro, san Juan de la Cruz, el 'doctor místico'. Volvamos un instante a él antes de seguir. San Juan de la Cruz retoma esta ‘escala mística’ de ascensión espiritual transmitida por la tradición patrística que estamos siguiendo a través de las tres estampas de Durero pero profundiza en algunos aspectos que no habían recibido toda la atención necesaria por parte de otros doctores de la iglesia, nos referimos concretamente a las transiciones entre los estados o peldaños, al paso de un nivel al siguiente. Sobre estos estados liminares en que el sujeto deja de ser lo que era hasta entonces pero aún no es lo que será en el futuro –a los que el carmelita denomina noches- desarrolla san Juan de la Cruz una importante teología. Estas etapas de transición son descritas y analizadas por él con minucioso detalle en sus obras Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma (cuyo comentario utilizaremos aquí como guía para lo que sigue).
Es bien conocida la importancia del símbolo de la noche en toda la obra de San Juan de la Cruz y es este quizá el símbolo más personal y característico del místico carmelita, pero veamos qué nos puede aportar su doctrina de las noches para la mejor interpretación de nuestros tres grabados. Sin necesidad de entrar en detalle en su doctrina teológica, sí diremos que su noche funciona a modo de ‘símbolo iniciático del devenir de la espiritualidad del ser’[1].
Tenemos en primer lugar la noche oscura del sentido, que es aquella que separa a los principiantes de los aprovechados. Sería esta la primera transición. Sobre la misma nos dice san Juan de la Cruz:
“por tiempo habiendo purgado algo el sentido, esto es, la parte sensitiva, de las fuerzas y aficiones naturales por medio de las sequedades que en ella pone, va ya encendiendo en el espíritu este amor divino. Pero entretanto, en fin, como el que está puesto en cura, todo es padecer en esta oscura y seca purgación del apetito, curándose de muchas imperfecciones.” (N.O. Cap. 11, 2)
“Y la más propia manera de este castigo para entrar en sabiduría son los trabajos interiores que aquí decimos, por cuanto son de los que más eficazmente purgan el sentido de todos los gustos y consuelos a que con flaqueza natural estaba afectado, y donde es humillada el alma de veras para el ensalzamiento que ha de tener.
Pero el tiempo que al alma tengan en este ayuno y penitencia del sentido, cuánto sea, no es cosa cierta decirlo, porque no pasa en todos de una manera ni unas mismas tentaciones; porque esto va medido por la voluntad de Dios conforme a lo más o menos que cada uno tiene de imperfección que purgar.”[2] (N.O. Cap. 14, 4-5)

