miércoles, 15 de julio de 2020

Los 7 pecados espirituales (VI): la envidia espiritual.

Como todos  los pecados capitales espirituales, la envidia  espiritual es muy relevante en los principiantes. Dice San Juan de la Cruz que el envidioso está inmerso en la tristeza por no apreciar los dones, ni los suyos ni los demás. Los suyos le parecen pocos y de baja categoría. Aspira constantemente a "lograr" que se le aprecie por lo que tiene y no por   lo que es.


El envidioso espiritual detecta enseguida donde hay santidad, porque, como todos, se siente atraído por ella. Se pegará como una lapa a aquel donde la encuentre, y a través  de elogios y confidencias se   granjeará su amistad. Esto que es legítimo e incluso bueno, será la puerta para acceder a su intimidad porque en el fondo el envidioso sólo quiere descubrir su "secreto".

Una vez que cree haberlo descubierto  comenzará a imitar. Si la persona parece muy santa  porque recoge fondos para una causa benéfica, el hará    lo mismo con su propia causa  intentando   recaudar más. Si el otro le atrae por su capacidad de sufrir, comenzará    a contar sus  penas  exagerándolas y cayendo en el victimismo.  Si ve  en él un pozo de sabiduría, se comprará una  cantidad ingente de libros teológicos que anunciará  que ha leído, a pesar de no haber entendido gran cosa o incluso provocarle tedio.  Le pondrá mucho esfuerzo y ganas  en aquello que  piensa consiste la santidad del otro, pero si esos esfuerzos no se ven  pronto recompensados (nadie parece darse cuenta, no recibe elogios a la misma  altura...) no  le siguen el juego en definitiva, entonces de la amistad pasará al más feroz   de os ataques.

El envidioso entonces intentará sacar   a la luz la "hipocresía" del otro,   el pecado oculto bajo capa de santidad. Porque deduce que si a él se le estima menos, pese a todos  sus  esfuerzos, Es porque el otro les tiene engañados. Y como  le conoce bien,   porque ha intimado, le es fácil conseguir esto. Empezará a ser como una obsesión descalificar  al que consideraba  poco tiempo antes "santo". Y aun diciendo que ya no le interesa su vida, la verdad es que seguirá espiando secretamente todas  sus acciones. En redes sociales,  por  ejemplo, le seguirá con una cuenta b. Incluso plagiará lo bueno que encuentre, porque no puede dejar de ver que es  bueno y santo. Pero lo presentará como suyo.  Sentirá cierta satisfacción  en que otros le  concedan la autoría, pese a saber  que les está engañando(precisamente de lo que acusaba al que era su amigo). Cuando los dones de los demás  son   muy evidentes, se siente triste por  no poseerlos, aunque tenga uno que los demás no tienen.


Realmente no encuentra nada extraordinario en esas personas para "merecer" esos dones. Si él los tuviera, piensa, lo haría mucho mejor que ellas. Incluso cuando comparte dones con otros  se entristece si  los demás los usan y él no. 

Por ejemplo: alguien  que domina la contabilidad y sabe que se le da bien, o puede ayudar en los asuntos económicos de la parroquia porque realmente no dispone de tiempo. Por lo tanto el párroco elige a otra persona. El envidioso, en vez de alegrarse porque esa necesidad   está  cubierta, se quejará constantemente: porque no domina el tema, porque se  equivoca, porque en realidad lo hace para ganarse la amistad del cura, etc. Lo que le molesta es que si él no puede hacer algo los demás tampoco porque le dejarían  en evidencia.

Viviría más   tranquilo si los demás ocultaran  sus dones, porque   no se da cuenta de que  es él el que tiene el talento enterrado, al que  no quiere darle el valor real que tiene. 

El santo da gracias constantemente porque surja gente que "llegue y resuelva",  porque   sabe de su  impotencia para la mayoría de las cosas. También buscará la amistad sincera del que destaca en santidad, no para emular ni usurpar, sino para encontrar luz y consejo en sus faltas, problemas y pecados. Pasará por      alto las faltas  en que éste caiga,  porque sabe  que perfecto sólo es Dios y todos caminamos en el difícil  y áspero camino de la vida.

El santo  es feliz con los dones que el Señor le ha dado, asombrado de la confianza al dárselos y agradecido por tener algo que poder poner a su disposición. El envidioso considera que sus dones no son "adecuados" para el Señor. Por eso se  afana  buscando conseguir otros  más  brillantes o importantes. No es que no reconozca que no los tiene,  sino que  los usa      para otras cosas que le dan mayor provecho. Por  ejemplo escribe novelas históricas,  pero nunca biografías de Santos porque las primeras tienen "mejor salida", pero ¡qué feliz sería si supiera tocar el órgano de la Catedral!

Cree de verdad que Dios reparte mal los dones. El envidioso espiritual es como el niño pequeño que toma la moneda que otro  le  da y piensa que es bueno porque la echa al cestillo.

El  santo  es el que toma  la  única  moneda que ganó fregando platos  y la entrega para que otros  se la gasten en lo que  necesiten. El santo  no  quiere tener  más    de lo que tiene,  sino que sabe que Dios le ha dado todo lo que necesita para darle una gran gloria. No  es la cantidad, sino el amor  con el que pone a disposición los dones por lo que sus actos deslumbran.  ¿Y sabéis por qué? Porque sean más, sean menos, para  Dios son  igual de valiosos que el óbolo de la viuda.


Volver a Los 7 pecados espirituales (V): la gula espiritual.

Ir a Los 7 pecados espirituales (VII): la pereza espiritual.






No hay comentarios: