martes, 27 de mayo de 2014

Orden y belleza en el pensamiento medieval (V): la noción de límite


El límite como marco conceptual en el pensamiento medieval.


Llegamos así a uno de los conceptos más centrales del paradigma neoplatónico medieval, la noción de límite. El límite era entendido, no como algo negativo, sino como algo necesario y positivo: constituía un marco regulador y también una guía. La noción medieval de límite es inseparable de la idea aristotélica de forma -μορφή-, tal y como lo plantearon los escolásticos en la teoría del hilemorfismo. Así toda educación, toda decisión, todo acto humano implica en sí un límite, tan necesario para el buen orden de la manifestación como inevitable [1]. Siguiendo la clásica comparación del alma humana con una planta diríamos que el límite cumple la función del tutor y la poda que son necesarias para dar a la planta su forma más adecuada, digamos la forma de árbol, imagen clásica por ser el árbol intermediador natural entre tierra -donde hunde sus raíces- y cielo -hacia donde extiende sus ramas y hojas-. El árbol es así un símbolo del Hombre Universal, tal y como se representa, por ejemplo, en la tradición extremo-oriental taoísta, con los brazos alzados al cielo. Algo también expresado por Orígenes:



"Conviene que el que ora eleve sus manos puras". [2]


Sin la guía del jardinero la planta no podría desarrollar su forma perfecta. Esta metáfora del jardinero está presente en todo el pensamiento ordenador medieval y fue heredada en buena medida por los alquimistas del renacimiento que a menudo comparaban la obra alquímica con el trabajo de cuidar un jardín, un trabajo de limpieza y de mucha constancia. La analogía alma-planta así cómo la idea de guía y tutor están muy presentes en la idea de educación como 'cultivo del alma' de la edad media, heredera por completo del ideal clásico greco-latino. Las palabras 'cultura' y 'culto' tienen en origen esta equivalencia entre alma y planta, y aún hoy día se dice de manera coloquial de una persona que es 'muy cultivada'.  

La transmisión de esta idea de límite como marco necesario para la expresión y el desarrollo correcto de las potencias del alma se hacía de forma sencilla e intuitiva mediante el simbolismo cosmológico: un universo cerrado y ordenado, de ritmos perfectos y regulares, un universo que había de ser circular, pues el círculo es como ya vimos la forma más perfecta de todas. Esta idea del universo como imagen arquetípica -es decir imagen sensible de los arquetipos celestes- seguía estando presente aún en la ciencia de Kepler y Newton. Para el hombre medieval concebir un universo infinito es tan absurdo como imposible. 

Muy unido a estas ideas se encontraba también la noción de horror vacui. Se comprueba fácilmente de qué modo ambas ideas acerca de la naturaleza de la realidad y del universo buscaron expresarse no sólo en las teorizaciones filosóficas de los escolásticos sino en todas las artes, que no en vano desempeñaban la función de transmitir de forma sencilla esta cosmología, dando lugar a propuestas artísticas y soluciones estéticas absolutamente incomprensibles para la mirada y el gusto modernos. 

Frente a esta idea positiva de la noción de límite la modernidad ha desarrollado la idea de transgresión, que presenta la ruptura de los límites como un valor, algo que tiene sus raíces en las ideas anti-metafísicas modernas y cuyas consecuencias se manifiestan en todos los ámbitos de la vida humana desde una ciencia que avanza sin límites morales de ningún tipo hasta una educación realmente deformadora de las cualidades del sujeto.




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Pero quizá mucho más determinante que estos apuntes sea el hecho de que la noción de límite, en tanto verdad ontológica y necesidad práctica para la existencia entendida en sentido general, suponía consecuencias gnoseológicas de primer orden, y por ello muy importantes en la vida real y cotidiana de los hombres y mujeres de la edad media. 

En efecto, el mismo hecho de existir conlleva ya el límite como condición, pues lo que carece de límite es el Absoluto inmanifestado, que está más allá de la existencia y la manifestación, y por tanto en otro plano ontológico. Por tanto, decir manifestación es decir límite.

Esto implicaba el desarrollo de una ciencia que respetara los límites que se imponía a sí misma en tanto que marco regulador, marco de la posibilidad humana y que no fuera más allá de donde le era legítimo llegar. Hemos utilizado la expresión 'posibilidad humana', y creemos que esto puede arrojar algo de luz sobre lo que queremos decir acerca de la idea de transgresión de los límites como esencia de la modernidad: uno de los objetivos más evidentes de la modernidad es sobrepasar las limitaciones humanas, lo que es como decir sobrepasar la condición humana, por supuesto a costa de aquello establecido por naturaleza. Así la tecnología ha sido puesta al servicio de destruir la naturaleza humana y ello se asume con total indiferencia por parte de nuestros contemporáneos, y lo artificial es mucho más que un conjunto de cosas fabricadas industrialmente, es verdaderamente un proyecto de suplantación de la naturaleza -y la esencia- del hombre. Aquí lo artificial desemboca en lo virtual. 

