El escudo del Imperio Romano de Oriente, llamado 'Crisma de Constantino' y a veces lábaro, oculta diversos simbolismos de gran importancia. En primer lugar este emblema respondía al conocido lema del Emperador:
"In Hoc Signo Vinces"
("por este signo
vencerás")
Si seleccionamos la primera letra de cada palabra nos aparece el acróstico:
I - H - S - V
que son las
letras latinas que forman el Nombre de Jesús. En las iglesias cristianas latinas (occidentales) normalmente se representa este acróstico recurriendo sólo a las tres
primeras letras:
I - H - S
motivo que aún es fácil de encontrar en diversas combinaciones y que también guarda varios simbolismos de los cuales tratamos aquí.
X (Ji) + P (Ro) = Χριστός
Siendo el Crisma el santo óleo con que se ungía a los reyes en el pueblo de Israel (1 Samuel 16:13) el título de Cristos -literalmente 'el ungido'- designa a Jesucristo, el ungido de Dios, el nuevo David.
En su forma básica el emblema es el siguiente:
La rueda de seis radios simboliza el
septenario, el principio metafísico contenido en el número siete ( 7 ) según
los pitagóricos. Los seis radios son las seis direcciones del Espacio (arriba y
abajo, derecha e izquierda, delante y atrás) y por tanto vienen a ser el orden
de la manifestación, la expansión del Espacio y el Tiempo en todas las
direcciones y por consiguiente el mundo sujeto a cambio: simboliza el movimiento, el desarrollo, el ciclo de la manifestación. El
séptimo término, el siete, está contenido en el centro de la rueda, que
corresponde al hueco donde se asienta el eje inmóvil que permanece invariable mientras alrededor la rueda
del mundo gira y gira. Sabido es que la rueda es símbolo del correr de la vida
y de su ciclicidad. Y por esa ciclicidad también es símbolo del tiempo, de ahí
la rueda zodiacal. Su centro constituye el centro supremo y espiritual al que hay
que dirigirse, el lugar a través del cual se sale de la manifestación.
El hecho de que ese centro supremo sea un hueco en la misma rueda nos dice mucho acerca de su naturaleza, que es muy distinta de la esencia de la propia manifestación simbolizada por los radios y la circunferencia. El Tao te Ching hace un énfasis explícito en esta particularidad, la diferencia cualitativa entre el eje y la rueda misma:
Los radios convergen
en el cubo (eje) de la rueda
más en su vacío (hueco)
radica la utilidad del carro.
en el cubo (eje) de la rueda
más en su vacío (hueco)
radica la utilidad del carro.
(Cap. XI)
Es el hueco lo que convierte a la sucesión de radios en una rueda, es ese espacio central lo que otorga su cualidad a la rueda, de modo que se puede decir que en ese lugar reposa su esencia.
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Volviendo a la imagen del Crismón, muy a menudo se añaden a la figura las letras A (Alfa) y W (Omega) en los dos espacios centrales y también, en ocasiones, se añade la letra S en la parte inferior del emblema, enroscada al mástil de la letra P (Ro) [1]:
El Alfa y el Omega representan de forma evidente el Principio y el Fin (de la manifestación), pero también enlazan este símbolo con el simbolismo astrológico. Veamos de qué modo. Si representamos el Crismón en tres dimensiones obtenemos la siguiente figura:
La 'rueda' en que se inscribe todo el emblema y la letra X (Ji) pasan a estar en un plano horizontal mientras la letra P (Ro) marca el eje vertical que atraviesa toda la manifestación.
El círculo representa ahora por un lado el plano de manifestación humano y por otro el ciclo solar zodiacal, tal y como vimos que era representado inscrito en un círculo en la construcción misma del templo medieval (ver aquí). Respecto a las correspondencias de las aspas de la letra X (Ji) con el ciclo solar no hay acuerdo generalizado, podrían representar bien los solsticios, bien los equinoccios o bien la salida y la puesta del sol en alguno de esos momentos señalados del año.
Pero en todo caso este esquema posee un simbolismo más trascendente, concerniente a los diversos planos de manifestación. Para explicarlo debemos retomar por un momento el concepto del septenario que ya vimos.
El septenario está emparentado con el relato de la Creación presente en el Génesis. Allí Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó, dando lugar al Shabbath, es decir tras dar curso a la manifestación (contenida en el seis -6-, la rueda) retornó al estado de reposo inicial (lo que simbólicamente es el centro de la rueda). Dado que la manifestación es considerada cíclica le conviene aún más la imagen de la rueda o el círculo, además el círculo es la figura comprehensiva por antonomasia de modo que, simbólicamente, contiene toda la manifestación en su interior [2]. El séptimo punto del septenario, centro simbólico en que se unen las seis direcciones que conforman el Espacio, el hueco por el que pasa el eje de la rueda, es denominado en la Cábala Hekal HaKodesh, literalmente Palacio del Santo.
En el Crismón este espacio se sitúa fuera del centro, sobre el eje axial de la figura dando forma a la letra P (Ro), lo que no le quita nada de su simbolismo pues está sobre el eje que pasa por el centro del círculo-rueda de la manifestación y asemeja de algún modo el Polo de la misma.
