lunes, 1 de diciembre de 2014

La medicina de Hildegarda de Bingen (IV): música y piedras preciosas


¿El chamanismo?, una canción muy especial, un ritmo que nos devuelve la memoria de nuestra forma y salud, un estado propio –no ajeno- que, irrumpiendo, nos desvela nuestra forma, nuestros desequilibrios y el viático hacia la salud. 
A todo esto se añadirán unos importantes conocimientos de herboristería y, también, un conocimiento preciso en el manejo del tempo ritual, de los cánticos, símbolos, representaciones y demás cifras de vida que vengan a convocarse.

José Carlos Aguirre, 'Chamanismo: Rastros y ecos distantes'. [1]


Más allá de la visión holística de la salud humana -que es correlato inevitable de una visión compleja y comprehensiva del del ser humano- así como de la medicina entendida como un 'arte del equilibrio', dirigida a restituir la armonía perdida entre cuerpo y alma tanto como entre el ser y la existencia, la parte y el todo, restan dos aspectos de la práctica médica de Hildegarda relativamente conocidos por el gran público que sorprenden muy especialmente a la mentalidad moderna: 
  • el empleo de piedras preciosas y 
  • el uso terapéutico de la música. 
Y sorprenden aún más cuando constatamos que para Hildegarda eran dos prácticas consideradas centrales en el desempeño de  su labor médica. 




Medicina y música. 

Comprender el papel que la música desempeñaba en la sociedad medieval y el extraordinario valor que se le otorgaba -valor del que es consecuencia directa la importancia y el uso que le diera Hildegarda- supondría desarrollar una 'teología de la música' que expusiera el nivel ontológico superior que era atribuido en la edad media al arte musical.

Tal cosa está más allá de las pretensiones de este breve ensayo, a pesar de lo cual creemos imprescindible una exposición breve de cómo se concebía la música de modo general en la edad media, a fin de situar razonablemente bien al menos el contexto cultural en que Hildegarda prestó atención a este arte y lo empleó como herramienta terapéutica de sanación. No debe olvidarse que ella misma compuso una serie de obras musicales admirables destinadas a la liturgia y los ritos de su comunidad religiosa que, aunque son cada vez más frecuentemente interpretadas, son muy rara vez explicadas y comprendidas en su dimensión más profunda. 

En cuanto al papel social que jugaba la música en la civilización medieval, este no puede ser de ningún modo infravalorado, no debe pasarse por alto que la música tenía una enorme presencia a lo largo de la existencia de las personas ya que ocupaba un lugar privilegiado en todos los acontecimientos más importantes de la vida, desde el nacimiento a la muerte pasando por el trabajo cotidiano o la guerra, de manera que puede decirse que el hombre medieval crecía, vivía, amaba y moría inmerso en un ambiente sorprendentemente musical, rodeado de todo tipo de músicas, en plural, pues la variedad de estilos y tipos musicales estaba en relación directa con los usos a que esta era destinada.  Es decir existían unos modos de música normativos dirigidos a cada uso particular: ceremonias seculares, ceremonias religiosas, fiestas populares, la guerra, etc... Intérpretes -músicos, bailarines, etc.- e instrumentos musicales ocupaban un lugar central en el arte, e incluso resultan frecuentes en las representaciones medievales del cielo y el infierno. 



La profanación del arte musical por parte de la sociedad de consumo. 

Difícil de imaginar convenientemente un entorno tal desde la mirada del hombre moderno, que ve como la música invade espacios y momentos para los que no está destinada y cómo a medida que se oye más música en todo tiempo y en todo lugar paradójicamente ésta es cada vez menos escuchada. En la sociedad de la tecnología y la impermanencia la música pasa a ser un ruido más entre otros muchos, imposible de escuchar durante el tiempo necesario para comprenderla, un ruido que colabora a aumentar el festival de confusión y sobre-estimulación en que transcurre la vida del hombre moderno, entre la embriaguez y el esperpento, lo cual es especialmente lamentable, pues es lo contrario al sentido original del fenómeno musical, dirigido ante todo a celebrar y sacralizar el momento presente

Convertir la música en un ruido es, dicho sin ambages, la perversión absoluta del valor y el alcance espirituales de la música -tal y como tendremos ocasión de detallar a continuación-; una perversión muy acorde al signo de los tiempos y al vaciamiento de sentido de todas las artes que acompaña de manera inevitable a la secularización -que es equivalente a decir profanación- de la vida humana por parte de la modernidad. 

Todo ello es consecuencia de la profunda des-contextualización que ha padecido la música  en el último siglo, des-contextualización propiciada en especial por la tecnología. Parece una simpleza decir que, en la edad media, para escuchar música tenía que haber intérpretes, hombres y mujeres que supieran tocarla y cantarla, pero así es, siendo que ahora no se necesita a nadie para hacer sonar "música". Y tal realidad, pese a lo obvio que pudiera parecer, cambia por completo la percepción y la experiencia musical por parte del oyente que la veía personalizada en aquellos que la interpretaban, y podía otorgarle su justo valor como creación original del genio humano. La mecanización de la escucha musical que propicia la tecnología distorsiona nuestra percepción, invisibiliza a quien hay detrás de ese arte, y le roba valor y dignidad al propio hecho musical, le roba el alma -como a todo lo demás- porque la banaliza al convertirla en una mercancía más entre todas, por tanto la música deja de ser percibida como un producto del esfuerzo y el saber humanos... Todo esto sin referirnos a las cada vez más abundantes músicas que en su extremada simpleza y maquinización no necesitan prácticamente de nadie para ser producidas y consumidas, acercándose peligrosamente a la producción de mercancías en serie. [2]  

Todo esto posee profundas consecuencias psicológicas a nivel de percepción y construcción del sentido de la propia vida humana, aunque semejantes reflexiones se escapan al cometido de este artículo. Baste decir que la banalización del arte, unida a la desaparición de la idea de un original propiciada por la replicabilidad y el consumo de las copias, supone un modo de ver el mundo en que el tiempo es cada vez más fragmentado y discontinuo, donde la acumulación de fenómenos y la recolección de experiencias posee superioridad frente a la calidad, especificidad y unicidad del momento vivido. Se pierde la concepción del tiempo cualitativo, el kairós de los griegos. 

Por tanto, el hecho innegable de que en la sociedad actual suene más música, y que esta suene casi en todas partes y sin parar, resulta enormemente perjudicial para la propia música pues le roba su potencia transformadora como instrumento del espíritu, así como su dignidad y su especificidad a un fenómeno considerado sagrado por tantos pueblos como es el hecho musical, que es intrínseco como pocos a la naturaleza humana. 



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Las anteriores reflexiones nos ponen en la pista de cómo la importancia otorgada a la música en la edad media superaba sobradamente la dimensión sensual y el objetivo del entretenimiento. Para una mentalidad tan profundamente simbólica como la medieval la música no podía quedar fuera del sistema cosmológico y de correspondencias, de corte pitagórico-platónico, de modo que la música era mucho más que un divertimento e incluso trascendía su valor como lenguaje, en tanto que modo de discurso mediante el cual transmitir unos contenidos o unos valores determinados -piénsese por ejemplo en su uso como vehículo de enseñanzas religiosas o como propaganda política-.

Es decir la música era en sí misma, un arte simbólico. La justificación de este carácter simbólico es doble:
  • por una parte la naturaleza eminentemente sutil de la música, algo sobre lo que ya habían reflexionado Boecio y san Agustín al final de la época clásica y comienzo de lo que llamamos edad media. 
Dicha naturaleza sutil sitúa a la música en un nivel intermedio entre los mundos superiores y los mundos terrestres. Es decir por su misma naturaleza la música es intermediaria entre ambas realidades y su lugar propio es el 'mundo intermedio', lo que en la tradición simbólica occidental se representa por el elemento Aire y la atmósfera -situada entre el cielo y la tierra-. Tal idea es confirmada por el hecho evidente de que la música se transmite por el aire y no deja huella material en el mundo de su presencia, se desvanece casi al mismo momento de existir. Por tanto la música fue entendida como el lenguaje natural del 'mundo intermedio', el mundo aéreo.  

