domingo, 27 de abril de 2014

Sobre el nombre de este blog

Porqué este blog se llama Agnosis.


a-. Prefijo que denota privación o negación. (RAE)

gnosis. (del griego) Conocimiento. Dícese del conocimiento absoluto e intuitivo, especialmente de la divinidad. (RAE)


"De lo que precede resulta que el hombre puede, desde su existencia terrestre, liberarse del dominio del Demiurgo o del Mundo hylico, y que esta liberación se opera por la Gnosis, es decir por el Conocimiento integral. Señalemos que este Conocimiento nada tiene en común con la ciencia analítica y no la supone de ningún modo. Es una ilusión muy extendida en nuestros días creer que no se puede llegar a la síntesis total más que a través del análisis; al contrario, la ciencia ordinaria es totalmente relativa y, limitada al Mundo hylico, tiene la misma existencia que éste desde el punto de vista universal.

R. Guénon, El Demiurgo. 


El hombre moderno, presa de la agitación constante en que está sumido vive en la nesciencia metafísica y espiritual. Atento siempre a la manipulación de innumerables objetos de diversa índole de los que se rodea de manera compulsiva, envuelto y casi ahogado en su propio ruido, carece del tiempo y la actitud necesarios para la observación pausada y detallada de algo, siquiera él mismo. Sus mismas facultades al respecto están mermadas, sus sentidos embotados. El hombre de nuestro tiempo no conoce la experiencia del silencio. Apreciamos esta merma de sus capacidades en lo difícil y esforzado que nos resulta "escuchar", por ejemplo, durante unos pocos minutos una pieza musical.

El velo que oculta la Realidad presente bajo los infinitos fenómenos es cada vez más grueso y opaco gracias al desarrollo de toda una realidad virtual, cada vez más vasta, propiciada por el hiperdesarrollo de la tecnología. Estas virtualidades, celebradas como progresos, veneradas como verdades divinas, invaden como un grotesco diluvio el imaginario mental del hombre, anegan su alma, cercenando su creatividad y dirigiendo su propia capacidad imaginal, haciéndose por tanto cada vez más difícil traspasar esta nueva cortina de pseudo-mitos y alcanzar el centro de uno mismo.

Paralelamente, el ritmo de la vida cotidiana es frenético, lo que tiene por efecto que sea frenético también el pensamiento y las acciones de los hombres de hoy. Imposible reposar, reflexionar, pararse a escuchar y observar. Nadie puede escapar de la vorágine moderna de la acción por la acción. La acción ya no es un medio para alcanzar un fin sino un fin en sí mismo, es casi una obligación para el hombre de hoy. Quizá el "viajar por viajar" sin sentido ni razón sea el mejor ejemplo de esta idolatría a la acción que va unida a un profundo odio al reposo. Pararse a pensar es un lujo al alcance por muy pocos. El sino del hombre moderno parece ser acabar exhausto aún sin haber hecho "nada" en la vida, sin haber actualizado sus potencias innatas. Este es el único y verdadero fracaso, la auténtica esterilidad, no dar el alma fruto, como en la parábola evangélica de la higuera [1]. "Tomarse un tiempo" es ya una actitud claramente utópica para los hombres de la postmodernidad pues si hay algo que define los tiempos modernos es la velocidad [2], que en la vida del hombre se manifiesta como "prisa". 

Ante esta marea de estímulos el hombre moderno se ve rebajado a ser casi una máquina de recibir información a la vez que se ve prácticamente impedido de procesarla o responder, sin tiempo ni intención de asimilarlo en su interior. La sociedad del espectáculo (Debord) y el simulacro (Baudrillard) alcanza su clímax alienador, creando ese muro interior de deseos y fantasías que separa al hombre de sí mismo como si de una segunda vida se tratara, en la llamada cultura audiovisual: en el cine el hombre es poco menos que un saco que recibe las impresiones -frecuentemente malsanas- que otro ha elegido para él. Impresiones espectaculares que se clavan en su alma en un sometimiento sin límites, inmerso en un contexto en que el hombre carece de capacidad alguna de respuesta o reflexión sobre lo que le llega. El espectáculo audiovisual es la expresión definitiva de la alienación, el robo del alma, la privación de sí mismo y el sometimiento final del hombre. Los sentidos del hombre son embotados por  el torbellino de espectáculos que se suceden sin sentido ni razón, en una marea en todo equiparable a la embriaguez evasiva que han ofrecido las drogas en otras épocas. Puede decirse que es esta una sociedad embriagada y estupefacta, la más estupefacta que nunca haya habido, mientras paradójicamente los hombres se creen más libres. El hombre moderno es un adicto nato, no importa si se trata de una droga alucinógena, de ir de compras o de un absurdo videojuego, todo vale, ¡hasta el trabajo es motivo de adicción! Cualquier cosa puede ser empleada para embriagarse y huir de la realidad.

¿Puede imaginarse expresión más vil de la esclavitud? Se trata de una esclavitud profundamente interior, de un doblegamiento del alma. Antaño los mártires morían triturados en su cuerpo pero firmes y puros en su interior, si se doblaban sus rodillas no se doblegaba nunca su corazón, ahora la marea infernal del espectáculo postmoderno violenta y somete a su dictado ante todo y en primer lugar el interior del hombre. Es un ataque directo a su alma. Una vez logrado esto, ya da igual lo que haga el hombre en su vida exterior: el Sancto Sanctorum ya ha sido profanado. Es la abominación de la desolación [3]. ¿Cómo no ver la mano de Satán detrás de este espectáculo alienador y envilecedor al que el hombre moderno, en su acedia final, se somete voluntariamente? 

Hablábamos de la cultura audiovisual, el cine, la televisión, los videojuegos... aquí, sentado frente a la gran pantalla de la sociedad del espectáculo, que es como decir la sociedad de la mentira, embotados sus ojos y sus oídos por la cascada de estímulos incontrolados, el hombre parece volver a un estado similar al de los recién nacidos, expuesto e indefenso a todo, sin capacidad de respuesta alguna, todo su organismo se reduce a la función de receptor. 

Aquí es donde el hombre moderno alcanza el extremo de su alienación como ser completamente privado de control, de poder y de responsabilidad sobre lo que ocurre a su alrededor, en su vida o, incluso, en su mismo interior. El hombre moderno es, en su individualismo, la negación de toda autonomía, de toda autarquía, de toda capacidad para valerse por sí mismo. Un ser ferozmente pasivo, escindido en sus potencias, destruido en su interior. 

Aquí se realiza el ideal absoluto del ciudadano moderno, un ideal profanador y destructivo, profetizado por el liberalismo y la modernidad: el ciudadano, palabra atroz, proyecto de hombre sin misión ni control sobre sí ni sobre lo que le rodea, obediente y conformista, cobarde, pacífico no por convicción sino por miedo al combate. Proyecto en que pretende convertir a los seres humanos la modernidad atea y materialista. Proyecto de hombre, el ciudadanoque todo lo sufre y todo lo soporta [4], incluyendo un orden político y económico injusto e inmoral, que le priva de todo poder de decisión. Un hombre que ve cómo la vida transcurre a su alrededor sin poder participar, encarnando así la definición perfecta del espectador

Espectador. A esto queda relegado el nuevo hombre en la nueva sociedad, no podía ser de otro modo en la sociedad del espectáculo, otros deciden y viven la vida por él; a él solo le resta observar el espectáculo acomodado lo más plácidamente posible. Y en esto es en lo que consiste ser 'ciudadano', un ser que no tiene derechos ni responsabilidades, sino que estos le son concedidos como dádivas por el poder impersonal que gobierna y dirige su vida en la medida en que paga impuestos, que es la única 'participación' que se le permite en el proyecto de la novísima sociedad del progreso. Y ¿qué decir de una sociedad tal? Una sociedad en que, a quien denuncia un mal como lo que es, se le tilda de aguafiestas... y en verdad lo es, por interrumpir la diversión. Ya se sabe: el espectáculo debe continuar.

