Ya que nos hemos referido recientemente a los pilares del control y la emancipación (ver aquí) quisiéramos emplear este modelo teórico para confrontar la ideología y los valores subyacentes a los respectivos paradigmas medieval y moderno.
En primer lugar hemos de señalar cómo toda la historia de occidente está construida sobre esta dicotomía ya citada de 'control-emancipación' presentada por De Sousa, dicotomía que en sí misma reviste en el fondo un carácter profundamente tradicional pero que toma tintes claramente anormales y anti-tradicionales en el modo en que la modernidad lo entiende y aplica. Veamos por qué.
En primer lugar hemos de señalar cómo toda la historia de occidente está construida sobre esta dicotomía ya citada de 'control-emancipación' presentada por De Sousa, dicotomía que en sí misma reviste en el fondo un carácter profundamente tradicional pero que toma tintes claramente anormales y anti-tradicionales en el modo en que la modernidad lo entiende y aplica. Veamos por qué.
Resulta definitorio que, dado el carácter reduccionista y excluyente de la modernidad, estas oposiciones no fueron entendidas como complementariedades -como lo eran para el mundo tradicional- sino que se asumió su perfecta irreconciliabilidad y por tanto la absoluta superioridad de uno de los polos sobre el otro. Es esta irreconciliabilidad entre los opuestos la que ha conformado el carácter propio de la modernidad, conduciéndola inexorablemente a los ideales de competencia, control y dominio, ideales donde, como ya hemos dicho con anterioridad, lo diferente representa un peligro, una amenaza que debe ser neutralizada.
Lo que hemos denominado pilares 'del control' y 'la emancipación' se encuentran asociados a otros elementos del imaginario dando lugar a una serie de pares de opuestos. Presentaremos algunos de ellos que, a nuestro juicio, son bastante descriptivos acerca de la relación que sostienen los dos pilares entre sí. Algunos de estos pares opuestos son:
- homogeneidad-diversidad,
- centralización-
diversificación, - dependencia-autarquía y
- masculino-femenino.
En la anterior serie de oposiciones, los términos que se encuentran a la izquierda se han asociado siempre al 'pilar del control', mientras los términos de la derecha han representado para occidente el 'pilar de la emancipación'. Ciertamente la lista podría alargarse, en particular para incluir temas como los sistemas de producción más o menos coloniales, regiones de la vida del hombre moderno como son la dicotomía ocio-trabajo, o el distanciamiento cada vez mayor entre belleza y utilidad práctica -algo impensable en una sociedad tradicional-, pero a los fines del presente artículo nos restringiremos a la breve serie ya señalada dejando estas últimas consideraciones para más adelante.
Es evidente que los polos representados por cada pareja de opuestos están sujetos a un importante juicio de valor por parte de la sociedad. Como ya dijimos en un artículo anterior, el 'pilar del control' ha sido considerado casi sin excepción positivo por parte de la cultura occidental, en franca oposición al siempre inquietante y amenazador 'pilar de la emancipación'.
Esto se manifiesta más claramente que en ningún otro ámbito en el discurso histórico moderno, absolutamente definitorio de la identidad occidental y que cumple una misión equiparable -eso sí, bajo una nueva retórica- a la que poseían los mitos genésicos en la sociedad tradicional. La modernidad occidental ha dado forma, a lo largo de varios siglos, a una interpretación de la historia como progreso -además de como suceso global, es decir unívoco y universal- en la cual los periodos históricos de más fuerte centralización y estatalización fueron considerados los períodos ejemplares de la civilización humana y fueron reiteradamente presentados como los modelos a seguir.
El caso más evidente es el del imperio romano, del que occidente se construyó una idea heroica e idealizada, por completo ajena a la realidad pero que sirvió a los fines de propaganda modernistas convirtiendo a Roma en el exempla por antonomasia de la cultura y la civilización humanas para el imaginario occidental. De nada sirve que con los años los libros de historia maticen y desmientan una y otra vez todos los tópicos asociados al mundo grecolatino en general y romano en particular, la propaganda ya ha hecho su trabajo: que se asocie bienestar y civilización con un modelo muy concreto de sociedad, de poder y de estado centralizado.
Así como la antigüedad clásica, Grecia y Roma, sirvieron de modelo ejemplarizante, no menos ejemplarizante resultó la construcción de su contra-ejemplo, contra-ejemplo que, tomando como objeto del discurso a la edad media, la que convirtió en su más acabada antítesis, su opuesto absoluto. Durante varios siglos y siempre desde la perspectiva de occidente, todo lo bueno y deseable se situó del lado de la cultura clásica -de la cual se extirpaba convenientemente todo lo que no fuera acorde al gusto moderno, particularmente en temas de magia y religión, pero también en temas más puramente políticos como los derechos humanos...- mientras todo lo juzgado indeseable y negativo para una sociedad quedó indeleblemente adscrito a la edad media.