Se trata por tanto de una “noche y purgación del apetito” (N.O. Cap. 12, 1), dirigida por consiguiente a purificar el alma apetitiva, el nivel más inferior del alma según la división ternaria que anteriormente expusimos.
Pero tras esta noche espera una segunda noche, la noche oscura del espíritu que prepara para la divina unión. Es esta segunda noche la transición obligada entre el nivel de los aprovechados y el de los perfectos, pues siendo definitivamente limpiada el alma en ella ya puede contemplar sin mancha ni rubor la pura luz divina. Esta segunda transición se situaría según nuestra interpretación entre los grabados del caballero y de san Jerónimo, pues este último se encuentra ya entre:
“los perfectos, purificados ya por la noche segunda del espíritu”. (N.O. Libro II, Cap. 1, 2)
No nos extenderemos en esta segunda noche pues creemos haber mostrado suficientemente que la primera estampa muestra figuradamente la primera noche, a la que denomina san Juan de la Cruz ‘del sentido’ y que se presenta de modo obligado en el paso entre principiante y aprovechado. Hay suficientes datos que lo confirman: las abundantes referencias de la estampa al alma inferior o apetitiva, así como a la materialidad más grosera (véase el instrumental y los materiales duros y pesados de trabajo que rodean al personaje) y a la misma melancolía, que es algo propio de los principiantes (como reconocen el mismo San Juan de la Cruz y Jacob Boehme).
Por tanto no nos parece aventurado sostener que la figura melancólica de la primera estampa está en curso de superar su particular ‘noche oscura del sentido’, noche oscura destinada a limpiar –purificar- las pasiones desordenadas de su alma apetitiva y que es la manera de desapegarse el alma de los bienes terrenos, de lo exterior, pendiente de lo cual ha vivido hasta entonces, pues:
“Este es el primero y principal provecho que causa esta seca y oscura noche de contemplación: el conocimiento de sí y de su miseria.” (N.O. Cap. 12, 2)
Queda por explorar aún un importante tema simbólico y es aquel que relaciona la noche oscura del sentido con el simbolismo de la muerte y del nuevo nacimiento. En palabras de san Juan de la Cruz, el espíritu hace padecer al alma:
“[…] absorbiéndola en una profunda y honda tiniebla, que el alma se siente estar deshaciendo y derritiendo en la haz y vista de sus miserias con muerte de espíritu cruel; así como si, tragada de una bestia, en su vientre tenebroso se sintiese estar digiriendo, padeciendo estas angustias como Jonás (2, 1) en el vientre de aquella marina bestia. Porque en este sepulcro de oscura muerte la conviene estar para la espiritual resurrección que espera.” (N.O. Libro II, Cap. 6, 1)
Se debe observar que:
“En sentido cronológico la noche es la víspera del día de las nupcias; en sentido alegórico representa la melancolía en la todavía ausencia del Amado, y también el sufrimiento de la propia aniquilación, pues el alma ha de morir a su naturaleza imperfecta durante esa noche, para acceder a la vida sobrenatural a través de la unión con Dios en el matrimonio espiritual.[3]
La noche oscura del sentido es a la vez melancolía y muerte, dolor por lo que se deja atrás y anhelo por lo porvenir. La melancolía es “la herida que inicia y signa la noche oscura de la purificación”[4]. Por tanto la noche oscura del sentido:
“nos recuerda el período del nigredo u obra en negro, el primer estrato de la gradación alquímica de los tres mundos o tres partes de la Piedra Filosofal en la tradición de la filosofía hermética. Y aunque la noche representa un símbolo magnífico en ambas tradiciones alquímicas y místicas, San Juan utiliza las características analógicas de la oscuridad cósmica para exponer el fragor inicial del entendimiento en la oscuridad mística.”[5]
Aquí es obligada la referencia a la tradición simbólica hermética y alquímica que, como se sabe, ha explotado abundantemente este símbolo de la muerte y el nuevo nacimiento tanto en su literatura como en su iconografía y que estaba, no lo olvidemos, en pleno desarrollo en tiempos de Durero.
Se “está purgando el alma, aniquilando y vaciando o consumiendo en ella, así como hace el fuego al orín y moho del metal, todas las afecciones y hábitos imperfectos que ha contraído toda la vida, porque en esta fragua se purifica el alma como el oro en el crisol.”[6] (N.O. Libro II, Cap. 6, 6)
El simbolismo alquímico se hace obvio aquí: el crisol, el oro y la purificación de los metales al fuego. Volvamos ahora por un instante al primer grabado. Si por una parte es evidente la nocturnidad –o crepuscularidad- del mismo y su referencia saturnal -cuya relación con la nigredo alquímica ya fuera señalada por Erwin Panofsky[7]-, encontramos en este grabado además referencias a la purificación de los metales e incluso a la consabida muerte iniciática.
Quizá la más obvia referencia al simbolismo alquímico de las tres estampas sea el crisol puesto al fuego, en el margen izquierdo de ‘La Melancolía’, que no por casualidad posee forma de corazón[8], y medio oculto por esa masiva figura pétrea del icosaedro truncado que nos transmite una fuerte sensación de inercia y pesadez. Figura pétrea que oculta además los primeros peldaños de la escalera impidiendo el acceso a la misma –y por tanto impidiendo el ascenso del alma por ella-.




