miércoles, 18 de junio de 2014

Edad moderna vs. edad media (IV): feminismo e 'ideología de género' desde una perspectiva tradicional

El 'eterno femenino' y el feminismo moderno.


Volviendo al tema que nos ocupa, el de la importancia de lo femenino como símbolo del 'pilar de la emancipación', y su consiguiente exclusión del núcleo ideológico del paradigma moderno, si nos dirigimos a las antiguas tradiciones espirituales puede advertirse que generalmente se ha asociado a lo masculino lo activo y exterior, el aspecto exotérico de una cultura, mientras a lo femenino se asocia lo pasivo, lo interior, lo oculto, aquello que no se muestra explícito a la luz -el alma, por ejemplo que se relaciona siempre con lo femenino-, y por ello lo femenino está en relación no tanto con el polo exotérico sino con la dimensión esotérica -interior- de la tradición. 

Ya hemos tratado en otras ocasiones de la concepción tradicional de los opuestos, no como enemigos -lo son solo en apariencia- sino como complementarios que deben dar lugar a un nuevo equilibrio y orden que les trascienda. La superación de ambos se producía en una síntesis creativa, lo que muchas tradiciones representaban básicamente bajo dos imágenes:
  • el 'mito del andrógino' - así por ejemplo en Platón y en toda la tradición hermética occidental (bajo la forma del Rebis). 
  • el Hierogamos - en las tradiciones cabalísticas, como ha sido expuesto recientemente por Moshe Idel y presente a menudo en la literatura mística occidental. Es a partir de este modelo del Eros platónico y del Hierogamos como superación de la manifestación individual como se desarrolló la cultura del amor cortés medieval

A veces ambos mitos eran complementarios y se referían a momentos diferentes de la manifestación, así por ejemplo en la tradición platónica al mito del 'andrógino primordial' se le añade como complemento en parte restitutivo el mito del Eros como fuerza de unión de los opuestos.




Si atendemos por un instante al modelo de representación del Árbol sefirótico apreciaremos que los pilares exteriores representan los polos masculino y femenino mientras el Pilar Central representa la (re-)unión de ambos opuestos en un equilibrio perfecto, lo que se asocia inmediatamente con la idea mítica del andrógino que estamos analizando. 

Para mostrar cómo esta 're-unificación' de las potencias humanas tomaba la forma mítica del andrógino y hasta qué punto lo masculino y lo femenino eran entendidos como factores complementarios y no como opuestos, tomaremos un ejemplo de la cábala hebrea, una tradición considerada como el paradigma del machismo patriarcal más indeseable para el pensamiento profano y moderno. 
"Todo el mundo posee necesariamente aspectos masculinos y femeninos. Esto es particularmente en el caso del tzaddiq [el 'justo']. (...) El aspecto masculino significa lo que siempre emana. (...) Pero hay también un aspecto femenino, o sea aquello que recibe y atrae el influjo de los mundos superiores hacia los mundos inferiores." (Heshel de Apta, 'Ohev Yisra'el')
La referencia al 'justo' es particularmente significativa pues hace énfasis en cómo aquel que se realiza espiritualmente perfecciona esta complementariedad entre los aspectos masculino y femenino que todo lo que existe necesariamente posee, lo que nos remite a la reconstrucción mítica del andrógino primordial como decíamos. Es decir el 'justo' realiza en sí esta verdad primordial que simboliza el mito del andrógino, este detalle es importante como se verá al final del artículo. Cabe indicar que esta idea de la presencia inseparable de lo masculino y lo femenino en la totalidad de lo que existe se encuentra ya contenida en la propia representación del Árbol cabalístico pues todas las séfiras o esferas son femeninas con respecto a las que le son superiores -pues se recibe de ellas- y masculinas con respecto a las que le son inferiores -pues se emana hacia ellas-.


