domingo, 10 de agosto de 2014

Guerra de palabras (II): Razón e Intelecto



Pueden citarse abundantes ejemplos de términos que han visto alterado o pervertido su significado original pero nos referiremos a unos pocos que consideramos más determinantes por vincularse en su origen a concepciones tradicionales de las cuales han sido completamente alejados por la 'retórica moderna', hasta el punto de que si nos atenemos al uso habitual que de ellos se hace en la actualidad pasarían por términos perfectamente profanos. 

En realidad este es el objetivo último de toda aquella magna operación de lavado del lenguaje que hemos descrito y que pasa ante todo por re-significar las palabras con el fin de profanarlas, es decir privarlas de su sentido sagrado -que les es extirpado con objeto de impedir que se pueda hacer referencia al mismo- y rebajarlas a un marco exclusivamente profano, mundanal, donde sean susceptibles de ser utilizadas como armas de propaganda según los objetivos estratégicos o intereses particulares del momento. 

Así ocurre por ejemplo con términos como ideologíafilosofía que están realmente alejados de lo que etimológicamente significan por lo que quedan profundamente mermados en su capacidad de captar y modificar la realidad. 

La palabra ideología -de la cual intentaremos ocuparnos en alguna ocasión futura-, que literalmente debería referirse a la ciencia de las ideas, ha sido tan burdamente manipulada por los más diversos movimientos de ingeniería social y tan ridículamente reducida a la infame realidad política que acompaña inseparablemente como una rémora a toda la modernidad, que carece de valor epistemológico alguno, a pesar de que bien entendido debiera ser una piedra angular en todo estudio profundo de una sociedad.  

Por su parte el término filosofía ha sido desvirtuado a lo largo de los últimos siglos hasta significar para el occidental moderno algo radicalmente diferente de lo que significaba para los griegos que lo acuñaron en la antigüedadPara los maestros de la antigua Grecia la filosofía no era un mero juego de la razón sino un camino hacia la sabiduría -la Sophia Perennis-, y como tal camino hacia una meta superior implicaba un alto grado de esfuerzo y sacrificio. 

También en tanto que camino implicaba movimiento, desarrollo. Esta idea de movimiento está contenida en el calificativo de peripatéticos con que fueron conocidos los seguidores de Aristóteles y que podía referirse tanto a que paseaban mientras conversaban o meditaban -práctica la de meditar caminando que recuperarían los monjes medievales en sus claustros, curiosamente- como al hecho de que los verdaderos filósofos eran itinerantes y no tenían residencia fija. 

Esta referencia al movimiento puede entenderse también en su sentido más físico y literal pues el pensamiento se asocia de manera natural al movimiento del cuerpo [1] y al devenir de la existencia, del mismo modo que la quietud -la apatheia- se asocia con la contemplación, la estabilidad y la imperturbabilidad propias del Ser. De modo que no es aventurado sostener que ambos métodos de trabajo -quietud y movimiento, al modo de las dos fases de la respiración- eran empleados convenientemente por parte de los verdaderos filósofos, que eran aquellos que ponían en práctica tal disciplina y ordenaban toda su vida según la misma. Solo así, entendiendo que la filosofía antigua implicaba un modo de vida -modo de vida que por lo general alejaba al filósofo del mundo y de la vida pública y que conllevaba a buen seguro una serie de renuncias- se entiende que esa vida no fuera compatible con las frivolidades del saeculum, pues ciertamente la pura divagación racionalista no es  en absoluto incompatible con la inmoralidad política o la molicie personal. 

De otro modo resulta difícil explicar que los maestros de la antigüedad insistieran tan a menudo en que la filosofía era un arduo camino, que exigía constantes sacrificios o que no estaba al alcance de cualquiera... ¿Cómo habrían podido decir tal cosa si hubiera consistido en el entretenimiento de sillón y biblioteca propio de diletantes que ha llegado a ser con la modernidad, una actividad completamente cerebral y alejada por igual de la realidad vital de las personas como de toda actitud contemplativa? 

Abandonada a un racionalismo y un subjetivismo radicales la filosofía de la modernidad es ciertamente un solipsismo grotesco en sus personalismos exagerados, su desprecio a las tradiciones ancestrales y su carencia de raíces verdaderamente profundas. Es evidente que no era a esa filosofía a la que se referían los antiguos maestros. La filosofía moderna no pasa de ser por tanto más que una víctima más del híper-racionalismo moderno que ha idolatrado hasta lo ridículo la facultad racional del hombre. 





