lunes, 13 de julio de 2020

Los 7 pecados espirituales (IV): la ira espiritual.

Al contrario  de lo   que solemos pensar, las personas con ira espiritual no son violentas sino perfectamente civilizadas, comedidas, educadas, etc. La ira espiritual se presenta en forma "buena", como crítica exigente, no como algo grosero. De hecho aparece rodeada de "virtud".
El que tiene ira espiritual cae con frecuencia en el perfeccionismo. Se exige a sí mismo hasta  la extenuación, sabiendo lo que le cuesta conseguir ser virtuoso. A causa de ese "esfuerzo", inconscientemente tacha de "insolidarios" a los que no se esfuerzan como  él.
Dice San Juan de la Cruz que la ira espiritual es típica  de los principiantes que están tan centrados en las "exigencias"  de las  virtudes propias que su mirada se dirige siempre a los lugares donde no las encuentran. Esto les causa molestia.
"Los demás deberían exigirse más, como yo", "por culpa  de la tibieza  de otros no tengo el mundo armonioso que debería ser", "¿cómo puede ese estar tan relajado pecando así?"
Sienten que los demás necesitan despertar a sus propios pecados por lo que se sienten en la obligación de señalarle  sus faltas  y flaquezas, no por caridad y compasión, sino por la ira espiritual que le consume porque no se hace lo que hay que hacer. Pero disfrazan esa ira de  palabras benevolentes y consejos evangélicos que, de no ser escuchados,  se trocarán en más ira.
Es notoria la impaciencia en los que tienen ira espiritual. Impaciencia con    ellos mismos, que deberían ser santos ya, e impacientes con los demás que deberían tener una conversión paulina.  También   la insatisfacción, puesto    que piensan que deberían hacer más de lo que hacen.
Existe un semi peliagianismo muy escondido en la   ira espiritual, porque se pone más acento en el propio esfuerzo, en  lo que yo hago, que en la gracia. Y eso es agotador y frustrante y por eso la ira.
Uno de los síntomas  propios de la ira es la tendencia a estar en desacuerdo con  todo lo que no siga el "esquema" de perfección que ellos siguen  a rajatabla. El famoso, “sí, pero…".
Precisamente porque son perfeccionistas se obsesionan "con mejorar las cosas" y como esto    no ocurre entra el agobio y la necesidad de hacer más cosas. Porque ya es una "obligación" mostrar lo que se está dejando de hacer. Ven dejadez y desidia por todas  partes. En el fondo piensan que  sería más fácil para ellos practicar la virtud si todos los demás fueran virtuosos.

También hay enojo contra Dios, que permite "demasiado" ciertas cosas. Ansían la parusía no por la gloria de Dios ni por el  reino  del Amor en las almas,  sino porque se haga justicia ante tanto  descontrol. Esto es amor imperfecto. La justicia es amor, pero el interés personal  no puede estar en primer  lugar. "Va a venir Dios a poner orden en lo que yo quiero".
Son exigentes al  máximo con los que tienen cargo de autoridad, no pasándole la más pequeña falta "porque tienen que dar ejemplo".
Todos estos pensamientos son expresados con palabras suaves, templándose al máximo para no decir lo que en realidad quieren decir. Es decir, viven continuamente una ira contenida. Por eso  llega el día en que por las propias fuerzas no pueden seguir conteniéndola y estallan.
Precisamente porque sufren por las faltas de virtud, se hacen insufribles, desabridos y amargados y no hay quien los sufra. Porque viven  en un constante estado de indignación y aunque no son conscientes, lo transmiten aún a través de sus  comedidos comentarios.
Esto está muy lejos de la mansedumbre que junto  a la templanza es la virtud que controla la ira. El santo no piensa que el mundo tenga que cambiar para ser el  más santo, sino que, dejando actuar a la gracia para que su vida cambie, puede ayudar a que no haga él mismo más daño.
El santo es manso, no va  exigiendo, sino acompañando. Soporta los errores y vicios de los demás para acercarse, para anunciar a Cristo, para poner amor donde no lo hay. Porque sabe lo que le cuesta, entiende al que es débil y pide para él la gracia que ha experimentado.
En el santo  no hay "nada que contener" sencillamente porque no piensa cosas que no deba decir.  Él sabe que no lo ha conseguido únicamente por su esfuerzo (practicar la virtud contraria al vicio, por supuesto que es necesario) Sino que ha sido gracias a una purificación divina de su modo de pensar y de ver a los demás por lo que esto es posible.
El santo es exigente consigo mismo sin llegar a la obsesión, se exige hasta lo que puede y pide más gracia ante    lo que no alcanza. No intenta ser más virtuoso de lo que es, sino menos pecador. No encuentra faltas donde quiera que mira,  sino que busca a Dios y como lo busca, lo encuentra. Por eso no vive enojado sino gozoso. Ha descubierto que actuando así, descansa. Siendo manso y humilde de corazón.


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