viernes, 1 de agosto de 2008

Reflexiones sobre el Grial


El mito del grial está muy emparentado con la doctrina tradicional de las cuatro Edades del mundo. En efecto en la edad de hierro (Kali-Yuga hindú) la Tradición, asediada y perseguida por las circunstancias profanas que habrán terminado por imponerse totalmente en el mundo, se refugiará, retirándose del mundo y permanecerá oculta hasta el fin del ciclo actual. Este proceso de progresiva retirada del mundo o recogimiento se simboliza a veces con la imagen de una nuez, una cáscara (la fortaleza) que protege el fruto (que no es otro que el grial) en su interior. Así desde la perspectiva profana su circunstancial desaparición será vista como su definitiva extinción, aunque en realidad es más bien un recogimiento protector, un retraimiento – dentro de las dos fases sucesivas que supone toda manifestación, expansión y contracción, la tradición entraría en una fase de letargo ocultación en espera de tiempos favorables equivalente a la fase de contracción. El mismo mensaje lo encontramos en la historia de Noé y su arca en la que se refugian y sobreviven las semillas del futuro nuevo ciclo de la humanidad. Este proceso de contracción o retraimiento (de abandono de la manifestación en definitiva y aparente desaparición) va acompañado del dificultamiento –cuando no de la pérdida o la interrupción– de la transmisión iniciática en las condiciones en que se daba antes. Esto será debido a los innumerables impedimentos y trabas (tanto a nivel físico como a nivel psíquico) que el mundo (el saeculum) opondrá a la tradición misma. No debemos olvidar que si por algo se define el mundo moderno es por su carácter anti-tradicional.

A esta circunstancia, enmarcada en el ciclo histórico universal y en la doctrina de las cuatro edades o eras (Manvantara), es a lo que se refiere el mito en última instancia: dadas las condiciones excepcionales que cobrará la manifestación en el fin de ciclo, las condiciones de transmisión de la tradición no pueden ser menos excepcionales y la misma tradición habrá de buscar nuevas vías para garantizar su supervivencia (lo cual está garantizado en todo caso por su misma naturaleza ya que “el espíritu sopla donde quiere”). De ahí la figura del caballero –héroe de los tiempos de guerra– que busca su camino sólo. El caballero va efectivamente recubierto de su armadura, recubierto de hierro, como corresponde al hombre de este tiempo definitivo: un hombre inserto en la brutal edad de hierro. El caballero reproduce, siguiendo la analogía entre macrocosmo y microcosmo, al grial mismo – en esta fase de retiro del mundo manifestado pero en el nivel de manifestación humano –: así como el grial está protegido y a la vez oculto (velado) en su fortaleza, el alma del caballero se recubre para protegerse de las influencias exteriores por su rígida coraza. Así puede decirse que el verdadero caballero prefigura el grial mismo en su persona.

Hemos de entender por todo ello que, desde la perspectiva tradicional que toman las leyendas, los tiempos oscuros no fueron aquellos del mito sino éstos que nos ha tocado vivir. Tiempos en que la luz del espíritu no brilla más, aunque eso no significa que se haya apagado, como puede parecer a los profanos e ignorantes, sino que se encuentra, según dice la palabra evangélica, “bajo el celemín”.

En conclusión, dado el momento crítico por el que pasa actualmente la tradición misma es tiempo de excepciones, podríamos decir. Los iniciados por tanto no pueden ser sino gente excepcional, hombres excepcionales, héroes de este tiempo; y tendrán que transitar por un camino no menos excepcional. Ante la desaparición o perversión progresiva de las organizaciones tradicionales que anteriormente aseguraban la transmisión regular y efectiva de la tradición –es decir, custodiaban el grial, el tesoro de la tradición – los neófitos, los aspirantes a iniciados, tendrán que seguir un camino diferente, guiados únicamente por su intuición: siendo cada vez mas difícil contar con un guía externo o con la protección que brinda una organización estable, los iniciados habrán de confiar exclusivamente en su maestro interior.

