domingo, 9 de noviembre de 2014

Ideologías de la modernidad (I): darwinismo, marxismo y freudismo.


Como toda civilización, el occidente moderno ha requerido de discursos que validaran y justificaran su particular modelo de sociedad. En el caso de la modernidad occidental esta necesidad es especialmente acuciante, dado que su modelo de sociedad era anormal y proponía un cambio de orden muy acusado, un proyecto de revolución tecnológica y material de la sociedad que podía predisponer a muchas capas de la misma en su contra. Un objetivo que hubo de ser puesto en marcha pasando por encima tanto de dificultades prácticas como de oposiciones y desconfianzas de buena parte de la población. Era prioritario entonces dotar a la colectividad de un nuevo sistema de ideas, imágenes y valores que les hiciera desear el 'nuevo orden' o al menos no oponerse activamente al mismo. En definitiva el 'nuevo orden' requería, ya desde la revolución francesa, de legitimación política y teórica de cara a los hombres y mujeres sobre los que se iba a imponer, y esta necesidad era urgente a mediados del siglo XIX.

En las sociedades tradicionales tal discurso explicativo, legitimador y cohesionador de la sociedad, lo constituían los 'mitos' pero, en la sociedad moderna tales discursos debían tomar un nuevo aspecto, revolucionario y anti-tradicional, que denominaremos 'anti-mítico'Así, si en la sociedad tradicional los mitos eran elaborados por poetas, chamanes y profetas, en el modelo de sociedad desacralizada que es la modernidad, en el cual todo discurso para ser aceptado y tenido en cuenta debe tomar un aspecto pretendidamente analítico y racionalista, los nuevos 'anti-mitos' debían provenir de la ciencia y la filosofía moderna, principales valedores del nuevo paradigma en que se sostiene el (des)orden moderno. 

Darwin, Marx y Freud fueron sin lugar a dudas los grandes definidores del discurso anti-mítico que ha sostenido durante más de cien años el armazón ideológico de la modernidad, y sostiene asimismo el de la postmodernidad. Sus discursos han sido capaces de concretar en palabras los deseos y fantasías de los que es víctima el hombre moderno. La obra de estos autores además posee el dudoso mérito de haber dotado al paradigma moderno de su propio y exclusivo discurso pues han aportado las categorías conceptuales imprescindibles para ello, olvidando definitivamente la retórica y las lógicas del antiguo régimen y permitiendo al paradigma moderno referirse a sí mismo como realidad objetiva dotada de una retórica propia. 


Más allá de lo que pretendieran en origen los autores de estos nuevos mitos, lo cierto es que su obra ha trascendido por completo el carácter de 'teoría' o de herramienta epistemológica y se ha convertido ante todo en una 'ideología' de masas, asumida acríticamente por la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, unas 'ideologías' que guían el imaginario colectivo e individual y justifican decisiones políticas y económicas de primer orden. En pocas palabras, estos tres 'anti-mitos' se han convertido a lo largo del siglo XX en las ideas directrices de toda la sociedad. 

Lo que ha permitido a estos discursos llegar a ser centrales ha sido en particular su carácter revolucionario -es decir anti-tradicional-, particularmente evidente en el conocimiento que proponen y defienden: un modelo nuevo de ser humano y de sociedad. También debe ser puesto de manifiesto que son modelos omni-comprehensivos que pretenden, a partir de una realidad particular y concreta, entender y explicar el todo humano. 

Tratándose por tanto de las ideologías que más han influido en el imaginario colectivo a lo largo del siglo XX, su papel no puede ser de ninguna manera menospreciado o infravalorado, pues de un modo u otro han cambiado el mundo.



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No nos detendremos demasiado en el caso del darwinismo, pues consideramos que es, de los tres, el más estudiado -y criticado- en tanto que ideología socio-política muy cercana al poder ya desde el siglo XIX [1], que ha influenciado, y sigue influenciando sobremanera, sobre el modelo económico globalista. Nos mantenemos también al margen de su validez científica, cada vez más cuestionada, dado que si parece funcionar en la complejidad de un ecosistema lo hace tan sólo en un nivel de realidad determinado, y en otros niveles son otras las reglas que rigen el juego de la existencia, de modo análogo a como las teorías de Newton y Einstein se cumplen ambas pero en diferentes niveles de la realidad física. Aquí, el reduccionismo científico, amparado en su utilidad como herramienta técnica orientada a la manipulación de la realidad, oculta mucho más de lo que explica. Por otra parte es bien conocido el papel social que el darwinismo ha jugado en la legitimación del orden de dominación occidental -primero en el colonial -fácil de visibilizar por lo evidente del mismo, eurocéntrico, eugenésico y racista- y luego en el neo-colonial -más difuso que aquel, postmoderno y liberal, ya no racista pero igualmente exclusivista y supremacista-, del ateísmo e incluso de los postulados más extremos eugenistas y racistas en el siglo XX. En las últimas décadas el darwinismo vuelve a ser reivindicado precisamente por aquel liberalismo radical que lo inspiró en su origen -tal y como fue reconocido incluso por el mismo Darwin- y lo defendió y financió hasta elevarlo al nivel de dogma científico contra el que no se podía, ni se puede, levantar la voz. Señalaremos al respecto tan solo la relación -consignada desde el altar de lo políticamente correcto- entre evolución darwinista y progreso, una verdadera superstición moderna que la propaganda hegemónica se guarda mucho de desmentir. 

