Orden platónico y pensamiento medieval: la imagen medieval del universo.
Es sobradamente conocido que el pensamiento medieval tenía una inspiración marcadamente platónica. Para la antropología cristológica medieval el hombre es un microcosmos, lo es al menos en potencia, ya que tras la caída ha perdido su semejanza divina. Es labor de esta vida restaurar dicha semejanza y para ello es imprescindible el trabajo interior de la ascesis o vía purgativa.
Para esta antropología tradicional hay una profunda analogía o equivalencia entre el mundo exterior del hombre y su mundo interior -su alma-. En esta analogía se basaba toda la medicina medieval, así como también otros conocimientos como la magia y las astrología, todos los cuales estaban estrechamente relacionados entre sí, formando un sistema simbólico completo y comprehensivo que abarcaba toda la realidad en todos sus aspectos y dimensiones. Un conocimiento parcial, que no estuviera vinculado, genealógicamente unido, con el conocimiento de los principios supremos -la metafísica-, carecía de sentido y era inimaginable. Ésta cualidad híper-comprehensiva u holística es una de las características más propias de todas las cosmovisiones y antropologías tradicionales: no dejan fuera de su cosmología ningún aspecto de la realidad, por lo que todas ellas dan lugar a concepciones del universo cerradas y completas en sí mismas. El universo equivale entonces a la totalidad de la manifestación (y de la no-manifestación), fuera del cual queda todavía mucho más, el Infinito.
Esta cosmovisión es fácilmente aprehensible mediante su representación gráfica, una de las cuales, aunque no la única, es el Árbol de la Vida de la tradición cabalística.
Comentaremos brevemente esta conocida representación esquemática del universo dividida en 4 Mundos o planos de la manifestación. El esquema básico es, descendiendo de lo más sutil a lo más grosero:
Por encima del nivel nombrado como Atsiluth, que es el nivel de los principios o arquetipos, se encuentra Ein Sof, literalmente 'sin límite', es decir el Infinito o Absoluto. Por tanto incluso el universo o cosmos estaba contenido por algo mayor, el Absoluto o No-Ser.
Aunque este esquema se hereda de los maestros de la Cábala hebrea medievales por parte de los hermetistas cristianos, el esquema era análogo en la cosmología cristiana tradicional, con la particularidad de que el universo se representaba mediante un diagrama circular de sucesivos círculos concéntricos donde el círculo más interior era el correspondiente al plano de la manifestación material (formal grosero), -correspondiente al plano de existencia terrestre- y el círculo más exterior sería el nivel de realidad más alejado de dicha manifestación, lo que en el Árbol sefirótico hemos denominado Atsiluth, el mundo de la no-manifestación o los arquetipos.
Veamos gráficamente cómo quedaría la representación concéntrica del universo en función de los diferentes planos de realidad que estamos comentando:
Como se aprecia, cada círculo equivale a un piso o plano de manifestación en el Árbol sefirótico. Esta representación posee además la ventaja de mostrar gráficamente que los mundos o niveles de manifestación superiores son más amplios y contienen en sí a los inferiores, aportando una comprensión intuitiva de ello al espectador.
Hay que decir que este esquema del universo es una de las razones que subyace tras las representaciones medievales geocéntricas, es decir la representación geocéntrica tenía ante todo un valor didáctico. Es obvio por tanto que no se trataba de una representación física ni literal del universo, lo que por otra parte habría carecido de sentido, entonces y ahora, sino que se trataba de una enseñanza metafísica en la que se mostraban más niveles de realidad que el meramente formal o material -y esto es lo que la mentalidad moderna, tan literalista, no es capaz de expresar en sus representaciones que siempre buscan un pretendido realismo-. Esta era la razón fundamental por la que se optaba por una representación geocéntrica y simplificadora del universo.
Otra razón de peso para optar por una representación geocéntrica es que ésta es precisamente la 'perspectiva humana' del universo, y por tanto su realidad fenomenológica y subjetiva. Es decir, y por mucho que pueda sorprender, el geocentrismo es una representación 'verdadera' en su nivel de realidad, que es el de la percepción y la experiencia humanas, nivel ante la cual carece de sentido otro discurso astronómicamente más 'verdadero'. La realidad heliocéntrica, que no era desconocida en la edad media por lo demás -como ya hemos tenido ocasión de explicar en otro lugar-, era descartada ante todo por irrelevante pues contenía menor cantidad de información significativa que la geocéntrica.
