Siguiendo con el estudio de las principales figuras de la simbólica tradicional, pasemos ahora al análisis de un símbolo bien conocido que quizá nos aporte más pistas sobre el significado que san Juan, el discípulo amado, puede tener.
En las representaciones tradicionales de la Crucifixión -ya fueran de arte mueble o pictóricas- vemos a Jesús en la Cruz flanqueado a ambos lados por la Virgen y Juan Evangelista. En muchas de estas representaciones -fáciles de ver aun hoy en cualquier iglesia que conserve su retablo original- se muestran además sobre el travesaño de la Cruz, el sol y la luna, justamente por encima de las figuras de san Juan y María.
Ya hemos tenido ocasión de comentar el simbolismo solar de san Juan. Respecto a la Virgen existen parentescos notables con la luna. Parentescos observables en la iconografía tradicional, donde la Virgen aparece a menudo sobre una luna creciente o menguante, según el caso [1]. La principal relación entre ambas figuras proviene del hecho de representar la Virgen el polo substancial de la manifestación y como tal su principal virtud es receptiva -recibir al Espíritu-, análoga en este sentido a la función lunar que recibe y refleja la luz del sol. Además la luna rige las aguas y la vegetación, con las cuales también se pone en relación a la Virgen misma [2].
Respecto a la crucifixión en particular debemos advertir que esta escena es en todo simétrica a la del Portal de Belén que tratamos en otro lugar (). Simétrica pero no idéntica. Mientras en el icono del Portal de Belén o la Natividad se presenta el pasado de Jesús, su origen mítico [3], divino y humano; la escena de la Crucifixión nos muestra a quienes quedan tras él -la Virgen y san Juan- y suponen el porvenir de su mensaje. Un mensaje de síntesis, de unidad y de trascendencia ya realizado en la persona misma de Cristo. Si la Navidad mira al pasado, la crucifixión mira al futuro. Otra simetría se muestra en la oposición o complementariedad entre la caverna o cueva -donde nace- y la cumbre de la montaña -el Calvario- donde es finalmente crucificado.
Volviendo al tema que nos ocupa, la Virgen y San Juan a los pies de la Cruz simbolizan el mismo par de opuestos que la mula y el buey en la Natividad pero en su versión positiva y creadora -humana- en lugar de negativa y estéril -animal-. Mientras los animales del portal reflejan la negatividad de los opuestos y obedecen a su naturaleza ciegamente, de modo irracional; los personajes de la crucifixión muestran su reconciliación y la consciencia que tienen de su misión: al pie de la cruz las dos fuerzas toman conciencia de sí. Los opuestos se han reunificado y la Virgen y San Juan son a partir de ahora como madre e hijo (recordemos las palabras de Jesús en la Cruz). El equilibrio y la armonía primordiales son restituidos simbólicamente por el sacrificio voluntario de Jesús en la Cruz. Los opuestos se funden a menudo en un abrazo piadosamente dibujado por los artistas góticos en que el discípulo amado sostiene a la sufriente madre de Jesús.
Analicemos la imagen tipo de la crucifixión medieval.
Volviendo al tema que nos ocupa, la Virgen y San Juan a los pies de la Cruz simbolizan el mismo par de opuestos que la mula y el buey en la Natividad pero en su versión positiva y creadora -humana- en lugar de negativa y estéril -animal-. Mientras los animales del portal reflejan la negatividad de los opuestos y obedecen a su naturaleza ciegamente, de modo irracional; los personajes de la crucifixión muestran su reconciliación y la consciencia que tienen de su misión: al pie de la cruz las dos fuerzas toman conciencia de sí. Los opuestos se han reunificado y la Virgen y San Juan son a partir de ahora como madre e hijo (recordemos las palabras de Jesús en la Cruz). El equilibrio y la armonía primordiales son restituidos simbólicamente por el sacrificio voluntario de Jesús en la Cruz. Los opuestos se funden a menudo en un abrazo piadosamente dibujado por los artistas góticos en que el discípulo amado sostiene a la sufriente madre de Jesús.
Analicemos la imagen tipo de la crucifixión medieval.
En la imagen vemos una esquematización de cómo se solía representar en la edad media la crucifixión: en el centro la cruz con Cristo y a sus pies la Virgen -generalmente a la izquierda- y san Juan -a la derecha-. Sobre el travesaño de la cruz se muestran las luminarias del sol y la luna. Los colores también son muy significativos, el hecho de que san Juan vista casi siempre de rojo y la Virgen de azul y/o blanco nos remite una vez más al simbolismo solar-lunar y masculino-femenino, los polos que ordenan y dividen toda la manifestación -equivalentes al yin-yang oriental-.
Queda claro en esta representación el simbolismo explícitamente polar -y no solar- de Cristo, en tanto superación de los contrarios. Cristo se alza definitivamente como como unificador de todos los opuestos -propios del mundo de la manifestación- en el momento de su muerte y muestra el camino de retorno a la unidad absoluta y primigenia, allí donde no hay dualidad. Es la misión que, como dijimos, ya se anunciaba en el icono de su nacimiento a través del buey, la mula y la estrella. Cristo en la Cruz nos muestra la armonía de que participan todas las cosas en la unidad del origen. Místicamente, es el sacrificio voluntario el que re-equilibra y pacifica estas fuerzas opuestas cuya lucha amenaza disolvernos.
Dichas fuerzas opuestas en el nivel individual se manifiestan en las dos fases de la respiración: inspiración y espiración, fases que nos remiten a la máxima hermética 'solve et coagula': la inspiración es la coagulación del yo -el ego- mientras la espiración supone -simbólicamente- su disolución.
También han sido desarrolladas equivalencias muy sugerentes a este respecto del equilibrio entre opuestos con el Árbol Sefirótico de la Cábala hebrea. Según dichas equivalencias, el pilar central correspondería a Jesucristo en la Cruz y los pilares derecho e izquierdo -de del Rigor y de la Misericordia respectivamente- por San Juan y la Virgen, que pueden ponerse en relación con lo masculino y lo solar -san Juan- y con lo femenino, lo substancial y lo lunar -María-. Precisamente el pilar central del Árbol recibe el nombre de Pilar del Equilibrio, pues mantiene en equilibrio las fuerzas opuestas que representan los otros dos pilares. Por último advertir que la séfira central -Tipheret- que representa la Belleza y también el sacrificio, y que por ocupar el centro del Árbol ha sido comparada al corazón del mismo, se corresponde en este esquema básico con el Sagrado Corazón de Jesús.[4]
(Hemos incluido en la ilustración el esquema básico del Árbol sefirótico con sus 3 Pilares para que sea reconocible a simple vista lo que decimos)
Caduceo hermético y Kundalini
Ahora bien, si se relaciona esta escena de la Crucifixión románica (con San Juan y la Virgen a los lados de la cruz) con el caduceo de Hermes-Mercurio se pueden apreciar curiosas correspondencias. El caduceo, la legendaria vara de Hermes, está compuesto de un mástil central (de madera) en que se enroscan dos serpientes enfrentadas entre sí. Estas dos serpientes deben entrecruzarse tres veces y en la cúspide de la vara mirarse frente a frente. Según narra el mito las dos serpientes peleaban entre sí y Hermes trató de separarlas con su vara aunque consiguió lo contrario: unirlas para siempre. La vara en la que se enroscan por tanto las mantiene unidas y en mutuo equilibrio. Éste símbolo fue muy popular entre los hermetistas del Renacimiento que presentaban a ambas serpientes con los colores rojo una, y negro o azul oscuro la otra.
¿Por qué serpientes? En el hinduismo la serpiente es la representación esquemática de la Shakti, la "energía" de un dios. Como energía que es en estado puro puede asemejarse a una "fuerza bruta" y ésta puede emplearse bien o mal. Este es el motivo de que la serpiente tenga tan a menudo sentidos contrapuestos en las mitologías tradicionales y sea unas veces benéfica y otras maléfica dependiendo del caso. Supone una energía que de no ser dominada entraña grave peligro. La interpretación habitual de esta imagen es que las serpientes representan la dualidad de las fuerzas creativas de la Naturaleza, comúnmente simbolizadas por el sol y la luna. O lo que es lo mismo lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad, el día y la noche, el yin-yang.
