martes, 12 de agosto de 2014

Guerra de palabras (y III): lo tradicional y lo convencional




Pero si hablamos de términos profanados y adulterados en su significado ninguno ha sido más maltratado por la retórica de la postmodernidad que el concepto de Tradición y las palabras que de él se derivan. 

Ciertamente podría poseer cierta lógica que, desde el punto de vista profano que caracteriza la modernidad y dado su proyecto explícito de refundación de la sociedad -con independencia y hasta en contra de su pasado-, todo aquello que remita de algún modo a la Tradición quede asociado con lo reaccionario e inmovilista, en general a todo aquello considerado anti-revolucionario y contrario a la fábula del progreso. En definitiva, se trata de asociar la Tradición con la 'edad de las tinieblas' con que gusta de imaginarse a todas las realidades humanas anteriores a la modernidad misma; el discurso es por todos conocido: la modernidad trajo la luz y la razón a un mundo en que reinaban la superstición y la barbarie. 

En cierto modo es comprensible este ataque de la modernidad hacia lo tradicional pues el punto de vista tradicional es en esencia anti-moderno, de la misma manera que el punto de vista moderno es anti-tradicional. Siendo esencialmente antagónicos e incompatibles entre sí puede entenderse que la modernidad intente por todos los medios desprestigiar a su oponente. Hasta aquí todo resulta de algún modo previsible dentro de la estrategia revolucionaria de imposición y de aniquilación del adversario que empuja a la modernidad. 

Menos comprensible y más desolador resulta sin embargo ver cómo se utiliza inapropiadamente el término 'tradicional' por parte de aquellos que pretenden cuestionar o criticar la misma modernidad y buscar alternativas a la misma, y que, en su confusión, aplican el término a saberes, ideas y procedimientos indudablemente modernos. 

Aquí 'tradicional' no se opone ya a 'moderno' como bien podría entenderse sino que, en una nueva adulteración del término, pasa a ser aplicado sin más a todas aquellas costumbres que están 'mayoritariamente extendidas', es decir toma el sentido de habitual, común o simplemente convencionalDe este modo llegan a producirse confusiones lingüísticas ciertamente diabólicas y oscurecedoras, alguna de las cuales puede ser aconsejable aclarar. Analizaremos un caso que consideramos especialmente significativo de este uso indebido de la palabra 'tradicional', aquel que proviene, sin duda por desconocimiento, del mundo del ecologismo, pero bien podrían darse más ejemplos. 



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'Agricultura tradicional' y 'agricultura convencional'.

El ejemplo nos viene dado por parte de las nuevas corrientes de pensamiento ecologistas [1] que, cuestionando los procedimientos habituales de la modernidad, por ejemplo en lo que se refiere a la producción y consumo de alimentos o a la magna revolución agrícola industrial del siglo XX, tratan de buscar alternativas más saludables, morales y justas a los mismos. Vaya por delante que -sin necesidad de condenarlos- consideramos los movimientos ecologistas y 'alternativos' como parte integrante de la postmodernidad occidental en tanto que suponen una revisión crítica de la modernidad misma, por ello creemos aún más necesario aclarar los términos de este debate, pues con demasiada frecuencia la revisión crítica de la modernidad no se asienta sobre unos  principios y fundamentos sólidos. 

En el discurso que emana de estos movimientos nos podemos encontrar que a la hora de presentar por ejemplo nuevas teorías agrícolas alternativas -las diferentes 'agriculturas ecológicas'-, que intenten superar la indudable abominación de la agricultura intensiva e industrial, se denomina 'agricultura tradicional' precisamente a lo que es la expresión más consumada de la modernidad aplicada a la producción de alimentos: un modelo de agricultura basado en una lógica tan anti-tradicional como es la basada exclusivamente en el productivismo y la rentabilidad económica a corto plazo, como resulta evidente para cualquiera que reflexione sobre ello. 

Nos topamos entonces con la paradoja de que la agricultura masiva, industrial, sumamente destructiva, contaminante y super-tecnificada de los últimos 60 años es calificada de 'tradicional'. Semejante uso de la palabra 'tradicional' es a todas luces espurio y denota la ignorancia por parte de quien lo emplea de lo que ha sido históricamente -y de lo que implica- una 'perspectiva tradicional' como tal, ya sea aplicada a la agricultura o a cualquier otro ámbito, -como a continuación tendremos ocasión de explicar brevemente-, pues la agricultura moderna industrial no tiene nada de tradicional, ni en su proceder ni en su lógica, pues no se basa tanto en la transmisión de unos conocimientos locales y particulares -es decir inseparables del contexto en que se han producido- transmitidos oralmente de generación en generación como en la imposición de unos modos de producción y de trabajo según unas 'reglas de mercado' pretendidamente universales, que son -al menos en teoría- igual para todos y en todas partes sin distinción; y ni tan siquiera en un sentido simplemente histórico ya que, ¿cómo puede llamarse tradicional a algo que no tiene más de 60 años de historia? 

Comencemos por explicar qué debe entenderse por 'agricultura tradicional'. 

En primer lugar implica un conocimiento desarrollado y transmitido durante innumerables generaciones por lo cual cuenta con una inmensa experiencia acumulada, y hay que decir que su pervivencia en el tiempo cumple aquí un papel fundamental. Tal conocimiento es, a partir de unos principios generales básicos, elaborado localmente, de manera que está muy unido al contexto -climático, natural, cultural...- en que se desarrolla y es inseparable de aquel, es, por así decir, un conocimiento inexportable, por esta razón aparece como muy apegado a la tierra. Por tanto no puede hablarse en propiedad de una 'agricultura tradicional' sino de agriculturas tradicionales, todas ellas, eso sí, inspiradas en los mismos principios básicos. 

Por el contrario la agricultura moderna es básicamente globalizadora, hace tabula rasa de todos los lugares, contextos y circunstancias, a fuerza de imponer al coste que sea la tecnología sobre el ecosistema. La imposición tecnológica sobre la naturaleza es uno de los caracteres más definitorios de la modernidad y reconocemos en este hecho dos principios que ya hemos tratado en estas páginas: 
  1. el afán universalista -el carácter colonizador y globalizador- y 
  2. el afán homogeneizador -el igualitarismo-. 


El principio general básico sobre el que se asienta  la agricultura tradicional es ante todo su sostenibilidad en el tiempo y alcanzar la mayor autonomía que se pueda del propio ciclo productivo, combinado todo ello con un gasto mínimo de energía -lo que garantiza la rentabilidad del mismo-. 

Para lograr estos fines -sostenibilidad, autonomía y ahorro- el mundo tradicional da forma a un ciclo de producción lo más cerrado y cercano al lugar posible, es decir lo menos dependiente que se pueda de aportes de energía ajenos al propio sistema. El ideal -tanto de autonomía como de rentabilidad- sería un sistema que energéticamente fuera 'de suma cero', en que se aprovechara toda la energía. De este modo, mientras la lógica moderna consiste en aumentar la rentabilidad por el aumento de la producción, la lógica tradicional opta por reducir el gasto energético al mínimo imprescindible, un mayor gasto energético sería considerado un derroche imperdonable. 

Esta diferencia en las respectivas estrategias a la hora de afrontar la producción es debida ante todo al diferente objetivo que mueve a una y a otra, objetivo que señala la distancia abismal entre ambos paradigmas: mientras en la lógica moderna se produce para vender, en la lógica tradicional se produce para vivir. Mientras el acento de una cae sobre la producción y el mercado -que es lo que posee, siempre a juicio de la modernidad, valor-; el acento de la otra cae en la vida, de modo que producir no tiene valor per se, no es un fin en sí sino un medio. Así, para el pensamiento mercantilista el hecho de que lo producido sea alimento es algo secundario, siendo lo principal que se trata de una mercancía con valor de mercado. 

Por otra parte, si nos fijamos en el proceder de la industria agropecuaria moderna observamos que el ciclo productivo que constituye la esencia de la agricultura tradicional ya no es tal pues se encuentra roto en diversos puntos de modo que se hace necesario un aporte constante de energía exterior para reponer la energía que sale del ciclo productivo y no regresa a él, es decir aquella que el sistema no recupera. En efecto, la agricultura moderna requiere de constantes insumos externos de energía aplicados mediante procedimientos que son a su vez más tecnificados y caros. 

El 'ciclo' se convierte así en una linea de producción industrial difusa en la que se desperdicia y malgasta más energía e información cuanto más distantes están entre sí los eslabones de la cadena. Una vez más la lógica moderna al enfrentar este problema no es reducir la cadena de producción sino inyectarle más energía, provocando con ello que la producción se encarezca cada vez más. Finalmente, al estar la producción industrial mercantilizada, se hace necesaria la intervención del dinero en cada uno de los pasos de dicha cadena -puesto que el producto de cada uno de ellos se ha convertido a su vez en mercancía


Pero además de todo lo indicado la agricultura moderna ha tenido otra consecuencia altamente perniciosa: por su extremada tecnificación produce una altísima dependencia por parte del productor-agricultor de poderes y entidades externos, ajenos a sus intereses e imposibles de controlar por él, pero de los que sin embargo depende -por ejemplo la industria química o la industria pesada que desarrolla la maquinaria agrícola-, es decir, le roba toda autonomía al productor, que pasa a ser un eslabón más de la cadena industrial, con la  única particularidad de trabajar fuera de la fábrica. 

Las consecuencias -sobre todo sociales- de este fenómeno son decisivas dado que la masa social de agricultores tradicionales de todos los tiempos y culturas destacaba por ser un colectivo muy independiente de las diferentes super-estructuras sociales y con un alto grado de autonomía y autarquía en su proceder, por ejemplo en el desarrollo de estrategias y en la toma de decisiones. Es decir, usando la retórica moderna, los agricultores constituían un colectivo muy 'libre', contrariamente a lo que nos hace creer el discurso progresista en vigor. 

Debido a este elevado grado de autarquía e independencia de los agricultores y el mundo rural en general, éstos colectivos siempre fueron vistos como un estrato social particularmente reacio a toda intromisión estatal así como impermeable a toda innovación socio-política, y, en efecto, el universo rural siempre fue descrito por parte del liberalismo como reaccionario y contrario al cambio. Es conocida, por ejemplo, la resistencia del mundo rural en la edad media a los intentos de centralización. Lo mismo puede decirse de su oposición consciente a la corriente transformadora y liberal que se extendió por Europa entre los siglos XVIII y XIX. 

Y ciertamente no les faltaba razón al desconfiar del liberalismo burgués y urbanita pues el proceso modernizador no pretendía otra cosa que arrebatarles el control de su sistema de producción -recordemos que eran dueños exclusivos de su saber y de la aplicación del mismo, campo ahora copado por los técnicos e ingenieros-, como la historia ha demostrado. En verdad la modernidad tuvo su punto de partida en las ciudades y en la burguesía, y éste bien puede ser uno de los motivos principales de la secular enemistad entre campo y ciudad así como del odio a lo rural por parte de la modernidad occidental [2]. Y puede decirse que haber proletarizado e industrializado de este modo el sector agropecuario -que ha cambiado por completo el modo en el que percibimos el alimento- ha sido un hecho verdaderamente revolucionario, en el sentido exacto del término. 


Volviendo a l
a 'agricultura tradicional' hay que decir que ésta se integra en el ecosistema dando lugar a un diálogo creativo entre hombre y naturaleza en el que ambos se ven transformados, superándose la clásica oposición entre naturaleza y cultura. La cultura tradicional se desarrolla precisamente en un diálogo permanente con el medio, adaptándose a él. Por su parte ante esta dialéctica hombre-naturaleza el objetivo inconfesable de la visión moderna es 'liberarse' de la naturaleza e imponerse a la misma, labor que ha facilitado enormemente el desarrollo técnico. 

