lunes, 17 de marzo de 2014

Símbolos de la Natividad: el buey y la mula


Es sabido que algunos de los más conocidos símbolos de la Natividad no son de procedencia evangélica, unos son apócrifos y otros incluso son de origen pagano –como el árbol navideño- lo cual no les resta nada de su valor en lo que a simbolismo se refiere, pues no dejan de estar avalados por una tradición de siglos que los reconoce como conformes al canon. Nos proponemos analizar simbólicamente –no históricamente- algunos de estos símbolos, que por otra parte siempre han suscitado cierta discusión, como si su sentido y valor les fuera otorgado por su origen -en la mayoría de los casos desconocido, por cierto-. 

En este artículo analizaremos concretamente el simbolismo de los dos animales que tradicionalmente arropan al Niño Jesús junto al pesebre, presentes todavía hoy en buena parte de los populares ‘belenes’ navideños: la mula y el buey. Estamos ante uno de esos símbolos apócrifos que decíamos antes, pues no hay evidencia escrituraria de ellos en los cuatro evangelios canónicos, tan solo la conocida cita de Isaías, pero esto no les quita nada de su valor esotérico ni los convierte en sospechosos de no ser conformes a la Tradición. 
    
  

Tanto en la tradición iconográfica griega (izquierda) como en la latina (derecha) 
ha sido clásica la representación del buey y la mula en la escena de la Natividad, presentándose los animales en actitud de contemplación o adoración al Niño Jesús. 



La cita de Isaías que a veces se toma como origen de este simbolismo es la siguiente: 



El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; 
pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento.
(Is. 1:3)


En primer lugar veamos qué caracteriza a estos animales. Se trata de dos animales domésticos, muy abundantes en el mediterráneo de la época, empleados por lo general para la carga y el trabajo del campo [1]. Pero si prestamos atención descubriremos que ambos animales poseen una característica muy particular: ambos son estériles. Más tarde veremos que esto es un detalle lleno de sentido en el simbolismo que representan. 

Ya hemos dicho en otras ocasiones que para el pensamiento tradicional existe una jerarquía de los seres, según sean sus cualidades reflejo de cualidades espirituales análogas, así hay animales más elevados en la jerarquía -y por tanto más nobles- que otros. Y hemos visto también que, por lo general, los animales domésticos reciben una peor valoración que los salvajes (ver aquí). Tomando todo esto en cuenta, hemos de aceptar que, tanto en su forma animal así como en su valor como 'bestias de carga', el buey y la mula son una variante un tanto grotesca del toro y el caballo, y por ello suponen de alguna manera un rebajamiento de estos últimos en la escala simbólica. Buey y mula representan al toro y el caballo pero descendidos de su categoría espiritual a otra inferior. Por esta razón, antes de hablar específicamente del buey y la mula debemos analizar qué representan el caballo y el toro en el simbolismo tradicional. 


Detengámonos entonces un momento en el significado que estos animales han tenido en la mitología. 



Animales solares y animales lunares.

Será más fácil acercarnos al simbolismo del caballo y el toro si seguimos la división establecida por Campbell entre mitologías solares y lunares. Según él los pueblos nómadas -cazadores y ganaderos- pueden ser definidos como 'pueblos solares', pueblos que crearon mitologías solares basadas en el 'polo del espíritu' frente al 'polo de la materia'. En cambio los pueblos sedentarios generaron cosmovisiones y mitologías lunares, donde se daba la mayor importancia a cualidades como la fertilidad, asociada a la madre tierra y a la luna. En estos pueblos predominaría el 'polo material' frente al 'polo espiritual'. 

Nos encontramos una vez más ante la reducción de la manifestación a la dualidad más básica, la representada por la pareja más primigenia de opuestos, pareja que ya hemos comentado en otras ocasiones: materia-forma, Yin-Yang, Cielo-tierra, etc. Es evidente que una de las figuras que muestran esta dualidad de forma más intuitiva es la pareja sol-luna, que es como su manifestación visible en el cielo y que remite inevitablemente a otras oposiciones como día-noche o luz-oscuridad.