  • por otra parte la música es un arte matemático, hecho de ritmo y proporción, como la arquitectura, lo cual la dota de un carácter de ciencia -decisivo como más adelante veremos- para la mentalidad medieval y la sitúa junto con otras ciencias medievales como la geometría o la arquitectura misma, y muy en particular emparenta la ciencia musical con la astrología, en tanto ambas son 'ciencias del ritmo'. El vínculo entre ambas ciencias era profundo y no pocos compositores de polifonía medievales eran astrólogos y matemáticos. Sabemos además de la importancia del ritmo y la respiración en  la práctica de numerosas tradiciones espirituales y la edad media no es una excepción. Se ha comentado a menudo acerca del ritmo respiratorio que suponía el canto gregoriano, cuyo ritmo y armonía posibilitarían estados de conciencia 'especiales', que facilitarían ciertas sensibilidades, pero existieron otras escuelas musicales en la edad media que no fueron menos extraordinarias, como el Ars Antiqua o la misma obra musical de Hildegarda.  

En definitiva y en cuanto a su importancia simbólica, será suficiente indicar que la música era considerada, desde el punto de vista del simbolismo sagrado medieval, un puente natural entre este mundo y los otros mundos, entre la criatura y el creador. Además la música estaba presente en la naturaleza en los pájaros, que poseían a su vez un simbolismo muy concreto en el universo medieval en tanto que, siendo habitantes de la tierra a la vez que del aire, eran símbolos perfectos de los seres que habitaban en los dos mundos e intermediaban entre ellos -básicamente las potencias angélicas-. El hombre medieval no podía dejar de ver una relación providencial entre la capacidad de los pájaros de cantar y producir música y la suya propia. [3]  

Por último hemos de indicar el hecho de que la música considerada superior a todas era la música puramente vocal, aquella en que solo intervenía la voz humana. Esto está muy relacionado con lo anterior: la voz humana es un don divino y es el medio más adecuado para alabar y dar gracias al creador porque además hace uso del lenguaje, es decir aporta un significado. Dios creó el mundo a través del Verbo, la Palabra, y la cualidad humana de la voz acerca al hombre a ese Sacrum Misterium, el sonido inefable de la Palabra primordial por la que el mundo fue creado. 

Por lo demás, aunque no podemos extendernos sobre ello aquí, es adecuado matizar que existía toda una escala o jerarquía estricta acerca de los instrumentos musicales según su pureza o proximidad al Principio espiritual, de tal modo que aún siendo considerados todos inferiores a la voz humana, instrumento musical por antonomasia, algunos eran permitidos ocasionalmente en el acompañamiento y el ornamento de la música sagrada, podían embellecerla, mientras otros en cambio no eran permitidos, ni siquiera su presencia, en el templo o en suelo sagrado. Todo ello obedecía a la ordenación jerárquica propia del universo medieval concebido como un cosmos ordenado no solo en la dimensión horizontal sino también en la vertical.  
  
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La música como arte curativo. 

Volviendo a las cualidades metafísicas de la música hay que decir que, al ser el arte humano más inmaterial -no deja huella de su paso en el mundo físico- es por ello mismo el más elevado y sutil de todos, el más cercano al mundo superior a la vez que el más vinculado al alma humana. Por ello el efecto principal de la música en el hombre no es físico sino anímico. Y, si como arte -o ciencia en el sentido medieval- posee una cualidad restauradora o re-ordenadora del equilibrio cósmico perdido, entonces la música será la forma idónea de curar las afecciones más específicas del alma -como la melancolía, de la que se ocupa concretamente Hildegarda- frente a otras herramientas que por ser más densas o bajas irán más específicamente dirigidas al cuerpo. 

Ahora bien, el hecho de ser un arte eminentemente sutil que enlaza la realidad física con el mundo intermedio y potencialmente con los mundos superiores, no dota automáticamente a la música de un carácter divino, celestial  e incluso simplemente curativo, siempre y en toda circunstancia. Pensar esto supondría una grosera simplificación del complejo pensamiento simbólico medieval. 

