sábado, 26 de abril de 2014

Hortus conclusus: mística del jardín medieval (y IV)

Trataremos a continuación del significado y simbolismo del tipo de jardín que se inspira más específicamente en el Cantar de los Cantares, un modelo que como hemos dicho es descrito a menudo como un huerto. Si el claustro del monasterio intentaba ser una imagen del jardín del Edén, el jardín del mundo secular intentaba replicar el jardín del Cantar de los Cantares de Salomón, aquel en que se reúnen místicamente amado con amada. 

El jardín en el Cantar de los cantares


Como dijimos los primeros jardines occidentales no fueron otros que los claustros de los monasterios que trataban de reproducir simbólicamente el jardín del Edén. Pero como en otros aspectos de la vida y el pensamiento medievales, la extensión fuera de los muros del monasterio de los ideales místicos de la élite intelectual y monacal medieval tuvo como consecuencia una inevitable vulgarización de las formas y un olvido de algunos de sus significados más profundos. Ello no impidió que los símbolos y mitos mantuvieran su aspecto esotérico, si bien un tanto oculto bajo una forma más popular. 


La consecuencia de este proceso de secularización y vulgarización al respecto del jardín fue que poco a poco el ideal del jardín edénico fue siendo sustituido progresivamente por el ideal del jardín salomónico, entendido éste como el espacio idóneo para el encuentro de los amantes -recordemos que estamos además en la época del amor cortés y la tradición de poesía trovadoresca-. Si bien, como ya indicamos, este 'encuentro' contenía un sentido profundamente espiritual, progresivamente fue imponiéndose una lectura más exotérica y mundana del jardín como espacio de recreo para el deleite sensual, dirigido por tanto a la dimensión más exterior del alma humana, anticipando claramente lo que será el jardín renacentista y moderno en tanto que espacio cuyo único fin es el placer de los sentidos y el descanso del cuerpo, lo que lo convirtió en un objeto privado y de lujo, propio de las élites económicas mercantilistas. Un proceso de secularización y desacralización análogo al ocurrido en otros muchos aspectos de la vida a lo largo de la historia de occidente. 

Ciertamente, este nuevo sentido fue lentamente transmitido a través de un imaginario divulgado en buena medida por músicos trovadores, poetas y pintores. Pero incluso este jardín en plena época del amor cortés aún poseía ciertas connotaciones místicas muy evidentes, aunque apuntaba ya claramente hacia el sensualismo y el naturalismo renacentistas. 


El jardín como lugar de re-unión.


Si el jardín del Edén es el primer jardín, creado por Dios, lugar en que la historia humana echó a andar a partir de la primera pareja -Adán y Eva-, el jardín de los Cantares de Salomón es en cierto modo el jardín último pues es donde se restaura la unión perdida con la caída de Adán y Eva. Reencuentro místico que cantara san Juan de la Cruz:

Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado, 
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos del Amado. 

Debajo del manzano, 
allí conmigo fuiste desposada;
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada. 

(San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, estrofas 27 y 28) 



En tanto que lugar para el reencuentro entre los amantes separados por el pecado, el huerto de Salomón supone un retorno al equilibrio y al orden perdidos con la expulsión del Paraíso, por ello supone en cierto sentido alcanzar una meta. Es de destacar cómo toda la tradición esotérica cristiana -heredera del neo-platonismo- pone un gran énfasis en el valor espiritual y restaurador -del orden primordial- del amor humano, tenemos ejemplo de ello en la doctrina del Eros y el mito del andrógino primordial tal y como nos es expuesta en el Banquete de Platón. La unión de las almas que reivindica el amor simboliza la reunificación y la restauración del orden cósmico perfecto que había en el Paraíso antes de la caída en el reino de la dualidad. La misma (re-)unión de los amantes simboliza la restitución del Edén perdido, de la Edad de Oro primordial y por tanto el fin del devenir histórico, la superación de la manifestación marcada por lo mutable y la impermanencia, y el comienzo de la era del Espíritu que anunciara Joaquín de Fiore.




El jardín medieval como lugar de encuentro y reunión de los amantes. 

La unión de los opuestos representada por el encuentro de los amantes restituye la unidad perdida, simbolizada míticamente en la figura del andrógino primordial, conocido símbolo platónico y alquímico (el Rebis). El jardín -imagen de la naturaleza- es así el espacio en que se logra la unificación última, 
equivalente al atanor en que se lleva a cabo la Gran Obra, aquella que supera todas las dualidades, y en este sentido es una imagen aprehensible del mundo sutil en que transcurre el 'trabajo interior' del contemplativo. 

Nótese la cerca que rodea el jardín -que casi nunca falta en las representaciones de jardines medievales- y que es lo que le dio su nombre en origen a este espacio, simbólico y sagrado al modo del templo interior, al separarlo del mundo profano exterior. No debe olvidarse además que este tipo de representaciones propias de la época 
del amor cortés dotaban de un valor sagrado al hecho amoroso (hemos tratado este tema aquí).