Nótese que la ciencia medieval se dirigía ante todo al conocimiento del hombre -y en particular del alma humana-, y los demás conocimientos eran relevantes tan sólo en función de ser útiles a este fin, razón por la cual era despreciado por irrelevante el conocimiento de alguna realidad física sin más -sin referencia a la existencia humana y que no tuviera aplicación sobre la misma- como podría ser el movimiento de los planetas, por poner un ejemplo obvio. ¿Qué utilidad podía tener un conocimiento tal para el feliz desenvolvimiento de la vida humana? El conocimiento astronómico solo interesaba en su aspecto simbólico, en tanto podía enseñarnos algo sobre el hombre en general o sobre nosotros mismos en particular, o en razón del cálculo del calendario. Desde este punto de vista la ciencia moderna con su obsesión por los fenómenos y por la cara más material de la realidad habría sido considerada en el mejor de los casos una petulancia perfectamente inútil y prescindible, aunque con más probabilidad se habría visto en ella un conocimiento herético, peligroso y difícil de controlar. Podríamos decir, para acabar, que la representación geocéntrica era una representación 'psicológica' del universo, que pone el énfasis en el 'alma del mundo' y sus diferentes niveles de realidad, lo cual no la invalida, pues como hemos dicho se apoya en la realidad subjetiva, fenomenológica y existencial humana: lo que importa aquí es que desde el punto de vista subjetivo de su experiencia particular, el hombre habita en el centro del universo -al menos de su universo- y carece de sentido preguntarse por los millones de años-luz que nos separan de cualquier estrella. [1]
Recordemos a este respecto para acabar que el arte medieval no buscaba el realismo o la descripción física ni literal de los fenómenos, por lo cual una representación realista o que buscara la exactitud en su descripción de la naturaleza carecía completamente de valor, sino que su arte era ante todo idealista y por ello la mirada del artista se dirigía al interior de los objetos, seres o eventos representados, dejando a veces de lado su realidad física o aspecto exteriores, que en el fondo -desde el punto de vista medieval- pertenece al ámbito de los accidentes y carece de verdadero valor. Despreciando el nivel de los fenómenos el artista medieval se dirigía a la busca de la esencia de la persona o cosa a representar, el retrato era ante todo psicológico, en el sentido estricto de la palabra, es decir del alma del representado, no de sus accidentes. Una representación literal del accidente -además de no tener sentido, pues todo fenómeno es en tanto posee valor, lo que es un atributo psicológico- habría sido otorgar más importancia a lo temporal y efímero de los fenómenos, en tanto el alma era inmortal.
Esta característica, si no es adecuadamente comprendida, conduce a la inevitable malinterpretación de todo el arte medieval por simplista o infantil. En realidad no lo era en absoluto, al contrario era más bien en alto grado psicológico y conceptual, incluso el tamaño y la posición de las figuras tenían un significado, un valor. La mirada moderna, que busca ante todo la exactitud -prueba de que lo que se considera significativo y relevante, lo que importa a fin de cuentas en nuestra sociedad, es la apariencia exterior de los fenómenos y no su significado profundo e interior-, es completamente distinta a la mirada medieval, de modo que las representaciones que surgen de una u otra pueden considerarse inconmensurables. Podríamos decir como conclusión que la mirada moderna es exterior -lo que desvela un fuerte apego a la materia y a su orden de manifestación-, en tanto la mirada medieval iba dirigida al interior.
Para esta antropología tradicional hay una profunda analogía o equivalencia entre el mundo exterior del hombre y su mundo interior -su alma-. En esta analogía se basaba toda la medicina medieval, así como también otros conocimientos como la magia y las astrología, todos los cuales estaban estrechamente relacionados entre sí, formando un sistema simbólico completo y comprehensivo que abarcaba toda la realidad en todos sus aspectos y dimensiones. Un conocimiento parcial, que no estuviera vinculado, genealógicamente unido, con el conocimiento de los principios supremos -la metafísica-, carecía de sentido y era inimaginable. Ésta cualidad híper-comprehensiva u holística es una de las características más propias de todas las cosmovisiones y antropologías tradicionales: no dejan fuera de su cosmología ningún aspecto de la realidad, por lo que todas ellas dan lugar a concepciones del universo cerradas y completas en sí mismas. El universo equivale entonces a la totalidad de la manifestación (y de la no-manifestación), fuera del cual queda todavía mucho más, el Infinito.
Esta cosmovisión es fácilmente aprehensible mediante su representación gráfica, una de las cuales, aunque no la única, es el Árbol de la Vida de la tradición cabalística.
- Atsiluth - Mundo de la no-manifestación
- Beriyah - Mundo de la manifestación informal
- Yetsirah - Mundo de la manifestación formal sutil
- Asiyah - Mundo de la manifestación formal grosera - de la cual forma parte la extensión y la materia.
Por encima del nivel nombrado como Atsiluth, que es el nivel de los principios o arquetipos, se encuentra Ein Sof, literalmente 'sin límite', es decir el Infinito o Absoluto. Por tanto incluso el universo o cosmos estaba contenido por algo mayor, el Absoluto o No-Ser.
Aunque este esquema se hereda de los maestros de la Cábala hebrea medievales por parte de los hermetistas cristianos, el esquema era análogo en la cosmología cristiana tradicional, con la particularidad de que el universo se representaba mediante un diagrama circular de sucesivos círculos concéntricos donde el círculo más interior era el correspondiente al plano de la manifestación material (formal grosero), -correspondiente al plano de existencia terrestre- y el círculo más exterior sería el nivel de realidad más alejado de dicha manifestación, lo que en el Árbol sefirótico hemos denominado Atsiluth, el mundo de la no-manifestación o los arquetipos.
