martes, 13 de enero de 2015

Simbolismo de la nieve y el hielo



Ya que nos hemos referido brevemente al significado que poseen la nieve y el hielo al tratar del sentido esotérico del Árbol de Navidad (ver aquí), creemos que puede ser útil extendernos un poco más sobre ello a fin de precisar el valor simbólico que poseen estos elementos de la naturaleza desde un punto de vista tradicional.

En primer lugar, debemos advertir que los significados simbólicos que vamos a abordar a continuación adquieren su plena significación solamente cuando son contemplados desde el punto de vista de la Geografía Sagrada, es decir, desde la asunción de que la naturaleza en tanto que fenómeno no es sino una Epifanía en sentido estricto (del griego επιφάνεια), es decir un 'manifestarse', un 'darse a conocer' de lo numinoso bajo la forma del mundo. Es sobre esta certeza sobre la que se asienta cualquier analogía tradicional que tome como punto de partida un fenómeno, ya se trate de un acontecimiento o de un elemento natural cualquiera.

Por otra parte hay que precisar que el significado simbólico de nieve y hielo resulta inseparable de otros dos simbolismos, con los que se asocia de manera inevitable y a los que nos referiremos muy brevemente como introducción: el de la montaña y el del agua, y dentro de este último se asocia, más concretamente, al simbolismo de los ríos.



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Acerca del simbolismo de los ríos cabe decir que estos siempre han sido reconocidos por todos los pueblos tradicionales como una metáfora natural de la existencia humana en un nivel micro-cósmico e incluso del curso normal de toda manifestación en el nivel macro-cósmico -incluyendo en este sentido la idea tradicional de 'descenso cíclico', como veremos-. 

La principal razón para esta equivalencia simbólica entre el curso natural del río y el desarrollo de todo ciclo de manifestación es la analogía básica existente entre tiempo y espacio -de la cual hace uso la ciencia de la geografía sagrada-, según la cual el alejamiento físico equivale a un distanciamiento temporal, lo cual permite figurar cualquiera de ellos en función del otro. 


Es a partir de esta analogía que es posible establecer una correspondencia bastante exacta entre la fisonomía que adquiere sucesivamente un río a lo largo de su discurrir y las 'edades' o 'eras' en que se divide tradicionalmente el ciclo completo de la historia de la humanidad; o también puede establecerse idéntica correspondencia con las fases naturales en que se divide generalmente la vida humana.  

  • Así el primer tramo de un río, aquel que coincide con sus fuentes, correspondería con la infancia dentro de la existencia humana individual, y con el Satya-Yuga, es decir la Edad de Oro según la terminología griega, si hacemos referencia al ciclo completo de historia de la humanidad.  
  • El segundo tramo del río, el curso alto, se correspondería con la juventud del hombre y la segunda era de la humanidad, el Treta-Yuga, llamada Edad de Plata en la tradición greco-latina. 
  • El tercer tramo, o curso medio, estaría en correspondencia con la edad de la madurez individual y con la tercera de las tres edades de la humanidad, el Dvapara-Yuga o Edad del Bronce. 
  • Por fin, el cuarto tramo del río, el curso bajo, aquel que coincide con su tramo final y su desembocadura vendría a corresponder con la vejez del hombre a nivel individual y con la cuarta edad, el Kali-Yuga o Edad de Hierro, el periodo último del ciclo de manifestación humano, a nivel colectivo. 




Una vez hecha esta transposición entre el curso natural del río y las cuatro edades de la humanidad, es evidente que la cabecera del río queda asociada con el comienzo del ciclo, es decir, con el 'origen' -tanto temporal como espiritual- del actual ciclo humano, lo cual le otorga un simbolismo polar. No debe pasarse por alto que las fuentes de los ríos se encuentran asociadas a las montañas y por ello, en mayor o menor medida, a la nieve y al hielo que hay en sus cumbres. Todos ellos -fuentes, cumbres de las montañas, nieve...- son entonces símbolos del origen, de la Tradición Primordial y asimismo del Polo, que es el 'origen' de la manifestación misma.  

Esto pone en relación el simbolismo de los ríos con el simbolismo de la montaña, al que nos vamos a referir a continuación, pero además queremos hacer explícita esta analogía entre el nacimiento de los ríos y el comienzo del ciclo -sea referido al ciclo completo general de la humanidad o al comienzo del ciclo que supone una tradición particular- porque, en función de la misma, se generan variados simbolismos tradicionales secundarios, entre ellos el más importante es el que atañe a las fuentes y los manantiales de agua, que simbolizan, como puede deducirse fácilmente a partir de lo dicho, la Tradición Primordial y los centros espirituales en que la misma es conservada y protegida de toda influencia profana y exterior. Por ello puede decirse que las fuentes son igualmente un 'símbolo polar' que, con el avance del 'descenso cíclico', vino a sustituir, por su mayor accesibilidad, la imagen simbólica original que designaba el Polo-origen, la de la nieve y el hielo. 


Es más, si tomamos en cuenta el hecho, que ya fuera advertido por Guénon, de que en cierto momento de la involución o 'descenso cíclico' el centro espiritual pasó de ser simbolizado por la cumbre de la montaña a ser representado por la caverna iniciática -es decir, el 'centro espiritual' de esa tradición dejó de manifestarse a la luz y pasó a estar oculto-, a este cambio de ubicación equivale la anterior transposición simbólica que acabamos de citar entre la nieve y el manantial, y más aún, por el caso particular del manantial protegido o escondido dentro en la gruta, como es el conocido caso de Lourdes por ejemplo. 



Por lo demás, y para acabar con el simbolismo de los ríos, la idea de 'descenso cíclico' es acorde a esta analogía espacial, y lo es tanto en razón de la pérdida de fuerza y vigor de la corriente a medida que avanza hacia su fin, como en razón de la limpieza o turbiedad del agua: donde el agua es más pura y cristalina es en la cabecera del río -es decir, al comienzo del ciclo- mientras en la desembocadura el río arrastra una enorme cantidad de limos y sedimentos que enturbian y oscurecen sus aguas. 



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Si atendemos a continuación al simbolismo de la montaña veremos que es posible establecer, en razón de su fisonomía ideal o arquetípica, un simbolismo análogo con el ciclo de vida humano individual o con el ciclo completo de existencia de la humanidad. Así, podemos dividir la montaña en cuatro niveles -la cumbre, las zonas altas que rodean la cumbre, la falda de la montaña y el valle- y poner dichos niveles en relación con las mismas cuatro etapas, o 'edades', de la manifestación que hemos indicado antes. 

Pero más importante que esta analogía temporal es la analogía cósmica o metafísica, pues podemos poner en relación esta división morfológica de la montaña con los cuatro planos o mundos que forman la manifestación propiamente dicha. La correspondencia quedaría como sigue:

  • La cumbre de la montaña, caracterizada idealmente por la presencia de nieves perpetuas, hielos y glaciares - correspondería al plano de la no-manifestación. 
  • las regiones que quedan por encima del límite arbóreo pero por debajo de la cumbre, con nieves y hielos estacionales - corresponderían al plano de manifestación informal. 
  • la falda de la montaña, ocupadas idealmente por el bosque - correspondería al plano de manifestación formal sutil.
  • por último, el valle, el espacio más apropiado para que habiten los hombres - correspondería, en el simbolismo que estamos explicando, al mundo extenso o plano de manifestación formal grosero. 
En el fondo, ambas analogías son la misma pues el desarrollo o devenir de la manifestación en el tiempo no hace sino reproducir en cierto modo -bajo las particulares condiciones espacial y temporal- lo que es eterno e inmanifestado. 

Como se aprecia, el simbolismo polar y circumpolar que describimos cuando nos referíamos al Árbol de Navidad es aplicable por completo aquí. Algunos otros rasgos vienen a confirmar tal interpretación de la montaña como símbolo polar y diagrama universal. 

En primer lugar la nieve y el hielo 'coronan' simbólicamente la cumbre pétrea y desnuda de las montañas. Este hecho pone en relación ambos elementos naturales precisamente con la primera esfera del Árbol sefirótico, Kether, que significa literalmente 'corona' y que, estando más allá de toda manifestación, simboliza el comienzo de la misma

Además el mundo pétreo, indiferenciado y hostil propio de las cumbres de las montañas altas guarda evidente relación con el mundo informal, por ser un entorno donde no es posible la existencia de ninguna vida particular o diferenciada, lo que equivale a una ausencia efectiva de toda forma -lo cual coincide con el simbolismo del desierto-. 

A su vez, la piedra bruta -es decir informe- que ocupa tales entornos es un símbolo de la Prima Materia, la Prakriti o Substancia Universal, es decir supone una imagen del Polo substancial de la manifestación y de la Gran Madre universal que contiene en sí a todos los seres antes de que estos se manifiesten de forma particular. 



El simbolismo de la nieve y el hielo viene señalado ante todo por el hecho de que ambos elementos son esencialmente agua pero en 'otro estado', un estado en cierto modo reducido a su potencia primordial, pues mientras se encuentra bajo estas formas el agua no puede manifestar sus cualidades fundamentales pero las contiene todas en sí. Es esta particularidad, este 'estado' especial, la que otorga su valor simbólico a la nieve y el hielo, que puede concretarse diciendo que, en ellos, el agua se encuentra en un estado latente, previo a la manifestación. Así el estado de congelación presente en las cumbres simboliza el estado de pura potencia previo al despliegue de la manifestación universal. La nieve y el hielo mantienen congelada -simbólicamente- la manifestación universal. 

Si por una parte nieve y hielo contienen en sí la potencia del agua -imprescindible para la vida y para el desarrollo de toda la manifestación, es decir para la adopción de toda forma- pero aún sin manifestarse la misma explícitamente; por otra parte simbolizan el Polo esencial de la manifestación que baja del Cielo, una presencia [1] de los mundos superiores inmanifestados en los mundos inferiores de la Materia. Esta presencia es un símbolo de cómo se tocan cielo y tierra.

Una presencia además que está lejos de ser pasiva, pues supone una acción al poner en curso el devenir universal: al cubrir simbólicamente este Polo esencial -la nieve- al Polo substancial -representado como ya hemos indicado por la piedra y la roca que forman la montaña-, se pone en marcha simbólicamente todo el proceso de la manifestación universal, que se expresará en las diferentes formas que surgirán montaña abajo. Es entonces el agua el elemento que pone en movimiento la manifestación y por ello, el desarrollo progresivo de la misma observable montaña abajo queda asociado de forma explícita con la formación de los ríos que se originan en esas mismas cumbres. 

Por tanto el agua -en cualquiera de sus formas- representa el polo esencial de la manifestación y la roca el polo substancial, esto debe tenerse en cuenta a la hora de interpretar los numerosos casos en que ambos símbolos aparecen unidos, como en los simbolismos que citábamos antes del manantial dentro de la gruta o la fuente que surge de la roca, pero también posiblemente en muchos simbolismos rituales asociados a los templos y lugares sagrados donde el agua a menudo cumple un papel de 'purificación' de la materia. 



[1] Del mismo modo que el arco iris, otro símbolo de esta presencia de la influencia celeste en el mundo manifestado.    



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