La razón y el intelecto. [2]

Por otro lado esa actitud contemplativa que señalábamos unas lineas más atrás nos da pie a reflexionar acerca de otro término que ha sido profundamente alterado en su significado por la modernidad, nos referimos a la noción de intelecto y al adjetivo que se deriva de la misma, intelectual

Precisamente a causa de la mistificación de la razón, el intelecto -antaño considerado la más alta de las facultades humanas- ha pasado a ser en la práctica sinónimo de razón, de igual forma la palabra intelectual ha devenido -en el mejor de los casos- sinónimo de racional, aunque toma muchos otros usos, todos ellos impropios [3] y algunos claramente despectivos. Idénticas precisiones podrían hacerse al respecto del concepto de inteligencia, constructo particularmente maltratado por parte de la psicología moderna que le ha vaciado por completo de su verdadera dimensión para irle otorgando nuevos significados que se amolden a sus prejuicios según las modas 'científicas' del momento. 

Ya hemos explicado en otras ocasiones la distancia que media entre ambas facultades, intelecto y razón: la facultad intelectual es directa y no-discursiva, y se asocia al modo de saber sintético e intuitivo propio de la gnosis de las tradiciones griegas y helenística [4]. La razón es indirecta, no capta el noúmeno de forma intuitiva sino que avanza a tientas, conjeturando, analizando, haciendo hipótesis, es decir reflexionando. Mientras el proceder del intelecto es analógico, la razón es analítica y requiere para comunicarse de un cierto desarrollo. [5]

Además de lo indicado anteriormente la facultad intelectual del hombre se vincula directamente con el Intelecto puro y superior -que se corresponde con la noción de Buddhi oriental-, del cual procede. Por su parte la razón -que procede de la facultad intelectual por reflejo como la luz de la luna procede del sol- es una virtud puramente humana en su proceder y no podría de ninguna manera ir más allá de lo humano. 

Diremos entonces -y aquí pasamos a explicar el porqué de la actitud contemplativa a que nos referíamos y de la que carece por completo la filosofía occidental moderna- que la razón está ligada al movimiento y a la sensación tal y como [6] la intelección está ligada a la quietud y a la contemplación. Y no es casualidad que vinculándose la intelectualidad pura al conocimiento metafísico, la filosofía occidental se asiente precisamente sobre un consciente 'giro anti-metafísico'. 

Por tanto razón e intuición son dos facultades bien diferentes que no pueden ser en absoluto confundidas y que, bien entendidas, son perfectamente complementarias, no opuestas ni incompatibles -siempre que se reconozca la superioridad ontológica del intelecto sobre la razón, que le es naturalmente inferior ya que proviene de aquel, así como en virtud del orden de la manifestación al cual pertenece-. 

El intelecto puede ser entonces imaginado como un camino de conocimiento vertical, pues se ocupa de las realidades superiores -o al menos trasciende la realidad manifestada, va más allá de ella-, y la razón como extendiéndose -en su movimiento reflexivo- en horizontal, pues se ocupa del nivel de la manifestación, ya sea ésta material o mental, lo que en el fondo es indiferente, máxime desde el punto de vista del Intelecto. Así, si la razón se refiere a lo que es temporal y por tanto efímero, pasajero y contingente, el intelecto se vincula siempre con lo permanente y lo eterno. Por tanto puede decirse que lo intelectual es siempre algo más que lo racional. 






[1] Un buen ejemplo de esta asociación pensamiento-movimiento lo encontramos en el Hatha Yoga hindú. En el mismo, la detención, disciplina y dominio del cuerpo se intentan hacer extensivos a la mente, es decir el principio básico supone que al detenerse y disciplinarse el cuerpo -conscientemente- se fuerza a la mente a detenerse y disciplinarse a su vez dada la profunda correlación existente entre ambos.
[2] A grandes rasgos seguimos a René Guénon en nuestra exposición.
[3] Como cuando se refiere a lo versado que está un sujeto en materias puramente profanas, es decir que es poseedor de un saber mundano e irrelevante en todo ajeno a la noción de Intelecto y a las realidades superiores a las cuales sirve de intermediario.
[4] Precisamente el término gnosis ha sufrido una degradación semejante y ahora se dice gnósticos a los planteamientos pseudo-tradicionales más dispares, vinculados frecuentemente con el ocultismo y la new-age; estamos aquí ante otro caso de olvido del verdadero significado -que está en su origen- y de la consecuente perversión del término.    
[5] De hecho no es en absoluto casual que en la música clásica se impusiera el concepto de desarrollo precisamente con la victoria definitiva de la modernidad, al fin del Siglo de las Luces.
[6] De un modo análogo.

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