Antes de analizar los tipos principales de jardín medieval y el simbolismo particular de cada uno de ellos debemos referirnos aún a otro significado relativo al jardín entendido como concepto general.
En cierto sentido el espacio físico en que el hombre se encuentra con Dios -por ejemplo un lugar sagrado como el templo-, es una metáfora espacial del lugar interior del alma en que se produce ese encuentro. De este modo el templo muestra a través de la forma exterior lo más interior y profundo del hombre, donde mora la divinidad, lo que constituye el misterio de la simbólica arquitectónica. Es en este sentido que el jardín, en tanto que lugar privilegiado de encuentro con lo divino, es una metáfora del alma humana, que es el 'lugar' o 'espacio', si continuamos con la metáfora espacial, en que se produce ese encuentro.
Ya hemos hablado en otro lugar acerca de la importancia que los conceptos de Belleza y orden tenían en el pensamiento medieval -heredero de las tradiciones neoplatónica y pitagórica- y cómo ambas ideas estaban estrechamente enlazadas. En virtud de esta importancia el jardín debía ser una imagen aprehensible por los sentidos exteriores -no solo la vista, también el olfato, el tacto, el oído...- de la belleza y la pureza del alma perfecta, el alma elevada a su perfección y pureza originales, previa a la caída, tal y como la formó el Creador. Es por este estado de pureza recobrada que el alma puede recibir la visita del espíritu. Y dicha 'visita mística' del espíritu al alma es figurada a menudo mediante la metáfora de la visita del Esposo a la esposa, o del encuentro del amado y la amada, visita o encuentro, según el caso, que tiene lugar precisamente en el jardín.
Encontramos ejemplos de ello en la Escritura. El ejemplo más conocido es sin duda el del Cantar de los Cantares, donde amada y amado simbolizan respectivamente el alma -femenina- y el espíritu -masculino-. También subyace este simbolismo del jardín como lugar de re-encuentro con la divinidad ausente en un conocido pasaje del Evangelio de Juan, aquel en que María Magdalena encuentra en la mañana del Domingo de Pascua a Jesús resucitado [1].
Asimismo es un simbolismo frecuente en la literatura espiritual cristiana, por poner un ejemplo, esta es la metáfora principal que vertebra el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, inspirado claramente en el Cantar de Salomón. También encontramos este simbolismo alma-jardín en santa Teresa de Jesús, cuando compara en su Castillo interior la labor de la oración sobre el alma con la acción del agua en un huerto. Una vez más el alma es asimilada a un huerto-jardín. Ya hemos dicho que en la edad media no existía una diferencia clara ni relevante entre ambos términos por lo que no nos extenderemos sobre ello.
El jardín es por tanto para el simbolismo tradicional -y no solo cristiano, también musulmán- ese centro, podemos decir intelectivo, simbolizado a menudo por el corazón entendido como órgano sutil, centro en el cual tienen su origen y asiento todas las potencias del alma. En este sentido es particularmente llamativo que el centro de los jardines tanto cristianos como musulmanes solía estar ocupado por el agua -elemento que representa el mundo sutil por antonomasia por carecer de forma propia y por ser el origen y fundamento de la manifestación formal- que de este modo ocupaba un lugar central, simbólica y literalmente.
Esta idea del jardín como centro unificador, unida a la idea antedicha del jardín como imagen visible y captable por los sentidos de lo invisible e inefable, es la causa de que existan representaciones clásicas del jardín medieval entendido como alegoría de los cinco sentidos. En un principio dicha representación contenía una lectura mística, a saber: los cinco sentidos calmados y armonizados, re-unificados en el centro del alma, lo cual supone en sí una experiencia mística. En el renacimiento, coincidiendo con la expansión del punto de vista profano, se impuso la imagen del jardín como simple alegoría de los sentidos y como invitación a la sensualidad, en un Carpe Diem ya privado de todo sentido providencial o espiritual. Hay que decir en todo caso que el placer de los sentidos es una imagen terrena y material -en sentido platónico- del goce espiritual de modo análogo a como la belleza de las formas del mundo son un reflejo de la Belleza última. El jardín por tanto se convirtió en el arquetipo del locus amoenus. El deterioro del sentido espiritual y la caída progresiva en reduccionismo materialista privó al hombre de entender estas lecciones simbólicas, el mundo deja de ser simbólico en la medida en que avanza la marea profana y desacralizadora que toma cada cosa tan solo en lo que es materialmente, y a veces ni siquiera eso.
En cuanto a la re-unificación de las potencias humanas en su centro decir que es sólo cuando las potencias sensibles, concupiscibles e irascibles, dejan de estar disipadas hacia el mundo exterior cuando pueden precisamente percibir las realidades celestes, es decir, según nuestra analogía del jardín y del encuentro entre los amantes, recibir la visita del Amado que viene de lo alto.
Pero cabe preguntarse, ¿a qué se debe esta correspondencia tan arraigada entre el alma humana y el jardín?
En primer lugar es clásica la comparación entre el alma y la planta o el árbol. Como ellos el alma crece de manera humilde, sin llamar la atención [2]. Como ellos el alma debe ser cuidada, abonada -alimentada mediante la Palabra- y podada -purgada de lo que le sobra-. Como ellos el alma surge de la tierra, de la materia y tiende hacia lo alto. Si por un lado el alma requiere en esta vida del soporte del cuerpo, por otro busca nutrirse de la pura energía espiritual, análoga a la luz del sol. Por tanto el alma es un puente natural entre el mundo inferior, material, y el mundo superior, espiritual. La correspondencia viene de muy antiguo pues ya al iniciado en los misterios se le llamaba neófito -nueva planta- en referencia a que su alma crecería como una planta a partir del germen espiritual depositado, o mejor dicho, despertado, a través de la iniciación.
Siguiendo con esta analogía del alma como planta, las almas buenas dan buen fruto, las almas presas del pecado son estériles, y además impiden o dificultan que otras almas fructifiquen. Estamos ante la conocida parábola de la cizaña [3]. A partir de este razonamiento las plantas que dan frutos valiosos representan de manera intuitiva a las almas buenas que obedecen la Voluntad divina. La diversidad de plantas buenas está en correspondencia simbólica con la diversidad de dones con que el espíritu ilumina las almas de los hombres.
Es en base a esta relación que la Virgen es comparada de forma general a un jardín perfecto, bello y fértil, y de forma más concreta a las mejores flores del jardín, las más bellas y fragantes, pues la flor es uno de los más elevados símbolos de la belleza. Por lo demás son frecuentes los simbolismos vegetales en las parábolas de Jesús.
De forma similar a los paralelismos descritos con la planta el alma es también comparada con el jardín, incluso en cierto sentido el paralelismo es aún más adecuado pues a las diferentes cualidades del alma humana corresponden las diferentes especies de plantas presentes en el jardín mismo, cada una con sus cualidades propias y particulares -olor, sabor, propiedades curativas, etc.- constituyéndose así cada una de ellas en razón de un simbolismo vegetal de origen ancestral en símbolo vivo de una cualidad o virtud humana.
Como el jardín, el alma del hombre debe ser ordenada según unas reglas divinas y protegido del caos exterior. Como el jardín el alma requiere ser limpiada cada cierto tiempo de lo sobrante, las impurezas -las malas hierbas que ocupan el huerto, lo que nos recuerda de nuevo la parábola de la cizaña-. Y recordemos además que muchos alquimistas comparaban la Gran Obra con el trabajo de cuidar un jardín, la jardinería misma como oficio ha sido comparada a la labor alquímica, debido a la constancia y paciencia que requiere el trabajo espiritual.
Además del jardín mismo entendido como alma restaurada a su estado original y perfecto, también las flores son un tradicional símbolo de la Virgen, en particular el lirio y la rosa. Y lo son tanto por su belleza como por su fragancia y su potencial de fertilidad. María es llamada Rosa Mística en las Letanías Lauretanas. Por su parte en el Cantar de los Cantares la amada es comparada reiteradamente con el lirio:
Si el alma se asocia a menudo con la idea de receptáculo y de fertilidad, cercana al ideal del Grial por otra parte, y María representa el alma más pura que asumió la Voluntad divina sin resistirse a ella, no es de extrañar que las flores pasaran a ser símbolos de María. Las flores representan siempre y en todas partes el arquetipo femenino, arquetipo cuya expresión perfecta se alcanza en María.
En sentido espiritual no ha existido alma humana más pura y perfecta que la de María, Madre de Dios, por ello María es modelo para todos los cristianos e imagen del alma purificada y perfecta de los místicos y contemplativos. María es el alma perfecta que, carente ego, hace siempre la Voluntad del cielo.
El jardín como metáfora del alma humana.
En cierto sentido el espacio físico en que el hombre se encuentra con Dios -por ejemplo un lugar sagrado como el templo-, es una metáfora espacial del lugar interior del alma en que se produce ese encuentro. De este modo el templo muestra a través de la forma exterior lo más interior y profundo del hombre, donde mora la divinidad, lo que constituye el misterio de la simbólica arquitectónica. Es en este sentido que el jardín, en tanto que lugar privilegiado de encuentro con lo divino, es una metáfora del alma humana, que es el 'lugar' o 'espacio', si continuamos con la metáfora espacial, en que se produce ese encuentro.
Ya hemos hablado en otro lugar acerca de la importancia que los conceptos de Belleza y orden tenían en el pensamiento medieval -heredero de las tradiciones neoplatónica y pitagórica- y cómo ambas ideas estaban estrechamente enlazadas. En virtud de esta importancia el jardín debía ser una imagen aprehensible por los sentidos exteriores -no solo la vista, también el olfato, el tacto, el oído...- de la belleza y la pureza del alma perfecta, el alma elevada a su perfección y pureza originales, previa a la caída, tal y como la formó el Creador. Es por este estado de pureza recobrada que el alma puede recibir la visita del espíritu. Y dicha 'visita mística' del espíritu al alma es figurada a menudo mediante la metáfora de la visita del Esposo a la esposa, o del encuentro del amado y la amada, visita o encuentro, según el caso, que tiene lugar precisamente en el jardín.
Encontramos ejemplos de ello en la Escritura. El ejemplo más conocido es sin duda el del Cantar de los Cantares, donde amada y amado simbolizan respectivamente el alma -femenina- y el espíritu -masculino-. También subyace este simbolismo del jardín como lugar de re-encuentro con la divinidad ausente en un conocido pasaje del Evangelio de Juan, aquel en que María Magdalena encuentra en la mañana del Domingo de Pascua a Jesús resucitado [1].
Asimismo es un simbolismo frecuente en la literatura espiritual cristiana, por poner un ejemplo, esta es la metáfora principal que vertebra el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, inspirado claramente en el Cantar de Salomón. También encontramos este simbolismo alma-jardín en santa Teresa de Jesús, cuando compara en su Castillo interior la labor de la oración sobre el alma con la acción del agua en un huerto. Una vez más el alma es asimilada a un huerto-jardín. Ya hemos dicho que en la edad media no existía una diferencia clara ni relevante entre ambos términos por lo que no nos extenderemos sobre ello.
Alma y jardín.
El jardín es por tanto para el simbolismo tradicional -y no solo cristiano, también musulmán- ese centro, podemos decir intelectivo, simbolizado a menudo por el corazón entendido como órgano sutil, centro en el cual tienen su origen y asiento todas las potencias del alma. En este sentido es particularmente llamativo que el centro de los jardines tanto cristianos como musulmanes solía estar ocupado por el agua -elemento que representa el mundo sutil por antonomasia por carecer de forma propia y por ser el origen y fundamento de la manifestación formal- que de este modo ocupaba un lugar central, simbólica y literalmente.
Esta idea del jardín como centro unificador, unida a la idea antedicha del jardín como imagen visible y captable por los sentidos de lo invisible e inefable, es la causa de que existan representaciones clásicas del jardín medieval entendido como alegoría de los cinco sentidos. En un principio dicha representación contenía una lectura mística, a saber: los cinco sentidos calmados y armonizados, re-unificados en el centro del alma, lo cual supone en sí una experiencia mística. En el renacimiento, coincidiendo con la expansión del punto de vista profano, se impuso la imagen del jardín como simple alegoría de los sentidos y como invitación a la sensualidad, en un Carpe Diem ya privado de todo sentido providencial o espiritual. Hay que decir en todo caso que el placer de los sentidos es una imagen terrena y material -en sentido platónico- del goce espiritual de modo análogo a como la belleza de las formas del mundo son un reflejo de la Belleza última. El jardín por tanto se convirtió en el arquetipo del locus amoenus. El deterioro del sentido espiritual y la caída progresiva en reduccionismo materialista privó al hombre de entender estas lecciones simbólicas, el mundo deja de ser simbólico en la medida en que avanza la marea profana y desacralizadora que toma cada cosa tan solo en lo que es materialmente, y a veces ni siquiera eso.
En cuanto a la re-unificación de las potencias humanas en su centro decir que es sólo cuando las potencias sensibles, concupiscibles e irascibles, dejan de estar disipadas hacia el mundo exterior cuando pueden precisamente percibir las realidades celestes, es decir, según nuestra analogía del jardín y del encuentro entre los amantes, recibir la visita del Amado que viene de lo alto.
Pero cabe preguntarse, ¿a qué se debe esta correspondencia tan arraigada entre el alma humana y el jardín?
En primer lugar es clásica la comparación entre el alma y la planta o el árbol. Como ellos el alma crece de manera humilde, sin llamar la atención [2]. Como ellos el alma debe ser cuidada, abonada -alimentada mediante la Palabra- y podada -purgada de lo que le sobra-. Como ellos el alma surge de la tierra, de la materia y tiende hacia lo alto. Si por un lado el alma requiere en esta vida del soporte del cuerpo, por otro busca nutrirse de la pura energía espiritual, análoga a la luz del sol. Por tanto el alma es un puente natural entre el mundo inferior, material, y el mundo superior, espiritual. La correspondencia viene de muy antiguo pues ya al iniciado en los misterios se le llamaba neófito -nueva planta- en referencia a que su alma crecería como una planta a partir del germen espiritual depositado, o mejor dicho, despertado, a través de la iniciación.