Campbell trata de encontrar características que sean propias de ambos pueblos y sirvan para diferenciarlos. Para ello agrupa los símbolos en aquellos asociados al sol y la luz y aquellos otros asociados a la luna y la oscuridad -a menudo también a la muerte-. Estas asociaciones simbólicas pueden resumirse como sigue:  




Símbolos solares

Símbolos lunares
Luz

Oscuridad

Diurno

Nocturno

Masculino

Femenino

Principio fecundador

Principio fértil

Oro

Plata

Caballo y carnero

Toro (o vaca)



Como vemos el toro es un claro animal lunar y el caballo un animal solar, lo que empieza a guiarnos hacia el significado de los dos animales que custodian al niño Jesús en el Portal de Belén. El buey -como el toro y la vaca-, por su fuerza, su corpulencia y también su mansedumbre ha sido tradicionalmente símbolo de la tierra, tanto en el sentido de la 'madre tierra', Prima Materia o Naturaleza, como en el sentido más particular del elemento tierra -dentro de la teoría clásica de los 4 elementos-. Su corpulencia es una referencia a la inercia  -Tamas- que caracteriza el elemento tierra, arquetipo de lo inerte, lo que carece de impulso o movimiento propios. A la vez su mansedumbre apunta a la cualidad pasiva y por tanto fértil y receptiva de la naturaleza y la materia aristotélica. Es así también en el simbolismo cabalístico en que el buey se asocia tradicionalmente a la letra Aleph, la primera del alfabeto hebreo, que apunta hacia el primer impulso creador que da lugar a la manifestación.  


El caballo por su parte aunque dotado como el toro y el buey de una gran fuerza física muestra un carácter bien distinto, mucho más enérgico, incluso impulsivo e impredecible, carácter que a veces es calificado de explosivo o 'fogoso', cualidades que remiten al elemento fuego y al astro solar. Es por tanto un símbolo inequívocamente solar. Mientras el buey es muestra de resistencia el caballo es ejemplo de la potencia. Su velocidad recuerda al elemento aire pero también posee un carácter ígneo que apunta al rayo y al relámpago, es decir a la acción del espíritu, a menudo simbolizada por el rayo que cae del cielo. se trata de una cualidad activa y fecundante frente a la cualidad pasiva y fértil del buey. Además el caballo, debido a ese carácter impulsivo y fogoso, apasionado, debe relacionarse con el Rajo-Guna, el guna de la acción, el deseo y el color rojo. 


Es evidente entonces que ambos animales son arquetipo de dos formas distintas de mostrarse la fuerza de la naturaleza, una activa y otra pasiva, lo que en el simbolismo es presentado mediante la dualidad del 'polo espiritual' y el 'polo material', materia-forma, Yin-Yang, etc...


En este sentido buey y caballo representan a través de sus dos actitudes bien diferentes, dos cualidades antagónicas. Y el sentido esotérico de las mismas se hace evidente: una cualidad -que supone una actitud, un modo de ser en el mundo- representa la vía activa y la otra representa la vía pasiva o contemplativa, lo que en el cristianismo a menudo es nombrado por los términos de 'vida activa' y 'vida contemplativa' [2]. O dicho de otro modo, la 'vía del monje' y la 'vía del guerrero'. 


Volviendo por un instante al análisis mitológico que realizara Campbell, éste establece en su estudio -sin ánimo de hacerla universal- una fuerte división cultural y espacial, incluso podríamos decir étnica, entre unos pueblos y otros. Los pueblos lunares parecen estar asociados al mediterráneo, mientras los pueblos solares parecen provenir del norte y de Asia, buena parte de tales mitologías solares parecen penetrar en el mediterráneo con las invasiones indoeuropeas


A partir de esta división entre pueblos solares y pueblos lunares, Campbell establece unas características sociales, no como características estrictas sino más bien como tendencias, para unos pueblos y otros, siendo la más importante el hecho de que su economía esté o no basada en la agricultura, lo que para Campbell es crucial en el desarrollo y la conciencia de un pueblo y supone en cierto sentido una especie de trauma cultural 
para ese pueblo -trauma que se refleja en sus mitos- y no un progreso. Podemos ver algunas de estas correspondencias en la siguiente tabla: 




Características básicas de la sociedad
Mitos Solares
Patriarcal

Grandes dioses guerreros

Cazadores
Nómadas y
guerreros
Mitos Lunares
Matriarcal

Grandes diosas de la fertilidad/
Dioses de la vegetación

Agricultores
Sedentarios



Aunque la división es muy básica resulta útil a la hora de asociar e interpretar algunos símbolos tradicionales. En su análisis de los pueblos agrícolas Campbell desarrolla unas interesantes reflexiones acerca del carácter sacrificial que toman sus mitos: cómo la cultura agrícola está basada siempre en un sacrificio y cómo se desarrolla en ella una mitología basada en el ciclo muerte-resurrección, que él cree asociado al ciclo vegetal. En el fondo encontramos aquí una reminiscencia del secular conflicto entre ganaderos y agricultores, o entre Caín y Abel. Como profundizar en estas ideas nos alejaría de nuestro tema presente, preferimos dejarlo para más adelante. 


En definitiva, y por lo que nos interesa en este lugar, toro y caballo son símbolos de las dos mitologías opuestas y a menudo enemigas: la solar y la lunar. De hecho ambas mitologías -y sus correspondientes sociedades- se han encontrado en el mediterráneo desde tiempo inmemorial, unas veces conviviendo y otras enfrentándose, pero siempre influyéndose mutuamente de las más variadas maneras. Fuera del ámbito mediterráneo, también ha sido así entendido el proceso de invasión de la india pre-aria por parte de los pueblos arios y la lenta creación de una mitología de síntesis entre las dos corrientes. 


Quizá uno de los puntos importantes a la hora de entender este simbolismo es que ambas mitologías no son excluyentes entre sí, sino que se necesitan pues muestran dos caras inseparables de una misma realidad, como día y noche o Yin y Yang. El hecho de que existan ambos tipos de sociedades es un signo que muestra -manifiesta- de alguna manera una verdad metafísica de orden superior. 


Además, por otra parte, tales símbolos solares y lunares poseen un sentido místico que va más allá de la mera lectura en tanto testimonio de los pueblos que los crearon y su modo de vida. Por ampliar lo que dijimos antes acerca de las dos cualidades opuestas que representan toro-buey y caballo, a veces se ha sostenido incluso una diferente genealogía para las diferentes vías iniciáticas -activa y pasiva- que creemos simbolizadas en los símbolos animales del toro-buey y el caballo. Evola, por ejemplo, sostuvo que las 'vías heroicas' o guerreras eran de procedencia indoeuropea y germánica y no dudó en atribuirles un origen hiperbóreo, en tanto la 'vía mística' o contemplativa era para él de procedencia semítica y mediterránea y de carácter pasivo y lunar. Sin duda puede haber algo de cierto en todo ello, dado que una 'vía lunar' ha de ser forzosamente posterior -y por tanto secundaria- respecto de una 'vía solar' en tanto el sol -como símbolo y como realidad- es metafísicamente más principial que la luna. Aún así no puede dejar de señalarse que una mitología solar ya supone de por sí una desviación del Polo -desviación que debió ocurrir en tiempos prehistóricos- y que en rigor ambas mitologías, tanto la solar como la lunar, han de proceder de idéntico origen 
hiperbóreo, del que son como dos diferentes caminos posibles, aún representando diferentes niveles de alejamiento -mayor sin duda en el caso de los pueblos lunares- en tal desviación. 

Creemos que hay que ser precavidos en estas apreciaciones: aunque existen diferencias culturales evidentes -expresadas en la religión, los símbolos y los mitos- que son reflejo y consecuencia del diferente carácter de los pueblos, y éstos son innegablemente diferentes en su carácter, no se puede ser categórico en esto -sobre todo cuando nos referimos al origen de ciertos símbolos o mitos-, ya que ambas vías pueden estar presentes en mayor o menor medida en todas las partes y todos los pueblos, en razón de la universalidad de las cualidades que refieren, y que son transversales al hecho humano. Ahora bien, es evidente que estas vías han tenido más protagonismo en unos pueblos o en otros en función de que encajaran mejor o peor con el carácter particular del mismo y en este sentido sí puede apreciarse la diferencia mitológica y cultural que sugieren Evola y Campbell. 

Es evidente por otra parte que, como veremos al final de este artículo, el desarrollo excesivo de los matices solares o lunares de una religiosidad implica una degeneración de la misma, pues conlleva el alejamiento -y el posible olvido-, del simbolismo polar, que es el que debe ser siempre central y superior a los otros. De modo que aún dándose esta deriva espiritual hacia los significados solares o lunares, esto no debe verse como algo fijo, y mucho menos como un progreso o una mejora de esa sociedad, pues supone en parte una degeneración de la mitología originaria de ese pueblo. Eso sí, tal degeneración solo puede ser en el sentido que el carácter propio de ese mismo pueblo favorece

En definitiva, el sentido último de estos dos animales es mostrar dos diferentes actitudes vitales y sus correspondientes sendas espirituales: la vía del monje y la vía del guerrero, la vía de la acción y la vía de la contemplación, lo que puede ponerse en relación además de con la parábola evangélica de Marta y María, con la distinción clásica en el hinduísmo entre Karma-Yoga y Bakhti-Yoga. Hay que precisar que ambas posibilidades no son incompatibles, pues cada una de las vías requiere algo de la otra, y que son igualmente válidas para acercarse a la Verdad última que yace más allá de toda dualidad y separación tal y como veremos en breve.  

  • caballo - vida activa - vía del guerrero - Karma Yoga.
  • buey - vida contemplativa - vía del monje - Bakhti Yoga.

La vía del Karma Yoga, o vía heroica, sería más propia para caracteres rajásicos o tamásicos, quedando la vía del Bakhti-Yoga o vía de la contemplación para las personalidades más sátvicas. 



El buey y la mula como 'formas caídas' de los arquetipos solar y lunar.

Si caballo y toro son los arquetipos animales de las mitologías solar y lunar, el buey y la mula representan una deformación de los mismos, una perdida de 'pureza' y por tanto una rebaja en su jerarquía. Encontramos un nuevo caso de cómo la variante doméstica o 'civilizada' -y más cercana al hombre- de un animal supone un rebajamiento en la dignidad y en el valor simbólico frente a la forma libre o 'salvaje', considerada en el simbolismo más pura y perfecta, más auténtica.

Abundando en esta idea de 'imperfección' de estos dos animales respecto de su arquetipo salvaje, ya mencionamos la curiosa característica de que ambos sean animales estériles. Esto nos abre la puerta a la comprensión de su presencia en el Portal junto al Niño Jesús. 

Las dos mitologías clásicas, enfrentadas secularmente, la solar y la lunar, son en realidad dos puntos de vista o dos tendencias estériles en sí mismas y que han de ser superadas para dar fruto. Es cuando se complementan cuando pueden dar este fruto. Esta superación de los opuestos se manifiesta en el Niño que acaba de nacer, que será el re-unificador y el fin de todos los conflictos o desequilibrios. Él es el equilibrio perfecto y definitivo, lo que se expresa en la fórmula de la Paz espiritual [3]. El recién nacido -señalado por una estrella, no lo olvidemos- aparece entre ambos animales como una nueva síntesis que reúne los opuestos irreductibles, tal y como si en Él no existiera la dualidad y se anularan todas las diferencias. Tenemos así en la representación del niño en el pesebre todos los componentes de una síntesis hegeliana:

    • tesis : el sol, la luz - la mula. 
    • antítesis : la luna, la oscuridad - el buey.
    • síntesis : el niño Jesús, señalado por la Estrella. 

Pero hay un detalle que debemos aclarar respecto a este esquema dialéctico. Para Hegel y la filosofía moderna la síntesis es 'fruto' de los componentes previos -tesis y antítesis-, pero para el pensamiento platónico es al revés: la síntesis demuestra que los opuestos no son tales más que en un nivel particular de existencia o un modo de ver, por el contrario ambos polos remiten a una unidad que les es superior y que les antecede ontológicamente. En palabras de G. Reale: 
"no puede existir una mediación sintética de los opuestos sin un término superior de referencia". [4]
De modo que el Niño Jesús es en realidad superior y anterior -principial- a los otros términos de la síntesis, los animales del pesebre, lo cual es acorde a la doctrina cristiana, pues Cristo es 'el Primogénito de toda la creación' y 'todo se mantiene en Él' [5]. Esta última referencia hace énfasis en que Cristo es el término de cohesión de toda la realidad, precisamente el elemento unificador a que nos referíamos con anterioridad. Por otra parte el simbolismo del pesebre es tan esclarecedor que parece aportar imagen al citado Cántico de san Pablo que versa acerca del primado universal de Cristo sobre las criaturas. 

Y esta primogenitura de Cristo es otra de las razones de la esterilidad de los animales que le guardan en el portal, las criaturas solo son en tanto son en Él, el Atman, el espíritu presente en todos los seres, Él es el principio vital y fecundo de los animales del pesebre, y no al revés. Los animales están a un mismo nivel pero superarlos, trascenderlos, implica superar ese nivel:
"la superación de la 'dualidad' no se realiza simplemente buscando la otra mitad que nos corresponde a nivel antropológico [en este caso a nivel zoológico, buey y mula] sino buscando algo mucho más alto, esto es, el Bien en sí." [6]
Los dos animales nada pueden sin la referencia al nivel superior y unificador de la realidad, eso significa su esterilidad. Por tanto el niño Jesús desempeña aquí el papel de un símbolo polar, el Polo que es el punto estable que trasciende la dualidad y la impermanencia que signa toda la manifestación -la continua sucesión de los opuestos representada por los dos animales, la mula y el buey-. Estamos ante el Uno y la Díada de la doctrina platónica. En un sentido metafísico el buey y la mula son aquí el equivalente simbólico al Yin-Yang oriental y el niño es el Axis Mundi, el Polo inmóvil e inafectado, o más exactamente es quien se sitúa en el Polo, el Chakravartin, 'el que hace girar la rueda' de la manifestación, es decir quien ordena y sostiene el 'cosmos'.