Ya que se trata de sobrepasar -superar- el límite de lo humano, la tecnología es enemiga directa de la naturaleza, puesto que la naturaleza es el límite primero y fundamental del hombre, aquel que le obliga ante todo a los hechos más universales de la humanidad: nacer y morir. En último lugar, para el cientifismo y el tecnicismo modernos de lo que se trata es de sobrepasar o destruir estos límites últimos. Este odio a la naturaleza se hace cada vez más explícito y es consubstancial a toda la modernidad occidental. 

Por tanto, y como conclusión, puede decirse que ciencia y tecnología moderna son esencialmente proyectos de transgresión que buscan la destrucción de todos los límites, y el más fundamental de todos ellos es la naturaleza humana misma. Por esta razón es necesariao un cambio radical en la ciencia que dé lugar a una ciencia con proyectos claros, explícitos y al servicio del hombre y no al revés, limitada por una fuente de conocimiento superior -que ella misma no es y no puede ser- y no bajo la dictadura del progreso tecnológico. [3] 

Se ha dicho en ocasiones que entre la técnica de nuestros antepasados y la técnica moderna -la que nació a  partir de la revolución industrial- solo hay una diferencia de grado. Este es un argumento profundamente falso y demagógico, que busca tan solo justificar ideológicamente y naturalizar la horripilante realidad tecnológica actual. Lo cierto es que no hay comparación posible entre ambas, pues son inconmensurablesla técnica pre-industrial es una extensión del hombre, de sus potencias y capacidades, la técnica moderna es una suplantación del hombre, pues hace cosas que este por naturaleza no puede hacer. Es decir es cualitativamente distinta de la capacidad humana. Esto es tanto como decir que es no-humana, y en efecto no lo es, pues es de naturaleza titánica. Esta es una verdad pocas veces denunciada debido a la idea falsa que ha popularizado la ideología humanista de que el hombre es el centro y la medida de todas las cosas. Nada más falso, pues en realidad es al revés: es en la sociedad tradicional y en la producción artesanal donde el hombre es centro y medida -la idea de canon medieval- y es con las revoluciones científica e industrial que el hombre ha perdido ese centro, ha quedado relegado a la periferia y ha perdido además el control completo sobre la producción misma que ya empieza a funcionar de manera independiente como denuncian en ocasiones incluso los economistas.

Este carácter no-humano de la técnica moderna, que expulsa al hombre del control de la tecnología que él mismo fabrica, se muestra ante todo en un detalle que nunca ha recibido la suficiente atención: el ritmo, la velocidad a que funciona la tecnología moderna, un ritmo enteramente ajeno a los ritmos humanos naturales. Todo artilugio o invento de una sociedad tradicional posee una escala humana y funciona a un ritmo humano: desde un arco hasta un coche de caballos o un molino de agua, pero ¿se puede decir lo mismo de una cadena industrial o de un simple coche? ¿Cómo puede compararse la invención o construcción de un coche de caballos con un tren de alta velocidad? ¿De verdad es un asunto de grado entre ellos? Es impensable un coche de caballos -ni su existencia ni su funcionamiento- sin intervención constante del hombre pero un tren de alta velocidad que funcione, se desplace, cargue y descargue sin intervención directa de nadie es perfectamente imaginable. Ante la distancia que toma esa tecnología cada vez más respecto del hombre, ¿se puede seguir llamando humana? ¿Tiene un tamaño humano? ¿Una velocidad humana? En fin, ¿pertenece a una escala humana?

El caso de los medios de transporte modernos es verdaderamente paradigmático a la vez que indignante: aceptamos de forma natural unas máquinas que nos desplazan como si se tratara de mercancía inerte, para adaptarse a las cuales casi hay que cosificarse y deshumanizarse -pensemos en las horas realmente perdidas y muertas que pasamos sentados en un tren o un avión sin poder hacer apenas nada- a una velocidad inhumana y que causan más muertes al año que cualquier guerra de la antigüedad. Sin embargo entregamos con total naturalidad el poder que poseemos sobre nuestro propio cuerpo y sobre nuestro desplazamiento. Es una buena metáfora de cómo el pasivo hombre moderno declina siempre toda responsabilidad y delega toda capacidad de decisión a fuerzas ajenas a él sin ningún reparo. Da igual si es al estado moderno o a la tecnología, la naturaleza de la entrega de sus responsabilidades y capacidades es exactamente la misma. Ya lo hemos dicho otras veces, el hombre moderno es incapaz de luchar porque ha sido adoctrinado y educado en la pasividad total, probablemente nunca hayan existido hombres más interiormente sometidos y menos autárquicos en la historia. 

Si esto es aplicable a las megamáquinas qué no decir de otras técnicas que el hombre no puede siquiera percibir por sí mismo sino solo colateralmente: radiactividad, túneles aceleradores de partículas, láser, etc... La lista sería interminable. El verdadero problema, un problema moral si se quiere, es que estas técnicas no pueden ser nunca humanas ni humanizadas, porque su escala no lo es, son infra-humanas. El hombre, como dijo Orwell, no humaniza nunca las máquinas, es la tecnología la que maquiniza al hombre, obligándole a funcionar, trabajar, pensar y finalmente vivir al ritmo que ella le impone y nunca al revés. Haciendo honor a su carácter titánico e inferior, a su origen ctónico, la tecnología es un poder brutalmente tiránico.    