Siguiendo con esta analogía del alma como planta, las almas buenas dan buen fruto, las almas presas del pecado son estériles, y además impiden o dificultan que otras almas fructifiquen. Estamos ante la conocida parábola de la cizaña [3]. A partir de este razonamiento las plantas que dan frutos valiosos representan de manera intuitiva a las almas buenas que obedecen la Voluntad divina. La diversidad de plantas buenas está en correspondencia simbólica con la diversidad de dones con que el espíritu ilumina las almas de los hombres.
Es en base a esta relación que la Virgen es comparada de forma general a un jardín perfecto, bello y fértil, y de forma más concreta a las mejores flores del jardín, las más bellas y fragantes, pues la flor es uno de los más elevados símbolos de la belleza. Por lo demás son frecuentes los simbolismos vegetales en las parábolas de Jesús.
De forma similar a los paralelismos descritos con la planta el alma es también comparada con el jardín, incluso en cierto sentido el paralelismo es aún más adecuado pues a las diferentes cualidades del alma humana corresponden las diferentes especies de plantas presentes en el jardín mismo, cada una con sus cualidades propias y particulares -olor, sabor, propiedades curativas, etc.- constituyéndose así cada una de ellas en razón de un simbolismo vegetal de origen ancestral en símbolo vivo de una cualidad o virtud humana.
Como el jardín, el alma del hombre debe ser ordenada según unas reglas divinas y protegido del caos exterior. Como el jardín el alma requiere ser limpiada cada cierto tiempo de lo sobrante, las impurezas -las malas hierbas que ocupan el huerto, lo que nos recuerda de nuevo la parábola de la cizaña-. Y recordemos además que muchos alquimistas comparaban la Gran Obra con el trabajo de cuidar un jardín, la jardinería misma como oficio ha sido comparada a la labor alquímica, debido a la constancia y paciencia que requiere el trabajo espiritual.
Estos simbolismos poseen importantes
connotaciones espirituales y místicas. Una de ellas es que, a consecuencia de esta analogía entre alma purificada o perfecta y jardín, éste se
convertirá en símbolo de María, la Madre de Dios, arquetipo y personificación del alma más pura y perfecta que haya existido.
El jardín y la Virgen María.
Además del jardín mismo entendido como alma restaurada a su estado original y perfecto, también las flores son un tradicional símbolo de la Virgen, en particular el lirio y la rosa. Y lo son tanto por su belleza como por su fragancia y su potencial de fertilidad. María es llamada Rosa Mística en las Letanías Lauretanas. Por su parte en el Cantar de los Cantares la amada es comparada reiteradamente con el lirio:
Ego flos campi,
et lilium convallium.
Sicut lilium inter spinas,
sic amica mea inter filias. [4]
Si el alma se asocia a menudo con la idea de receptáculo y de fertilidad, cercana al ideal del Grial por otra parte, y María representa el alma más pura que asumió la Voluntad divina sin resistirse a ella, no es de extrañar que las flores pasaran a ser símbolos de María. Las flores representan siempre y en todas partes el arquetipo femenino, arquetipo cuya expresión perfecta se alcanza en María.
En sentido espiritual no ha existido alma humana más pura y perfecta que la de María, Madre de Dios, por ello María es modelo para todos los cristianos e imagen del alma purificada y perfecta de los místicos y contemplativos. María es el alma perfecta que, carente ego, hace siempre la Voluntad del cielo.
'Nuestra Señora de la Viña' o 'del Huerto Cerrado', icono ortodoxo del s. XVII de Nikita Pavlovets.
Esta iconografía de la Virgen es prácticamente desconocida hoy en día pero fue muy frecuente en la edad media y en particular en el gótico.
Nótese la valla que cierra el huerto o jardín y lo separa del exterior,
delimitación o cierre que justamente da su nombre al jardín.
En estas tradicionales representaciones de María como Dama del jardín, María y el jardín mismo se confunden en tanto imágenes del alma ordenada y purificada, restaurada a su estado paradisíaco, hasta ser difíciles de distinguir: María, jardín, flor. Además, al portar en la iconografía al Niño en sus brazos, el simbolismo se acerca al que ya analizamos de las Vírgenes entronizadas presentando al Rey del Mundo.
La 'Virgen del Rosal', de Stefan Lochner.
La asociación de María con las rosas ha sido una constante en el arte occidental
desde el gótico, el mismo Santo Rosario figura ser una 'corona de rosas'.
*
[1] Jn. 20:11-18.
[2] Mc. 4:26. Parábola de la semilla que crece invisiblemente.
[3] Mt. 13:24-30.
[4] Ct. 2:1-2.
[2] Mc. 4:26. Parábola de la semilla que crece invisiblemente.
[3] Mt. 13:24-30.
[4] Ct. 2:1-2.
No hay comentarios:
Publicar un comentario