El falso retorno de lo femenino en la modernidad



Ahora bien, la modernidad no ha conjugado estos opuestos a fin de desarrollar un equilibrio entre ellos. Debido a algunas razones que analizaremos más adelante, para el paradigma moderno el polo que hemos denominado masculino o 'del control' ha sido hasta tal punto hegemónico en el desarrollo de la civilización europea occidental que ha expulsado por completo aquellos modos de ser y entender el mundo -así como toda disciplina de conocimiento- que pudieran ser asociado con el polo femenino o lo 'emancipador'. Este fenómeno de exclusión de la diferencia está, como veremos próximamente, en la base de la extremada rigidez del paradigma moderno y en la consecuente pérdida de flexibilidad y diversidad que le acompaña desde su mismo origen. 

Anticipándose en casi dos siglos a la revisión cultural que ha pretendido el feminismo moderno en las últimas décadas, Goethe advirtió esta expulsión de lo femenino del marco mental y conceptual ilustrado y occidental y reclamó que se recuperara lo que él denominó el 'eterno femenino'. A este 'eterno femenino' habían estado secularmente asociadas las disciplinas humanistas y liberales como las artes y la poesía, entre otras, disciplinas que como puede comprobarse fácilmente fueron desplazadas muy pronto del núcleo del nuevo paradigma dominante y perdieron buena parte de su prestigio ante la nueva ciencia de corte más afín al propio paradigma moderno, racionalista, rígido y excluyente. 

Desde luego el retorno de lo femenino querido por Goethe no se produjo y occidente ha continuado abandonándose al racionalismo más extremo y al desarrollismo más titánico, que representan -para la modernidad- la esencia de la masculinidad

Curiosamente las primeras críticas a la hegemonía de la masculinidad y el racionalismo -que anunciaron de algún modo el comienzo de la desintegración del paradigma actual-, provinieron del psicoanálisis, que, a su manera, marcadamente anti-tradicional, al menos dirigió su atención al alma humana [1], despreciada durante siglos por el paradigma racionalista y cientifista. No queremos decir con ello que el psicoanálisis haya jugado un papel saludable o beneficioso para la civilización occidental, pues no lo creemos así, pero sí hizo evidentes las grietas del paradigma moderno y puso la atención en algunas de sus principales fallas. Fue precisamente Jung quien recuperó la vieja propuesta de Goethe, reivindicando el papel de lo femenino en los mitos y símbolos occidentales y haciendo abundante uso de algunas de las expresiones que ya hemos citado antes como las de 'eterno femenino' o 'andrógino'. 

Podemos mostrar gráficamente la diferente situación de lo femenino en el contexto de los dos paradigmas -tradicional y moderno- mediante la siguiente ilustración. 



En el paradigma tradicional es claro que se establece una diferencia entre los polos masculino y femenino -en la retórica moderna serían 'géneros'- que aparentemente aparecen como enfrentados. Para representar gráficamente tal relación entre masculino-femenino hemos tomado una vez más como inspiración el Árbol sefirótico y sus dos pilares o columnas, calificadas tradicionalmente como masculina y femenina. Ahora bien, sería un error interpretar esta diferencia como una superioridad de un polo sobre el otro, pues lo cierto es que lo que se pretende indicar es complementariedad

En el fondo tal división corresponde a la que ya hemos citado entre Razón e Intelecto, siendo el polo racional el masculino -el que requiere de desarrollo lógico y de reflexión- y el polo intelectual el femenino -que es considerado intuitivo y directo-. El polo femenino sería el ámbito típico de poetas y artistas, pero también de profetas y chamanes, y el masculino el de la ciencia y la filosofía racionalista.  

De modo que, en rigor, el polo femenino debiera estar un tanto más elevado que el masculino, pues la facultad intelectual, tal y como ya dijimos (ver aquí), es superior por naturaleza a la facultad racional, dado que es más principial: está más cerca de los Principios inmutables y no depende de los accidentes. 