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La astrología como ciencia de las ciencias.

Los límites de la ciencia medieval venían señalados como no podía ser de otro modo por la ciencia más completa de todas, más completa en el sentido de comprehensiva y de principial, aquella que se acercara más a la comprensión de los principios supremos de la manifestación. Por decirlo de un modo gráfico, aquella ciencia que mediara entre lo manifestado y lo inmanifestado, entre lo visible y lo invisible. Esa ciencia no era, como se suele pensar, la teología -ciencia pura de Dios- sino la astrología que es la intermediadora natural entre los cielos -y su orden- y la tierra, nótese cómo su legitimidad le viene por completo del orden simbólico. Tal disciplina era la madre de todas las ciencias naturales, de modo análogo a como la teología era la madre de las ciencias intelectuales. 

La astrología era la ciencia de los ritmos cósmicos, y por tanto del orden supremo. Por ello era la ciencia madre de todas las ciencias, ciencia superior a todas las otras pues mediaba entre la realidad sensible percibida por el hombre y la mente divina o el Anima Mundi. Su labor era en cierto sentido traducir el orden superior a un orden inteligible, aplicable y útil al hombre. Además a su alrededor se organizaban todas las otras ciencias y saberes, sin duda la matemática pero también, en tanto que ella estipulaba cuáles eran los órdenes legítimos -es decir el canon-, la música, la arquitectura, y todas las demás artes. E incluso, puesto que la astrología establecía las tablas de analogías y correspondencias así como los ritmos naturales dominaba sobre la medicina, a través de la farmacia y la botánica. La astrología era ciertamente la ciencia de las ciencias, pues ordenaba y limitaba a todas la otras. 

Sobra decir que aquella astrología no tenía nada que ver con lo que hoy día recibe tal nombre. Hablamos de una ciencia de los ritmos naturales -en tanto imagen y expresión de los ritmos superiores y divinos- que era un conocimiento muy serio y metódico de la naturaleza, y no sólo de los astros como se suele pensar sino que incluía ámbitos como los ritmos de crecimiento y floración de las plantas, los ciclos de siembra y recogida, el estudio del clima, etc... Una verdadera ciencia de la observación de la naturaleza. 

Es posible que donde haya una mayor diferencia respecto del paradigma cientifista moderno sea en el hecho de que la ciencia medieval ignoraba por completo la experimentación -es decir la manipulación- y se basaba por completo en la observación, era una ciencia pura de la observación. Esta ciencia fue por supuesto elaborada en los monasterios de los cuales no salió sino hasta muy avanzada la edad media. 

Al margen de este carácter anti-experimental de toda la ciencia medieval en lo que radicaba la centralidad de la disciplina astrológica era en que -en virtud de la ley de analogía- todo el conocimiento y comprensión del mundo exterior podía ser traspuesto y aplicado al interior del hombre, es decir a su alma. Esta capacidad para establecer puentes entre interior-exterior, entre macrocosmo y microcosmo, objetivo fundamental del saber medieval, es lo más característico de este paradigma, un hecho que resulta inconcebible para el hombre moderno, cuya mirada está completamente escindida entre sujeto y objeto, ente el yo y lo otro. Y, dado que es sobre esta separación sobre la que se construye y sostiene la modernidad, es necesario re-elaborar y re-definir esta relación entre el yo y lo otro para construir una nueva mirada de la realidad -una mirada no separadora sino integradora, que no excluya sino que incluya al hombre en el mundo- y a través de ella se vislumbre un nuevo mundo. Esta es nuestra propuesta y nuestra esperanza desde estas páginas. 

Ciertamente es imposible reconstruir lo que era el conocimiento astrológico medieval con todo lo que abarcaba y todas sus aplicaciones prácticas, pues se ha perdido por completo pero quizá tengamos oportunidad en el futuro de profundizar en algunos aspectos para dar una idea más justa de en qué consistía una ciencia tal.  




[1] Esta idea es muy cercana a la idea clásica de destino, que a su vez es muy próxima a la idea oriental de karma. No sería correcto entender tales ideas como un determinismo pero sí como límites y patrones a la libertad de acción. 
[2] Orígenes, Tratado de la oración
[3] Esto debe ser advertido cuando se plantean proyectos sinsentido como la revitalización de un dinosaurio o la creación de un robot que parezca cada vez más un ser humano -¿con qué fines?-, por no hablar de los ciborgs ya empleados en la ciencia ficción así como otras muchas aberraciones semejantes, proyectos para los cuales sin embargo siempre se encuentra justificación -por grotesca que esta sea- y financiación... Quizá lo más preocupante de todo ello sea la ausencia de juicio moral -siquiera sobre su conveniencia- de estos proyectos monstruosos por anti-naturales por parte de nuestros contemporáneos. Es por estos ideales de transformación y transgresión de lo que es humano para convertirlo en otra cosa, que la modernidad puede ser calificada de verdadera monstruosidad.      


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