Fue a partir de este diálogo entre naturaleza y cultura que la tradición dio lugar a toda la riqueza y diversidad cultural previa a la modernidad y su corriente homogeneizadora, saberes humanos particulares y únicos asociados por lo general a una región geográfica y cultural concreta. Pero además la cultura tradicional era una fuente incalculable biodiversidad, manifestada en aspectos tales como la riqueza de variedades agrícolas y ganaderas que existían antes de que llegara la nueva agricultura moderna o en la diversidad incluso de paisajes a que dio lugar y de micro-ecosistemas que se regulaban mutuamente, como ahora la ciencia de la ecología comienza a reconocer.




Por todo lo dicho, la agricultura moderna es anti-tradicional por definición y cabe calificarla además de 'revolucionaria' pues ha ido dirigida a destruir el orden social, algo especialmente obvio en el énfasis que pone en la ruptura con toda la herencia cultural anterior -a la que se descalifica sin excepción- imponiendo así su nuevo y particular (des-)orden en función de sus criterios y objetivos.  

Por lo tanto es totalmente impropio el calificativo de 'tradicional' aplicado a la agricultura moderna y creemos que es más apropiado denominarla simplemente 'moderna' o 'convencional'. Es convencional por varias razones. Primero porque en efecto obedece a una convención social, la lógica del mercado y la mercancía, que de no ser compartida mayoritariamente la haría completamente inviable. En segundo lugar porque dicha convención está basada en una superstición, o mejor en dos: la superstición del progreso y la superstición de la técnica, las cuales invitan a creer que los nuevos 'métodos modernos' son más eficaces y productivos, lo cual es rotundamente falso. Si leemos la definición de convencional que proporciona la RAE vemos que posee el sentido de 'poco original y acomodaticio', lo que en verdad la agricultura moderna es.

Si hemos puesto el énfasis en este uso inapropiado de la palabra tradicional, es porque consideramos que este tipo de imprecisiones del lenguaje no hacen sino extender la confusión de los términos, imposibilitando muchas veces que las críticas a la modernidad sean realmente profundas y vayan a la raíz del problema. Como dijimos al comienzo de este artículo la distorsión de las palabras que está teniendo lugar impide que ciertos discursos puedan ser elaborados y comunicados, lo que reduce la 'realidad mental' exclusivamente al discurso dominante.

Y si bien advertimos que existen abundantes críticas a la modernidad, tales críticas nos parecen demasiado a menudo parciales y puntuales, carentes de vínculo profundo entre sí así como de la perspectiva global necesaria para encontrar nuevos caminos. Si parece ya imprescindible trascender la modernidad como propuesta social, es necesario ensanchar la perspectiva y ver un poco más allá. No se trata simplemente de cuestionar la modernidad, se trata también de ahorrar esfuerzos, pues no todo ha de ser reinventado desde cero, a pesar del rodillo ideológico aplicado por lo que denominamos la 'cultura del palimpsesto' que ha tratado de borrar todo nuestro pasado cultural, en los saberes de nuestros antepasados aún hay muchas cosas valiosas y dignas de recuperar que deben ser tenidas en cuenta. De otro modo cualquier crítica dirigida a la modernidad no es más que otra demostración de autosuficiencia y soberbia prometeica.   






[1] El ecologismo es otro término fetiche de la postmodernidad, y se ha convertido en un totum revolutum que apenas se sabe ya qué significa, lo mismo sirve para defender propuestas anticapitalistas que como sello de calidad de empresas multinacionales... un nuevo ejemplo de cómo la postmodernidad es un Behemot cuyas fauces lo degluten todo. 

[2] El mundo rural, donde el vínculo comunitario e identitario -basado en la tierra- era particularmente fuerte, ha sido, junto a la Tradición y la familia, otro de los clásicos caballos de batalla de la modernidad, que ha tratado de desprestigiarlo por todos los medios y lo ha logrado finalmente gracias a re-educar a la gente del campo en el 'complejo de atraso' y adoctrinarles en la vergüenza y el odio por sus saberes y tradiciones.  




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