Además, esta ubicación del 'ojo de la aguja' perfecciona más si cabe el simbolismo de todo el conjunto pues pone de manifiesto que el Polo no está -no puede estarlo- al mismo nivel que la manifestación. De hecho el centro de la figura a menudo está ocupado por el Agnus Dei -imagen de Cristo bajo la forma del cordero pascual- dando forma gráfica a la frase evangélica:
"Nadie va al Padre sino por mí" (Jn. 14:6)Puesto que el centro geométrico de la figura simboliza el punto en que el eje vertical cruza el plano horizontal de la manifestación, el hecho de que en su centro esté representado Cristo -no importa si bajo la forma del cordero u otra forma equivalente- tiene un sentido teológico obvio: Cristo con su Encarnación, descendió -simbólicamente, por el eje vertical- al plano de manifestación humano. Y recordemos que el Padre, tal y como dice el Padrenuestro, está en los Cielos.
«Efectivamente, Cristo, que está tan elevado y es superior a todos [el mismo Polo que está fuera de la manifestación], se unió a los que están abajo» (Juan Crisóstomo en Patrología Griega 62, 320)
Por otro lado al estar situado en el centro de la rueda es el Chakravartin, el Rey del mundo, lo que en el simbolismo astrológico es el sol, centro de nuestro sistema solar, que es como decir el centro del 'universo humano' [3]. Él es por tanto el hueco -la puerta- en el centro de la rueda que conduce ascendiendo por el eje vertical -el Axis Mundi- hasta el mismo Polo, fuera ya de la manifestación.
Todo ser sito en la manifestación parte en su camino de retorno al origen del lugar más lejano al centro, es decir la circunferencia, donde está expuesto a los vaivenes del viaje y los obstáculos del camino. El progreso espiritual debe conducirle a través de los radios -representados por la letra X- al centro inmóvil donde el giro de la rueda ya no puede afectarle. Solo desde este centro es posible ascender y escapar de la rueda de la manifestación, en el lenguaje del hinduismo alcanzar el moksa, la liberación de todas las ataduras. Como puede verse en la representación tridimensional del Crismón, la 'abertura de escape' (si puede llamarse así) se da en otra dirección y dimensión distintas de aquella en que se desenvuelve la manifestación, es decir, ese paso está más allá del espacio y el tiempo.
Así puede decirse que la letra X (Ji) del Crismón contiene los Misterios Menores y la letra P (Ro) los Misterios Mayores. La letra P (Ro) contiene efectivamente la "puerta estrecha" y el "ojo de la aguja" que se citan en la Escritura, puerta del Reino de los Cielos que según la tradición cristiana custodia San Pedro, cuyo símbolo son las llaves; y de echo no ha de pasarse por alto que la misma letra P tiene a menudo en los crismones románicos la forma de una llave...
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La rueda de seis radios que hemos denominado septenario aparece en el Arcano X del Tarot, denominado precisamente 'Rueda de la Fortuna'.
Arcano X del Tarot de Marsella,
titulado 'La Rueda de la Fortuna'.
Entre los simbolismos que encierra esta imagen señalaremos tan solo en esta ocasión la referencia al motor inmóvil
aristotélico: ese centro inmóvil coincide con el eje que hace girar la rueda. Aquí el Chakaravartin es invisible pues se sitúa fuera de la carta.
Por otra parte el diez (10) es 1 + 0; el Uno -el Ser- y la manifestación -el cero ( 0 ), el ciclo, la rueda...- lo que refleja la diferencia cualitativa existente entre ambos. La manifestación se reduce en el fondo a un espejismo y el Uno (1) que es su origen, es lo único que existe en realidad.
Y no puede ser casualidad que este Arcano sea el décimo, tal y como nos indica la letra X inscrita en su parte superior, ¿o se trata de la letra X (Ji)?
Por otra parte el diez (10) es 1 + 0; el Uno -el Ser- y la manifestación -el cero ( 0 ), el ciclo, la rueda...- lo que refleja la diferencia cualitativa existente entre ambos. La manifestación se reduce en el fondo a un espejismo y el Uno (1) que es su origen, es lo único que existe en realidad.
Y no puede ser casualidad que este Arcano sea el décimo, tal y como nos indica la letra X inscrita en su parte superior, ¿o se trata de la letra X (Ji)?
[2] Por esta razón las representaciones tradicionales del universo lo figuran como circular o esférico, dando a entender de manera intuitiva que en esa forma está contenida la totalidad de lo que existe.
[3] Ya hemos dicho en otras ocasiones y lo repetimos aquí que este simbolismo crístico-solar es motivo más que suficiente para desmentir la idea, tan falsa como extendida, de que el universo era concebido geocéntricamente por parte de la civilización medieval. Hay motivos fundados para considerar que el heliocentrismo era conocido y tenido en cuenta, si bien en círculos astronómicos especializados, pero no debido un prejuicio 'elitista' como suele sostenerse sino por razones simbólicas de primer orden: ¿de qué servía al hombre ordinario medieval -o de qué sirve al hombre ordinario contemporáneo- saber que el sol es el centro físico del sistema solar si ello no va acompañado de un significado?
[3] Ya hemos dicho en otras ocasiones y lo repetimos aquí que este simbolismo crístico-solar es motivo más que suficiente para desmentir la idea, tan falsa como extendida, de que el universo era concebido geocéntricamente por parte de la civilización medieval. Hay motivos fundados para considerar que el heliocentrismo era conocido y tenido en cuenta, si bien en círculos astronómicos especializados, pero no debido un prejuicio 'elitista' como suele sostenerse sino por razones simbólicas de primer orden: ¿de qué servía al hombre ordinario medieval -o de qué sirve al hombre ordinario contemporáneo- saber que el sol es el centro físico del sistema solar si ello no va acompañado de un significado?
1 comentario:
Te leí y el velo se cayó un poco más.
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