Más bien, en cierto modo, resulta ser al revés, la música, como todo aquello que hunde sus raíces en el mundo intermedio, posee un carácter ambivalente e incluso contradictorio que puede servir para sanar pero también para dañar. Recordemos que el mundo sutil es el ámbito de los ángeles pero también la región de los demonios.  
Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el aire. (Ef. 6:12) (La cursiva es nuestra)

En esta cita de san Pablo queda bien expresado el peligro que se esconde en el 'mundo sutil': el 'aire' o 'atmósfera', es decir el espacio simbólico que media entre la tierra -morada de los hombres- y el cielo -morada divina-. Resulta por tanto que, debido a su situación intermedia entre lo superior y lo inferior el hombre que quiera alcanzar las moradas o mundos superiores -el cielo- debe atravesar ese mundo intermedio, pues parte del mundo terrenal.

Si las artes establecen vínculos entre los mundos superiores y el mundo terrenal de los hombres atravesando ese 'mundo intermedio', un mal uso de las mismas -de cualquiera de las artes- podrá suponer un enlace con las potencias inferiores contra las que nos advierte san Pablo. Es decir el arte si degenera en su forma y pierde de vista su misión salvífica y reparadora de la naturaleza profunda del ser humano puede ponerse al servicio de los demonios, en cuyo caso sería más adecuado denominarlo 'contra-arte' o 'anti-arte'. 

Tal razonamiento, lejos de ser una hipótesis forzada o improbable es confirmada por la propia Hildegarda cuando nos advierte que la música como actividad podía ser empleada para atraer a los ángeles o a los demonios, y por tanto para sanar o para enfermar. Y no debemos olvidar que la brujería, en tanto inversión de los ritos sagrados normales, tenía sus propios himnos, conjuros y músicas, a imitación grotesca de los que poseía la medicina normal. Recordemos los argumentos de Hildegarda contra la magia y la brujería. 

Tras semejantes reflexiones no se puede evitar entender la distancia radical que media entre la delicada música medieval -de estructura grácil y ordenada- y la espantosa y repetitiva música moderna -prefabricada y dirigida al consumo de las masas y que en sus ritmos repetitivos recuerda a la misma cadena industrial de producción- como algo más que una simple diferencia en los gustos, la sensibilidad o el modo de hacer música. Se hace evidente que hay algo más que una diferencia en las formas. Aquí la diferencia formal -exterior- entre ambos universos musicales implica consecuencias a niveles sutiles -del alma y también del cuerpo, y seguramente a nivel celular y molecular- de una profundidad tal que a los hombres modernos, sumidos en su querida mentalidad materialista y profana, les resulta difícil de aceptar, y siquiera de imaginar. 

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La pregunta que surge es evidente ¿cómo debe ser la música para servir al Bien? 

La respuesta es clara, la música -hablamos ahora de la música sagrada, puramente vocal, dejando a un lado la música secular de corte básicamente instrumental-, para cumplir su función de ordenación y armonización  de la realidad interior del hombre, es decir del alma, debe seguir y cumplir unas reglas estrictas definidas por unos principios superiores. Y aquí es donde adquiere toda su relevancia la dimensión matemática de la música medieval.   

A partir de unos principios muy concretos, extraídos de la observación pausada y metódica de la naturaleza -los planetas, las estaciones, los animales y los vegetales- son deducidas unas reglas de elaboración musicales, es decir la estructura rítmica y formal que debe contener la propia música. Es curioso a este respecto que se haya llegado a decir que rítmicamente no ocurrió nada apenas relevante entre el Ars Nova y el siglo XX. Aunque tal afirmación supone una cierta simplificación lo cierto es que la denominada 'música clásica' -en particular nos referimos al paradigma musical burgués del siglo XIX- poseía una concepción rítmica mucho menos elaborada que la música medieval, sagrada o profana. Repetimos, los ritmos musicales eran tomados de modelos naturales considerados magistrales, en el sentido medieval del término, es decir que señalaban el camino. 

Sin embargo frente a esta teoría matemática aparentemente demasiado cerrada la música medieval no resulta en absoluto árida, pues ese respeto a las reglas no es castrante del genio del músico sino que por el contrario es combinado con la intuición, la facultad intelectiva del mismo músico, la inspiración. Hildegarda reconoce haber escuchado sus músicas en sus visiones, así como la famosa lingua ignota en que estas son cantadas. 


Si la medicina busca restablecer el equilibrio perdido entre criatura y creador la música puede servir al mismo fin, pues permite al hombre un vínculo directo e intuitivo con los mundos sutiles y con su creador. Si la música es en sí misma un puente o una vía natural que conecta la criatura con el creador puede ser empleada, siempre que se sepa, para retornar al orden armónico y para recuperar el equilibrio y la salud perdidos.