Justificar todo lo que decimos sería muy largo, sobre todo debido a la inmensa propaganda que existe dirigida a convencernos de lo contrario, por lo que preferimos dejarlo para otra ocasión. Sí diremos a modo de ejemplo histórico que puede servir para ilustrar estas reflexiones que en la Grecia antigua el profetismo era cosa casi exclusiva de mujeres, sin embargo éstas -sibilas, sacerdotisas, hetairas- no eran en absoluto tenidas por inferiores, al revés eran respetadas por toda la sociedad y en particular por los hombres, hasta el punto que el propio Sócrates refiere haber sido iniciado en los Misterios por una mujer, Diotima, a la que además trata de maestra, con veneración y respeto. Algo inédito y sorprendente desde luego en la historia moderna donde se tacha de enfermedad mental el fenómeno místico o es fácil encontrarse en la literatura académica con que muchas místicas y visionarias medievales -algunas de ellas santas, e incluso un par de ellas Doctoras de la Iglesia- son calificadas de neuróticas o de enfermas nerviosas. Desde luego es necesario no haber leído nunca una página escrita por esas mujeres ni saber nada de su vida -asombrosamente activa- para decir tales cosas. Nos preguntamos si acaso esto no es una negación a toda costa del ámbito supra-racional a la vez que un desprecio absoluto por lo 'femenino'. 

Por lo demás el modo en que la civilización clásica griega aceptaba la religión, lo misterioso y en general lo no-racional (mejor que irracional) -incluidas ciertas tradiciones chamánicas que pervivieron entre ellos muchos siglos- como parte de lo cotidiano, desmiente a las claras la imagen híper-racionalista que occidente ha pretendido construir de esta parte de la historia en confrontación con las otras civilizaciones que tenían lugar en aquel tiempo. Una vez más el núcleo ideológico -y supersticioso- que caracteriza la modernidad no se ve afectado por el hecho de que la realidad desmienta reiteradamente sus falsos mitos o que sus argumentos sean  tan escandalosamente falsos. 

Y para acabar, ver en esta diferencia una injusticia flagrante que hay que reparar supone algo muy propio del pensamiento homogeneizador e impositivo con que funciona la modernidad: negar la realidad de que esas diferencias existen y no por ello son un desprecio en sí mismas ni una exclusión de una parte de la sociedad. ¿Acaso es que hombres y mujeres no son diferentes? ¿Acaso diferente es sinónimo de inferior? Y además son diferentes por naturaleza, lo cual parece ser un detalle especialmente odioso para la modernidad, obsesionada desde hace unas décadas por (de)mostrar que tales diferencias son en exclusiva ambientales... Es el hombre moderno el que ve 'opresiones' e 'injusticias' de las que hay que liberarse por todas partes, pero a lo mejor tales injusticias -sobre todo cuando se refieren a sociedades pretéritas de las que apenas alcanzamos a entender nada- están más en su ojo y en su mirada que en la realidad misma. 


Dicho lo cual -y volviendo a la ilustración anterior donde se confrontaba el modo en que se representa lo femenino en los paradigmas moderno y tradicional-, con el olvido y desprecio de la facultad intelectual por parte del paradigma racionalista, el polo femenino quedó subsumido por completo al polo masculino, se le privó de todo derecho a existir -representaba lo anormal y debía ser abolido- y se vio así desterrado a las profundidades del subconsciente, el único lugar donde pudo sobrevivir. Aquí son muy interesantes las reflexiones de Patrik Harpur al respecto de cómo lo que es 'encerrado' y reprimido en el subconsciente retorna a consciencia de forma cada vez más monstruosa y problemática, generando entre otras cosas enfermedad mental y desequilibrio social. Es sobre esto sobre lo que puso su atención Freud y el psicoanálisis, como apuntábamos antes. Pero esta penosa realidad, obvia por lo demás, no importa en absoluto a la élite intelectualista del paradigma hegemónico de la modernidad, ni la enfermedad de sus habitantes ni el desastre de su sociedad mueven a las ciencias sociales modernas -la (pseudo-)psicología moderna por ejemplo- a abandonar el tan querido paradigma cientifista actual. 