Es decir, el jardín es una figuración del alma, cuando este alma es convenientemente cuidada y trabajada por la voluntad del hombre entregado al trabajo interior, la meditación y la contemplación, entonces se produce el encuentro entre el principio femenino y el principio masculino, se resuelven todos los desequilibrios y las dualidades y puede decirse que ese hombre retorna al estado edénico como hombre primordial. 

Y recordemos que la palabra religión proviene del latín re-ligare, religar, es decir, volver a unir o juntar lo que se encuentra separado, el hombre de su origen, de modo que el jardín en tanto lugar de re-unión y de restauración del orden primigenio perdido se constituye como el primer espacio sagrado y religioso de la historia, al modo de un Templo formado por la naturaleza y no construido por mano de hombre, lo cual es otro significado contenido en la idea del Paraíso o jardín del Edén. Invirtiendo el orden de sucesos del Génesis, si primero Dios creó a Adán y luego a Eva como compañera, a través del camino de restauración primero debe darse la unificación de los opuestos -hombre y mujer- y después la recapitulación final en Dios. Puede pensarse incluso que en la Edad de Oro, el templo primigenio no era otro que la misma naturaleza, obra del creador y por tanto medio de comunicación directo con él. Todo esto parece coincidir con algunas ideas expuestas por Guénon, entre otros, de cómo al principio de los tiempos los templos o altares estaban situados al aire libre y a menudo en la cima de las montañas -siendo su bóveda el cielo mismo-, para pasar después, con el descenso cíclico, del mundo exterior al interior de la montaña o de la tierra, reflejándose así simbólicamente la ocultación de lo sagrado propia de los últimos tiempos. Es la idea del templo como cueva o caverna, cueva o caverna que reproducen simbólicamente todos los templos cerrados del mundo.

Pero el jardín es entonces también un final, pues si fue en el primero de todos los jardines que el hombre se separó por sus iniquidades de Dios, en el huerto del Cantar de los Cantares el hombre se reencuentra de nuevo con él, en un retorno simbólico al Paraíso. En términos platónicos diríamos que el alma caída se encuentra partida, escindida –según el mito que se expone en el Banquete- y con la restauración de su naturaleza primera que supone el reencuentro con Dios dicha alma vuelve a ser unificada y por tanto completa. En este sentido el jardín salomónico viene a cerrar el círculo de la historia de la caída y separación del hombre con su creador, restituyendo así el orden y la felicidad perdidos. 

Si el encuentro de los amantes en el jardín simboliza la restauración paradisíaca, la abundancia de frutos del jardín mismo es una referencia a las gracias divinas, los dones del espíritu, que descienden sobre un alma pura y pacificada. Por esta razón otra de las representaciones clásicas del jardín medieval era como lugar de la abundancia, característica compartida por los dos jardines que hemos tomado como referencia: el del Edén y el del Cantar de los Cantares. La referencia a la abundancia es particularmente frecuente en el Cantar:


"Nuestras puertas rebosan de frutos." (Ct. 7:14)



El Jardín del Edén como lugar de la abundancia.

En este cuadro de Jan Brueghel, el gran paisajista del barroco flamenco, 
se mezclan referencias judeo-cristianas con otras provenientes de la mitología 
pagana como la Cornucopia.  

En segundo plano pueden distinguirse pasajes del Génesis como 
la creación de Eva, Adán y Eva bajo el Árbol de la Vida o la expulsión del Paraíso.   

El jardín como 'hortus conclusus'


Como hemos dicho el jardín secular toma el modelo del jardín del Cantar de los Cantares, jardín que frecuentemente es denominado huerto [1]. Era entonces el hortus conclusus -jardin clos-, el 'huerto cerrado', donde la esposa (el alma) espera al Esposo (el espíritu).

El alma es siempre entendida en el simbolismo como femenina por su carácter receptivo y pasivo -es la materia que adquiere la forma que imprime sobre ella el espíritu-. Así, a través de este conocido simbolismo se enlaza la idea del alma purificada y dispuesta a contemplar las realidades más altas con el símbolo del Santo Grial. El espíritu, por su parte, se toma habitualmente como masculino: es lo que imprime la forma a la materia o substancia del alma preparada para ello, para lo cual es imprescindible un concienzudo trabajo de limpieza y purificación –la ascesis o vía purgativa-. Encontramos aquí reminiscencias de la parábola del sembrador [2]: el espíritu es la semilla, la Palabra divina, mientras el alma es la tierra que la recibe y debe ser fértil para que aquella crezca y prospere. 

Según este simbolismo que estamos presentando el jardín es aquí entendido místicamente como el espacio intermedio –referencia al mundo sutil- adecuado para que se produzca el encuentro y la re-unión entre el hombre y dios.

Por ello se puede decir que en el jardín secular sigue vigente de un modo inconsciente la analogía que ya vimos con el alma humana, o mejor dicho, con el alma humana purificada y perfecta del contemplativo



*


[1] Debido al carácter práctico –tanto material como espiritual- con que se entendía el jardín en la edad media, no existía una diferencia entre jardín y huerto tal y como puede haberla en la actualidad.
[2]  Mt. 13:1-9. 

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