Al
contrario de lo que solemos pensar, las personas
con ira espiritual no son violentas sino perfectamente civilizadas, comedidas, educadas, etc. La ira espiritual se presenta en forma "buena", como crítica exigente, no como algo grosero.
De hecho aparece rodeada de "virtud".
El
que tiene ira espiritual cae con frecuencia en el perfeccionismo. Se exige a sí mismo hasta la extenuación, sabiendo lo que le
cuesta conseguir ser virtuoso. A causa de ese "esfuerzo", inconscientemente tacha de "insolidarios" a los que no se esfuerzan como él.
Dice San Juan de la Cruz que la ira espiritual es típica de los principiantes
que están tan centrados en las "exigencias" de las virtudes
propias que su mirada se dirige siempre a los lugares
donde no las encuentran. Esto les causa molestia.
"Los demás deberían exigirse más, como yo",
"por culpa de la tibieza de otros no tengo
el mundo armonioso que debería ser", "¿cómo
puede ese estar tan relajado pecando así?"
Sienten
que los demás necesitan despertar
a sus propios pecados por lo que se sienten en
la obligación de señalarle sus faltas y flaquezas, no por caridad
y compasión, sino por la ira espiritual que
le consume porque no se hace lo que hay que hacer.
Pero disfrazan esa ira de palabras
benevolentes y consejos evangélicos
que, de no ser escuchados, se trocarán en
más ira.
Es
notoria la impaciencia en los que tienen ira espiritual. Impaciencia con ellos mismos, que deberían ser santos ya,
e impacientes con los demás que deberían tener una
conversión paulina. También la
insatisfacción, puesto que piensan que deberían
hacer más de lo que hacen.
Existe un semi peliagianismo muy escondido en la ira
espiritual, porque se pone más acento en el propio esfuerzo, en lo
que yo hago, que en la gracia. Y eso es agotador y frustrante y por eso la ira.
Uno de los síntomas propios de la ira es la tendencia
a estar en desacuerdo con todo lo
que no siga el "esquema" de perfección
que ellos siguen a rajatabla. El famoso,
“sí, pero…".
Precisamente
porque son perfeccionistas se obsesionan "con
mejorar las cosas" y como esto no ocurre entra el agobio y la necesidad de hacer más cosas. Porque
ya es una "obligación" mostrar lo que
se está dejando
de hacer. Ven dejadez y desidia por todas partes. En el fondo piensan
que sería más fácil para ellos practicar la virtud si todos
los demás fueran virtuosos.
También
hay enojo contra Dios, que permite "demasiado" ciertas cosas. Ansían la parusía no por la gloria de Dios ni por el reino del
Amor en las almas, sino porque se haga justicia ante tanto descontrol.
Esto es amor imperfecto. La
justicia es amor, pero el interés personal no puede estar en primer lugar. "Va a venir Dios a poner orden en lo que yo quiero".
Son exigentes al máximo con los que tienen cargo
de autoridad, no pasándole la más pequeña falta "porque tienen que dar ejemplo".
Todos estos pensamientos
son expresados con palabras suaves, templándose
al máximo para no decir lo que en
realidad quieren decir. Es decir, viven continuamente
una ira contenida. Por eso llega el día en
que por las propias fuerzas no pueden seguir conteniéndola y estallan.
Precisamente
porque sufren por las faltas de virtud, se hacen insufribles, desabridos y amargados y
no hay quien los sufra. Porque viven en un constante
estado de indignación y aunque no son conscientes, lo transmiten aún a través de sus comedidos comentarios.
Esto está muy lejos de
la mansedumbre que junto a la templanza es la virtud que controla la ira. El santo no piensa que el mundo
tenga que cambiar para ser el más santo, sino que, dejando actuar a la gracia para que su
vida cambie, puede ayudar a que no haga él mismo más daño.
El
santo es manso, no va exigiendo, sino acompañando. Soporta los errores y vicios de
los demás para acercarse, para anunciar a Cristo, para poner amor donde
no lo hay. Porque sabe lo que le cuesta, entiende al que es débil y pide para
él la gracia que ha experimentado.
En el santo no hay "nada que contener" sencillamente porque no piensa cosas que no deba decir. Él sabe que no lo ha conseguido únicamente por
su esfuerzo (practicar la virtud contraria al vicio, por supuesto que es
necesario) Sino que ha sido gracias a una purificación divina de su modo de pensar y de ver a los demás por lo
que esto es posible.
El santo es exigente consigo mismo sin llegar a la obsesión,
se exige hasta lo que puede y pide más gracia ante lo
que no alcanza. No intenta ser más
virtuoso de lo que es, sino menos
pecador. No encuentra faltas donde quiera que mira, sino que busca a Dios y como lo busca, lo encuentra.
Por eso no vive enojado
sino gozoso. Ha descubierto que actuando así, descansa.
Siendo manso y humilde de corazón.
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