Un femenino-subconsciente al que, por cierto, perdido el polo superior -espiritual- que debe guiar la vida humana, no tardó en volverse el arte moderno, ya desde el romanticismo pero aún más en las vanguardias del siglo XX y no digamos ahora, en plena descomposición. Lo que resulta bien ilustrativo de que en realidad no hay lugar para el arte verdadero en la racionalidad exclusivista, lo cual es como decir que el paradigma moderno expulsó el arte fuera de sí para poder imponer su modelo de vida y de sociedad, radicalmente pragmático y en extremo prosaico. Esto puede sorprender a algunos pero quedará claro al advertir que el único 'arte' -si es que puede llamarse así, que no lo creemos- que permite el paradigma racionalista occidental es precisamente aquel que brota de lo más inferior, pasional e irracional del alma humana. Un 'anti-arte' que en vez de apuntar a lo superior conduce claramente a lo infernal. En efecto el arte es expresión privilegiada del alma humana y cuando esta alma está enferma o es directamente negada, ¿qué arte puede tener lugar? 

En definitiva en el nuevo paradigma racionalista, cientifista y mecanicista, caracterizado ante todo por des-animar -extraer el alma- el mundo, lo femenino quedó relegado a lo subconsciente -identificado con lo emocional, lo enfermizo, lo irracional, brujería, magia, etc...- y lo masculino se identificó de forma exclusiva con la racionalidad técnico-práctica, materialista. Así, la tiniebla de la razón vino a nublar la luz del Intelecto. 

En conclusión, creemos que es imposible una crítica profunda a la racionalidad práctica impositiva y excluyente que ha venido practicando occidente a lo largo de los últimos siglos si se carece de una perspectiva tradicional que sitúe la razón y el intelecto en el lugar que les corresponde. Sin esta perspectiva todo serán criticas parciales al paradigma occidental y nos encontraremos una y otra vez ante la paradoja de exigir el 'cumplimiento del programa ilustrado', cuando es este mismo programa -social y epistemológico- el origen del problema. Y esperemos que nunca llegue a cumplirse pues el desastre sería de proporciones cósmicas. 



El feminismo moderno visto desde la Tradición.



Dicho esto podría parecer que el feminismo moderno venga a recuperar esa feminidad perdida a la que nos hemos referido, secularmente asociada al 'pilar de la emancipación' y testimonio innegable de otros modos de ser en y de entender el mundo, pero lo cierto es que nada más lejos de la realidad, pues el feminismo moderno es verdaderamente la antítesis de lo que tradicionalmente ha simbolizado lo femenino, al cual se opone radicalmente y pretende suplantar definitivamente. 

Si bien es cierto que desde hace décadas se reivindica un regreso de lo femenino a la sociedad, reiteradamente acusada de promover exclusivamente los valores asociados a la masculinidad -racionalismo, competitividad, etc.-, el regreso que ha tenido lugar es meramente exterior y por ello no supone el más mínimo cambio en el modo de entender o construir el orden social. Más bien es lo contrario: lo que ha supuesto esta especie de 'moda cultural' que es el feminismo moderno no ha sido un cambio en el modo de entender el mundo ni una transformación revolucionaria del mismo, como el discurso del propio poder pretende hacernos creer, sino tan solo una mayor visibilidad de la mujer en la sociedad, por completo exterior y por tanto intrascendente a todos los efectos: la mujer sigue por completo inmersa en una sociedad que sigue siendo la misma que era antes de su particular 'liberación feminista', inmersa en un paradigma ideológico y social radicalmente machista y racionalista. 

Así, la mayor presencia exterior de lo femenino no se constituye como una alternativa ni una disidencia respecto al orden paradigmático imperante -proveniente del 'pilar del control'- sino que por el contrario supone un paso más hacia la profundización en el mismo y su hegemonía en el ordenamiento de la sociedad, por medio de romper las últimas resistencias al mismo, a saber: la familia y la figura de la maternidad. 


