Al
final del capítulo anterior hemos citado al gran maestro espiritual español del Siglo de
Oro, san Juan de la Cruz, el 'doctor místico'. Volvamos un instante a él antes de seguir. San Juan
de la Cruz retoma esta ‘escala mística’ de ascensión espiritual transmitida por
la tradición patrística que estamos siguiendo a través de las tres estampas de
Durero pero profundiza en algunos aspectos que no habían recibido toda la
atención necesaria por parte de otros doctores de la iglesia, nos referimos
concretamente a las transiciones entre los estados o peldaños, al paso de un
nivel al siguiente. Sobre estos estados liminares en que el sujeto deja de ser
lo que era hasta entonces pero aún no es lo que será en el futuro –a los que el
carmelita denomina noches- desarrolla san Juan de la Cruz una importante
teología. Estas etapas de transición son descritas y analizadas por él con
minucioso detalle en sus obras Subida al Monte Carmelo y Noche oscura
del alma (cuyo comentario utilizaremos aquí como guía para lo que sigue).
Es
bien conocida la importancia del símbolo de la noche en toda la obra de
San Juan de la Cruz y es este quizá el símbolo más personal y característico
del místico carmelita, pero veamos qué nos puede aportar su doctrina de las noches
para la mejor interpretación de nuestros tres grabados. Sin necesidad de
entrar en detalle en su doctrina teológica, sí diremos que su noche funciona
a modo de ‘símbolo iniciático del devenir de la espiritualidad del ser’[1].
Tenemos
en primer lugar la noche oscura del sentido, que es aquella que separa a
los principiantes de los aprovechados. Sería esta la primera
transición. Sobre la misma nos dice san Juan de la Cruz:
“por tiempo habiendo purgado
algo el sentido, esto es, la parte sensitiva, de las fuerzas y aficiones
naturales por medio de las sequedades que en ella pone, va ya encendiendo en el
espíritu este amor divino. Pero entretanto, en fin, como el que está puesto en
cura, todo es padecer en esta oscura y seca purgación del apetito, curándose
de muchas imperfecciones.” (N.O. Cap. 11, 2)
“Y la más propia manera de este
castigo para entrar en sabiduría son los trabajos interiores que aquí decimos,
por cuanto son de los que más eficazmente purgan el sentido de todos los
gustos y consuelos a que con flaqueza natural estaba afectado, y donde es
humillada el alma de veras para el ensalzamiento que ha de tener.
Pero el tiempo que al alma
tengan en este ayuno y penitencia del sentido, cuánto sea, no es cosa cierta
decirlo, porque no pasa en todos de una manera ni unas mismas tentaciones;
porque esto va medido por la voluntad de Dios conforme a lo más o menos que
cada uno tiene de imperfección que purgar.”[2]
(N.O. Cap. 14, 4-5)
Se
trata por tanto de una “noche y purgación del apetito” (N.O. Cap. 12,
1), dirigida por consiguiente a purificar el alma apetitiva, el nivel más
inferior del alma según la división ternaria que anteriormente expusimos.
Pero
tras esta noche espera una segunda noche, la noche oscura del espíritu que
prepara para la divina unión. Es esta segunda noche la transición obligada
entre el nivel de los aprovechados y el de los perfectos, pues
siendo definitivamente limpiada el alma en ella ya puede contemplar sin mancha
ni rubor la pura luz divina. Esta segunda transición se situaría según nuestra
interpretación entre los grabados del caballero y de san Jerónimo, pues este
último se encuentra ya entre:
“los perfectos, purificados ya
por la noche segunda del espíritu”.
(N.O. Libro II, Cap. 1, 2)
No
nos extenderemos en esta segunda noche pues creemos haber mostrado
suficientemente que la primera estampa muestra figuradamente la primera noche,
a la que denomina san Juan de la Cruz ‘del sentido’ y que se presenta de
modo obligado en el paso entre principiante y aprovechado. Hay
suficientes datos que lo confirman: las abundantes referencias de la estampa al
alma inferior o apetitiva, así como a la materialidad más grosera (véase el
instrumental y los materiales duros y pesados de trabajo que rodean al
personaje) y a la misma melancolía, que es algo propio de los principiantes (como
reconocen el mismo San Juan de la Cruz y Jacob Boehme).
Por
tanto no nos parece aventurado sostener que la figura melancólica de la primera
estampa está en curso de superar su particular ‘noche oscura del sentido’,
noche oscura destinada a limpiar –purificar- las pasiones desordenadas de su
alma apetitiva y que es la manera de desapegarse el alma de los bienes
terrenos, de lo exterior, pendiente de lo cual ha vivido hasta entonces, pues:
“Este es el primero y principal
provecho que causa esta seca y oscura noche de contemplación: el conocimiento
de sí y de su miseria.” (N.O. Cap. 12, 2)
Queda
por explorar aún un importante tema simbólico y es aquel que relaciona la noche
oscura del sentido con el simbolismo de la muerte y del nuevo nacimiento.
En palabras de san Juan de la Cruz, el espíritu hace padecer al alma:
“[…] absorbiéndola en una
profunda y honda tiniebla, que el alma se siente estar deshaciendo y
derritiendo en la haz y vista de sus miserias con muerte de espíritu
cruel; así como si, tragada de una bestia, en su vientre tenebroso se sintiese
estar digiriendo, padeciendo estas angustias como Jonás (2, 1) en el vientre de
aquella marina bestia. Porque en este sepulcro de oscura muerte la conviene
estar para la espiritual resurrección que espera.” (N.O. Libro II, Cap. 6,
1)
Se
debe observar que:
“En sentido cronológico la noche
es la víspera del día de las nupcias; en sentido alegórico representa la
melancolía en la todavía ausencia del Amado, y también el sufrimiento de la
propia aniquilación, pues el alma ha de morir a su naturaleza imperfecta
durante esa noche, para acceder a la vida sobrenatural a través de la unión
con Dios en el matrimonio espiritual.”[3]
La
noche oscura del sentido es a la vez melancolía y muerte,
dolor por lo que se deja atrás y anhelo por lo porvenir. La melancolía es “la herida
que inicia y signa la noche oscura de la purificación”[4].
Por tanto la noche oscura del sentido:
“nos recuerda el período del nigredo
u obra en negro, el primer estrato de la gradación alquímica de los
tres mundos o tres partes de la Piedra Filosofal en la tradición de la
filosofía hermética. Y aunque la noche representa un símbolo magnífico
en ambas tradiciones alquímicas y místicas, San Juan utiliza las
características analógicas de la oscuridad cósmica para exponer el fragor
inicial del entendimiento en la oscuridad mística.”[5]
Aquí
es obligada la referencia a la tradición simbólica hermética y alquímica que,
como se sabe, ha explotado abundantemente este símbolo de la muerte y el nuevo
nacimiento tanto en su literatura como en su iconografía y que estaba, no lo
olvidemos, en pleno desarrollo en tiempos de Durero.
Se “está purgando el alma,
aniquilando y vaciando o consumiendo en ella, así como hace el fuego al orín
y moho del metal, todas las afecciones y hábitos imperfectos que ha
contraído toda la vida, porque en esta fragua se purifica el alma como el
oro en el crisol.”[6]
(N.O. Libro II, Cap. 6, 6)
El
simbolismo alquímico se hace obvio aquí: el crisol, el oro y la purificación de
los metales al fuego. Volvamos ahora por un instante al primer grabado. Si por
una parte es evidente la nocturnidad –o crepuscularidad- del mismo y su
referencia saturnal -cuya relación con la nigredo alquímica ya fuera
señalada por Erwin Panofsky[7]-,
encontramos en este grabado además referencias a la purificación de los metales
e incluso a la consabida muerte iniciática.
Quizá
la más obvia referencia al simbolismo alquímico de las tres estampas sea el
crisol puesto al fuego, en el margen izquierdo de ‘La Melancolía’, que no por
casualidad posee forma de corazón[8], y
medio oculto por esa masiva figura pétrea del icosaedro truncado que nos
transmite una fuerte sensación de inercia y pesadez. Figura pétrea que oculta
además los primeros peldaños de la escalera impidiendo el acceso a la misma –y
por tanto impidiendo el ascenso del alma por ella-.
