sábado, 1 de febrero de 2014

Algunas notas sobre el amor cortés: conclusiones (I)


Del 'amor cortés' a la sexualidad moderna.

Para poner fin a estas reflexiones sobre el fenómeno del 'amor cortés' que venimos compartiendo con los lectores quisiéramos analizar la profunda incidencia que el fenómeno medieval del 'amor cortés' tuvo en la formación de la identidad cultural de occidente. Pero antes de ello creemos necesario hacer unas breves matizaciones acerca del lugar en que la postmodernidad ha desterrado el amor. 

En primer lugar resulta llamativo que la psicología moderna, o mejor dicho, las psicologías modernas, hayan despreciado sistemáticamente el fenómeno amoroso, abandonándolo a la literatura y el cine, como algo digno de poco valor. Un hecho de por sí sorprendente, pues el amor, si es que es algo, es una realidad plenamente psíquica, esto es del alma, y como tal pertenece de manera natural al ámbito de estudio de una disciplina que se autodenomina 'psicología' -ciencia del alma-. Tal olvido dice mucho en realidad de los intereses que mueven esta 'disciplina de conocimiento' usurpadora y con pretensiones de ciencia empírica. 


Pero al margen de este significativo olvido de más de un siglo, en las últimas décadas se ha dado un paso más allá, pasando a un ataque directo contra otro de los símbolos de la identidad occidental. Un ataque abanderado principalmente por el feminismo radical, desde el que se acusa al fenómeno amoroso de ser una 'estructura de dominación' del omnipresente patriarcado. Ya hemos comentado anteriormente cómo el feminismo moderno -un proyecto que promueve y celebra la extrema 'atomización' de la sociedad [1]- destaca ante todo por ir contra los fundamentos de la sociedad en general y contra toda relación de horizontalidad propia de la convivencia muy en particular -la problematización de la convivencia o la criminalización de los sexos forma parte de esta estrategia-, por ello no es de extrañar este odio desde el intelectualismo más progresista y nihilista contra un fenómeno puramente relacional y transformador como éste, ya que si existe una relación horizontal entre dos personas que trascienda toda otra categoría -riqueza, familia, sexo, personalidad, etc.- e incluso que vaya contra los dogmas de la ideología del 'hombre-mercado', según la cual todas las relaciones humanas deben estar supeditadas a la utilidad y la rentabilidad, esta relación es precisamente la que se basa en el amor. 

Y lo mismo puede decirse no solo del modelo de relación entre hombre y mujer, que ha sido normativo en la cultura europea, sino de cualquiera de los otros ideales que han existido en la historia basados en el amor, como la caridad cristiana o el agapé platónico

La postmodernidad cumple a la perfección su función propagandística al desacreditar los modelos relacionales del pasado y tratar a la vez de normalizar y justificar moralmente el modelo de hombre insolidario, solitario, cobarde y egoísta, que por lo demás ya ha sido impuesto más o menos por todas partes como una realidad inapelable, propiciado por el modelo capitalista actual. 



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Para acabar estas reflexiones acerca del papel a que ha quedado desterrado el amor por la postmodernidad no debe pasarse por alto que estos virulentos ataques contra el fenómeno amoroso hayan tenido lugar en paralelo a la llamada 'revolución sexual'. El término 'revolución sexual', pese a lo ridículo del mismo, posee un contenido de verdad mayor de lo que parece a primera vista pues lo que implica el término 'revolución' es precisamente aquello de lo que se trata: dar la vuelta o invertir el orden normal de las cosas. La relación entre el fin de uno y el auge de la otra es tan evidente que no requiere mayor comentario: se trata de un proceso de clara inversión anti-tradicional que sirve como herramienta de demolición social por medio de favorecer un individualismo extremo e insolidario que impida todo vínculo estrecho y profundo entre personas. 

No se trata de ninguna casualidad, por tanto, que en el mundo capitalizado y deshumanizado de hoy cuanta más relevancia mediática y visibilidad adquiere el sexo -tema verdaderamente central para el 'pensamiento débil' de la postmodernidad-, más profundamente quede enterrado el amor. 

Para librar presuntamente al sexo del tabú secular que le había sido impuesto por la misma modernidad patriarcal, la postmodernidad -profeta de todas aquellas libertades que aniquilan al sujeto y le roban ante todo su independencia en el ámbito del pensamiento, adoctrinándole y tutelándole como a un ser incapaz de pensar por sí mismo- hiciera recaer ese mismo tabú, pero redoblado, sobre el amor. Ya se puede hablar libremente de sexo, más se prohíbe hablar de amor -sutilmente eso sí, por medio ante todo del descrédito-. En plena era de las libertades, pero donde la dictadura de la moda y de lo conveniente establece un orden ultra-victoriano sobre el pensamiento y las emociones de los sujetos, el amor es el nuevo tabú de la modernidad. 