Sirva todo esto como descripción del estado de cosas actual, que no es otro que la 'civilización de la agnosis', es decir, de la absoluta ignorancia espiritual. Pasemos a explicar a continuación lo que entendemos por tal. 


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Debemos establecer una diferencia entre dos conceptos que hoy día se confunden con demasiada frecuencia: episteme y gnosis. Dado que el punto de vista moderno, reduccionista y materialista, no considera que ningún conocimiento pueda adquirirse sin mediar los sentidos, la palabra gnosis queda carente de sentido propio y se vuelve irremediablemente incomprensible. Por ello pasa a considerarse sinónimo de episteme. Algo similar ocurre con sus palabras derivadas epistemología y gnoseología, cuya diferencia no resulta clara en el lenguaje actual. 

En efecto episteme se refería preferentemente al conocimiento del mundo físico, conocimiento para el cual median y cooperan los sentidos, a pesar de lo cual sin el procesamiento posterior, por parte de las potencias interiores del alma, de la información captada por los sentidos exteriores, no se obtendría conocimiento posible de nada, tan solo una amalgama de datos. Por su parte, el término gnosis se refería al conocimiento de los 'mundos superiores', es decir, salvando lo rimbombante del término, aquel conocimiento que se dirige hacia los niveles de realidad que se encuentran por encima de la manifestación formal, niveles que por su propia naturaleza quedan fuera del alcance de los sentidos y por tanto de cualquier modalidad de conocimiento de lo físico. La gnosis se refiere por tanto a un conocimiento directo y personal, no mediado por los sentidos ni por ninguna otra instancia, de la Realidad. 

El proceso por el que se produce o se alcanza tal conocimiento es fundamentalmente intuitivo por lo que depende de la facultad de la Intuición o facultad intelectiva, cuyo sentido verdadero también está completamente desvirtuado en la retórica moderna. Este conocimiento es solo posteriormente verbalizado y racionalizado por el sujeto, mediante el proceso mental denominado reflexión, es decir 'reflejo', pues su papel es reflejar la luz del Intelecto, tal como la luna refleja la luz del sol. Y dado que por naturaleza este conocimiento no es discursivo el mejor modo de transmitirlo o comunicarlo es haciendo uso de medios no lingüístico-discursivos sino simbólicos, por lo cual ni la ciencia ni la filosofía valen realmente para ello [5]. Comprendido esto la falacia epistemológica moderna queda bien al descubierto: no puede aceptar tal modalidad de conocimiento intuitivo porque niega la propia existencia de tales realidades superiores. Por otro lado reconocerlo sería reconocer su propio límite gnoseológico, lo que la soberbia ciencia moderna no está dispuesta a reconocer si no es despreciando esas otras realidades como no dignas de estudio o conocimiento.  

