Hemos comprobado ya que Durero muestra una evidente progresión en tres pasos mediante las tres imágenes que estamos analizando. Si ahora volvemos la vista a la tradición mística cristiana encontraremos un muy interesante paralelismo. Como es sabido los grandes místicos de la iglesia tanto latina como oriental dividen generalmente el desarrollo espiritual en varias etapas, lo más frecuentemente tres, con las que se clasifica a las personas que siguen la vía o camino.[1] Así según el grado de conocimiento espiritual y cercanía divina adquirido por un alma en particular, ésta podría ser calificada de:
-
Iniciada,
principiante o carnal.
-
Proficiente,
aprovechada o adelantada.
-
Perfecta
o espiritual.
Cada
uno de estos estados del alma corresponde a su vez con una fase o vía
característica del camino ascético-místico de la tradición cristiana:
1.
Vía
purgativa (o purificativa) – el principiante intenta apartarse del mal y de los
hábitos adquiridos en la vida profana, es una fase de régimen, ascética. Le
corresponde la oración activa.
2.
Vía
iluminativa – el proficiente progresa en la práctica de las virtudes y deja
atrás los vicios o pecados, es una fase ante todo de práctica y persistencia
según muchos maestros. La oración activa va siendo progresivamente sustituida
por la oración infusa o contemplativa.
3.
Vía
unitiva – al alma “ya no le faltará nada de cuanto puede legítimamente en este
mundo desear y a lo que nada le falta es a lo que llamamos perfecto.”[2]
Como
se ha indicado, a cada una de estas vías corresponde un tipo de conocimiento de
lo divino así como una práctica distinta y particular. Así por ejemplo para
Evagrio Póntico, padre del desierto llamado ‘el solitario’, y según se recoge
en la Filocalia:
“la practiké [vía
purgativa], purificando al cristiano de vicios, desórdenes pasionales y del
influjo del Demonio, conduce a la apátheia [vía iluminativa], y ésta
abre el alma a la gnosis o theoria, es decir, a la contemplación
[propia de la vía unitiva]. El ascético ejercicio de las virtudes conduce,
pues, a la apátheia, que puede entenderse como pureza de corazón,
silencio interior, pacificación de las agitaciones interiores desordenadas (que
San Jerónimo traduce al latín: impassibilitas, imperturbatio)”.[3]
De
modo similar para San Juan Clímaco en su Scala Paradisi, el crecimiento
espiritual tiene tres fases bien diferenciadas: primero renuncia, después
extirpación de vicios por crecimiento de virtudes, y finalmente perfección. Así
se puede distinguir entre cristianos rudos, aprovechados y maestros en las
cosas del Espíritu.[4]
Por
último, aunque los ejemplos podrían multiplicarse, atendamos a la enseñanza de
Dionisio Areopagita quien en su tratado Sobre los nombres divinos, nos
ofrece un esquema, también trifásico del conocimiento divino:
“Lo primero que necesita el
cristiano es una fase de purificación o katarsis, para ir creciendo
luego en la iluminación o fotismos, que le conducirá a la perfecta
unión, henosis o teleiosis.[5]
A
tres diferentes estados de conocimiento y relación con lo divino corresponden
tres formas también diferentes de acercamiento:
“El modo de ejercitar estas
virtudes es muy diferente en cada estado […] El principiante tiene oración
mental de meditación, el aprovechado la tiene de afecto, el perfecto la tiene
de unión.”[6]
En
cada diferente estadio espiritual se requiere de una diferente ejercitación y
práctica, más exterior en los principiantes y que se hace más interior en los
aprovechados y los perfectos. Examinemos ahora la correspondencia entre estos
tres estadios o grados de conocimiento de Dios tal como nos los han transmitido
los maestros espirituales y las tres vías clásicas con más detenimiento. Quien
mejor resume y sintetiza la relación entre vías y estados es el Doctor
Angélico, Santo Tomás, que nos advierte que:
“Toda dedicación del hombre tiene
un principio, un medio y un término; por tanto, en el estado espiritual se
distinguen tres fases: un principio propio de principiantes, un medio
que pertenece a los adelantados, y un término que es de los perfectos”.[7]
A
continuación el de Aquino resume su sistema, síntesis de las tres vías y los
tres grados espirituales que la tradición había transmitido con anterioridad,
de la siguiente forma:
-
En
el primer grado [vía purificativa] la dedicación principal del hombre es
apartarse del pecado y resistir sus concupiscencias, que se mueven en contra de
la caridad; esto corresponde a los principiantes, en los que la caridad
ha de ser alimentada y fomentada para que no se corrompa.
-
En
el segundo grado [vía iluminativa], el hombre intenta principalmente ir
adelantando en el bien; y esto pertenece a los adelantados, que procuran
sobre todo fortalecer y acrecentar la caridad.
-
El
tercero [vía unitiva] se caracteriza porque en él la dedicación
principal del hombre es intentar unirse con Dios y gozarle; y esto pertenece a
los perfectos.[8]
Queda
claro que al principiante -que en nuestra interpretación es simbolizado por el
primer grabado- corresponde “la fase purificativa -la lucha frontal contra
pecados y apegos-, y este ha de ser el empeño primero y principal de todo
principiante”.[9]
En una segunda etapa llamada generalmente iluminativa –que correspondería con
el segundo grabado, el del caballero- es sumamente importante la perseverancia,
mantenerse en el recto camino. En la tercera etapa –representada por nuestro
‘San Jerónimo…’-, “están los perfectos, más plenamente iluminados por el
Espíritu Santo, que se llaman "sapientes", porque tienen ya el
"sabor" del bien que les atrae; y también se llaman espirituales,
en cuanto que están como revestidos del Espíritu Santo, por cuyo afecto son
atraídos”.[10]
Finalmente,
esta clasificación en tres niveles puede ponerse en correspondencia a su vez
con la división ternaria del alma humana -transmitida a través de Platón[11]-:
-
Alma
apetitiva – que reside en el vientre o abdomen. Corresponde a la primera
estampa, ‘La melancolía’, donde ya hemos visto que mediante la vía purgativa el
alma debe abandonar sus apetitos y apegos más exteriores y groseros.
-
Alma
volitiva – o pasional, que reside en el tórax. Corresponde a la segunda
estampa, ‘El caballero…’, que por la vía iluminativa debe dominar su voluntad y
crecer en virtud.
-
Alma
intelectiva – que reside en la cabeza. Corresponde a la tercera estampa, ‘San
Jerónimo…’ que personifica la vía unitiva, la contemplación infusa de los
misterios divinos, más allá de toda humana ciencia.
Entre
esta división ternaria del alma humana y las tres vías vistas con anterioridad
se establecen también profundas correspondencias. Nos dicen los maestros de la
mística, san Juan de la Cruz por ejemplo, que a los principiantes conviene una
oración más activa, oración que a medida que el alma avanza y aumenta su
proximidad e influencia al espíritu se hace más pasiva, contemplativa o
infusa[12].
Por
tanto la puesta en práctica de cada una de las tres vías clásicas -purgativa,
iluminativa y unitiva- se dirige de modo natural a cada una de estas tres divisiones
del alma humana, algo lógico si se reflexiona que:
1)
el
principiante está aún dominado por su alma apetitiva que tiende siempre
al dominio de lo exterior, a salir de sí, y por tanto a la acción,
2)
el
aprovechado o proficiente es ya guiado por su afecto y voluntad, por su
alma volitiva, lo que supone ya un grado más interior; y
3)
en
el contemplativo o perfecto se muestra ya en toda su plenitud el alma
superior e intelectiva, que es el grado más interior de todos.
En
palabras de san Juan de la Cruz:
“contemplación no es otra cosa
que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que, si la dan lugar,
inflama al alma en espíritu de amor.”[13]
El
camino hacia el espíritu es también un camino de interiorización donde la
acción abandona progresivamente el ámbito de lo externo y se va haciendo
progresivamente más secreta e interior. Este carácter de trabajo y acción
interior, como es la contemplación en grado máximo, es mostrado por Durero en
su trilogía bajo una interesante analogía inversa, dado que paradójicamente
está obligado a comunicar este mensaje mediante una imagen, algo forzosamente
exterior. Así la armonía y el equilibrio que rodean la figura de san Jerónimo
nos transmiten su equilibrio y quietud interiores, además tal entorno muestra
que el ámbito de su acción es completamente interior. El caso opuesto lo
representa la figura de la melancolía: rodeada de caos y desorden material nos
transmite no solo desorden interior sino también su fijación en lo exterior,
que es hacia lo que tiende su alma y a lo que pretende dirigir su acción. Hay
una profunda enseñanza metafísica tras esta analogía: no hay acción justa y
correcta sino la que surge del verdadero interior, pues cuánto más importancia
cobra el mundo y la acción exterior mayor caos se establece en el interior.
Veamos
como para san Juan de la Cruz también es diferente la ejercitación necesaria en
cada una de estas tres etapas ya mencionadas:
“[a los aprovechados] los
lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del
primero [de los principiantes]; porque el uno es de meditación y
discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso.”
Resulta fácil ver cómo se corresponden estos
tres grados de acción –partiendo de la acción exterior y avanzando a la
interior- con los tres grabados. Además puede comprobarse fácilmente como cada
uno de los tres personajes –la figura alada, el caballero y san Jerónimo-
personifica una de las tres partes o cualidades en que es dividida el alma.
Haciendo un uso adecuado de la ley de analogía diremos que la parte más alta
del alma –la intelectiva- es por eso mismo la más interior, y viceversa, la más
baja –la apetitiva- ha de ser la más exterior
[1]
Excepto cuando se indique otra cosa utilizaremos para nuestra exposición dos
manuales clásicos de teología:
-
Rivera, J. e Iraburu, J.M., Síntesis
de espiritualidad católica. Ed. Gratis Date. Pamplona, 2003.
-
Garrigou-Lagrange, R., Las tres
edades de la vida interior. Ed. Palabra. Madrid, 1995.
[2]
González-Arinteiro, J. (O.P.). La verdadera mística tradicional. Ed. San
Esteban. Salamanca, 1980.
[3]
Rivera, J. e Iraburu, J.M., Síntesis de la espiritualidad católica. Ed. Gratis Date. Pamplona, 2003.
[4] Rivera, J. e Iraburu, J.M. Op. Cit.
[5] Rivera, J. e Iraburu, J.M. Op. Cit.
[6]
Godínez, M. Práctica de la Teología Mística. Saturnino Calleja. Madrid, 1903.
[7]
Rivera, J. e Iraburu, J.M. Op. Cit. (según expone Sto. Tomás en Summa
Theologiae II-II, 24, 9).
[8] Op. Cit.
[9]
Op. Cit.
[10]
Teodorico de Vestervig, citado por Rivera e Iraburu, Op. cit.
[11]
La doctrina del alma tripartita es expuesta en el diálogo Fedro.
[12]
San Juan de la Cruz, Noche oscura del
alma, Libro I, Cap. 10.
[13]
Op. Cit. Cap. 10, 6. La cursiva es nuestra.
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