No es casualidad que la maternidad se haya convertido en la 'bestia negra' del feminismo moderno más radical, contra la que se dirigen las más duras invectivas progresistas, lo que viene a confirmar otra de nuestras tesis: el odio de la modernidad hacia la naturaleza en tanto que límite e imposición no elegida por el individuo, única vara de medir que acepta la modernidad dentro de la dictadura impuesta de la opinión y la subjetividad personales. Es la clásica oposición entre naturaleza y cultura -expresada también como irracional vs. racional-, donde la naturaleza ha de ser por completo abolida para crear una realidad exclusivamente construida, es decir técnica, aboliendo una vez más lo emocional e interior en pro del pragmatismo. 

Como vemos una vez más, la modernidad no trata de integrar la diferencia -el 'pilar de la emancipación' que queda asociado a lo natural e irracional- sino de eliminarla. Así resulta que, desentrañando la retórica progresista de la que está cautiva la sociedad, la mujer no es el 'sujeto a liberar' sino más bien el 'objeto a destruir' por parte del feminismo como proyecto político y de la revolución feminista como hecho social. Añadamos que, lo que oculta la reiterada promesa de liberar al hombre y a la mujer de todas sus 'cadenas' [2] es tan solo esto: negarle y robarle su naturaleza esencial; toda esencia, toda cualidad, han de ser destruidas para que al fin se imponga el nuevo orden, el nuevo mundo que la modernidad tanto anhela. Finalmente es la inmersión en la materia indiferenciada y descualificada de lo que se trata, para la realización del proyecto del 'reino de la cantidad' en palabras de Guénon.

Lo que decimos se ve confirmado cuando se comprueba cómo para el feminismo moderno no se trata de que la mujer aporte a la civilización moderna los valores que lo femenino ha encarnado tradicionalmente para las sociedades premodernas, se trata exactamente de lo opuesto: esos valores tradicionales, asociados al 'pilar de la emancipación', simbolizados por la mujer, la familia, el respeto a las tradiciones de los antepasados y el mundo rural, son vistos desde el feminismo moderno no como valores a recuperar sino como disvalores a combatir y a extinguir, restos de un pasado que debe ser borrado por completo -una vez más nos encontramos ante la 'cultura del palimpsesto'-. El feminismo moderno no es sino un paso más en este sentido, el del borrado de las raíces y el aumento del desarraigo del hombre moderno, por lo que supone de construcción de una nueva feminidad de modernísima factura, cada vez más próxima al 'polo masculino' que rige la sociedad y al que tanto se ha criticado y se dice combatir. La realidad es que así no se combate en absoluto el 'pilar del control', antes bien se sirve al mismo mediante la destrucción de sus posibles alternativas. 


Por esta razón el feminismo nacido tras la segunda guerra mundial, descaradamente anti-tradicional, no supone el retorno de la visión emancipadora y femenina de la realidad sino que supone bien al contrario su anulación definitiva en base a la destrucción última de las pocas resistencias que podían quedar al dominio absoluto del monolítico 'pilar del control' y sus ideales ilustrados-humanistas. 




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Feminismo y machismo, dos caras de la misma modernidad anti-tradicional


Unas últimas reflexiones se imponen. En primer lugar, si reconocemos que lo femenino y lo emancipador fueron expulsados del núcleo paradigmático occidental y de la construcción de su identidad ya desde su mismo origen, el retorno de lo femenino, si es real y no una mera apariencia revolucionaria -una máscara del poder en realidad- como viene siendo por parte de los diversos feminismos, debe implicar el fin -o al menos una alternativa cierta- de esa misma mentalidad moderna que lo marginó. 

