Detallismo y diversidad en el mundo medieval.
El omnipresente ideal medieval de la búsqueda del orden matemático y geométrico, que tenía aplicación a todos los ámbitos de la vida -pues todos los ámbitos habían sido ordenados por Dios- no impedía la presencia de dos cualidades ausentes por completo del pensamiento y la actitud del hombre moderno y que podrían parecer a primera vista incompatibles con tal búsqueda de un orden y una razón cuasi matemáticos en la existencia humana: el detallismo y la diversidad.
- el detallismo - en la edad media hay un cuidado casi obsesivo por el detalle que apreciamos claramente en su arte, tan despreciado por la mirada moderna, y que llevaba al extremo de decorar minuciosamente partes de una obra que nunca serían vistas por espectador alguno, algo verdaderamente impensable hoy día, donde el punto de vista pragmático y economicista -del ahorro, y ahorro de todo: tiempo, dinero, etc...- hace que el arte no exista por sí mismo sino tan solo en función del espectador [1]. Puede decirse por tanto que el arte moderno posee un valor meramente espectacular, de mercado, el consumo marca su valor, por eso se convierte en una mercancía más perdiendo su sacralidad, mientras que el arte tradicional trascendía el hecho de ser contemplado pues se dirigía a Dios y a la eternidad. ¿Qué importaba al escultor medieval que su obra no fuera vista más que por las pocas personas de su aldea si cumplía fielmente la función para la que fue creado? Todo esto pone en evidencia algo que ya hemos hecho notar en otra parte (ver aquí): que el arte moderno y profano no posee valor por sí mismo, está esencialmente mermado, su valor es relativo y variable -como todo en la sociedad moderna, por lo demás-, y depende de la sociedad-mercado, juez ignorante y cruel, que lo evalúa mediante el uso que le da.
- la diversidad - Realmente cuando se echa una mirada sobre la edad media la modernidad solo puede ser definida como mucho más grosera en el detalle y exterminadora de toda diversidad en cualquier ámbito de que se trate, no solo el arte, también el pensamiento, la política, la cultura, la vida humana, etc...
Acerca del gusto y el cuidado por el detalle, en una sociedad en que todo es producido por máquinas y no por manos humanas, donde no hay objeto único sino tan solo una cadena infinita de copias, casi sobran las palabras. La sensibilidad por el detalle e incluso por la destreza y delicadeza manuales ha sido por completo abolida en el hombre moderno. La tecnología ha tenido como contraparte la pérdida de habilidades y capacidades prácticas y útiles -e incluso atencionales- por parte del hombre, como ya fuera genialmente advertido por Orwell [2]. Esto nadie lo puede poner en duda, decir que tales habilidades -naturalmente humanas- han sido sustituidas por otras nuevas... -léase: teclear más deprisa en el móvil o pasar por niveles más complejos en videojuegos alienantes- es simple y llanamente ofensivo.
Ahora bien, la atención por el detalle de la mentalidad medieval sí puede merecer unas palabras.
Debido a esta importancia otorgada al detalle -lo pequeño, aquello que pasa desapercibido, aparentemente despreciable pero que colabora con el conjunto y construye la totalidad...-, la edad media desarrolló una disciplina impensable para la mentalidad moderna, frecuentemente tan grosera: el miniaturismo.
El miniaturismo es un arte del detalle y la delicadeza, exclusivamente manual, porque obliga a la manufactura de la pieza; magistral, porque requiere de manos expertas, de maestría; basada en la habilidad y las capacidades humanas no de la máquina... todo ello cualidades, en fin, bien contrarias al gusto moderno: raso, de trazo basto y grueso en todas su disciplinas, y mediocre, listo para ser consumido en tiempo récord. En efecto la velocidad a la que vive -¿o solo pasa la vida?- el hombre moderno no le permite prestar atención a los detalles ni apreciar filigranas de ningún tipo. "¿Para qué hacerlo mejor si nadie se va a fijar?" parece pensar tanto el artista como el artesano moderno. El arte es un objeto de consumo más en el que no se puede gastar -¿invertir?- demasiado tiempo.
Por su parte el miniaturismo medieval se desarrolló en todas las artes plásticas: escultura, pintura, esmaltes, orfebrería y sobre todo en los maravillosos códices y manuscritos ilustrados, miniados, de donde este arte dio precisamente su nombre a todas las miniaturas. La miniatura es un arte esencialmente medieval, que marca una distancia abismal respecto de la visión y la creación artísticas de la modernidad, donde todo es opuesto al intimismo, todo tiende al gigantismo y el populismo. Lo que en la edad media era sutileza en la modernidad se ha convertido en grosería, lo que era sugerencia ahora es violencia al espectador. Un principio aplicable a todos los ámbitos de la vida humana y no solo al arte, desgraciadamente.
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Hasta aquí hemos analizado el papel que tuvo el detallismo en el arte medieval y cómo dicha tendencia, más allá de ser una opción estética era sobre todo un 'rasgo psicológico' del hombre medieval que se manifestaba un poco en todas las acciones de su vida.
Veamos a continuación la importancia que jugó la diversidad en la concepción del mundo medieval en tanto que respondía a una imagen del universo altamente compleja. Para ello es necesario en primer lugar hacer ciertas precisiones, siquiera a modo de esbozo.
Para
comprender el papel que juega la diversidad en una
sociedad debe abordarse antes la idea de alteridad. En efecto,
sin alteridad no hay diversidad posible, de ahí la dificultad -y también la
paradoja- de hablar de diversidad -multiculturalidad en la retórica
postmoderna- en el mundo actual, un mundo unipolar y prácticamente
unicultural, sin duda el más homogéneo culturalmente que haya existido
nunca. Al asumirse axiomas ideológicos del tipo de 'todos somos iguales'
se admite implícitamente que si no lo somos deberíamos serlo y con ello se
anula automáticamente la posibilidad de alteridad impidiéndose
en la práctica toda diferencia, al menos toda diferencia significativa. Toda
diferencia cultural queda reducida así a apariencia, exotismo frívolo y reclamo
turístico.
En cierto modo nos encontramos aquí ante la constante tensión -presente en todas las sociedades- entre centralización y dispersión. Ya a lo largo de
la edad media hubo diversos intentos unificadores, la mayoría de los cuales
provenían principalmente del papado, es decir de Roma. La reforma gregoriana es
el caso más ejemplar y también el fracaso más sonado. Pero también respondían a esta intención de unificar las
diversas regiones europeas –y fueron más decisivos en alcance y duración que la
reforma gregoriana- los movimientos culturales del románico y -sobre todo- el gótico. Es en este
contexto político de tensión entre centro-periferia y entre
homogeneidad-diversidad –y no como meros estilos artísticos- como hay que
estudiar los proyectos socio-políticos que fueron el románico y el gótico, tema del que tendremos quizá oportunidad de profundizar en el futuro.
En todo caso lo que nos interesa destacar ahora es, por una parte, cómo en la edad media ya existieron importantes intentos de unificación y homogeneización, si
bien en su mayor parte fracasaron sin lograr sus objetivos, y por otra el sorprendente hecho de que la sociedad europea los resistiera exitosamente. Esto merece una observación más atenta.
A la tensión que hemos planteado entre centralización y dispersión del poder debemos
añadir otra que resulta crucial para entender la edad media
y también el devenir histórico de toda Europa:
la categoría rural vs.
urbano. Es evidente que el mundo medieval fue un mundo rural, integrado en
su espacio natural y en buena medida autárquico y autosuficiente. La modernidad siempre ha demonizado este periodo histórico -así como al mundo rural en general, lo cual es una sospechosa coincidencia-, bajo su particular leyenda negra creada al efecto, como un periodo maldito de la historia. El mundo rural y la edad media resultan ser los caballos de batalla principales de los ideales de progreso de la modernidad. Esto sin duda no debe ser pasado por alto. Sea como sea, lo cierto es que la Europa feudal resistió siempre
exitosamente tales intentos centralizadores. Intentos que no triunfaron realmente hasta que el peso de la sociedad europea no recayó en sus ciudades. Fueron los ciudadanos -en sentido estricto-, quienes se sumaron a la moda de la modernidad y desde luego no los campesinos [3].
A modo de
ejemplo nos referiremos a los variados intentos dirigidos a unificar el culto
cristiano y el rito de la misa. Se sabe que había una gran cantidad de diversos
cultos en la Europa latina –ritos galicano, ambrosiano, mozárabe, y otros
muchos- y que Roma trató de imponer el uso exclusivo del rito romano en
repetidas ocasiones causando reticencias y disputas de todo tipo. Curiosamente
el garante de tales libertades no
fue otro que el emperador del Sacro Imperio, al cual acudían las diferentes regiones
de Europa cuando consideraban que la autoridad papal se excedía en su celo
homogeneizador y centralista. Así ambos poderes –imperio e iglesia- se
equilibraron durante largo tiempo mutuamente, ejerciendo una especie de control
el uno sobre el otro.
Por esta
razón el derrumbe de este equilibrio de poder por la quiebra de la autoridad
imperial –el imperio por lo general garantizaba los fueros y cierta autonomía
regional frente a la iglesia y el papado- supuso en muchas regiones de Europa
una conmoción. Muchos europeos eran conscientes del fin de una era de
libertades y diversidad cultural –una verdadera edad de oro en las artes: la
música, la poesía, la artesanía y no digamos la arquitectura-. De hecho se ha señalado en ocasiones de qué forma la literatura trovadoresca y griálica transmite a menudo una sensación de próximo final.
Por otro lado el fin del orden feudal anunciaba un nuevo
orden en el cual dos nuevos poderes emergentes –ya sin una autoridad política superior que les
sancionara- iban a tomar más pronto que tarde el control de toda la sociedad:
los estados-nación y las élites burguesas. Dos poderes liberticidas y sumamente centralizadores, y por tanto expoliadores, que basan su dominio en el control de los recursos, y que dieron lugar a lo que los historiadores
marxistas bautizaron como 'fase de acumulación de capital'.
Sin duda habría mucho más que decir y estas ideas merecen desarrollos más profundos. Querríamos señalar tan solo que el único poder que podía estar en condiciones de limitar a estas nuevas fuerzas emergentes era la Iglesia, y ciertamente no lo logró. En realidad ni tan siquiera fue capaz de mantener
la conciencia identitaria europea -la idea de cristiandad-, en manos de unos nacionalismos que reivindicaban la conservación de aquellas identidades que ellos mismos destruían; pero quizá no está de más recordar que la modernidad se ha calificado a sí misma con cierta jactancia como un movimiento secularizador. Recordemos los ataques de la nueva ciencia y la nueva moral -tan humanistas- contra la religión en la 'era de las revoluciones'.
Hasta ahora siempre se ha pretendido que el laicismo era un progreso de los pueblos, pero este carácter anti-religioso nos ofrece una interesante pista de cómo los poderes capitalistas reconocieron desde su mismo origen tanto al imperio como al papado -las dos instituciones más antiguas y tradicionales de occidente- como sus más importantes enemigos, los únicos capaces de hacerles frente y ponerles coto. Este es el núcleo del 'golpe de estado' dado por la tercera casta al orden social europeo.
Hasta ahora siempre se ha pretendido que el laicismo era un progreso de los pueblos, pero este carácter anti-religioso nos ofrece una interesante pista de cómo los poderes capitalistas reconocieron desde su mismo origen tanto al imperio como al papado -las dos instituciones más antiguas y tradicionales de occidente- como sus más importantes enemigos, los únicos capaces de hacerles frente y ponerles coto. Este es el núcleo del 'golpe de estado' dado por la tercera casta al orden social europeo.
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[1] El espectador, tipología de hombre que, como una especie de voyeur artístico, no participa en la obra de arte ni saca de ella el mínimo provecho, un mirar por mirar, algo tan solo imaginable en el esperpento de la mentalidad consumista moderna donde solo se siguen criterios de cantidad. El espectador es junto con el ideal del ciudadano, el prototipo de hombre sin atributos de la modernidad.
[2] G. Orwell, La civilización de la máquina.
[3] Nótese que el mundo rural ha
sido acusado siempre -y aún lo es- de ser una reserva de actitudes y
saberes reaccionarios por la modernidad, por algo será.
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