domingo, 10 de agosto de 2014

Guerra de palabras (I): la retórica de la postmodernidad y el despojamiento del lenguaje


Haven't you heard it's a battle of words?
The poster bearer cried. 
Listen son, said the man with the gun,
There's room for you inside. 

Pink Floyd, 'Us and them' 
(del álbum 'The Dark Side of the Moon')



Para la estrategia de reproducción de la postmodernidad, signada ante todo por la ausencia de toda permanencia y de todo límite, el dominio del lenguaje -y su consecuente manipulación- posee una importancia capital. Es claro que la aceptación del actual (des-)orden social e individual y el grado de obediencia al mismo será mucho más acabado y perfecto, armonioso y sin fisuras por parte de los 'ciudadanos' si éstos asumen y adoptan para sí la forma de pensar del propio sistema como si de una segunda naturaleza se tratase. Han de interiorizarla, sentirla como propia y no como algo impuesto, para de este modo integrarla en su propio modo de pensar y de sentir, más aún que de vivir. Así por ejemplo el capitalismo crea mediante diversos subterfugios psicológicos -como son el complejo de atraso o la ambición mefistofélica- el terrible deseo que mueve inexorablemente al ciudadano moderno -nunca conforme con nada, siempre infeliz- al torbellino infinito del consumo. 

Para este orden que alienta y explota las debilidades humanas y que no permite al hombre nunca aceptarse como es, manteniéndole siempre inconforme y deseando ser otro, la más peligrosa disidencia es aquella que se da en los órdenes del pensamiento y el sentimiento pues un hombre dueño de sí, conocedor de sus emociones y límites será infinitamente más difícil de someter y dirigir. De hecho un hombre idealmente feliz sería por completo ajeno a la fiebre consumista. El orden moderno requiere entonces para mantenerse de hombres apocados, miedosos, acomplejados, atormentados en su interior, de obediencia fácil porque carezcan de metas e ilusiones, que se dobleguen siempre a la voz de mando del televisor. La disidencia interior -que se sitúa en el nivel anímico- es la disidencia fundamental, la única que puede conducir a una resistencia sostenida, apoyada en el convencimiento profundo de que otro mundo es posible y no en el deseo pasajero, que siempre puede ser desviado por la sociedad-espectáculo hacia algún sucedáneo anestesiante -piensese en el uso del sexo o la droga como 'evasores', ejemplos extremos de ello en nuestra sociedad-. Por el contrario si pensamiento y emociones siguen el curso actual, teledirigidos desde el poder, toda alternativa a este orden será en la práctica imposible incluso de imaginar. 



La 'guerra de palabras'.



Estamos por tanto ante una auténtica guerra en el campo de las ideas, cuyo objetivo es hoy más contagiar sus valores a través de las emociones que convencer mediante 'razones'. Y puesto que el habla es el vehículo natural de las ideas, el lenguaje se convierte así en el campo de batalla donde se trata de doblegar las escasas resistencias que aún existen al discurso de la modernidad. Por tanto es justamente en el orden del lenguaje, herramienta única que hace posible el pensar y el imaginar, donde se libra la gran batalla, psicológica e ideológica [1], y donde puede quebrarse por parte del poder la última y más profunda resistencia presentada por parte de individuos y comunidades. Si, por medio de esta minuciosa operación de adulteración, el lenguaje es definitivamente re-diseñado, toda alternativa al orden actual será por completo imposible tanto de pensar como de comunicar. 


Esto es algo que las ciencias sociales modernas -la economía, la psicología y la sociología-, que han tratado de justificar de forma pretendidamente científica, de naturalizar y de dar legitimidad moral al liberalismo y al cientifismo desde su mismo origen, han comprendido a la perfección. Y por ello se han aplicado hacia la creación de una verdadera neo-lengua que se corresponda plenamente con esta nueva sociedad que ellos re-diseñan, neo-lengua en la que numerosas palabras son de nueva creación mientras otras muchas ya existentes se han visto desplazadas de su contexto y profundamente adulteradas en sus significados verdaderos y originales. [2] Para empezar cabría citar el mismo concepto de psicologíaal cual no hace honor la disciplina académica que se ha adueñado de él

En esta 'guerra de palabras' algunos términos se ven especialmente perjudicados, mucho más que si fueran simplemente olvidados o prohibidos; son aquellos que, habiéndose ubicado cerca del núcleo del paradigma anterior -el paradigma tradicional- o siendo referencias obvias al mismo, son re-utilizados ahora como armas de propaganda por la nueva retórica de la postmodernidad, para lo cual deben ser re-definidos. Para lograr lo cual dichos términos han de ser despojados mediante razonamientos particularmente insidiosos y artificiosos de sus significados originales y recibir otros nuevos.