Y puesto que la modernidad -como paradigma de conocimiento- excluye el polo femenino de la emancipación por definición, el regreso de los valores y realidades que éste implica nunca puede producirse dentro de la modernidad misma. Por tanto, a
quellos 'feminismos' que defiendan y refuercen la modernidad -que reivindiquen un mayor cumplimiento del programa ilustrado- no pueden ser juzgados más que como cómplices del orden imperante, cómplices de la destrucción de lo que verdaderamente ha simbolizado siempre lo femenino.  

Por otro lado nos encontramos con que a menudo y de forma popular el concepto feminismo se opone a su concepto antagónico: el machismo. Por ello es sumamente necesario advertir la paradoja de que el feminismo moderno, en tanto que es precisamente moderno, no puede -ni quiere por lo demás- luchar contra el machismo sistémico que dice denunciar -el archiconocido patriarcado- pues forma parte indisoluble del mismo orden social que aquel ha conformado y lo necesita para existir. 


El feminismo, con toda su apariencia de oposición y reivindicación, no es más que un paso más en el avance del paradigma machista hegemónico en los últimos siglos y que ha conformado la civilización actual. Un paradigma en que la técnica, el estado y el capital tienen prioridad sobre la persona, ya sea hombre o mujer. Esta es la terrible realidad de una sociedad que mistifica un modo de conocimiento -la tecno-ciencia- que no está al servicio de los seres humanos sino de un poder cada vez más lejano y deshumanizado, y denunciar desigualdades entre géneros antes de denunciar esta verdad -que está en la base de aquellas- es hacer demagogia o enmascarar la verdad.  

No es por tanto el feminismo una lucha contra el machismo -contra el cual, aunque quisiera, no podría combatir pues son hijos del mismo padre: la modernidad anti-tradicional-, sino ante todo una lucha contra el género, en tanto división socialmente consignada de los roles masculino y femenino. 


Es evidente que el hecho de que existan diferencias de 'género', así como su reconocimiento explícito, no implica per se que un género someta al otro. Pero esta evidencia lógica no significa nada para el feminismo moderno y su propaganda pluscuam-moderna de desprecio de todo lo pasado, ni altera en nada su programa político de rediseño y deconstrucción de la sociedad. Esta es la verdadera agenda oculta del feminismo como agente político de división y dominación social: la abolición de toda diferencia entre hombre y mujer [3]. Por ello el feminismo jamás ha reivindicado ni reivindicará los valores tradicionales de la feminidad -aquellos que califica de 'cómplices del patriarcado'- sino que pretende re-definir la feminidad, disolviéndola y destruyendo todo lo que pueda quedar de aquella. Aquí, su carácter anti-tradicional se muestra claramente.  

Lo que subyace a este propósito es un carácter que ya hemos definido como fundamental de la modernidad desde sus inicios: el odio a la diferencia; el cual es seguido inevitablemente de su corolario positivo: el igualitarismoPorque esta abolición de los géneros no conduce a igualdad real alguna -más allá de la que se da como sujeto que vende su fuerza de trabajo al capital- sino, como venimos desarrollando en estas páginas, a un estado de cosas muy acorde al proyecto social de la modernidad: el igualitarismo a toda costa y la homogeneidad de la sociedad. 

Es decir, dicho en el lenguaje que venimos empleando para definir este paradigma, lo que se persigue no es otra cosa que la ausencia de diversidad, pues como ya vimos la diversidad -así como la libertad verdadera, no la liberación revolucionaria- es vista como una potencial amenaza al orden imperante del 'pilar del control'. La modernidad considera la igualdad como la 'ausencia de diferencia' -la conocida doctrina del 'todos somos iguales'-, y sobre todo, dada la prioridad que posee lo exterior y la apariencia para las mentalidades modernas más radicales, la 'ausencia de diferencias exteriores'. 



