Esta
última particularidad aludida, este segundo nacimiento en que consiste
la superación del aniquilamiento iniciático, conduce nuestro análisis hacia una
nueva e insospechada dirección. En efecto, Durero, no contento con mostrarnos
los tres peldaños de la vida espiritual tal como nos ha sido legada por la
tradición, escoge para representar cada uno de estos tres peldaños las figuras
alegóricas que él considera los prototipos más perfectos de tales estados
humanos. Conociendo su capacidad de síntesis y de economía visual, su conocimiento
de la tradición pictórica anterior así como de las nuevas gramáticas
iconográficas que estaban surgiendo en el renacimiento[1] y,
sobre todo, sabiendo de su habilidad polisémica para decir muchas cosas
mediante una sola imagen, no parece apropiado pensar que Durero dejara la
elección de estos tres personajes a algún tipo de gusto particular o de azar.
Es posible por tanto pensar que las tres figuras encierren aún algún
significado más.
Al
escoger la labor que le parece más adecuada para representar cada grado
iniciático el maestro alemán escoge un tipo humano muy particular que posee
-para Durero- el valor de un arquetipo: un artesano, un guerrero y un
santo. Así encontramos que los tres personajes protagonistas de nuestros
grabados personifican las tres ‘castas nobles’ o superiores del orden social
tradicional. Y no es por casualidad que los miembros de estas tres castas
nobles –nombradas a menudo por su más conocida denominación hindú como brahmanes,
chatrias y vaishyas- sean quienes pueden ser llamados en rigor dwija,
es decir ‘nacidos-dos-veces’. Son precisamente estos tres arquetipos humanos
los que tienen la posibilidad –y el derecho por naturaleza- de cumplir ese
segundo nacimiento que describíamos en el capítulo anterior.
Y
también aquí Durero muestra la habitual progresión desde lo inferior hacia lo
superior pues los tres grabados se corresponden con las tres castas
tradicionales del siguiente modo:
-
‘La
melancolía’ à representa la casta de los
artesanos y comerciantes, la más baja de las tres y el conocimiento que le es
más propio, el de la materia.
-
‘El
caballero, la muerte y el diablo’ à representa la casta de los
guerreros y gobernantes; representan el poder temporal y el conocimiento que se
refiere al gobierno de los hombres.
-
‘San
Jerónimo en su estudio’ à representa la casta sacerdotal,
la más alta de las tres; representan el poder espiritual y el conocimiento
espiritual.
Puesto
que el orden social en un sistema de castas es conforme a naturaleza, es decir
basado en la diferente cualificación natural entre los hombres, la
correspondencia entre los mismos estados espirituales que expusimos
anteriormente y las propias castas es natural e inevitable. Por ello la figura
de cada casta es tomada aquí por Durero como el arquetipo –nunca mejor
dicho- de ese tipo espiritual concreto, o dicho de otro modo de ese nivel
particular de conocimiento y proximidad a lo divino. Así, a través de la
descripción visual de los tres grados iniciáticos Durero abarca también un
retrato de la sociedad tradicional dividida en sus tres castas funcionales
superiores. No dejará de ser llamativo para muchas mentalidades modernas que
uno de los artistas más representativos del renacimiento europeo y de las
nuevas corrientes humanistas que surgieron en él, muestre de modo tan poco
disimulado el orden social propio de la denostada y teocrática edad media. En
todo caso no debemos olvidar que Durero creció y aprendió su arte en un sistema
gremial -heredado de esa misma edad media aunque en franco retroceso ya en su tiempo-,
y que tal sistema gremial en que se agrupaban artistas y artesanos, reproducía
inevitablemente el mismo esquema ternario tradicional cuyo rastro seguimos en
este estudio, bajo la forma de los tres grados habituales: aprendiz, oficial
y maestro. Tres grados gremiales que encajan a la perfección, como
no podía ser de otra manera, con los personajes protagonistas de los tres
grabados.
Las castas se designan habitualmente en orden inverso al que hemos tomado para los grabados, de superior a inferior. Esto depende del punto de vista que se tome, si tomamos como punto de vista el principio universal del que todo deriva los miembros del orden social se ordenarán de superior a inferior por proximidad al mismo: sacerdotes, guerreros y artesanos; en cambio si tomamos el punto de vista humano, que es el del hombre que debe ascender la escala, el ordenamiento de las correspondientes fases iniciáticas o peldaños de la escalera tomará forzosamente el orden inverso, ya que serán percibidas como etapas del ascenso hacia la cumbre. Por eso, tal y como hemos ordenado las estampas de lo inferior a lo superior, éstas representan los grados iniciáticos tal y como deben ser recorridos por parte del cualquier hombre en su camino de ascenso o retorno desde la división -signo inequívoco de la multiplicidad que implica toda manifestación- hasta la completa unión que se cumple en la cima de la vía iniciática
Las castas se designan habitualmente en orden inverso al que hemos tomado para los grabados, de superior a inferior. Esto depende del punto de vista que se tome, si tomamos como punto de vista el principio universal del que todo deriva los miembros del orden social se ordenarán de superior a inferior por proximidad al mismo: sacerdotes, guerreros y artesanos; en cambio si tomamos el punto de vista humano, que es el del hombre que debe ascender la escala, el ordenamiento de las correspondientes fases iniciáticas o peldaños de la escalera tomará forzosamente el orden inverso, ya que serán percibidas como etapas del ascenso hacia la cumbre. Por eso, tal y como hemos ordenado las estampas de lo inferior a lo superior, éstas representan los grados iniciáticos tal y como deben ser recorridos por parte del cualquier hombre en su camino de ascenso o retorno desde la división -signo inequívoco de la multiplicidad que implica toda manifestación- hasta la completa unión que se cumple en la cima de la vía iniciática
[1] La capacidad de
síntesis y las nuevas gramáticas figurativas ya habían sido exploradas por
Durero un par de años antes (1512) cuando ilustró los Hieroglyphica de
Horapollo para su amigo el humanista Willard Pirkheimer. Dicho sea de paso, y a
modo de anécdota pero para nada casual, este misterioso personaje supone el
puente entre Durero y el neoplatonismo italiano de la época, cuya figura más
destacada fue Marsilio Ficino (que tradujo al latín a Platón y a Plotino),
muerto pocos años antes (1499).
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