Todo esto no debe ser separado del hecho de que el uso terapéutico de la música se daba en entornos rituales muy definidos. Es decir, era una suma de circunstancias lo que promovía la activación de ciertas regiones del alma del paciente como condición previa a la posterior catarsis y sanación, si bien es cierto que entre estas circunstancias la música era un elemento crucial. 

Esperamos que tras estas reflexiones sea posible vislumbrar siquiera levemente el inmenso valor que, al menos como testimonio, ya que no nos es posible recuperar el contexto curativo completo de este arte, posee la música medieval que ha sobrevivido hasta nosotros, pues es el testimonio de una auténtica sabiduría perdida.  






[1] El artículo completo puede leerse aquí: 

https://culturatransversal.wordpress.com/2012/12/13/chamanismo-rastros-y-ecos-distantes/

[2] Queremos advertir que no estamos pensando aquí en ciertas músicas 'electrónicas' de carácter experimental, calificadas generalmente como ruido por el gran público -el cual consume a la orden y carente de todo criterio por lo demás-. Pensamos más bien en las músicas destinadas al consumo masivo, que tanto por cómo son producidas como por cómo son consumidas -sería impropio decir escuchadas-, sin criterio de excelencia sino de rentabilidad, impiden cualquier experiencia de conocimiento, éxtasis o catarsis, que están en la base misma del hecho musical. 

Por lo demás el mismo gran público que tacha de ruido la música experimental electrónica descalificaría con igual vehemencia la exquisita arquitectura de la polifonía medieval, es decir es el arte de la sutileza, en sentido literal, aquello que se dirige a lo sutil, lo que desprecian del modo más visceral. 

[3] Sobre este tema sería posible extenderse mucho más pero nos alejaría del presente artículo. Así por ejemplo, los pájaros cantan principalmente al alba y al ocaso, es decir nada más despertar y justo antes de dormir, lo cual coincide con los dos momentos centrales en que deben ser entonadas alabanzas a Dios por parte de los fieles -en todas las religiones, por cierto- en agradecimiento al nuevo día que comienza y al día que concluye. 

Para el hombre medieval este hecho no era una simple coincidencia, era una imagen de cómo las criaturas -particularmente las criaturas más elevadas y cercanas al cielo, los pájaros- adoraban y cantaban al Creador y suponía por ello también una enseñanza, un exempla para los hombres acerca de cómo debían proceder al empezar el día y al acabarlo: ofreciendo su canto -toda su creatividad en realidad- a Dios. Este hecho era algo más que una idea vaga o teórica, era una vivencia, un sentimiento vivo para el hombre medieval. 

Abundan las historias de santos que han hablado con los pájaros o entendido su lengua -san Francisco, san Serafín, etc.- pero quizá la más sorprendente de todas sea la de Santa Rosa de Lima, quien cada tarde oraba a Dios en su celda acompañada de un pájaro que venía a visitarla y cantaba con ella. 

2 comentarios:

martin dijo...

Artículo esclarecedor como todos los demás de este interesante blog.
Desde hace mucho estoy buscando (sin resultados por el momento) bibliografía sobre los diferentes aspectos y partes que componen al ser o a la fisionomía más sutil ( si así la puedo llamar).
Abunda información sobre todo en relación a la visión oriental sobre canales,puntos y centros energéticos pero como todo es muy difícil discernir si es información válida o menos,incluso porque muchas veces aun hablando de los mismos centros los autores difieren y no de poco en donde ubicarlos y en su función.
Podría por favor indicarme si conoce algún título o donde puedo encontrar este conocimiento?o quizá lo pueda tratar en una próxima entrada? Muchas gracias de nuevo por brindar la posibilidad de llegar a lecturas tan importantes en estos tiempos donde abunda la literatura e información pero es tan escaso el conocimiento y la reflexión.Saludos.

Dr. Ramsés dijo...

Lamentablemente no puedo darle bibliografía concreta. En todo caso queda aquí publicada su consulta por si algún otro lector que la vea pudiera aportar algo.

Un saludo.