Como todos los pecados capitales espirituales, la envidia espiritual es muy relevante en los principiantes. Dice San Juan de la Cruz que el envidioso está inmerso en la tristeza por no apreciar los dones, ni los suyos ni los demás. Los suyos le parecen pocos y de baja categoría. Aspira constantemente a "lograr" que se le aprecie por lo que tiene y no por lo que es.
El envidioso espiritual detecta enseguida donde hay santidad, porque, como todos, se siente atraído por ella. Se pegará como una lapa a aquel donde la encuentre, y a través de elogios y confidencias se granjeará su amistad. Esto que es legítimo e incluso bueno, será la puerta para acceder a su intimidad porque en el fondo el envidioso sólo quiere descubrir su "secreto".
Una vez que cree haberlo descubierto comenzará a imitar. Si la persona parece muy santa porque recoge fondos para una causa benéfica, el hará lo mismo con su propia causa intentando recaudar más. Si el otro le atrae por su capacidad de sufrir, comenzará a contar sus penas exagerándolas y cayendo en el victimismo. Si ve en él un pozo de sabiduría, se comprará una cantidad ingente de libros teológicos que anunciará que ha leído, a pesar de no haber entendido gran cosa o incluso provocarle tedio. Le pondrá mucho esfuerzo y ganas en aquello que piensa consiste la santidad del otro, pero si esos esfuerzos no se ven pronto recompensados (nadie parece darse cuenta, no recibe elogios a la misma altura...) no le siguen el juego en definitiva, entonces de la amistad pasará al más feroz de os ataques.
El envidioso entonces intentará sacar a la luz la "hipocresía" del otro, el pecado oculto bajo capa de santidad. Porque deduce que si a él se le estima menos, pese a todos sus esfuerzos, Es porque el otro les tiene engañados. Y como le conoce bien, porque ha intimado, le es fácil conseguir esto. Empezará a ser como una obsesión descalificar al que consideraba poco tiempo antes "santo". Y aun diciendo que ya no le interesa su vida, la verdad es que seguirá espiando secretamente todas sus acciones. En redes sociales, por ejemplo, le seguirá con una cuenta b. Incluso plagiará lo bueno que encuentre, porque no puede dejar de ver que es bueno y santo. Pero lo presentará como suyo. Sentirá cierta satisfacción en que otros le concedan la autoría, pese a saber que les está engañando(precisamente de lo que acusaba al que era su amigo). Cuando los dones de los demás son muy evidentes, se siente triste por no poseerlos, aunque tenga uno que los demás no tienen.
Realmente no encuentra nada extraordinario en esas personas para "merecer" esos dones. Si él los tuviera, piensa, lo haría mucho mejor que ellas. Incluso cuando comparte dones con otros se entristece si los demás los usan y él no.
Por ejemplo: alguien que domina la contabilidad y sabe que se le da bien, o puede ayudar en los asuntos económicos de la parroquia porque realmente no dispone de tiempo. Por lo tanto el párroco elige a otra persona. El envidioso, en vez de alegrarse porque esa necesidad está cubierta, se quejará constantemente: porque no domina el tema, porque se equivoca, porque en realidad lo hace para ganarse la amistad del cura, etc. Lo que le molesta es que si él no puede hacer algo los demás tampoco porque le dejarían en evidencia.
Viviría más tranquilo si los demás ocultaran sus dones, porque no se da cuenta de que es él el que tiene el talento enterrado, al que no quiere darle el valor real que tiene.
El santo da gracias constantemente porque surja gente que "llegue y resuelva", porque sabe de su impotencia para la mayoría de las cosas. También buscará la amistad sincera del que destaca en santidad, no para emular ni usurpar, sino para encontrar luz y consejo en sus faltas, problemas y pecados. Pasará por alto las faltas en que éste caiga, porque sabe que perfecto sólo es Dios y todos caminamos en el difícil y áspero camino de la vida.
El santo es feliz con los dones que el Señor le ha dado, asombrado de la confianza al dárselos y agradecido por tener algo que poder poner a su disposición. El envidioso considera que sus dones no son "adecuados" para el Señor. Por eso se afana buscando conseguir otros más brillantes o importantes. No es que no reconozca que no los tiene, sino que los usa para otras cosas que le dan mayor provecho. Por ejemplo escribe novelas históricas, pero nunca biografías de Santos porque las primeras tienen "mejor salida", pero ¡qué feliz sería si supiera tocar el órgano de la Catedral!
Cree de verdad que Dios reparte mal los dones. El envidioso espiritual es como el niño pequeño que toma la moneda que otro le da y piensa que es bueno porque la echa al cestillo.
El santo es el que toma la única moneda que ganó fregando platos y la entrega para que otros se la gasten en lo que necesiten. El santo no quiere tener más de lo que tiene, sino que sabe que Dios le ha dado todo lo que necesita para darle una gran gloria. No es la cantidad, sino el amor con el que pone a disposición los dones por lo que sus actos deslumbran. ¿Y sabéis por qué? Porque sean más, sean menos, para Dios son igual de valiosos que el óbolo de la viuda.
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