Encontramos aquí de nuevo ese carácter de la modernidad que ya describimos anteriormente como 'cultura del palimpsesto', aquí aplicado al lenguaje: se trata de un vaciado sistemático de ciertos significados. Un procedimiento de vaciamiento y adulteración, que haga posibles los 'nuevos usos' de esas palabras. El borrado -u olvido- del significado original de una palabra tiene un doble efecto: 
  • por una parte deja la palabra 'hueca', lista para ser 'inoculada' para portar así un nuevo significado estratégicamente relevante, el cual debe preferiblemente ir asociado a emociones básicas (como esperanza, miedo, ira, etc.).  
  • por otra parte priva al anterior significado de su vehículo de transmisión propio, que también es el vínculo que le une con la realidad, mediante el cual podía ser expresado y comunicado en el mundo de los hombres. Es decir, al ser privado de la palabra que le servía de soporte, el antiguo significado enmudece, pasa a ser invisibilizado y poco a poco deja simplemente de existir. [3]

Es así que la modernidad ha creado un nuevo discurso, su particular neo-lengua, que puede calificarse sin lugar a dudas de revolucionaria -pues ha revolucionado en primer lugar el lenguaje, alterando muchos de sus términos y significados-, apoyada en primer lugar en la re-significación  y adulteración constante de muchos conceptos por parte de las disciplinas universitarias. Esta neo-lengua hace uso de una nueva retórica que posee un amplio abanico de lugares comunes, de referentes habituales, de razonamientos propios -basados en burdas groserías lógicas-, y que cuenta incluso con sus propios dogmas y axiomas irrebatibles que no se puede osar cuestionar. 

El objetivo de todo ello es limitar la capacidad de imaginar de los sujetos, cerrar sus horizontes y dirigir indirectamente su pensamiento, pues el lenguaje es la herramienta privilegiada que hace posible hablar y comunicar, pero también soñar e imaginar. 

Va produciéndose así un progresivo obscurecimiento del lenguaje que cada vez parece más incapacitado para alcanzar -y remitir a- las realidades sutiles. Al verse empujado a lo prosaico el lenguaje va perdiendo su capacidad referencial y simbólica respecto de los planos superiores y con ello su valor de encantamiento. Contra lo que se suele pensar desde el punto de vista profano, ahíto de un progresismo y un evolucionismo infantiles, el lenguaje es ahora mucho más materialista que en sus orígenes pues como decimos ha visto profundamente mermada su cualidad simbólica y alegórica, que es precisamente lo que le hace ser portador de verdades de un orden sutil más-que-material. 

Sin duda esta cualidad es intrínseca por naturaleza al lenguaje mismo y es imposible extirparla por completo -el espíritu sopla donde quiere-, pero desde luego sí es posible impedir que se manifieste en la práctica cotidiana del hablar, el pensar y el imaginar. Es decir, se trata de un proceso de ocultación de la verdad -algo a lo que ya se refirió, y con esta misma expresión justamente, Heidegger-, de oscurecimiento, de alejamiento del origen, de penetración en las tinieblas: el materialismo como horizonte único vital. Se diluye aquí la posibilidad de encantamiento del mundo tan propia de la poesía [4], irremediablemente dañada por la vulneración del lenguaje mismo que ya solo sirve para lo prosaico. El empleo de un discurso público cada vez más vulgar, apegado a lo terrenal y menos bello, es una buena prueba de la mediocridad en que la modernidad quiere sepultar el lenguaje y con él toda la realidad... y es que al capitalismo no le gusta la poesía -que siempre ha sido vehículo privilegiado de lo numinoso-. Y siendo la poesía el lenguaje propio de los ángeles y los profetas, hay en este fenómeno algo mucho más serio de lo que podría parecer a simple vista. 



Es importante no olvidar que el lenguaje es el más sutil y persuasivo instrumento de ideologización e implantación de ideas, y por lo tanto de dominación. En las últimas décadas este proceso ha tomado una relevancia máxima particularmente perceptible en la formación de una nueva clase política en el mundo occidental, clase política que no son ya ni líderes populistas ni tecnócratas-gestores sino ante todo actores, lectores y portavoces cuya función es poner voz y cara a un discurso que ellos en absoluto crean pero que sin duda comparten y al cual sirven, discurso que es aquel que debe ser escuchadoHacemos aquí énfasis en esta categoría social de los políticos por la sencilla razón de que su cometido es, junto con los mass-media, transmitir y comunicar lo que se debe pensar


Digamoslo claramente: estamos ante una estrategia de aculturación masiva y premeditada, sutilmente diseñada para lo cual son necesarios amplios equipos de técnicos y expertos, sobre todo de las ramas sociales -sociólogos, psicólogos, etc...-. El papel que la intelectualidad progresista -los marxismos de los '60 por ejemplo- ha jugado en la creación e implantación de esta neo-lengua como monodiscurso a nivel mundial nunca será lo suficientemente denunciado. Una estrategia de implantación que en las últimas décadas ha sido conscientemente estudiada, diseñada y puesta en práctica por la anti-élite neoliberal -que ha recogido el testigo de los marxismos intelectualistas de la academia universitaria- que actualmente goza de máximo prestigio y ocupa todos los núcleos de poder de la sociedad occidental y marca su rumbo. Anti-élite que otorga un peso muy notable a la 'imagen' en tanto que apariencia y simulacro -no en tanto que símbolo-, al cómo más que al qué, a lo exterior más que a lo interior, y al discurso y la retórica como herramientas de aculturación y dominación encaminadas al sometimiento del hombre. 

En el fondo, teniendo en cuenta que se trata de un magno proyecto de ingeniería social, todo esto no se diferencia mucho de las trabajosas campañas de propaganda que los comunistas ponían  en práctica a fin de ideologizar en el marxismo a sus masas de trabajadores, que eran su 'público objetivo' en términos de la neo-lengua moderna, para lo que habían de lograr renovar todo su vocabulario -y con ello su modo de pensar- hasta que pasaran de simples obreros a proletarios con conciencia de clase, y de hombres y mujeres explotados a camaradas de la revolución. Solo que ahora la ideologización es mucho mas sutil. Ciertamente el adoctrinamiento es ahora mucho más pasivo gracias a la gran industria audiovisual, pilar fundamental de la educación postmoderna, de manera que no se requiere ya de ningún esfuerzo consciente por parte del sujeto 'a (re-)educar': ya no es necesario leer todos esos indigestos manuales sobre la lucha de clases y la revolución, con todas esas teorías absurdas sobre el hombre, basta con ver una sesión de informativos o una película de ficción... 


La guerra de despojamiento que dirige la modernidad contra una herencia social y cultural de miles de años se libra en todos los frentes. En el material sin duda expoliando, desde legalidades impuestas, los recursos a todos los pueblos y obligándoles a sobrevivir bajo un nuevo orden material y social, capitalista y colonizador, con horarios y modos de vida antinaturales de los que es imposible 'liberarse'. Pero también se libra la batalla en el frente mental imponiendo a través de una severísima y monolítica propaganda las ideas y los gustos más convenientes para que los individuos se conformen y se plieguen a la realidad del nuevo orden y la sientan, si no como absolutamente buena y deseable, al menos como algo inevitable -aquí, dicho sea de paso, juega un papel central la naturalización de nociones como historia y progreso-. 

Por todo ello, como ya hemos propuesto en otras ocasiones, la lucha contra el paradigma moderno y liberal debe ser en primer lugar establecida en el plano de las ideas, toda alternativa real al orden impuesto por la modernidad debe comenzar a construirse no desde la acción sino desde el ámbito del pensamiento. Ámbito cuyo estado es hoy por hoy verdaderamente desolador, pues hasta los mismos que pretenden oponerse a muchas de las realidades particulares y especificas con que nos horroriza diariamente el capitalismo, comparten sus presupuestos ideológicos y morales más profundos -competitividad, progresismo, individualismo, etc...-, es decir forman parte de su mismo paradigma moderno. 

Debe tratarse entonces de estructurar un discurso verdaderamente alternativo, lo que se puede describir gráficamente como transversal u ortogonal al discurso y a la retórica actualmente normativos. Buscar tales alternativas pasa en primer lugar por resistir la ocupación y colonización del alma del hombre que la modernidad pretende, último bastión de su libertad, y para ello es imprescindible rescatar el lenguaje y la imaginación de donde ahora están, recuperar el valor de las palabras, reivindicando su valor de verdad y su papel como llaves privilegiadas con las que construir el mundo. 

Esta necesidad de variar en lo posible el campo de batalla desde el que combatir la modernidad obedece además a razones que podríamos denominar estratégicas. En primer lugar la reapropiación, por parte de los colectivos o comunidades que pretendan construir un nuevo orden, de los recursos comunes expropiados y concentrados por parte de las fuerzas capitalistas durante los últimos casi tres siglos revirtiendo el proceso de concentración de capital, es inviable al menos a corto plazo. En segundo lugar porque, aunque tal reapropiación de los recursos tuviera lugar no llevaría a ninguna realidad diferente si se siguieran manteniendo -y compartiendo- los mismos principios ideológicos -una vez más usamos la palabra en su sentido profundo- que son los ordenadores de toda la sociedad y que dieron lugar a la anormalidad moderna, pues con iguales materias primas resultaría sin duda imposible construir un edificio  diferente en sus fundamentos. 




[1] 
En el sentido exacto del término, que se refiere al orden de las ideas. 
[2] Desde el punto de vista moderno, radicalmente relativista, se nos podría objetar que todo lenguaje es una convención, y lo es en parte, pero que el lenguaje suponga en la práctica un cierto grado de convención no implica que este sea arbitrario. Además tal criterio relativista supone un desprecio absoluto por la verdad, noción de verdad que se expresa, como ya advirtiera Heidegger, en la búsqueda del origen de una palabra a través de su etimología. 
[3] El lenguaje -del mismo modo que la facultad imaginal tan despreciada actualmente- es uno de los medios naturales por los que se establece comunicación entre el mundo sutil y el mundo material, tal y como todas las tradiciones espirituales reconocen otorgando por ello al lenguaje no solo un valor sagrado. Profundizar más en este tema nos alejaría de las reflexiones actuales. 
[4] Recordemos que según algunas tradiciones Adán, el primer hombre, hablaba en verso.



No hay comentarios: