jueves, 25 de diciembre de 2014

Símbolos de la Natividad: el árbol de Navidad (I)



"A los que vivían en tierra de sombras una luz brillante los cubrió. 
Acrecentaste el regocijo, multiplicaste la alegría: 
alegría por tu presencia, como la alegría en la siega."
(Is. 9:2)


Al enfrentarnos al significado del conocido árbol navideño, presente en tantos hogares cuando se celebra el nacimiento de Jesús cada 25 de diciembre, nos encontramos ante otro caso de ataque premeditado contra un símbolo tradicional con la intención de desacreditarlo y borrar por completo el sentido profundo que tal símbolo contiene. Un caso bastante similar en su fondo e intención al que viene sucediendo en las últimas décadas con los tradicionales animales del Pesebre, el buey y la mula, y que ya hemos tratado (ver aquí)

Si la presencia del buey y la mula en el Portal de Belén ha sido en los últimos tiempos cuestionada por no encontrarse referencia explícita a dichos animales en el Evangelio -olvidando de paso que también lo que la iglesia practica forma parte de la Tradición-, el árbol navideño es acusado cada año con mayor beligerancia de ser un símbolo pagano y extranjero y, en definitiva, de ser una tradición dudosamente compatible con la fe cristiana. 


Resulta llamativo que todas estas campañas acostumbren a aparentar un exceso de celo y de rigor por la pureza de la tradición, a la cual supuestamente quieren librar de elementos espurios, a pesar de lo cual no es difícil advertir que lo que realmente persiguen tales campañas es destruir la tradición en su esencia más profunda, pues nunca ninguna de ellas atiende jamás al verdadero significado esotérico -es decir espiritual y metafísico- de los símbolos contra los que carga, sino que atienden exclusivamente a los factores más superficiales y anecdóticos del asunto, demostrando con ello lo lejos que están de comprender los símbolos en su justa medida, así como de cualquier enseñanza tradicional del tipo que sea. 


Es evidente que semejantes disparates solo pueden tener lugar cuando se ha extendido por toda la sociedad un olvido absoluto de lo que supone el simbolismo como vía de enseñanza espiritual, olvido que impide ver un símbolo en lo que es verdaderamente y solo permite tomar en consideración el cómo, esto es el fenómeno por el que dicho símbolo se manifiesta. Este olvido que señalamos es fruto directo del 'punto de vista' materialista y profano que se ha hecho por completo hegemónico en nuestra sociedad y que supone una considerable merma intelectual para todo aquel que lo comparte. En el establecimiento de este 'error intelectual' entre nuestros contemporáneos ha tenido una influencia muy considerable la 'ilusión historicista', divulgada desde la 'intelectualidad' del sistema y desde el mundo académico-libresco como una verdad incuestionable y según la cual cualquier 'fenómeno cultural' ha de ser reducido a un asunto histórico y de contexto -del tipo 'prestamos culturales' o cualquier otra categoría al efecto-, que para lo único que sirve es para privar de su idiosincrasia y de toda significación profunda el símbolo de que se trate.  

Quisiéramos advertir por último, y para dar por concluidas estas reflexiones introductorias, que el origen pre-cristiano del Árbol de Navidad no le resta nada de su significado metafísico más profundo -que como veremos a continuación apunta hacia la Tradición Primordial o Sophia Perennis y es complementario al del mismo Portal de Belén-, ni le enfrenta en absoluto con las creencias y tradiciones cristianas, lo cual es imposible cuando se trata de símbolos tradicionales que remiten a la Verdad y a la realidad más esencial. Por otra parte, basta echar un vistazo al arte románico para percatarse de que el cristianismo asimiló muchos más mitos, leyendas y símbolos de otras tradiciones de lo que a menudo se supone sin por ello perder su esencia, más bien al contrario. 


En cuanto al caso concreto que nos ocupa, el del árbol navideño, las divagaciones sobre su antigüedad o su origen histórico no deben distraernos de su significado primordial y esencial, que es a lo que atenderemos en lo que sigue, entendiendo que el origen de todo símbolo verdadero es en todo caso, y sea cual sea su devenir histórico, supra-humano. En consecuencia, el hecho de que este símbolo se haya extendido durante el último siglo a regiones y pueblos de todo el mundo, como el mediterráneo, de la mano de una incuestionable influencia anglosajona, no nos parece que sea motivo de rechazo, por el contrario debe ser visto como algo providencial si es que se hace un esfuerzo por comprender el significado de un símbolo tan ancestral como bello y sintético. Máxime cuando desde esas mismas regiones culturales nos llegan tantas influencias nefandas que son consentidas y hasta celebradas por parte de nuestros contemporáneos. Resulta entonces muy significativo que sean los símbolos más ancestrales los que despierten rechazo. 


Creemos que es obligación de todos aquellos que se sientan vinculados y comprometidos de alguna forma con la Tradición recuperar el sentido de los símbolos y el valor de las tradiciones, aunque tan solo sea a fin de restaurar su dignidad, en una época que se jacta de su desprecio por todo lo pasado. 



El simbolismo Polar y Primordial del Árbol de Navidad.


Atendiendo ya al símbolo que nos ocupa digamos en primer lugar que el árbol de navidad por excelencia es el abeto (Abies sp.). Se ha señalado a menudo que es así debido a que su follaje es perenne y conserva su verdor durante todo el invierno. Sin embargo esta razón, aún siendo cierta, resulta insuficiente, pues no agota el significado de este árbol ni resulta tampoco determinante en su elección como símbolo privilegiado del solsticio del invierno, pues existen muchos otros árboles que manteniendo la hoja en invierno le habrían podido disputar el privilegio de ser el heraldo de la Luz eterna y de un nuevo ciclo. 

En realidad lo que le otorga su particularidad simbólica es una combinación de dos factores. Uno de esos factores es, en efecto, su cualidad perenne y el otro, no menos importante que el primero, es su carácter polar. Y este carácter polar le viene dado al abeto tanto por su apariencia formal, como por el entorno en que habita.  


El abeto es el árbol por antonomasia de la taigá y el bosque boreal, donde la estación cálida es especialmente reducida y donde otros árboles son completamente incapaces de prosperar, dándose además la circunstancia de que en latitudes más meridionales los árboles son mayoritariamente de hoja caduca. Por elloel hecho de que abeto conserve su verdor a lo largo del invierno resulta al menos tan significativo simbólicamente como el hecho de que lo haga en latitudes tan septentrionales, pues es el árbol que habita más al norte, más allá del cual solo restan la tundra y los hielos casi perpetuos. Estamos por tanto ante una especie vegetal de carácter claramente circumpolar. 


Este carácter circumpolar le convierte en una referencia que apunta hacia el Polo espiritual -del cual es símbolo el polo terrestre- con todo lo que ello significa, no solo en referencia al Polo metafísico del cual emana la manifestación sino también en un sentido temporal o cíclico, pues el Polo metafísico representa también el comienzo del actual ciclo de manifestación. El hecho de tender hacia el polo terrestre y rodearlo aparentemente equivale simbólicamente a proteger ese Centro cósmico o Polo espiritual. 


Respecto al simbolismo cíclico contenido en todo símbolo polar, recordemos que referirse a la tradición Polar es equivalente a hablar de Tradición Primordial. Todas las tradiciones habidas en el presente ciclo humano son adaptaciones, como dijera Coomaraswamy de aquella primera tradición no escrita y presente en el corazón de los primeros hombres, de tal modo que ninguna tradición presente puede reivindicar superioridad sobre las otras, pues todas son de algún modo 'reflejos' de aquella, adaptaciones particulares que hacen énfasis en unos u otros aspectos. Las tradiciones particulares denominan esa tradición que está en el origen como Tradición Primordial, pero no son pocas las que de la que se refieren a ella como Tradición Hiperbórea, lo que literalmente significa 'más allá del norte'. El norte aquí, al igual que las cumbres de las más altas montañas, son símbolos tanto de la cercanía a los cielos como del origen del ciclo.  


Hay aquí una correspondencia particularmente significativa, aunque habitualmente ignorada, que relaciona este simbolismo Polar-Primordial con la historia y la geografía sagradas. Es curioso que incluso la ciencia de la historia moderna -y por tanto profana- relacione el comienzo de lo que nosotros denominaremos 'actual ciclo humano' con la era de las glaciaciones. Esto implica que lo que ahora son para nosotros símbolos 'polares', en el sentido geográfico terrestre, estaban mucho más extendidos, lo que abarca tanto el clima como ecosistemas y especies animales y vegetales que habitaban en aquel tiempo. Desde esta perspectiva el bosque boreal puede ser considerado un ecosistema relíctico en constante regresión desde el comienzo del ciclo, y las formas vivas que lo habitan y que son más propias del mismo -por lo que funcionan a modo de símbolos del mismo- pueden ser vistas como restos de aquella época que, de algún modo, fue la 'era primordial'. 


Por sorprendente que pueda parecer, siguiendo los principios de la geografía sagrada y en función de la ley de analogía, la progresiva reducción y desaparición de los elementos y símbolos más propios de la 'geografía polar' o 'naturaleza hiperbórea' -cuyo caso paradigmático es la reducción de los glaciares alpinos y del casquete polar- es una suerte de metáfora natural de la regresión espiritual que conlleva el descenso cíclico. Dicho esto es previsible que el fin del presente ciclo de la humanidad coincida con la desaparición -el ocultamiento- de todo elemento polar, en tanto manifestación exterior y mero testimonio de la Tradición Primordial, que es como los antiguos pueblos indoeuropeos entendían la presencia de las nieves perpetuas en las cumbres de las montañas [1], como un testimonio del origen y una suerte de reserva o centro espiritual. 