Ya hemos dicho en ocasiones que la diferencia entre las viejas dictaduras y la actual es que las antiguas se dirigían a reprimir y castigar la acción del sujeto mientras la dictadura de la postmodernidad se dirige ante todo a reprimir y castigar los pensamientos y emociones de la persona, es decir es una dictadura interior, invisible, que socava la personalidad misma. Una imposición tal no requiere de censura exterior, pues el sujeto la ha asumido interiormente. Es por tanto una dictadura invisibilizada bajo la demagogia de la 'libertad' y el 'derecho a decidir'. 

Y no es de extrañar que sea así, pues siendo el amor una realidad que concierne antes que nada al alma, y siendo el alma negada y perseguida por la postmodernidad el fenómeno amoroso no tiene cabida en el deshumanizador paradigma actual. [2]

En todo caso, sorprende que gracias a esta dictadura de lo políticamente correcto, la libertad y lo progre, en occidente no se pueda hablar ya del amor como un hecho real, de dimensión social e individual, sino acaso como una ilusión, un espejismo emocional o sentimental sin importancia para la vida de las personas; no digamos ya abordar su estudio con seriedad desde el ámbito académico, lo que sería otorgarle una legitimidad que para el discurso hegemónico no debe de ninguna manera tener. Estamos por tanto ante un capítulo más de esa 'Guerra de palabras' (ver aquí) dirigido a que esta realidad transformadora del sujeto y liberadora de las cadenas del ego, que ha existido durante siglos, desaparezca definitivamente en el menor tiempo posible. 

Si nos remontamos al modelo del amor romántico que, establecido ante todo en el renacimiento, sobrevivió como ideal amoroso hasta fechas muy recientes en la cultura y el arte europeos, tal modelo procede enteramente del ideal cortés medieval. Este modelo del amor como potente vínculo 'entre iguales' que acerca a dos personas separándoles del resto, estuvo muy presente en la literatura y la música del renacimiento y el barroco pero curiosamente con el avance y la imposición del paradigma moderno aparecieron nuevos modelos que básicamente constituían diferentes perversiones del original, sobre todo en su fase final en la era ilustrada. 

Temas como el 'amor galante', o el 'donjuanismo' personificado en las figuras legendarias de Don Juan y Casanova, quizá su perversión más radical, donde el varón aparece como seductor y es el dominador exclusivo de la relación. Esta evidente diferencia entre el ideal renacentista de 'amor entre iguales' y el ideal ilustrado -profundamente machista- de dominación del varón sobre la mujer, establece una vez más una profunda brecha entre la concepción de igualdad del mundo tradicional medieval y el desviado mundo moderno. Y todo ello viene a llamar la atención sobre el hecho de que la Ilustración -celebrada como raíz y fundamento del occidente actual- sea uno de los periodos sobre el que menos análisis crítico se hayan efectuado por parte de la modernidad y la postmodernidad. 


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Por otra parte, al abordar el amor como fenómeno particular de occidente, estamos ante uno de los pocos casos en que la elaboración del referente moderno, durante más de dos siglos, no pudo destruir el ideal medieval, al menos no en su totalidad, lo cual hay que poner en relación con el hecho de que casi todas las demás concepciones ideológicas modernas -el igualitarismo, el individualismo, la libertad y el liberalismo...- son construcciones elaboradas en oposición a los ideales tradicionales y medievales de jerarquía, comunidad, lealtad, fidelidad, sangre, etc... Es éste quizá uno de los pocos aspectos en los que la modernidad ha supuesto un cierto continuismo con la tradición medieval y no una ruptura absoluta y una inversión. 

Siendo esto así, resulta entonces comprensible que una de las últimas batallas de la postmodernidad por demoler los fundamentos de la sociedad y convertirla en la tabula rasa inclinada a los pies del mercado que sueña, recaiga justamente sobre el amor, como hecho social; al igual que recae con toda su retórica belicosa sobre otras concepciones o instituciones supervivientes del pasado y que han sido herramientas útiles de construcción social, como la familia. 








[1] Aquello cuya misión es dividir y separar puede calificarse de diabólico, en el sentido estricto del término, del griego Διάβολος, lo que arroja, lo que destruye; contrario a lo simbólico, de σύμβoλoν, lo que une. Sobre nuestra tesis acerca del feminismo moderno como inversión del arquetipo femenino ver aquí.  

[2] Queremos h
acer reparar al lector además en que ambos términos se refieren al 'pilar de la emancipación'. 

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