De este modo el modelo romano de orden jerárquico y centralización política se opuso en el imaginario colectivo europeo al modelo de anarquía y caos generalizado con que se describía sistemáticamente la edad media. La edad media conformó una suerte de cajón de sastre de la historia, un oscuro lugar donde durante siglos iban a parar todos los deshechos ideológicos que la modernidad temía u odiaba. Ahora, al fin de este proceso de construcción histórica, si la edad media simboliza algo para el pensamiento del hombre corriente es ante todo lo opuesto al mito del 'progreso', que es precisamente la superstición básica a la vez que horizonte final de la modernidad. Podemos decir que la propaganda ha dado su fruto. Y en efecto, tal simplificación, que en el fondo no es sino un discurso ideológico construido con una forma mítica aunque revestido de la retórica historicista, es todavía hoy sostenida por los medios de propaganda de masas que sirven al sistema de control del pensamiento occidental, como son las industrias de la literatura y, sobre todo, el cine.
Pero a pesar de esa filiación tan ficticia como electiva con la antigüedad clásica hay algunas características que hacen de la civilización europea occidental un caso único en la historia de la humanidad. En primer lugar la civilización occidental es quizá la única de cuantas han existido que no sitúa su génesis 'fuera del tiempo' -in illo tempore-, en un tiempo proverbial y mítico más allá del tiempo histórico, sino en un ayer historicista. Más aún, dado que es también la primera cuyo modelo de sociedad y de hombre no es de inspiración divina sino que sus objetivos sociales son plenamente humanos -es decir reducidos a este mundo, a este aquí y ahora-, mientras toda civilización tradicional buscaba su origen -ante todo simbólico- en el cielo, la civilización occidental lo busca en el suelo, o mejor dicho, bajo el mismo, excavando para extraer los fósiles de su propia historia en la ilusión de que mediante la acumulación de estos restos se conocerá mejor a sí misma y se dotará de identidad más estable. Es este un perfecto ejemplo, por la carga simbólica que tiene, de cómo occidente representa una inversión respecto de los valores tradicionales.
Si hay algo que la edad media encarna inevitablemente y que la modernidad repudia, es el teocentrismo que impregnaba toda la realidad del hombre medieval. Y si tal modelo de sociedad, que efectivamente destacó por poner a dios como centro de todas las cosas, cabe calificar el humanismo -e incluso el propio ideal supersticioso del progreso- como una verdadera rebelión contra dios, con la asombrosa intención de expulsarle de la vida de los hombres. Así lo demuestra el hecho de que occidente haya renegado tan radicalmente durante siglos de toda su filiación con la edad media cristiana, por la que solo ha vertido desprecios, y busque tan afanosamente en las profundidades de la tierra nuevos antepasados que sustituyan a aquellos de los que se ha renegado. Ya dijo el salmista:
De este modo el modelo romano de orden jerárquico y centralización política se opuso en el imaginario colectivo europeo al modelo de anarquía y caos generalizado con que se describía sistemáticamente la edad media. La edad media conformó una suerte de cajón de sastre de la historia, un oscuro lugar donde durante siglos iban a parar todos los deshechos ideológicos que la modernidad temía u odiaba. Ahora, al fin de este proceso de construcción histórica, si la edad media simboliza algo para el pensamiento del hombre corriente es ante todo lo opuesto al mito del 'progreso', que es precisamente la superstición básica a la vez que horizonte final de la modernidad. Podemos decir que la propaganda ha dado su fruto. Y en efecto, tal simplificación, que en el fondo no es sino un discurso ideológico construido con una forma mítica aunque revestido de la retórica historicista, es todavía hoy sostenida por los medios de propaganda de masas que sirven al sistema de control del pensamiento occidental, como son las industrias de la literatura y, sobre todo, el cine.
Pero a pesar de esa filiación tan ficticia como electiva con la antigüedad clásica hay algunas características que hacen de la civilización europea occidental un caso único en la historia de la humanidad. En primer lugar la civilización occidental es quizá la única de cuantas han existido que no sitúa su génesis 'fuera del tiempo' -in illo tempore-, en un tiempo proverbial y mítico más allá del tiempo histórico, sino en un ayer historicista. Más aún, dado que es también la primera cuyo modelo de sociedad y de hombre no es de inspiración divina sino que sus objetivos sociales son plenamente humanos -es decir reducidos a este mundo, a este aquí y ahora-, mientras toda civilización tradicional buscaba su origen -ante todo simbólico- en el cielo, la civilización occidental lo busca en el suelo, o mejor dicho, bajo el mismo, excavando para extraer los fósiles de su propia historia en la ilusión de que mediante la acumulación de estos restos se conocerá mejor a sí misma y se dotará de identidad más estable. Es este un perfecto ejemplo, por la carga simbólica que tiene, de cómo occidente representa una inversión respecto de los valores tradicionales.
Si hay algo que la edad media encarna inevitablemente y que la modernidad repudia, es el teocentrismo que impregnaba toda la realidad del hombre medieval. Y si tal modelo de sociedad, que efectivamente destacó por poner a dios como centro de todas las cosas, cabe calificar el humanismo -e incluso el propio ideal supersticioso del progreso- como una verdadera rebelión contra dios, con la asombrosa intención de expulsarle de la vida de los hombres. Así lo demuestra el hecho de que occidente haya renegado tan radicalmente durante siglos de toda su filiación con la edad media cristiana, por la que solo ha vertido desprecios, y busque tan afanosamente en las profundidades de la tierra nuevos antepasados que sustituyan a aquellos de los que se ha renegado. Ya dijo el salmista:
Astiterunt reges terrae, et principes convenerunt in unum,
adversus Dominum.
(Ps. 2, 1:2)
(Ps. 2, 1:2)
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