Sin duda el caso más flagrante de este reduccionismo dogmático, de este amputar la realidad para que quepa y se amolde a nuestra idea de conocimiento, políticamente trazada en tanto proyecto social, es la disciplina moderna de la psicología y su obsesión por ser una ciencia, aún a costa de olvidarse de su objeto de estudio, la psiqué, es decir, el alma, por el que además muestra un profundo desprecio, a tenor de sus simplistas e infantiles teorizaciones. Así, la ciencia o disciplina de conocimiento que debería ser el faro que enseñara a los hombres lo que es y cómo cuidar -cultivar, decían nuestros antepasados, haciendo uso de la tradicional analogía entre el alma y la planta- el alma humana para desarrollarla y mejorarla, el baluarte que debiera defender en última instancia ese 'templo interior', es ahora, en una época donde paradójicamente todo se refiere al progreso y el desarrollo, un instrumento de control social y de alienación al servicio de las ideologías más deshumanizadoras que se hayan conocido: el liberalismo, el capitalismo, el materialismo. En vez de liberar al hombre se trata de convertirle en una pieza útil al sistema, un engranaje bien engrasado para la política empresarial y productivista. A ello van dirigidos los largos años de escolarización y educación. En lugar de desarrollar las potencias del individuo se trata de usarle en tanto que capital y de orientarle hacia el desarrollo y el beneficio económico de la misma superestructura que le aplasta y le somete en tanto individuo. Hablar en estas circunstancias de que desde la academia actual, pilar fundamental para sostener el proyecto empresarial por la vía de proporcionar a este el inestimable instrumento de un conocimiento alienador y toda una retórica de la mentira, pueda hacerse un conocimiento liberador o revolucionario parece una ironía, si no una broma de muy mal gusto. 

La psicología es así un instrumento de opresión de este nuevo orden, y no un instrumento más sino el más vil de todos, pues como dijimos antes, no somete el cuerpo del individuo -como la esclavitud clásica- sino su mente, con la intención de que éste asuma las falacias del sistema como verdades, entienda las desgracias como beneficios, los desastres como progresos, las extorsiones como males inevitables, naturalizando así el mal, conformándose y sometiéndose a semejante (des-)orden social voluntariamente, felizmente, dando gracias y con una mueca de contento. Es decir, aquello que debería ser un conocimiento salvador, dirigido al desarrollo del hombre, a la Paideia, se ha convertido en un instrumento de opresión en manos del enemigo. De nada sirve decir que los psicólogos -como cualquier otro científico- sean bienintencionados. Ya sabemos de qué está empedrado el infierno. ¿Qué importa ser un buen trabajador cuando se sirve a tan mal señor? Y esto no solo la psicología que se pretende científica sino también aquellas otras psicologías que pretenden constituir alternativas, como el psicoanálisis o las cada día más variopintas 'psicologías profundas'. Ciertamente aquí encontramos cómo la anti-tradición golpea mucho más duramente precisamente en aquellos ámbitos más susceptibles de ser benefactores y liberadores.        

Lamentablemente aún se puede decir algo más. No extraña el descuido con que el hombre moderno trata su alma, su mundo interior, sometiéndolo a la sobre-estimulación y al desorden que describíamos antes sin otorgarle la menor importancia. Y no extraña porque por una parte ignora esta realidad y por otra parte se obstina en negar su existencia. ¿Cómo puede ser cuidado algo cuya existencia se ignora y se niega alternativamente? Esta es una de las causas más profundas de la agnosis actual, en tanto desconocimiento y olvido de las verdades superiores. Sólo recuperando el concepto y la realidad del alma será posible redescubrir dichas realidades, redescubrimiento que pasa por el cuidado del ser interior del hombre. 

Por tanto, como conclusión a estas reflexiones diremos que si entendemos la gnosis como el 'conocimiento intuitivo y directo del noúmeno', podemos decir sin miedo que el hombre moderno vive en la más radical y absoluta de las agnosis, pues ignora y desprecia la sola posibilidad de un conocimiento tal, un conocimiento, el único, liberador. 






[1] Lc. 13:6-9.
[2] Paul Virilio, El cibermundo. La política de lo peor. Cátedra, 2005.
[3] Mt. 24:15.
[4] Una especie de parodia invertida e infernal de la virtud cristiana de la santa paciencia.
[5] Todo esto ha sido explicado perfectamente por René Guénon en repetidas ocasiones. 

2 comentarios:

Maranatá dijo...

Quizá el ataque directo al alma del hombre es porque al enemigo se le acaba el tiempo.

Carmen dijo...

Tú crees?
El entendimiento es débil, pero de una debilidad especial, pues no descansa hasta que se ha hecho oír. Freud
Olajá, como decía mi abuelo