El crisol con forma de corazón medio oculto por la gran piedra que figura 
el gran obstáculo en el alma del iniciado.


Además podemos observar algunos símbolos que nos remiten a la misma pasión de Cristo y, a través de la misma, a la muerte iniciática del personaje: los cuatro clavos[9], las tenazas, el martillo, la corona, la bolsa de monedas y la escalera. La escalera -de siete escalones, importante número simbólico- es además una referencia a esa Scala Paradisi que antes mencionamos[10] y por la que quisiera ascender el alma atribulada de la estampa, aunque todavía no encuentra el camino porque, como acabamos de señalar, se lo impide la mole granítica. Por último la rueda de molino, símbolo de la trituración, la demolición, la mortificación a que está sometida el alma, nos recuerda la piedra ante del sepulcro[11], un símbolo más de esa muerte. Piedra que habrá de ser removida[12] para alcanzar la ‘espiritual resurrección que espera’.




Los clavos de la Pasión a los pies de la figura melancólica. 



Crucifixión románica con cuatro clavos, 
como era habitual en la época medieval. 


La conclusión es que Durero plasma en este primer grabado al alma principiante que está en pleno proceso de aniquilamiento, disolución y muerte iniciática. Muerte y transformación que ha de ocurrir en lo oscuro, en lo secreto, a riesgo de echarse a perder si sale a la luz, incluso puede producirse en el interior de la Tierra[13], pues:
“si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.”[14]
Existe además una especie de prueba inversa de lo que decimos, y es una referencia a la superación de la muerte iniciática presente precisamente en los otros dos grabados mediante un conocido símbolo: la calavera. Sabemos que ésta ha sido frecuentemente símbolo de la muerte del ‘hombre viejo’, del viejo Adán y por ello mismo es símbolo de los que han muerto al mundo y nacido al espíritu, o, empleando una conocida metáfora, de aquellos que han ‘nacido por segunda vez’, los iniciados o neófitos, pues como dijo Cristo a Nicodemo en aquel misterioso pasaje:
“El que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”[15].
     
    La presencia de la calavera a los pies del caballero así como junto al escritorio de san Jerónimo nos asegura que ambos personajes han muerto al mundo y sus pasiones y han nacido de nuevo, esta vez al mundo del espíritu.







[1] Álvarez, M.A., Experiencia y expresión de lo inefable en San Juan de la Cruz; en revista Hipertexto, nº7. UTPA. Edinburg, TX, USA, 2008.
[2] Las cursivas son nuestras.
[3] Op. Cit. La cursiva es nuestra.
[4] Op. Cit.
[5] Op. Cit.
[6] La cursiva es nuestra.
[7] Panofsky et al. Op. Cit.
[8] “René Guénon, (…) insistió suficientemente en el significado de la vasija, de la copa, del cáliz como símbolo del corazón; simbolismo que deriva directamente de la forma del objeto, análoga a la del órgano físico. Se ha recordado a este respecto que en Egipto el jeroglífico usado para designar el corazón era precisamente una vasija.” Hani, J. Mitos, ritos y símbolos. Ed. Olañeta. Palma de Mallorca, 2005
[9] Las crucifixiones románicas acostumbran a presentar cuatro clavos y no tres, costumbre iconográfica que no se impuso hasta el gótico y que es exclusiva del occidente europeo (nótese que las crucifixiones ortodoxas aún presentan cuatro clavos). Un conocido ejemplo lo encontramos en el popular Cristo de San Damián.
[10] Ver Nota 18.
[11] Mt. 27, 60.
[12] Jn. 20,1.
[13] Recordemos la máxima hermética: ‘V.I.T.R.I.O.L.’.
[14] Jn 12, 24.
[15] Jn. 3, 3.

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