Veamos gráficamente cómo quedaría la representación concéntrica del universo en función de los diferentes planos de realidad que estamos comentando:
Hay que decir que este esquema del universo es una de las razones que subyace tras las representaciones medievales geocéntricas, es decir la representación geocéntrica tenía ante todo un valor didáctico. Es obvio por tanto que no se trataba de una representación física ni literal del universo, lo que por otra parte habría carecido de sentido, entonces y ahora, sino que se trataba de una enseñanza metafísica en la que se mostraban más niveles de realidad que el meramente formal o material -y esto es lo que la mentalidad moderna, tan literalista, no es capaz de expresar en sus representaciones que siempre buscan un pretendido realismo-. Esta era la razón fundamental por la que se optaba por una representación geocéntrica y simplificadora del universo.
Otra razón de peso para optar por una representación geocéntrica es que ésta es precisamente la 'perspectiva humana' del universo, y por tanto su realidad fenomenológica y subjetiva. Es decir, y por mucho que pueda sorprender, el geocentrismo es una representación 'verdadera' en su nivel de realidad, que es el de la percepción y la experiencia humanas, nivel ante la cual carece de sentido otro discurso astronómicamente más 'verdadero'. La realidad heliocéntrica, que no era desconocida en la edad media por lo demás -como ya hemos tenido ocasión de explicar en otro lugar-, era descartada ante todo por irrelevante pues contenía menor cantidad de información significativa que la geocéntrica.
Nótese que la ciencia medieval se dirigía ante todo al conocimiento del hombre -y en particular del alma humana-, y los demás conocimientos eran relevantes tan sólo en función de ser útiles a este fin, razón por la cual era despreciado por irrelevante el conocimiento de alguna realidad física sin más -sin referencia a la existencia humana y que no tuviera aplicación sobre la misma- como podría ser el movimiento de los planetas, por poner un ejemplo obvio. ¿Qué utilidad podía tener un conocimiento tal para el feliz desenvolvimiento de la vida humana? El conocimiento astronómico solo interesaba en su aspecto simbólico, en tanto podía enseñarnos algo sobre el hombre en general o sobre nosotros mismos en particular, o en razón del cálculo del calendario. Desde este punto de vista la ciencia moderna con su obsesión por los fenómenos y por la cara más material de la realidad habría sido considerada en el mejor de los casos una petulancia perfectamente inútil y prescindible, aunque con más probabilidad se habría visto en ella un conocimiento herético, peligroso y difícil de controlar. Podríamos decir, para acabar, que la representación geocéntrica era una representación 'psicológica' del universo, que pone el énfasis en el 'alma del mundo' y sus diferentes niveles de realidad, lo cual no la invalida, pues como hemos dicho se apoya en la realidad subjetiva, fenomenológica y existencial humana: lo que importa aquí es que desde el punto de vista subjetivo de su experiencia particular, el hombre habita en el centro del universo -al menos de su universo- y carece de sentido preguntarse por los millones de años-luz que nos separan de cualquier estrella. [1]
Recordemos a este respecto para acabar que el arte medieval no buscaba el realismo o la descripción física ni literal de los fenómenos, por lo cual una representación realista o que buscara la exactitud en su descripción de la naturaleza carecía completamente de valor, sino que su arte era ante todo idealista y por ello la mirada del artista se dirigía al interior de los objetos, seres o eventos representados, dejando a veces de lado su realidad física o aspecto exteriores, que en el fondo -desde el punto de vista medieval- pertenece al ámbito de los accidentes y carece de verdadero valor. Despreciando el nivel de los fenómenos el artista medieval se dirigía a la busca de la esencia de la persona o cosa a representar, el retrato era ante todo psicológico, en el sentido estricto de la palabra, es decir del alma del representado, no de sus accidentes. Una representación literal del accidente -además de no tener sentido, pues todo fenómeno es en tanto posee valor, lo que es un atributo psicológico- habría sido otorgar más importancia a lo temporal y efímero de los fenómenos, en tanto el alma era inmortal.
Esta característica, si no es adecuadamente comprendida, conduce a la inevitable malinterpretación de todo el arte medieval por simplista o infantil. En realidad no lo era en absoluto, al contrario era más bien en alto grado psicológico y conceptual, incluso el tamaño y la posición de las figuras tenían un significado, un valor. La mirada moderna, que busca ante todo la exactitud -prueba de que lo que se considera significativo y relevante, lo que importa a fin de cuentas en nuestra sociedad, es la apariencia exterior de los fenómenos y no su significado profundo e interior-, es completamente distinta a la mirada medieval, de modo que las representaciones que surgen de una u otra pueden considerarse inconmensurables. Podríamos decir como conclusión que la mirada moderna es exterior -lo que desvela un fuerte apego a la materia y a su orden de manifestación-, en tanto la mirada medieval iba dirigida al interior.
[1] A este respecto queremos hacer notar cómo el renacimiento humanista con el nuevo punto de vista científico, que solo toma en consideración la realidad física extensa, descentró al hombre, lo que es mucho más relevante simbólica y psicológicamente que cualquier teoría científicamente más verdadera.
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