(*) Los tres grabados de Durero conocidos como Estampas maestras son con frecuencia citados juntos pero han sido sistemáticamente abordados por separado a la hora de su estudio e interpretación, dándose así por hecho una y otra vez su total independencia temática. En este artículo, partiendo de un nuevo marco interpretativo proveniente de la simbólica tradicional[1], proponemos un acercamiento distinto que los aborde en tanto que conjunto, al modo de una intitulada trilogía, en la convicción de que esta nueva perspectiva dará lugar a nuevas y más profundas significaciones que hasta ahora han pasado desapercibidas para la crítica.
Como
se mostrará en las próximas páginas, las tres estampas pueden ser leídas
como un todo, en estrecha relación unas con otras, conformando de este modo una
especie de tríptico, un texto único dividido en tres partes o capítulos, de
profunda temática espiritual y con una densa simbología iniciática que abarca
diversos niveles de análisis. Creemos que es precisamente este hecho, el
sentido tradicional de sus símbolos y el carácter esotérico de su mensaje
profundo –invisible generalmente para los estudiosos profanos, poco
familiarizados con la Tradición Primordial o Sophia Perennis- lo que ha
impedido advertir las numerosas relaciones ocultas entre ellos, relaciones que
una vez establecidas desvelan a su vez nuevos sentidos para cada una de sus
partes constituyentes, completándose y complementándose así unas a otras, como
si de un diálogo polifónico a tres voces se tratara.
Son
obligadas unas palabras acerca de los presupuestos teóricos de los que partimos
al abordar este trabajo, y esto también conviene a fin de establecer
adecuadamente los límites de nuestro marco interpretativo. En estas páginas nos
alejamos de cualquier interpretación psicoanalista o psicologizante del símbolo
pues entendemos el símbolo como una ventana, o mejor como una puerta, una vía
de comunicación hacia otra realidad superior, la verdadera Realidad, inefable y
no-manifestada, y no meramente como una herramienta al servicio de la expresión
de lo que de más humano tiene el artista –sus emociones, pasiones, filias y
fobias- ni a su comunicación –casi habría que hablar de contagio- al
espectador, con el objeto de reproducirlas en él.
En
este sentido compartimos el supuesto tradicional de que todo arte sagrado ha de
suponer un lenguaje simbólico universal que nos comunique aquello que las
palabras no pueden alcanzar a decir, que nos ponga en contacto con la auténtica
Realidad. Así la obra de arte es un puente hacia ese otro mundo, más
real que este. Si se logra tal objetivo –vislumbrar esa Realidad que es mas
allá de la forma que tome- entonces el arte cumple su verdadera función de transmisor
de la indecible y universal Verdad. Tal transmisión inefable es el
objeto de ser de toda verdadera Tradición[2].
El Arte –con mayúscula- resulta entonces no ser ya un mero espectáculo ocioso
destinado a su consumo rápido y superficial en el tiempo improductivo que sobra
al siempre ocupado hombre moderno, sino que se constituye en vía simbólica y
surge ante nosotros como una herramienta de comunicación y enseñanza de valor
incalculable descubriéndonos así su verdadera utilidad práctica, la que ha
poseído durante milenios para todos los pueblos tradicionales, si bien tal
utilidad va mucho más allá de lo que el hombre ordinario[3]
pudiera suponer.
Para
dar por terminadas estas reflexiones teóricas queremos hacer notar que los
diversos intentos de reconstrucción de lo simbólico desde el ámbito de lo
profano y desde las ciencias humanas -sociales o psicológicas- nos
parecen intentos de superación del racionalismo ‘por abajo’, hacia lo
inferior, pues carecen del ancla que los mantenga ligados a la tradición. Tales
iniciativas de reconstrucción de lo simbólico desde el nivel humano solo pueden
tener lugar en un mundo en que el uso y el sentido tradicionales del simbolismo
sagrado han sido ya olvidados por completo o no queda de ellos a lo sumo más
que un leve recuerdo frecuentemente tachado de superstición. Es decir, tales
intentos de reconstrucción sólo pueden surgir y prosperar cuando el ‘punto de
vista profano’[4]
se ha impuesto hegemónicamente en todos los ámbitos de la vida humana.
Reivindicamos desde estas páginas por tanto el regreso de lo sagrado a
las ciencias sociales y humanas aunque, conscientes de que ello implicaría el
reconocimiento de algo más-que-humano, es por esta misma razón
impensable que un giro tal se produzca al menos de momento, habida cuenta de
cuáles son las tendencias que imperan en el mundo actual y entre nuestros
contemporáneos.
Nos mueve el convencimiento de que un ejercicio
de interpretación como éste, tan alejado de las lecturas convencionales, puede
constituir un modesto ejemplo de lo que la perspectiva tradicional tiene que
aportar al campo de la crítica artística para acercarnos a una mejor
comprensión de ese arte que solemos denominar demasiado vagamente ‘occidental’.
Es desde este convencimiento que trataremos de explicar las tres estampas
maestras de Alberto Durero con la intención de demostrar que estamos ante
una verdadera trilogía oculta de contenido iniciático. Y recordemos antes de
empezar que, como bien señalara Guénon[5],
el empleo de la alegoría mediante el uso del antropomorfismo, que tan en auge
estuvo durante el renacimiento europeo, fue precisamente el canto del cisne del
simbolismo tradicional en Europa.
(*) El presente trabajo fue presentado en el IX Encuentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados y publicado en los Cuadernos del Círculo en un volumen bajo el título genérico de 'Conciencia: Imagen y concepto'.
[1] Nos remitimos a los cuatro autores que consideramos principales para construir y justificar una tal perspectiva tradicional: R. Guénon, A. Coomaraswamy, F. Schuon y T. Burckhardt. Nos sentimos deudores en todo momento de la obra de estos autores y por ello es obligada la referencia a los mismos, que han sido nuestro marco de referencia general para este trabajo.
[1] Nos remitimos a los cuatro autores que consideramos principales para construir y justificar una tal perspectiva tradicional: R. Guénon, A. Coomaraswamy, F. Schuon y T. Burckhardt. Nos sentimos deudores en todo momento de la obra de estos autores y por ello es obligada la referencia a los mismos, que han sido nuestro marco de referencia general para este trabajo.
[2] Tradición, del
latín tradere, transmitir.
[3] Tomamos el
término de R. Guénon
[4] Aquí también
tomamos el término de R. Guénon
[5] Guénon, R. Introducción
general al estudio de las doctrinas hindúes. Ediciones & Sanz y Torres.
Madrid, 2006
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