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Aún hay más. Y es que este igualitarismo oculta tras de sí una realidad todavía más inquietante. Se ha dicho a menudo que la modernidad impone un igualitarismo por abajo y en efecto existen pruebas irrefutables de ello, tal y como se aprecia en tendencias que poco a poco ganan fuerza en la sociedad actual, como la deconstrucción de los géneros, los nuevos tipos de mujer y de (pseudo-)feminidad -marcados por una exagerada androginización, una vez más anti-natural, incluso en lo estético- o la conocida moda de lo unisex, por ejemplo, sin necesidad de hablar de las nuevas sexualidades y modelos de relación que se tratan a todas horas de inventar. Es hacia esta 'ausencia de diferencias' hacia donde apuntan las conquistas feministas del último siglo. 

Lo que subyace a estas actitudes no es tan solo una campaña de destrucción de la masculinidad, aquí existe un odio por igual a lo masculino y a lo femenino. Por tanto para el feminismo, así como para todo el proyecto globalista, no se trata tanto de combatir la desigualdad como de destruir la diferencia, diferencia que parece molestar especialmente a la modernidad más radical. 

No es de extrañar por tanto que la feminización y de-construcción del hombre -exterior y también de carácter- haya ido pareja a una extremada androginización de la mujer. Tal tendencia, ya denunciada a comienzos del siglo XX, demuestra que el paradigma machista-racionalista no ha cambiado en absoluto y sigue siendo hegemónico en todas partes, inclusive  o más que en ninguna otra parte, entre las mujeres, pues éstas en lugar de afirmarse como lo que son, mujeres, han imitado casi siempre el prototipo masculino para sentirse aceptadas en la sociedad que dicen criticar, ya desde los primeros coletazos feministas -lo que denota algo patológico y no un deseo de emancipación: que en realidad envidiaban la situación social de los hombres- y se muestran cada vez más en la sociedad como antes era patrimonio exclusivo de los hombres. Y sobre todo imitando el polo masculino en lo peor, esto es en aquellas actitudes más arrabaleras y macarras, como resulta evidente para cualquiera que esté libre de prejuicios. Para lograr todo lo cual, la ideología feminista, que como toda buena ideología moderna es 'contra algo' -se define por su enemigo- viene empleando la táctica de victimizar, problematizar y acomplejar a las mujeres hasta hacerlas odiar lo que son. 

Es decir, siendo como es el feminismo moderno un subproducto más, y de los más grotescos, de la post-modernidad más anti-tradicional, aquella que celebra destruirse a sí misma, comparte plenamente con ella su característico odio a uno mismo, a su pasado y a lo que uno es; y su misión última, no es acabar con el 'patriarcado' moderno -representado ante todo por el par Estado-Mercado- sino redefinir la noción de sujeto, deconstruir a las personas desde su sexualidad y rediseñar la sociedad... en definitiva disolver

El feminismo es, por tanto, una fuerza disolvente más, un verdadero nihilismo, y no el menor, de los muchos que actualmente desmembran nuestra sociedad.  




El moderno andrógino como inversión especular del andrógino primordial.


Llegamos así a la conclusión de nuestro análisis. C
omo vemos estamos aquí ante la inversión exacta del mito tradicional del andrógino primordial. Si el ideal del andrógino de los alquimistas y hermetistas cristianos era ante todo la integración en su personalidad de sus polaridades -entendidas como complementariedades-, lo que es ante todo un proceso interior de asunción de la propia naturaleza, no excluyente sino inclusivo, en el que poco podía importar la apariencia exterior, el ideal del 'nuevo andrógino' es la nivelación por abajo entre hombre y mujer, una especie de desexualización y caída en la indiferenciación de la materia primordial.  Tal indiferenciación primordial es sobre todo una imagen de la carencia de cualidades lo que es una seña evidente del 'reino de la cantidad' como ya nos advirtiera magistralmente René Guénon. 

Así, la convergencia de los géneros masculino y femenino en el universo unisex, es un caso análogo a lo que supone el ideal de proletarización universal que pronosticaban y soñaban los utopismos del siglo XIX para la idea tradicional del orden social basado en las castas. El proletario no supera las castas por arriba -lo que sería el ideal del ativarna hindú- sino por abajo, anunciando la descualificación completa del hombre [4] -lo que es realmente el avarna, literalmente 'sin color', es decir sin cualidad-. Ambos modelos de igualitarismo revolucionario suponen la descualificación del sujeto y por tanto un rebajamiento de su dignidad ontológica, un sujeto que, cosificado, pasa a ser una pieza más del sistema, sin cualidades que lo definan o diferencien del resto de otras piezas, y por tanto perfectamente intercambiable por cualquiera otra, en una homogeneidad que es imagen especular de esa indiferenciación propia de la Prima Materia que decíamos y que refleja en la misma sociedad la idea de la cadena de montaje industrial. Todo ello augura un futuro de indiscutible prevalencia de los sincasta: la 'dictadura del proletariado', una masa de gente sin pasado, sin raíces, sin tierra, controlados por un sistema de producción por completo externalizado y ajeno, ¿cómo puede defenderse cabalmente semejante proyecto social?

Si el andrógino tradicional era ante todo una realidad interior e implicaba una superación de los géneros -para lo cual es necesario aceptarlos y asumirlos previamente-, a fin de dar lugar a un orden y un equilibrio que los trascendiera por arriba, por lo alto -tal y como hemos citado el modelo del ativarna, el hombre que supera todas las castas-, ahora el nuevo equilibrio unisex pasa por negar la diferencia, y hasta la misma existencia, de tales realidades masculina y femenina y equipararlas por abajo, hacia lo inferior, en un retorno hacia la indiferenciación de la materia sin forma, es decir sin cualidad. Si la androginia tradicional simboliza la integración del alma del sujeto, un interior armónico y equilibrado, la perfección del alma humana; la androginia postmoderna es su más consumada antítesis: representa la indiferenciación primordial contenida en el caos primigenio, es un descenso a lo inferior -el reino de la materia- y por ello puede ser calificada ciertamente de infernal. 

Un nuevo ejemplo de cómo la modernidad es la inversión infernal -inferior- del orden tradicional o normal. 








[1] Si bien se atendió ante todo el alma enferma, tomando como camino de conocimiento sus patologías, lo que no es desde luego lo más aconsejable. Curiosamente este sesgo hacia las rarezas y los casos patológicos tomándolos como modelos de estudio, en vez de fijarse en la normalidad, es un caso del todo análogo al de Darwin, quien tomó como modelo la selección artificial de razas por parte del hombre de varias especies animales, perros, vacas, etc...


[2] Curiosamente todas las 'cadenas' que el feminismo moderno denuncia son aquellas provenientes de la sociedad tradicional: la religión, la familia, los padres, ¡hasta los hijos son una cadena! El trabajo asalariado por cuenta ajena, embrutecedor, esclavizador, a menudo humillante y aniquilador para el sujeto, causa primera de los desajustes psicológicos del hombre moderno, no parece ser una 'cadena' de la que haya que anhelar liberarse, a juicio de los revolucionarios feminismos. 

[3] Puesto que hombre y mujer son límites impuestos por la naturaleza desde el mismo nacimiento, forman parte de esa realidad pre-cultural que debe ser destruida por la modernidad y ello se intenta desde todos los frentes no solo el ideológico y cultural sino incluso desde el bio-médico. Una vez más lo que marca la agenda de la modernidad es el odio a lo otro y a la diferencia. 



[4] Lo que por otra parte está a punto de lograr el neo-liberalismo postmoderno, que tiene mucho en común con ciertos marxismos, no en vano una buena parte de la generación de liberales hoy en las esferas del poder fueron revolucionarios militantes y marxistas convencidos. Así, lo que no pudo lograr el marxismo, el sueño de la proletarización universal, que sería como un 'año cero' que daría comienzo a una nueva era de la humanidad, ya sin herencias ni rémoras del pasado, quizá lo logre el liberalismo. Vemos cómo el marxismo ha cumplido a la perfección su función en tanto que ideología central del paradigma moderno, pero es una función muy distinta de la que ellos mismos auguraban.  


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