El árbol de Navidad como símbolo de esperanza. 

Tunc incipient dicere montibus cadite super nos et collibus operite nos. 
Quia si in viridi ligno haec faciunt in arido quid fiet.
(Lc. 23:30-31)


Pero los significados del árbol navideño no se agotan aquí. Además de constituir un símbolo vivo de la Tradición Primordial y de ser una referencia directa al origen y principio de este ciclo de manifestaciónel simbolismo circumpolar del árbol de Navidad es todavía mucho más rico y profundo, pues señala en dirección a ese 'espacio último' en que la vida es posible, más allá del cual solo queda el desierto helado. Este espacio o límite representa una frontera física tanto como metafísica: no sólo es el lugar a partir del cuál la vida -la manifestación formal de los seres- resulta imposible sino que simbólicamente -rescatando una vez más los principios de la geografía sagrada- el desierto helado que queda más allá -la tundra en realidad- es el mundo de los arquetipos o principios superiores, lugar al que retorna toda manifestación para ser re-absorbida en los mismos. 



El abeto es entonces un símbolo liminar, de frontera, y más exactamente de esa frontera sutil que separa los 'mundos manifestados' de los 'mundos principiales' pertenecientes a la no-manifestación, mundos simbolizados frecuentemente por las nieves y los hielos perpetuos. 

Ahora bien, y volviendo a la cualidad perennifolia del abeto, conservar el verdor en tales circunstancias, en un ambiente tan hostil, es verdaderamente un ejemplo de lucha y resistencia frente a las fuerzas destructivas de la oscuridad y el invierno. Frente a estas fuerzas de la oscuridad, en realidad las fuerzas de la anti-tradición y tinieblas metafísicas presentes en el fin del ciclo que buscan borrar cualquier testimonio de la Tradición Primordial, el árbol de la Navidad se mantiene firme. [2]


Es esto lo que otorgó un valor sagrado al abeto para los antiguos pueblos indoeuropeos, y es por ello que el abeto se convirtió en testimonio a la vez del origen de esos pueblos y de su destino, pues siendo un testimonio inquebrantable del Origen del ciclo, era también un ejemplo de la actitud exigida para afrontar el final del mismo, una lección que supera cualquier otra consideración simbólica. 


La permanencia del verdor del abeto durante el solsticio de invierno manifiesta una confianza imbatible en un nuevo comienzo, un nuevo ciclo y una nueva Edad de Oro, lo que remite a una cualidad imprescindible en la lucha espiritual: la Esperanza, que precisamente es una Virtud teologal. En efecto es a través de este simbolismo que el verde ha llegado a ser considerado el color de la esperanza. 


Por ello para el simbolismo cristiano el árbol navideño es ante todo un símbolo del Tiempo de Adviento, ese tiempo de confiada espera en lo que ha de venir y que anuncia la proximidad del Nacimiento del Hijo de Dios. Por otra parte, la idea de restauración del Orden primordial -la mítica Edad de Oro- es inseparable de la celebración de la Navidad cristiana:

"La Paz no tendrá fin (...) sobre su territorio, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia." (Is. 9:6)


Como vemos todas estas características convierten al abeto en general en mucho más que un simple árbol y al árbol de Navidad en particular en un símbolo tradicional de primera importancia pues, además de ser testimonio vivo del Origen y de la Tradición Primordial, es un heraldo que, al modo de Juan el Bautista, anuncia la inminente venida de esa Luz que "brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron" (Jn. 1:5). [3]  




*



[1] Explicar el simbolismo del hielo y la nieve, así como el simbolismo de la montaña que se relaciona con ellos, nos alejaría demasiado del objeto de este ensayo. Esperamos poder extendernos sobre este tema pronto. Baste decir que la nieve es un símbolo de la Potencia Universal, la Prakriti, y que por ello a menudo se ha asociado con la Virgen María. El caso más evidente es el de la advocación de Nuestra Señora de las Nieves en el monte Esquilino de Roma. En la cábala hebrea es un símbolo de la Shekinah, la Novia o la Esposa, elemento al cual nos referimos más concretamente en la segunda parte de este ensayo. 

[2] Ciertamente este simbolismo admite una interpretación esotérica o mística. Según esta interpretación las tinieblas del invierno serían la Noche Oscura y la "luz cegadora" (Is. 9:1) que ilumina a quien camina a oscuras es la Divina presencia en el alma del hombre. Este sería el simbolismo esotérico de la Navidad misma y de la celebración del solsticio de invierno por parte de los pueblos paganos.    


[3] Recordemos que una de las cuatro velas de la Corona de Adviento simboliza a Juan Bautista. 

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