Como todo símbolo, el aquí analizado posee varios niveles de profundidad y análisis, pero todos ellos apuntan a la re-unificación y superación de los opuestos en Cristo Jesús. En su simbolismo inferior el buey y la mula son una referencia implícita a las mitologías paganas -solar y lunar- que se repartían por el mediterráneo y que Cristo vino a unificar y superar con su ejemplo y su Palabra. Este es sin duda uno de los sentidos de la cita de Isaías, buey y mula significan allí los pueblos gentiles y sus mitologías solar y lunar, que reconocerán al Señor y Salvador, pero no así Israel, "pueblo de dura cerviz" [7].

En un sentido iniciático, como ya apuntamos, ambos animales son las dos vías por las que se alcanza el centro de la personalidad, el Atman, representado por el niño Jesús: la acción y la contemplación. Y más allá de ser dos alternativas excluyentes creemos que son dos vías complementarias, porque se necesita de ambas para alcanzar ese centro, por ello los animales son estériles en el simbolismo del Portal de Belén, pues solo trabajando unidos pueden hacer su función y lograr su meta.  


Por último, y avanzando a partir de las anteriores reflexiones hacia un sentido más interior, esotérico, podemos ver en esta Tríada -Niño y animales- una imagen del alma humana. Por un lado el Niño es el Lapis philosophorum, la piedra de los filósofos, que anuncia la correcta realización de la Gran Obra. Por otra parte los dos animales que adoran al Niño son una referencia al dominio -la domesticación- de las fuerzas solar y lunar presentes por naturaleza en el interior de cada ser. Un camino hacia el dominio de las regiones del alma que tiene para todos algo de combate y también algo de introspección, auto-conocimiento y contemplación. Ambas cualidades naturales -presentes en todo hombre, y en todo ser- deben ser sabiamente empleadas y complementadas para alcanzar la meta espiritual, ese 'nuevo nacimiento' que es la meta tanto del guerrero como del monje. Son las cualidades o energías (shakti) que en el yoga están presentes en el símbolo de los nadis: Ida y Píngala, los canales de energía, uno solar y otro lunar -asociados en la práctica a la respiración-, que deben ser trascendidos por el funcionamiento del canal central, el Sushumna-nadi, símbolo del Axis Mundi y del Polo. Vemos cómo este simbolismo oriental es perfectamente equivalente al simbolismo del Pesebre de la Natividad, incluso el simbolismo del nacimiento en una cueva en el interior de una montaña y su descanso en el pesebre son equivalentes a la idea de que el Atman mora en lo más profundo de la caverna del corazón. En este nivel del simbolismo, profundo y místico, las coincidencias no son casualidad. 





[1] La edad media europea, basada en el uso magistral de la piedra y la madera, es impensable sin el buey, animal al que nunca se ha reconocido el papel crucial que tuvo en el desarrollo de la civilización europea. 
[2] Parábola de Marta y María (Lc. 10:38-42)  
[3] 'Paz a los hombres de buena voluntad' como dice el Gloria de la misa.
[4] G. Reale, 'Por una nueva interpretación de Platón', cap. XV.
[5] Col. 1:15 y ss. Todo el cántico alude a este carácter principial y unificador de Cristo. 
[6] G. Reale, 'Por una nueva interpretación de Platón', cap. XV. 
[7] Deut. 9:6.

3 comentarios:

Unknown dijo...

excelente

Unknown dijo...

brillante

Anónimo dijo...

"- caballo - vida activa - vía del guerrero - Karma Yoga.
- buey - vida contemplativa - vía del monje - Bakhti Yoga.

La vía del Karma Yoga, o vía heroica, sería más propia para caracteres rajásicos o tamásicos, quedando la vía del Bakhti-Yoga o vía de la contemplación para las personalidades más sátvicas."

Lo del buey, Bakhti Yoga, sería más bien para personalidades tamásicas, ¿no? Habla arriba del buey como tamas, lo cual se correspondería bien con la vía de la devoción; más que la vía de la contemplación(Sattva), que se correspondería más bien con el Jñana Yoga, ¿no?