sábado, 6 de septiembre de 2014

Capitalismo y modernidad: separando los conceptos




Desde los posicionamientos anti-capitalistas convencionales -autodenominados revolucionarios [1]- advertimos una ampliación del concepto de capitalismo, trascendiendo progresivamente lo referido al orden económico y al sistema de producción para entrar de lleno en lo social, lo comunitario y lo relacional. Siendo esto sin duda necesario y muy de agradecer, pues supone una clara superación del reduccionismo teórico y un alejamiento de las definiciones descriptivas y contextuales del capitalismo a que nos ha acostumbrado durante décadas el marxismo intelectualista, nos parece sin embargo insuficiente pues el capitalismo se ancla en supuestos ideológicos mucho más profundos de lo que habitualmente se supone, que conviene hacer explícitos. 

El capitalismo -con todo su magno proyecto de re-ordenación de la sociedad- es solo la cara más visible -y material- del desastre moderno, el cual es fundamentalmente de carácter espiritual, pues tiene que ver básicamente con la falta de 'anclaje' de la sociedad en aquellos principios que la fundamentan y hacen posible. Consideramos que el capitalismo se arraiga profundamente en la desviación que supone la modernidad pero no puede ser identificado por completo con la misma en tanto se sitúan en diferentes niveles de realidad.

La 'desviación' que implica la modernidad posibilita el capitalismo de modo semejante a como un determinado suelo o sustrato posibilita el crecimiento de unas determinadas plantas e impide el desarrollo de otras. De este modo la modernidad aparece como algo más amplio y profundo -pero también más vago y difuso- que el capitalismo mismo. 

Como decimos el punto de vista propio de la modernidad es de carácter anti-espiritual e implica un posicionamiento marcadamente anti-metafísico. El capitalismo, si bien se nutre de este posicionamiento anti-tradicional no lo hace explícito ni lo argumenta, no requiere de ello, pues sus objetivos son otros: la conformación de una sociedad invertida en los principios que la rigen.  

Y, dado que es perfectamente imaginable un futuro post-capitalista en que sin embargo los sueños, deseos y ansias de la gente por el individualismo, la insolidaridad y el hedonismo  más chusco y materialista como única meta en la vida permanezcan inalterados, el fin del capitalismo presente no implica per se el fin de la 'desviación moderna' -el 'paradigma moderno'- que le ha originado, a no ser que se produzca además del hipotético colapso del capitalismo en tanto que orden social, un cambio profundo de mentalidad así como de los principios mismos en que se basa la sociedad. 

Por lo tanto dos conclusiones nos parecen necesarias: 
  • es un error identificar el capitalismo con el único enemigo -como a veces se hace desde ciertos discursos de la izquierda-, así como tomarlo por el enemigo completo. Es lógico que las 'izquierdas' así lo hagan pues son modernas de vocación y convicción. Por otra parte lo mismo puede decirse al respecto del liberalismo, pues es perfectamente posible un capitalismo no-liberal, como de hecho han existido modelos y propuestas en este sentido históricamente. Discutir si el capitalismo liberal ha triunfado debido a razones ontológicas -su esencia ideológica está más cerca del núcleo paradigmático de la modernidad- (como sostienen autores como Dugin o Debord, entre otros) o tan solo a razones circunstanciales inscritas en el contexto histórico sería tema de otro debate. 
  • es un error asimismo tomar el capitalismo por un enemigo externo, ajeno y al margen de nosotrosNo puede serlo porque el capitalismo es una construcción social, no un ente con existencia propia, y como tal construcción existe por convención, es decir, se apoya y sustenta en una subestructura cognitiva de creencias, ideas, emociones y expectativas muy profunda, interior a nosotros mismos, que no es "capitalismo" sino que es el núcleo mismo del paradigma de la modernidad, como a continuación veremos. Sin cambiar esta subestructura profunda es verdaderamente difícil por no decir imposible enderezar el orden social invertido que el capitalismo ha instaurado. 


Si reflexionamos sobre el modo en que el capitalismo construye las relaciones humanas es fácil reparar en que tales relaciones se sustentan en un modo particular de ver y entender el mundo, modo de ver el mundo que no es sino la extensión del 'punto de vista profano' a todos los ámbitos de la existencia y que identificaremos más concretamente con la 'desviación moderna'. 

Sin la imposición de este 'punto de vista profano' sobre todos los órdenes, sin su penetración en el alma humana hasta alterar la mirada misma del hombre, el capitalismo no existiría siquiera como posibilidad pues carecería de la base ideológica y emocional necesaria sobre la que germinar y desarrollarse. La modernidad es el tronco desde el que el capitalismo se desarrolla a modo de vástago, de modo tal que, careciendo de éste vástago, la misma modernidad daría lugar a otro, quizá de diferente aspecto pero de idéntica raíz. 

Así cuando profundizamos en las raíces ideológicas del capitalismo descubrimos que lo que subyace a este no es una relación de producción ni tampoco una relación de trabajo sino que estas vienen ocasionadas por un modo de ver y sentir el mundo, 'modo de ver' que es producto de un posicionamiento metafísico, o mejor dicho en este caso, de un posicionamiento anti-metafísico.  



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Para comprender esto debemos explicar brevemente en qué consiste el 'punto de vista profano' propio de la modernidad.

Digamos en primer lugar que el paradigma moderno se caracteriza ante todo por su 'giro anti-metafísico'. Giro que, al modo del 'giro copernicano' en las ciencias, supuso un cambio de paradigma entre el modo de ver el mundo anterior y el posterior. Este 'giro anti-metafísico' consiste básicamente en lo que hemos denominado 'punto de vista profano', es decir la negación de todo carácter sagrado en cualquier aspecto de la realidad. La extensión de semejante 'punto de vista profano' a todos los ámbitos de la vida humana supuso un cambio radical en el modo de relacionarse el hombre con su entorno y es esta alteración de la relación hombre-mundo lo que está en el origen del capitalismo.  

Impuesta esta desacralización -o profanación, lo que en el fondo es lo mismo- forzosa de la realidad el mundo se convierte en mero objeto carente de identidad y fin propios, así como de derechos, un escenario para nuestras pasiones más viles, listo para ser reconvertido en mercancía. Lo que hay detrás del capitalismo es en el fondo una cuestión espiritual: la profanación y des-animación del mundo. 

Hemos dicho que la modernidad implica en sí un giro 'anti-metafísico'. Hay que advertir que la pregunta por la metafísica no es, como suele suponerse, la última pregunta a que debe enfrentarse el hombre, por el contrario es la primera y más fundamental -en el sentido estricto del término- de todas, pues dependiendo de la respuesta que se de a la misma el hombre se encuentra -vive y existe- ante una realidad u otra. 

En el caso de la modernidad hay algo más que una evitación de la pregunta, hay una consciente y voluntaria negación de la cuestión metafísica con la intención de construir su realidad en base exclusivamente a la dimensión humana. Con esta negación de cualquier principio superior la filosofía propia de la modernidad ha logrado, aparte de ignorar una buena parte de la realidad, hipostasiar toda una serie de constructos de nueva creación. 

Entre todas las hipóstasis y mistificaciones que la modernidad ha generado ninguna como la que concierne a la subjetividad. La hipostatización extrema del sujeto causa una separación absoluta entre este y el resto de realidades, lo cual origina el establecimiento de una nueva relación sujeto-realidad. Creemos que con la modernidad esta separación, este alejamiento entre el yo y el mundo, entre hombre y naturaleza, se hace insalvable, extremo y radical. El yo pasa a ser así el único sujeto de derecho por así decir, mientras el resto de la realidad queda rebajada a ser objeto pasivo, negándosele todo papel como interlocutor. Cuando la única subjetividad es la propia no solo hay una intolerable mistificación del ego propio -el egoísmo- sino una degradación ontológica de todo lo demás, de todos los seres y realidades sin excepción. Al robarle al mundo su subjetividad y cosificarlo, el hombre pierde cualquier posibilidad de interlocución con esa realidad, queda escindido de ella, separado irremediablemente. El sujeto moderno ya no está incluido en el mundo sino fuera de él, la realidad ya no es un espejo que refleja su alma y le muestra quien es, sino que es una cosa ajena, lejana, lista para ser usada. 

Vemos aquí que el carácter profanador y desacralizador de la modernidad es su esencia misma: se trata de robar al mundo su alma [2]. Desde la perspectiva de la filosofía antigua se diría que constituye un ataque directo contra el Anima MundiAsí mientras toda cultura tradicional enseña al hombre a no identificarse con el espejismo del ego, la modernidad nos invita a lo contrario, a que el ego se imponga como único señor sobre toda la realidad. 

Es este modo hipostasiado y alienado de tratar con la realidad lo que nos impone la mirada de la modernidad. Y es este modo de mirar lo real la base epistemológica que posibilita el capitalismo. Aquí, y para ilustrar mejor cómo la modernidad es un sustrato más profundo que el capitalismo, es importante advertir que el capitalismo es solo un modo particular de aplicar esta mirada alienada y alejada del mundo de entre todos los posibles: aquel en que el mundo -lo ajeno, lo otro- es visto solo en su dimensión crematística, en tanto fuente de enriquecimiento, siendo todos los demás valores de la realidad despreciados e ignorados. En efecto, la 'riqueza' constituye el objetivo último de la 'mirada capitalista' del mundo, y esta particularidad nos pone sobre la pista de que la sociedad actual es un desarrollo anormal de los modos de vida, los objetivos y los sueños más propios de la tercera casta [3].  

Como vemos, la negación de la metafísica es un posicionamiento consciente que tiene consecuencias en la forma de ver y entender -y por tanto de construir- la realidad. Esta negación metafísica ha tomado a menudo la forma de un 'odio a Dios'. Ciertamente la sociedad occidental un caso único en la historia de la humanidad de sociedad construida al margen de todo principio superior, lo cual es cuanto menos una rareza, una excepción en la historia, por no decir una anormalidad. 

Curiosamente, una vez destruido todo vínculo profundo con la realidad externa al sujeto surge la percepción de peligro, quizá fruto de que el mundo deja de ser hogar para empezar a ser campo de batalla. Esta percepción de peligro está en la raíz de la visión conservadora de la vida que atraviesa toda la modernidad desde su origen y se encadena de manera lógica tanto con el proyecto de control social que acompaña a la modernidad como con los ideales materialistas y acomodaticios burgueses. 

Hay algo aquí verdaderamente sutil y profundo y es que la modernidad -y su corolario el capitalismo- se sostiene sobre la percepción de peligro -una construcción psicológica y subjetiva, lo cual pone de manifiesto la mistificación de la subjetividad y la emocionalidad por sobre la realidad-. Percepción de peligro y de riesgo que es el motor real del capitalismo. En el fondo este loco afán hecho de deseo de posesión y de avaricia, no es más que el intento desesperado del ego -ese espejismo- por ser, por permanecer, sabiéndose efímero. Esta búsqueda de seguridad sumergiéndose en la materia es a todas luces una declaración de la no-aceptación de su contingencia. 



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Con las anteriores reflexiones queremos señalar que es un error 'culpar' al capitalismo de todo el desastre social, económico y ambiental actual. Este error no hace más que favorecer la pervivencia de numerosos prejuicios y sesgos 'modernos' por medio de su invisibilización. 

Existen tendencias presentes en la sociedad actual que no tienen porqué corresponderse de forma obligada con el capitalismo liberal y sin embargo son caracteres inseparables de la postmodernidad: la superstición del progreso, el culto a la técnica y la máquina que apuntan inexorablemente a algún tipo de transhumanismo... o particularidades culturales tan disparatadas como el odio al pasado -un signo anti-tradicional de primer orden- que va acompañado por la mistificación de la novedad... Todo ello caracteres que no vemos en qué son intrínsecos o inseparables del capitalismo y sin embargo no se puede negar que son tendencias muy notorias en nuestra sociedad. 

¿Puede decirse que el capitalismo las origina? Pensamos que más bien es al revés: el mismo germen que origina esas tendencias -que curiosamente son todas ellas centrífugas y socio-destructivas- es el que origina y alienta el capitalismo. 

Desde nuestro punto de vista, hemos de abrir la perspectiva y ver en el mundo moderno algo más que capitalismo, que es solo una de las caras -la más exterior por cierto- que este nos ofrece. Por ello es muy conveniente separar en la medida de lo posible ambos conceptos -modernidad y capitalismo- para avanzar de este modo hacia una crítica dirigida a los fundamentos mismos del capitalismo y no a sus características ni a sus efectos. 

Por poner un ejemplo práctico: la crítica de las izquierdas al capitalismo global debe desembocar sí o sí, si ésta es honesta, en una crítica de la modernidad racionalista, humanista e ilustrada que le ha dado lugar y que lo mantiene en tanto es su sustrato ideológico. Lo demás siempre será una crítica parcial, dirigida al fenómeno y no a su causa. 

Ciertamente, no deseamos de ninguna forma una sociedad que, aún librándose del capitalismo, sostenga desórdenes modernos como la superstición del progreso o el cientifismo fundamentalista de la sociedad actual -por poner dos ejemplos evidentes-, los cuales podrían sobrevivir sin dificultad alguna a la caída del capitalismo como orden económico y hegémonico que rige la convivencia.   



Por tanto hemos identificado una primera causa del orden capitalista y esta causa es un desequilibrio profundo en el alma del hombre, desequilibrio que favorece una escisión abismal entre el yo y los otros -o lo otro en sentido amplio-. Este desequilibrio es, antes que causado por unas relaciones sociales determinadas, la causa profunda de las mismas. 

En efecto sin tal desequilibrio profundamente inscrito en el alma del hombre, el capitalismo no tendría lugar, sería una imposibilidad manifiesta. Si damos la vuelta a este argumento encontramos que el capitalismo se origina en las profundidades del alma humana y se nutre de sus debilidades y enfermedades, debilidades y enfermedades que ensucian la mirada del hombre y le impiden ver la realidad de otro modo que como una batalla entre el yo y el mundo. Si el capitalismo es indudablemente un ataque contra el buen orden y la salud de la sociedad, la modernidad es un ataque contra el orden y la salud del alma del hombre a la que pretende someter y destruir. 

Y por esta razón el fin del capitalismo pasa por la restauración de la salud del alma del hombre, restauración que implica abandonar la perspectiva desviada de la modernidad que impone el ego sobre toda la realidad para reconstruir la relación hombre-mundo. Esta re-construcción pasa como hemos dicho tantas veces por la recuperación de la noción de alma y la concesión de que lo otro, aquello que no-es-yo es también un interlocutor. La noción de alma volverá a situar al hombre dentro del mundo y no fuera de él como le ha situado la modernidad. 







[1] El empleo del término revolucionario es bastante problemático -se habla incluso de revoluciones conservadoras (¿?)- y el uso del término -al que a menudo se acude como si de un fetiche se tratara sin la más mínima intención de acotarlo, definirlo o justificarlo pero que sirve para legitimar cualquier discurso en que se encuentre- por parte de movimientos anti-capitalistas e incluso anti-modernos es una muestra de hasta qué punto la inmensa mayoría de los planteamientos alternativos de hoy día chocan de frente con una seria limitación del lenguaje teniendo que emplear los términos fetiche de la propia modernidad para definirse y construir su imaginario. Recordemos únicamente que lo únicamente revolucionario -pues invierte el orden social- es la modernidad

[2] No es este el lugar para extenderse sobre ello pero puede relacionarse lo que decimos con el debate delirante que arrastra la modernidad desde sus orígenes acerca de la 'conciencia' animal. Análogo es el asunto últimamente de moda de reivindicar ciertos 'derechos' para algunas especies animales -¡ni siquiera para todas!-, que son aquellas que más se nos parecen... Estos derechos que se plantean como un avance y un progreso son una extensión de privilegios humanos concedidos por los mismos hombres a otros seres, como una especie de dádiva, como si el hombre tuviera realmente una potestad sobre ellos. Todo ello constituye una visión profundamente aberrante del orden natural. 

[3] La tercera casta, la de los comerciantes y artesanos, es aquella que, en una sociedad normal, se ocupa del orden y el bienestar material de la existencia -lo que coincide con la parte inferior del alma en la división tripartita clásica-. Esta reflexión, por la cual el capitalismo es el desarrollo anormal del 'punto de vista' de la tercera casta conduce de forma inevitable a hipotetizar que aún queda, al menos, un peldaño más que descender por parte de la 'desviación moderna' como tendencia histórica, hacia la cuarta casta, e incluso eventualmente hacia estados inferiores.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Con respecto a la nota [3], ¿ no ha sido el comunismo de países como la Unión Soviética ese descenso hacia la cuarta casta que se menciona?
Y si ello fuera así, ¿estaríamos ahora en la última fase de confusión de castas propia del final del fin de los tiempos?

Dr. Ramsés dijo...

Se agradece su comentario. En efecto ha habido ya quien ha querido ver esta relación de semejanza.

Sin negarla completamente cabría preguntarse cómo es posible que tal sociedad colapsara casi sin dejar rastro, y si este colapso no significa que el descenso de este 'peldaño' haya sido históricamente revertido, algo imposible caso de darse el 'descenso' al que aludimos. Hay que recordar que todo 'descenso' en el orden social es tan solo la expresión visible del paulatino envilecimiento y la progresiva 'des-cualificación' de los seres humanos.

No tenemos a este respecto conclusiones absolutas.

Quizá en esta entrada pueda encontrar más información para profundizar en ello: http://agnosis2.blogspot.com.es/2015/02/castas-y-clases-i.html


Anónimo dijo...

Muchas gracias por su respuesta.
En efecto, es un tema sobre el que es difícil sacar conclusiones. Quizás habría que contemplar la posibilidad de reversiones "momentáneas", propias de un descenso que, si bien es irreversible, se produce en espiral.
Y, en cualquier caso, y paradójicamente, ¿no ha habido una des-cualificación en la naturaleza de la tercera casta a partir de la caída del muro de Berlín, caída que le ha dado como vía libre, por así decirlo, en un descenso cada vez más acusado hacia lo que de más inferior hay en el capitalismo?
En fin, un tema ciertamente complicado.
Muchas gracias, en todo caso, por su excelente blog. Se agradece especialmente en los tiempos que corren.

Dr. Ramsés dijo...

Gracias a usted por sus comentarios. Tomamos en cuenta sus sugerencias al respecto de este tema en particular. Siéntase bienvenido siempre que lo desee.