El crisol con forma de corazón medio oculto por la gran piedra que figura
el gran obstáculo en el alma del iniciado.
Además
podemos observar algunos símbolos que nos remiten a la misma pasión de Cristo
y, a través de la misma, a la muerte iniciática del personaje: los cuatro
clavos[9],
las tenazas, el martillo, la corona, la bolsa de monedas y la escalera. La
escalera -de siete escalones, importante número simbólico- es además una
referencia a esa Scala Paradisi que antes mencionamos[10] y
por la que quisiera ascender el alma atribulada de la estampa, aunque todavía
no encuentra el camino porque, como acabamos de señalar, se lo impide la mole
granítica. Por último la rueda de molino, símbolo de la trituración, la
demolición, la mortificación a que está sometida el alma, nos recuerda la
piedra ante del sepulcro[11],
un símbolo más de esa muerte. Piedra que habrá de ser removida[12]
para alcanzar la ‘espiritual resurrección que espera’.
Los clavos de la Pasión a los pies de la figura melancólica.
Crucifixión románica con cuatro clavos,
como era habitual en la época medieval.
La
conclusión es que Durero plasma en este primer grabado al alma principiante que
está en pleno proceso de aniquilamiento, disolución y muerte iniciática. Muerte
y transformación que ha de ocurrir en lo oscuro, en lo secreto, a riesgo de
echarse a perder si sale a la luz, incluso puede producirse en el interior de
la Tierra[13],
pues:
“si el grano de trigo no cae en
la tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.”[14]
Existe
además una especie de prueba inversa de lo que decimos, y es una referencia a
la superación de la muerte iniciática presente precisamente en los otros dos
grabados mediante un conocido símbolo: la calavera. Sabemos que ésta ha sido
frecuentemente símbolo de la muerte del ‘hombre viejo’, del viejo Adán y por
ello mismo es símbolo de los que han muerto al mundo y nacido al espíritu, o,
empleando una conocida metáfora, de aquellos que han ‘nacido por segunda vez’,
los iniciados o neófitos, pues como dijo Cristo a Nicodemo en aquel misterioso
pasaje:
“El que no nazca de nuevo, no
puede ver el Reino de Dios”[15].
La presencia de la calavera a los pies del
caballero así como junto al escritorio de san Jerónimo nos asegura que ambos
personajes han muerto al mundo y sus pasiones y han nacido de nuevo, esta vez
al mundo del espíritu.
[1]
Álvarez, M.A., Experiencia y expresión de lo inefable en San Juan de la Cruz;
en revista Hipertexto, nº7. UTPA. Edinburg, TX, USA, 2008.
[2] Las cursivas
son nuestras.
[3] Op. Cit. La
cursiva es nuestra.
[4] Op. Cit.
[5] Op. Cit.
[6] La cursiva es
nuestra.
[7] Panofsky et
al. Op. Cit.
[8] “René Guénon,
(…) insistió suficientemente en el significado de la vasija, de la copa, del
cáliz como símbolo del corazón; simbolismo que deriva directamente de la forma
del objeto, análoga a la del órgano físico. Se ha recordado a este respecto que
en Egipto el jeroglífico usado para designar el corazón era precisamente una
vasija.” Hani, J. Mitos, ritos y símbolos. Ed. Olañeta. Palma de
Mallorca, 2005
[9]
Las crucifixiones románicas acostumbran a presentar cuatro clavos y no tres,
costumbre iconográfica que no se impuso hasta el gótico y que es exclusiva del
occidente europeo (nótese que las crucifixiones ortodoxas aún presentan cuatro
clavos). Un conocido ejemplo lo encontramos en el popular Cristo de San Damián.
[10] Ver Nota 18.
[11]
Mt. 27, 60.
[12]
Jn. 20,1.
[13] Recordemos la
máxima hermética: ‘V.I.T.R.I.O.L.’.
[14] Jn 12, 24.
[15] Jn. 3, 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario