domingo, 9 de noviembre de 2014

La medicina de Hildegarda de Bingen (I)


(*) La salud como estado de diálogo entre el hombre y el cosmos. 



 Siguiendo la profundamente arraigada tradición de magisterio medieval –de corte platónico- Hildegarda de Bingen establece una íntima relación entre el universo (macrocosmos) y el hombre (microcosmos), entre ambos existe una correspondencia profunda que pone ambas realidades en mutua interacción, esta interacción posibilitaría el estado de salud –cuando la relación es correcta, armónica- o de enfermedad –cuando la interacción entre macrocosmos y microcosmos es imperfecta e inadecuada-.


Hildegarda sostiene una concepción del hombre multidimensional y holística, no lo reduce (ni tampoco sus dolencias) a un nivel exclusivamente mecánico o biológico, sino que todo lo refiere a un entramado de interacciones entre cuerpo, alma y espíritu, y de éstas partes a su vez con el mundo exterior. 


Se trata por tanto de una visión relacional de la salud humana donde poseen gran importancia dos factores a menudo olvidados desde la lógica puramente mecanicista: 

  • el contexto en que se da la enfermedad - aspectos como el clima, la estación del año, la alimentación, y otros... Por ejemplo Hildegarda insiste en muchas ocasiones en que las enfermedades del otoño son distintas en síntomas y naturaleza a las enfermedades propias de la primavera. 
  • el enfermo - al tener la enfermedad una parte importante de expresión del alma y el cuerpo de ese sujeto, toda enfermedad se expresa de manera única y personal en cada ser y debe analizarse en ese sujeto particular. 

Como vemos estamos ante una visión extraordinariamente holística de la medicina que tiene muy en cuenta tanto variables internas -por ejemplo el estado de ánimo del sujeto- como variables externas dependientes del contexto (el clima, por ejemplo, que puede favorecer o perjudicar ciertos estados). 

El mantenimiento de la salud del cuerpo debe acometerse por el debido uso y cuidado de las capacidades físicas (una dieta adecuada, ejercicio adecuado) así como de las espirituales (hacer el bien y estar en paz con Dios); y, por supuesto, de lo anímico que media entre ambos (el estudio y trabajo adecuados, el estado alegre y en paz consigo mismo y con el resto de las criaturas, el cantar alabanzas a Dios, etc…). Se comprueba que a pesar de obedecer a una lógica diferente, como iremos viendo, es una visión de la salud que no tiene nada de simplificadora o infantil. 


De este modo para Hildegarda, siguiendo toda la tradición médica medieval, existen diferentes niveles en que puede asaltar la enfermedad: el corporal, el anímico y el espiritual. Cada uno de estos niveles requerirá de diferentes remedios. Además esto supone que una de las primeras cosas que el terapeuta debe discernir es si la enfermedad, pongamos por ejemplo física, tiene su origen en ese mismo nivel en que se manifiesta o si la enfermedad visible es únicamente la manifestación exterior de un trastorno a otro nivel. Esta apreciación es importante porque el tratamiento variará enormemente en uno u otro caso: irá específicamente dirigido al cuerpo o se dirigirá a uno de los otros niveles. Se entiende por tanto que en ocasiones la perdida de la salud proviene de una alteración a niveles más profundos. 

Esta es una consideración particularmente relevante pues la ciencia moderna no ha sido hasta tiempos relativamente recientes que ha tomado en consideración factores ambientales y psicológicos como agentes que influyen en el desarrollo de una patología. Pero a pesar de esta aparente coincidencia respecto a las relaciones entre alma y cuerpo -o psico-somáticas en terminología moderna- hay que decir que las concepciones medieval y moderna no son a este respecto exactamente equivalentes. Nos encontramos aquí una vez más con una oposición fundamental entre las dos visiones de la realidad. La ciencia moderna se esfuerza aún hoy por encontrar no ya un simple correlato físico entre ambas dimensiones -mente y cuerpo- sino una causa material con la que explicar los fenómenos y/o trastornos psicológicos o mentales del tipo que sean –un gen, una alteración hormonal, una intoxicación química, un fallo funcional...- dando con ello prioridad siempre en la escala causal a lo material sobre lo psíquico/anímico. 


Además de este hecho existe una constante indefinición respecto a qué entra en lo psíquico, dado que la psicología moderna siempre ha buscado correlato biológico para todo fenómeno psíquico, lo cual sumado a la confusión mente-alma termina más por confundir que por aclarar cuando la psicología moderna se refiere a 'mecanismos' o relaciones de tipo psicosomático. 

El pensamiento medieval por su parte no aceptaría de ninguna manera semejante predominio de lo físico sobre lo sutil, es decir del cuerpo y sus mecánicas sobre el alma: para toda metafísica tradicional lo grosero -esto es la manifestación material y extensa- proviene siempre de lo sutil que es su fundamento -Yesod-. Lo sutil es entonces por tanto más principial, empleando la terminología de Guénon, más cercano al origen y por tanto previo en la cadena causal. Por tanto para la lógica medieval la relación de dependencia entre alma y cuerpo se invierte respecto de la lógica moderna: 


es el desequilibrio en el alma el que causa con más facilidad un efecto físico -temporal o permanente-, el cual a su vez puede expresar dicho desequilibrio profundo del alma bajo dos aspectos: 

  • bien a modo de advertencia o llamada de atención[1] -es decir, como un signo
  • o bien convertirse propiamente una patología cuando el desequilibrio es muy sostenido en el tiempo. 
Por supuesto la relación también se puede producir al revés, del cuerpo hacia el alma. Así la medicina medieval abunda en consejos sobre la alimentación dirigidos al efecto que ciertos alimentos tienen en el alma.  

Vemos entonces cuánto dista la concepción medieval de la salud completa como equilibrio y armonía entre el alma y el cuerpo de la concepción actual puramente mecánica y simplificadora de la medicina moderna donde, si hubiera que creer estrictamente su lógica mecánica, una misma causa habría de tener siempre un mismo efecto, lo que a todas luces es falso. 



Salud y equilibrio.


Como hemos dicho, para Hildegarda, microcosmos y macrocosmos forman idealmente un conjunto armónico. Ambos debieran estar en estado de mutuo equilibrio. Ene ste estado de perfección ideal el hombre es de algún modo un instrumento del cosmos, resuena con él como lo hace un instrumento musical. Cuando se perturba dicho equilibrio hombre-mundo se altera el complejo multidimensional humano y se enferma tanto física como mentalmente. El equilibrio entre ambos órdenes -hombre y mundo- forma parte del orden natural inscrito en el universo, el cual fue estipulado dado por Dios.


Si la salud se entiende como un estado de equilibrio y armonía, no solo del cuerpo sino del hombre completo -entendido en sus dimensiones corporal, anímica y espiritual- con el universo que le rodea, la enfermedad es percibida como la pérdida de este equilibrio. 

Acorde a su idea del hombre como un sistema complejo encontramos que la salud para Hildegarda no consiste en un equilibrio físico o químico del cuerpo como unidad aislada sino un equilibrio complejo entre cuerpo, alma, espíritu y el medio en que el hombre vive. 


En los trabajos de Hildegarda se destaca siempre la naturaleza como instrumento para el mantenimiento de ese equilibrio y como lugar donde buscar el remedio para restablecerlo, de modo que la naturaleza es de algún modo una herramienta puesta a disposición del hombre para ser usada convenientemente. La naturaleza es vista como una vía para mantener y para recuperar la salud.

Se hace evidente la estrecha relación que vincula al hombre con la naturaleza y la dependencia mutua que existe entre ambos. Puede parecer extraño desde la mirada moderna pero para el pensamiento medieval, los dos se necesitan mutuamente. Del mismo modo que el hombre busca su re-equilibrio, su cura, en la naturaleza, también tiene la misión de re-equilibrar y purificar a esta. 

El hombre evidentemente no puede vivir sin la naturaleza: la naturaleza es el contexto en que el hombre está situado, del que no puede ni debe salir. La naturaleza le dota de todo lo necesario para su vida, su bienestar y su perfeccionamiento, pero más allá de esto es incluso instrumento de salvación pues le ofrece un camino que le religa con su creador. Por su parte la naturaleza carecería de sentido sin el hombre, que la dota de sentido y la pone en la senda de la redención. La naturaleza sin el hombre estaría mermada. 


Para la lógica de Hildegarda ambas realidades, hombre y naturaleza, se necesitan mutuamente y es inimaginable una parte sin la otra.






(*) Compartimos con los lectores este trabajo que fue realizado hace ya algunos años del cual hemos eliminado la introducción por ser excesivamente larga. Quizá en el futuro pueda encontrar lugar de forma independiente en este mismo blog. 
[1] Es precisamente en esta correlación entre alma y cuerpo en la que se basaba la ciencia tradicional de la fisiognómica. 

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