domingo, 31 de agosto de 2008
sábado, 30 de agosto de 2008
Simbolismo del laberinto (II): Laberinto y comunidades iniciáticas
Para proseguir con los diferentes simbolismos del laberinto, compatibles todos ellos entre sí, pues no se excluyen, debemos remitirnos a la estructura funcional de una comunidad iniciática. Esto requiere de algunas explicaciones previas acerca de la morfología y constitución de las comunidades iniciáticas.
Una comunidad iniciática tradicional y regular es en sí misma un microcosmos, es decir, reproduce a su escala y nivel el orden universal. En una tal comunidad el maestro, en tanto que poseedor del conocimiento (gnosis) o la influencia espiritual (baraka) que hace al grupo ser lo que es, es la referencia indiscutible para el resto de miembros.
Puede perfectamente considerarse esta figura del maestro, en tanto que central, como un “centro inmóvil”, un “centro del universo” –universo que es la comunidad en sí misma –. El maestro es el “centro” de su comunidad exactamente como el sol es "centro" de su sistema solar. Podría decirse incluso que de modo del todo equivalente a como el sol mantiene unidos a sí los planetas del sistema solar, así el maestro -mediante su fuerza e influencia espirituales- mantiene a sus discípulos ligados a él, formando un “círculo” iniciático y protector.
En tanto que “centro inmóvil” el maestro es el “polo” de su comunidad al que deben tender (orientarse) sus discípulos; y en cierto sentido dicho maestro es inaccesible a los profanos. Esto es así no solo en la teoría sino incluso también en la práctica, pues dicho maestro está como rodeado y protegido, por sus alumnos, oficiales y adeptos de diversos niveles, de las influencias del “mundo profano”. Adeptos que por una parte le protegen como a una “tierra santa” y por otra establecen contactos con el mundo exterior, es decir mantienen comunicación con el “mundo profano”. En otras palabras, ellos, los adeptos, comunican el interior y el exterior de su comunidad[1] manteniendo a ésta en contacto con el mundo exterior.
Los “oficiales” (y nótese las implicaciones militares de la palabra) son como el más cercano “cinturón de seguridad” del núcleo que representa el maestro, y pueden ser denominados por ello “guardianes de la Tierra Santa”. En virtud de semejantes equivalencias el maestro mismo constituye el auténtico “Grial” para su propia comunidad, pues él forma el vínculo que une a esa comunidad con el centro espiritual superior. Él representa en este nivel de manifestación ese hilo conductor ininterrumpido que pasa de maestro en maestro a lo largo del tiempo y las generaciones.
Por último en el nivel más bajo si imaginamos una representación vertical -forma piramidal- o más alejado del centro si tomamos una representación horizontal -tal como puede ser el laberinto, la figura de la 'triple fortaleza' u otra de las muchas representaciones representaciones concéntricas que se refieren a esto-, estarían los aprendices, no considerados adeptos [2] por no haber actualizado aún la iniciación recibida. La iniciación la instruye exclusivamente el maestro que es el único que la puede dar regularmente.
Tal como hemos explicado la estructura constituida por núcleo, zona intermedia y periferia destaca la analogía que dicho esquema posee con la estructura del huevo de las aves -cáscara, clara y yema-, conocido símbolo del renacimiento espiritual, y en general con la estructura básica de la célula -membrana, citoplasma y núcleo-.
Enlosado de la catedral de Amiens que forma la figura del “triple recinto” o “triple fortaleza” celta, imagen de la configuración esencial de cualquier comunidad iniciática y por extensión de toda la sociedad tradicional en su conjunto.
El suelo original de la catedral fue sustituido en tiempos modernos por este otro que puede verse en la imagen, el cual, a pesar de su factura moderna, conserva varias formas tradicionales, incluyendo esvásticas y un curioso laberinto poligonal.
Pasando al análisis de los laberintos propiamente, diremos que los laberintos de camino único representan básicamente la misma estructura en tres capas de profundidad que ya hemos descrito: zona de límite y protección, zona intermedia y núcleo.
El sendero del laberinto simboliza el camino que debe recorrer el hombre profano desde la exterioridad hasta el centro de sí. Tal viaje hacia el interior de sí mismo tiene su correlato con la posición que ocupa ese individuo particular en su comunidad o sociedad, posición que puede ser más interior o más exterior: en tanto que hombre profano solo participa de la vida social normal de la comunidad y acaso de sus ritos exotéricos, está por tanto en la exterioridad, pertenece a la periferia de la comunidad; pero en tanto que iniciado y adepto ocupa un lugar central, sosteniendo invisiblemente a su comunidad mediante su participación en el núcleo de la misma.
Desde este punto de vista el propio laberinto semeja la comunidad iniciática, el grupo sagrado. Si el centro es el maestro de su comunidad, las baldosas que conforman el enlosado representan ellas mismas -siguiendo el conocido simbolismo de las piedras de la iglesia en representación de sus fieles- a todos los iniciados que han trabajado activamente en la obra (exterior e interior) y que están ejecutando por y en sí mismos el camino que designa el laberinto.
Toda la comunidad iniciática tomada como conjunto, así como el camino iniciático individual de cada miembro están representados –debido a la ley de analogía- en el mismo símbolo del laberinto. Penetrar en el laberinto equivale por tanto a acceder al ámbito sagrado que supone la comunidad regular e iniciática. Poco a poco el iniciado deberá recorrer progresivamente –y en un largo transcurso de años- el camino que lleva desde la periferia (el grado de aprendiz) hasta el centro (el grado de maestría). El adepto que alcanza el centro de su comunidad (o de su laberinto) se convierte a todos los efectos en un nuevo maestro, al modo de un sol que ilumina y guía a sus discípulos. Esta es la razón por la que los nombres de los maestros constructores de las catedrales góticas estaban inscritos o grabados precisamente en el centro de sus mismos laberintos.
Toda la comunidad iniciática tomada como conjunto, así como el camino iniciático individual de cada miembro están representados –debido a la ley de analogía- en el mismo símbolo del laberinto. Penetrar en el laberinto equivale por tanto a acceder al ámbito sagrado que supone la comunidad regular e iniciática. Poco a poco el iniciado deberá recorrer progresivamente –y en un largo transcurso de años- el camino que lleva desde la periferia (el grado de aprendiz) hasta el centro (el grado de maestría). El adepto que alcanza el centro de su comunidad (o de su laberinto) se convierte a todos los efectos en un nuevo maestro, al modo de un sol que ilumina y guía a sus discípulos. Esta es la razón por la que los nombres de los maestros constructores de las catedrales góticas estaban inscritos o grabados precisamente en el centro de sus mismos laberintos.
Este es el camino reproducido y representado simbólicamente en las circunvalaciones de todos los laberintos y por esta razón es perfectamente correcto decir que el laberinto es un camino esotérico, pues a través de él se pasa de lo exterior -el mundo profano- a lo interior.
Aún podría hacerse una última lectura: el laberinto está dentro de la iglesia o catedral. La iglesia (como comunidad cristiana) sostiene y protege -mejor sería decir debe sostener y proteger- las comunidades esotéricas en su interior. El esoterismo tiene lugar y sentido entonces sólo dentro de la iglesia cristiana que es su marco debido.
Todo lo que se ha indicado a nivel de la comunidad es también válido a un nivel individual (en virtud de la ley de analogía): el hombre que alcanza su propio centro -pasando por las mismas o equivalentes pruebas por las que habría de pasar caso de pertenecer a una comunidad iniciática y tras el mismo arduo y tortuoso camino-, alcanza también el grado de maestro, pasa a encontrar desde entonces su maestro interior que no está sino en su propio centro, en el centro de su individualidad, el centro de su laberinto, laberinto que no es otro que su personalidad retorcida y profana, esquiva de lo más esencial y fundamental, es decir, su ego, que da una vuelta tras otra para no enfrentar lo fundamental: que está pronto a desaparecer.
[1] Al modo de la membrana celular, que protege el interior de la célula pero también lo “une” en cierto sentido al exterior pues por ella pasa la comunicación con el “mundo exterior”: separa y a la vez comunica ambos lados, ambos mundos.
[2] Como explicara Guénon, el lenguaje vulgar y profano usa la palabra 'adepto' como equivalente de seguidor o iniciado y la emplean para los que están en sus inicios, cuando en realidad se refiere a los miembros que están más alto en la realización espiritual.
[2] Como explicara Guénon, el lenguaje vulgar y profano usa la palabra 'adepto' como equivalente de seguidor o iniciado y la emplean para los que están en sus inicios, cuando en realidad se refiere a los miembros que están más alto en la realización espiritual.
viernes, 29 de agosto de 2008
Algunas notas sobre el amor cortés (IV)
El amor cortés y la Virgen María
Según Markale la palabra virgen está en relación etimológica (de las palabras celtas werg, encerrar, wraka, de ahí bruja) con las ideas de fuerza, acción y encierro o enclaustración. La virgen es así la mujer “cerrada” o “encerrada en sí misma”, con el sentido claramente alegórico que ello supone. La palabra virgen parece estar incluso relacionada con la idea de energía. Es evidente el parecido con la potencialidad, la materia o la substancia (y por tanto con la shakti). De hecho el latín virgo no deja de estar con vir – fuerza, hombre.
Diana es siempre casta, rechaza a los hombres pero los pone a su servicio, los esclaviza. Hay una cierta relación con la virgen también.
Dios – María
Caballero – Dama
(Lanzarote – Ginebra)
(Robin - Marian)
Caballero – Dama
(Lanzarote – Ginebra)
(Robin - Marian)
El caso ideal en la literatura/mitología es una pareja adúltera y por tanto subversiva del orden social. Por ello es necesario el furtivismo, porque el amor se da sólo en peligro, en situaciones de riesgo o gran dificultad: imposibilidad social, dificultades materiales, etc…
Pero el furtivismo del amor se asocia con otro carácter típico medieval: el esoterismo. El furtivismo, la discreción, el ocultamiento del amor y del objeto amado, la promesa de silencio, todo ellos nos recuerdan los ritos mistéricos e iniciáticos. La iniciación solo era posible lo oculto, lejos de la luz, apartada de lo visible, lejos de lo que se muestra a la sociedad. Es así el amor un rito esotérico en toda regla pues la confidencialidad de la pareja nadie la rompe, todo sucede en lo íntimo, en el interior, en lo secreto. Las confidencias amorosas no salen de lo íntimo como los secretos del esoterismo no pueden hacerse públicos y quedar al alcance de los profanos. En ambos círculos se promete discreción y guardar silencio en presencia de profanos. Vemos la interesante relación entre el amor cortes y los rituales iniciáticos de la caballería medieval, asociado todo ello al cristianismo esotérico, heterodoxo que abundaba en la época. El amor era sin duda una senda espiritual, de entre otras posibles.
La mujer por otro lado pasa a ser ayuda y además motivo de la acción heroica y guerrera, impulsora de la noble acción, acción dirigida al perfeccionamiento: vemos un reflejo del karma yoga hindú, el yoga de la acción justa y liberadora. La mujer es el impulso divino (shakti) que mueve a esa acción heroica cuyo fin es la superación de la condición humana y material.
Asimismo el encuentro definitivo entre dama y caballero sólo puede producirse tras la búsqueda iniciática. De ahí la necesidad de separaciones, desgarros y sufrimientos. Todo ello pasos purificadores dirigidos a la perfección.
La diosa es la Gran Madre, madre de todo lo existente. Es por ello desde un plano superior la puerta del mundo, por la que todos llegamos al mundo. Pero es también desde el punto de vista contrario la “puerta del cielo” (Ianua Coeli, como reza la letanía), lo cual equivale a la muerte, la devoradora de mundos, la diosa Kali – la pareja de Shiva –, que es como una imagen invertida de la virgen y a la que sin embargo se debe adorar/amar igual: es la Virgen apocalíptica. Es la puerta por la que salimos del mundo, por la que regresamos a lo inmanifestado, al origen incondicionado. Si por un lado nos expulsa –dándonos la forma y la existencia– por el otro nos devora.
Así el amante es la víctima sacrificial pues su objetivo último en tanto que caballero y héroe iniciático es renunciar al ego y, librándose de él, perder su lado condicionado, social y mundanal. Es decir, olvidar todo lo que el mundo y la sociedad le han enseñado, por ello su carácter subversivo y revolucionario, que no se atiene a normas preestablecidas: un detalle muy visible en el mito de Tristán e Isolda.
Este simbolismo aparece en la misma iglesia (en particular en su forma románica). En el exterior de las iglesias románicas abundan los monstruos devoradores, las fauces que engullen figuras humanas o las trituran entre sus dientes. Si el interior de la iglesia es como una caverna, también es el interior del monstruo mítico: el interior de la ballena de Jonás, el intestino del monstruo donde la personalidad del héroe se deshace de sus partes viles y de donde la esencia (el verdadero sí-mismo) resurge transformada y purificada. Sobra señalar aquí la semejanza entre el laberinto y el intestino. Al triturarse la personalidad humana (el lado social y consciente del individuo) lo que se pierde es también inevitablemente el nivel mental de la consciencia habitual. (Remitimos aquí a todo lo que ya dijimos sobre la relación entre el laberinto y el psiquismo inferior). El resto de la aventura heroica se efectuará en otro estado mental, la 'pura tiniebla', un estado de atención y concentración especial de los sentidos que no reside simbólicamente en el cerebro sino en el corazón.
La Virgen y la Shakti.
Por su parte María es madre de dios, ya que dios tomó forma humana en su interior; exactamente como la presencia divina acampa y toma forma entre nosotros en el interior del tabernáculo, el templo o santuario. María es el templo de dios por antonomasia, el lugar donde se manifiesta la Shekinah. El espíritu es aquello cuya presencia anima el templo, el espíritu –Purusha hindú– anima la materia/substancia –Prakriti hindú– que sin él sería inerte .
Las catedrales góticas además que estar dedicadas a la virgen intentan ser simbólicamente la virgen misma, la representan en tanto que lugar donde toma forma y se hace presente el espíritu: Emmanuel -dios entre nosotros-. Tal y como el Espíritu Santo tomó forma en el interior de la virgen. María es ella misma el templo de dios que no es otro que la catedral gótica: el espacio donde baja el espíritu para presentarse bajo la forma e imagen de Cristo, ante y entre nosotros. La catedral supone esa puerta de entrada-al-mundo y a la vez salida-del-mundo.
En el diagrama cabalístico del árbol sefirótico esa puerta entre la inmanifestación y la manifestación es Binah, la Sabiduría. Y Binah ha sido llamada en cábala Mara, la Gran Madre. Y no es coincidencia que la virgen sea Santa Sophia, la sophis de los gnósticos, el conocimiento que proviene de la revelación divina. La santa Sabiduría de la Escritura que existe desde el principio mismo del mundo –cual el Verbo-. La catedral no debe contener la sabiduría sino ser –encarnar- la sabiduría divina: debe ser su misma manifestación en la tierra. La catedral debe ser ella misma esa sabiduría corporeizada, materializada, hecha piedras. La catedral debe ser el libro que contenga y transmita esa sabiduría divina. Es así como se dice que la catedral es un libro –mejor dicho dos: uno abierto a todos y otro cerrado a la mayoría, solo abierto a los elegidos* –: no porque contenga múltiples historias sino porque su misión última es transmitir y conservar un conocimiento sagrado, la misma misión de un libro sagrado. Sabemos además que el grial tomó algunas veces en la leyenda la forma de un libro escrito en caracteres extraños, sólo comprensibles para unos pocos -los iniciados-, es decir un libro esotérico por tanto. Y sabemos que una de las etimologías de grial lo emparenta con gradale, graduale, o sea libro. Sabemos asimismo que la figura de Cristo en majestad –pantocrátor – acostumbra a portar un libro abierto: el evangelio. En él está escrito todo lo que ha sucedido y lo que ha de suceder, del principio al fin de los tiempos, desde la alfa hasta la omega. La catedral es ese libro, la catedral es el grial, quien lo entiende no encuentra diferencia entre la catedral de piedra y su catedral (templo donde se encarna el espíritu) interior.
En una última y arriesgada analogía la materia se representa sobre el plano por el cuadrado o, en la tridimensionalidad, por el cubo. Pues bien, las catedrales con su planta de cruz latina no dejan de ser la extensión sobre el plano del cubo geométrico. El primer chakra (muladhara chakra) es, y no por casualidad, también representado por el cuadrado: es la figura más fija, menos móvil, menos dinámica, la más estable de todas las figuras geométricas y por ello representa una energía análoga. Pues bien, no podemos dejar de advertir que la planta de la catedral no es sino la apertura del cubo, el cubo in extenso, abierto a los cielos –y a su influencia celeste y espiritual–. El cubo deja de estar encerrado en sí mismo, se abre: kundalini, la energía básica, primordial es despertada y sale de su letargo para empezar su camino de perfeccionamiento y ascenso a los cielos. La propia catedral es así el muladhara chakra que contiene dentro la energía sháktica de la serpiente.
La dama del caballero prefigura esta energía sháktica: no es más que la forma exterior de la Kundalini interior que el caballero busca despertar/reanimar. Y los trabajos y proezas ejecutados por su dama no son sino el régimen de ascesis guerrera y sexual necesario para despertar la energía dormida en su interior. La dama es la prefiguración de la shakti del caballero y por tanto una forma exterior, más material y aprehensible, de la cristiana figura de la Virgen María.
Para ver los capítulos finales: Conclusiones I y Conclusiones II
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* Por lo demás es así como lo vemos en la conocida figura de la Sabiduría que guarda la entrada de Notre-Dame de París.
Algunas notas sobre el amor cortés (III): Triángulo del amor cortés.
Adán – Lilith – Sammael
Adán – Eva – Serpiente
Es el triángulo del amor cortés. Adán es el esposo, pero la esposa Lilith lo abandona y se va con el ángel rebelde. Eva de algún modo, al caer en la tentación, también le es infiel. Es una figura arquetípica repetida infinitamente en la mitología y que subvierte o rompe el orden establecido, el orden moral-social.
Profundizando en el episodio el diálogo entre Eva y la serpiente es un diálogo idéntico a aquel que mantuvo Jesús en el desierto con Satanás durante sus tentaciones. Se trata de un diálogo puramente interno pues la voz del enemigo no es sino una parte de sí mismo, de su persona, de su interior. Eva no es más que la imagen elaborada, socializada, civilizada de la antigua Lilith. Es un regreso de Lilith bajo otra apariencia, donde se impone el super-yo freudiano. A partir de ahí Eva pasa a ser doble, pues la Lilith expulsada y ocultada, no está en otra parte que dentro de ella, en su oscuro subconsciente. La mujer es mitológicamente un ser doble: divina y diabólica, madre y amante a la vez.
Profundizando en el episodio el diálogo entre Eva y la serpiente es un diálogo idéntico a aquel que mantuvo Jesús en el desierto con Satanás durante sus tentaciones. Se trata de un diálogo puramente interno pues la voz del enemigo no es sino una parte de sí mismo, de su persona, de su interior. Eva no es más que la imagen elaborada, socializada, civilizada de la antigua Lilith. Es un regreso de Lilith bajo otra apariencia, donde se impone el super-yo freudiano. A partir de ahí Eva pasa a ser doble, pues la Lilith expulsada y ocultada, no está en otra parte que dentro de ella, en su oscuro subconsciente. La mujer es mitológicamente un ser doble: divina y diabólica, madre y amante a la vez.
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