El Sol y la Luna representan en su nivel de manifestación dos fuerzas naturales poderosas y enfrentadas -las que el hinduismo denomina Purusha y Prakriti y Aristóteles llamó Materia y Forma- pero no inmutables ni estables, al revés es su fluctuación, su desequilibrio cíclico el que da lugar a la manifestación -o como dice el Tao, 'a todos los seres'-. Ambas fuerzas tienen sus ciclos de acción, con sucesivos ascensos y descensos.
Son conocidas las equivalencias desarrolladas por los hermetistas y ocultistas de los último siglos entre el símbolo del caduceo hermético y otros símbolos orientales: el Kundalini (¡que es también una serpiente!) y los chakras. En este sentido las dos serpientes del caduceo se asocian comúnmente, por analogía, con los dos nadis que rodean a modo de espirales el canal sutil central (sushumna nadi) por el que corre la energía (prana) del cuerpo sutil, siempre según el yoga hindú. Estos dos canales son llamados ida y píngala, y son considerados respectivamente de carácter solar y lunar, lo cual encaja asombrosamente en la representación de san Juan y la Virgen a los pies de la cruz -como también con las llaves de Pedro, de oro y plata respectivamente, como ya vimos- y el simbolismo solar y lunar de ambos que acabamos de explicar.
En todo ello lo realmente decisivo es el papel simbólico jugado por el mástil en la representación del caduceo y por la cruz en la crucifixión, papel axial ausente por completo en la imagen del yin-yang.
Ya que en el cielo las dos fuerzas duales que hemos comentado -los principios opuestos que rigen el orden manifestado- son simbolizadas por el sol y la luna, es la estrella Polar quien marca el invisible eje inmutable alrededor del cual todos los demás astros giran inexorablemente. La estrella Polar marca lo estable, lo invariante, el Polo de toda la manifestación, por ella pasa el eje imaginario que atraviesa el mundo y alrededor del cual la tierra gira. Este simbolismo axial y por ello mismo polar es el que subyace a la vara de Hermes -y a la cruz cristiana-, que separa y a la vez une en equilibrio a las dos serpientes en el emblema hermético. Es el eje marca lo más central y fundamental, es el Axis Mundi. Y también es este como decimos el simbolismo de la crucifixión: mostrar el camino par ala unificación definitiva de los opuestos -como dijimos un poco más arriba-. Un simbolismo polar que, dicho sea de paso, parece por entero ausente en el símbolo del yin-yang.
Por tanto creemos estar ante un símbolo universal que muestra el Polo como unificador y equilibrador de las fuerzas opuestas que luchan o se enfrentan -como las serpientes del caduceo o la sucesión entre yin y yang del Tao- en la manifestación. La vara de Hermes, así como la cruz en que es elevado Cristo, representan el Eje -el Axis Mundi- alrededor del cual gira el mundo -es decir, la manifestación misma- pero que permanece inalterable y que es el refugio y destino final de todos los seres [5].
[1] La Inmaculada Concepción aparece sobre una luna reciente mientras la Virgen Apocalíptica aparece sobre una menguante.
[2] La Virgen se aparece tradicionalmente en parajes naturales que podrían asociarse fácilmente con las deidades lunares paganas: junto a manantiales, a la entrada de grutas y encima de árboles.
[3] Como ya explicamos en otro lugar el buey y la mula representan las dos mitologías enfrentadas -solar y lunar- que Cristo ha venido a reunir en sí.
[4] Aún cabría profundizar más buscando nuevas asociaciones, por ejemplo reflexionando sobre la herida en el costado, su lugar en el Árbol y a qué pilar corresponde.
[5] 'Cuando sea alzado, atraeré a todos hacia mí' (Jn. 8:27)
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