Nos centraremos a continuación por tanto en el análisis de la influencia social en tanto que ideologías -en el sentido profundo del término- que han tenido el marxismo y el freudismo a lo largo del siglo XX, dado que ambos sistemas ideológicos fabricaron unos modelos de la historia, la sociedad y el hombre a su medida, que secuestraron el imaginario colectivo occidental. 



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A continuación nos centraremos plenamente en el marxismo y el freudismo. 

Para empezar existen bastantes puntos en común entre ambas 'doctrinas' -marxismo y freudismo-, y se ha señalado en muchas ocasiones como uno de los principales nexos entre ambos -incluso por parte de la mediocre intelectualidad europea de postguerra- la coincidencia de que ambos sistemas fueran ideados por judíos. Incluso se ha pretendido ver en ello un argumento a favor de todo tipo de fantasías y disparates del tipo de la clásica conspiración 'judeo-masónica' que apuntaría a socavar la pretendida superioridad euro-burguesa. En realidad no son necesarias tales conspiraciones pues el propio supremacismo eurocéntrico y burgués, de marcado corte luterano y calvinista, por cierto, se destruye a sí mismo por su propia mano. Y es en este sentido de 'signos de la disolución' de una entidad civilizatoria o cultural como deben entenderse todas estas nuevas ideologías que en el fondo implican severas antropologías, es decir modelos explicativos de 'lo humano', que intentan a toda costa implantar. 

Por otro lado, el hecho de que gran parte de la intelectualidad más modernista y disolvente fuera de orígenes judíos más o menos lejanos, no posee nada de extraño: para urdir un sistema ideológico moderno y con pretensiones universalistas es necesario haber sido vaciado lo más completamente posible de cualquier bagaje tradicional, ya sea cultural, ideológico o meramente folclórico y costumbrista, es decir caminar hacia la disolución de la propia identidad y la disgregación de la propia colectividad. Y en esto la clase burguesa y comerciante judía de la Europa del siglo XIX llevaba considerable ventaja -por la pérdida de sus referencias y la demolición consciente de sus propios límites sociales y morales- sobre las burguesías cristianas, particularmente las católicas, que estaban de algún modo más 'protegidas' por un sistema de valores más definido, férreo e inmovilista, lo que se ha calificado siempre -e inapropiadamente- como 'conservador', y a veces como 'reaccionario'. Por tanto aquí lo realmente relevante no es que ambos personajes fueran 'de origen judío' como se dice a menudo, sino precisamente que ambos formaban parte de esa élite aburguesada y diletante que, por completo adoctrinada en los valores modernistas y liberales de la 'moral protestante' y burguesa, había renegado de su origen. 

En todo caso debe reconocerse que casi desde su misma creación ambos sistemas jugaron un papel fundamental de re-estructuración del imaginario colectivo occidental, papel para el cual se complementaron muy adecuadamente. Resulta llamativo que ambas corrientes se repartieran en pocos años y sin mucha dificultad los papeles protagonistas del simulacro de libertad de opinión y de pluralidad intelectual de que hace gala tan a menudo la sociedad moderna. Quizá no esté de más extendernos un poco sobre ello. 

El marxismo ocupó el polo más racional y 'científico', es decir el núcleo ideológico del sistema, mientras el freudismo se decantó por lo irracional, desarrollándose por tanto en la periferia del mismo. Así, tomando la distinción masculino-femenino propia de la modernidad que ya hemos analizado en otro lugar (ver aquí), puede decirse que el marxismo se ocupó del universo masculino, el lado de la inteligencia racional y la luz en la terminología ilustrada y positivista, mientras el freudismo se ocupó del lado de la existencia que había quedado indisolublemente asociado a lo femenino, la tiniebla de lo irracional. (Esta reflexión debe ser tomada en cuenta y contrastada con el hecho de que los feminismos modernos muy frecuentemente se apoyen en estas pseudo-doctrinas para defender o justificar sus posiciones teóricas e ideológicas... una prueba más de que tales feminismos repiten los mismos modelos contra los que dicen luchar. ) 

Este reparto de roles entre ambas ideologías explica asimismo porqué el marxismo fue desde el principio aceptado y apreciado en el mundo académico universitario mientras el freudismo ha sido siempre vilipendiado desde esas mismas instancias y tildado de 'pseudo-científico', pues quedaba al margen del exclusivísimo 'paradigma racionalista'. 

Así, mientras el marxismo se convirtió tras la segunda Guerra Mundial en el dogma académico por antonomasia de las ciencias sociales -las cuales debían ser reescritas de nuevo desde su perspectiva-, el freudismo -y toda su incatalogable descendencia- se hizo cargo del polo irracional -u oculto- de la sociedad, desterrando -igual que el marxismo hiciera en el ámbito de la teoría social- toda oposición a su manera de entender lo irracional e impidiendo cualquier tentativa profunda, tradicional o esotérica en este aspecto. Su función fue realmente la de hacer masiva la 'ceremonia de confusión' que hoy tiene por principales representantes al ocultismo y la new-age. De este modo, a pesar del desprecio de buena parte de los 'sabios' del mundo occidental, el psicoanálisis triunfó en la sociedad fuera de la academia -sobre todo a través del arte- y ha producido una numerosísima descendencia.  

Del mismo modo podría decirse que el marxismo se fijó en lo social, y por tanto lo exterior, mientras el freudismo -denostado por la academia como pseudo-científico (¿?) aunque, no obstante, se dejó influenciar enormemente por él- se ocupó del alma y del sujeto, es decir lo interior, destruyendo así todo residuo de resistencia tradicional que pudiera pervivir al respecto. Esto se advierte al comprobar que el freudismo se dedicó con especial virulencia a desacreditar y contaminar la cultura popular y el arte en todas sus formas. 

Como decíamos, el marxismo, en tanto ideología nuclear del paradigma, quedaba asociado a la luz de la razón y a los mitos ilustrados -progreso histórico, el pueblo como agente activo de la historia y el cambio social, etc...- mientras al freudismo le era encomendado desentrañar los aspectos más oscuros y tenebrosos del hombre moderno, aspectos que, por otra parte, no podían permanecer por más tiempo ocultos de puro obvios. En este sentido creemos que no debe olvidarse la influencia que el freudismo y sus 'descendientes' han tenido en el viaje del arte hacia el feísmo, lo grotesco y lo atroz, y cómo todas estas corrientes han surgido precisamente de las regiones inferiores de la sociedad, eso que se ha denominado underground. Puede decirse que en la postmodernidad la 'contracultura' -la sub-cultura más grotesca y undeground- coincide y es justamente el mainstream. Cualquier delirio -no importa si es artístico o teórico- acaba generalizándose a toda la sociedad a través de su conversión en moda.   

Volviendo a nuestro tema, mediante este artificio, la consabida confrontación racional-irracional, ciencia-superstición, masculino-femenino, ambos sistemas ideológicos, aun simulando ser en apariencia antagónicos, se repartieron su influencia en la sociedad y constituyeron una 'pinza ideológica' que excluyó cualquier otra explicación de la realidad que no pasara por ellos. 

Como prueba de su papel decisivo en el diseño social y la programación mental de la población haremos notar que ambos sistemas de pensamiento eran la referencia obligada de toda la intelectualidad europea ya desde antes de la Segunda Guerra Mundial, y lo era para 'intelectuales' de toda índole y condición -contracultura, contestatarios, revolucionarios, anti-sistema, etc.-. Ya ha sido señalado por diversos autores el papel que cumplió la 'contracultura' -aceptada y promocionada por el mismo sistema desde los mass-media- como herramienta de aculturación de las masas e ideología del poder, por lo que no insistiremos en ello [2]. 

De este modo, elevados marxismo y freudismo a la condición de ortodoxias de la modernidad y convertidos en los cauces exclusivos por los que se transmitía lo que debía ser pensado e imaginado, estos discursos fueron hasta tal punto incontestables y complementarios en su labor de construcción del nuevo universo ideológico del siglo XX, que incluso existieron repetidos intentos de unificar ambas visiones en un marco más amplio por parte de la intelectualidad de postguerra, por ejemplo la escuela de Frankfurt (Fromm, Adorno, Marcusse), intentos que en todo caso sirvieron para asentar estas 'doctrinas' del poder como el sustrato más profundo de la postmodernidad que estaba por venir. 





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[1] Como ha puesto de manifiesto reiteradamente con sus trabajos en este sentido el profesor Máximo Sandín.

[2] Para profundizar en este tema véase por ejemplo: 'La contracultura como ideología capitalista' de J.A. Fernández Leost, artículo que puede leerse aquí

 

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