Esta es la razón por la que en el hombre actual (el hombre de la edad de hierro) predomina, al menos aparentemente, la acción sobre la contemplación. Pero esta acción debe ser una acción dirigida, más concretamente debe ser una acción dirigida hacia el interior, centrípeta y no centrífuga. El hombre del fin de ciclo se salva por la acción, pues “por sus actos les conoceréis”. Condenado a la inevitable ley del karma de todas sus historias pasadas el hombre del fin de ciclo se redime por su acción, concretamente por la acción justa, es lo que el hinduísmo conoce como karma-yoga, vía perfectamente representada por la figura de Arjuna en la Baghavad-Gita. Relacionando lo anterior con la teoría hindú de los tres gunas, la acción centrífuga correspondería a la fuerza del rajas, el guna expansivo (lo que equivaldría al yin extremo oriental). Sin embargo la fuerza centrípeta (el yang) corresponde al sattwa, la fuerza que conduce de la diversidad y la difusión a la unidad y la unificación.
Por otra parte no puede dejar de verse aquí la compatibilidad que toman el “estado del espíritu” – si puede decirse así – y la forma que adopta la vía misma, causa última de la necesidad de la caballería espiritual en los tiempos últimos: mientras el espíritu es actuante en el mundo no conviene al hombre otra cosa que la no-acción taoísta, pues con tan solo esa condición el espíritu actúa por él; en cambio cuando el espíritu pasa a estar oculto y a ser no-actuante el hombre requiere pasar a la acción para encontrarlo, debe ir en su busca, quedando la no-acción para quienes ya han andado el camino, aquellos que le han encontrado, es decir para quienes poseen en efecto el grial. Poseer el grial implica ponerse en manos del espíritu y ser su instrumento en la tierra.

Así, encontramos que el mensaje de la leyenda es más optimista de lo que se suele suponer. El grial no se niega a quien lo merece, y esto es así en cualquier tiempo o bajo cualquier condición en que se presente la realidad exterior. Por tanto, sean cuales sean las condiciones ambientales de los tiempos y las dificultades que impone el fin de ciclo, todavía/aún (y siempre) es posible encontrar y poseer el grial. Pero los nuevos caballeros tendrán que hacer un camino distinto del que antes conducía al grial; un camino repleto de peligros. Por ello es imprescindible que el caballero se arme, y no solo de valor sino, como dice san Pablo, de “toda la armadura de dios”, que no es más que la fe y la virtud, la armadura espiritual que ha de proteger al caballero de los peligros de este tiempo “infernal”. La recta intención, que nunca debe flaquear, es simbolizada por la lanza que siempre acompaña al grial, es la “demanda” que conduce a la búsqueda constante.

El grial es un tesoro, si bien un tesoro espiritual. Largo y tortuoso es el camino que conduce hasta él, representado a menudo por la espiral. La búsqueda del grial transcurre en el nivel psíquico o “anímico”, el nivel del alma –mediador entre el mundo físico y el espiritual–, aunque requiere de un correlato evidentemente físico y material, podríamos decir un correlato práctico. Los peligros son también y ante todo -más que peligros físicos- peligros psíquicos, que ponen en riesgo particularmente el alma del iniciado. Es por esto que los que se dirigen al grial sin las aptitudes requeridas, sin el valor o la protección adecuadas quedan por ello marcados, heridos de por vida, sucumben a los peligros del camino. Ninguno de tales peligros del mundo intermedio –anímico – podrá hacer desistir al verdadero caballero que marchará con paso lento pero firme, sin titubear ni volverse nunca atrás hasta el mismo corazón de la tradición, la morada del grial.

Así, si bien es cierto que la leyenda pinta un paisaje desolador – con el preciado grial en paradero desconocido y oculto en un castillo casi inexpugnable y rodeado de múltiples peligros para el alma del caballero – la leyenda nos impulsa a la búsqueda y no a perder la esperanza. El mito griálico es en el fondo un mito utópico que nos habla de un futuro mejor y siempre posible y nos dice que el destino depende en buena medida de nuestra firme voluntad y esfuerzo. El hombre del kali-yuga no espera –no puede esperar– pasivamente la gracia divina, la iluminación salvadora sino que, dadas las condiciones de ciclo actuales, ha de buscar esa gracia activamente, debe dirigirse a ella: conquistar el grial por su esfuerzo y sacrificio. En efecto, dado el momento de degradación espiritual en que vive el hombre ordinario, la no-acción tan querida por las antiguas tradiciones equivaldría a ser absorvido y como arrastrado por la corriente descendente propia de esta fase del ciclo cósmico. De dejarse llevar por la tendencia general del mundo actual la espiral tamásica engulliría al caballero y le conduciría inexorablemente a los estados infrahumanos de la materialización y la mecanización. Por ello el caballero debe enfrentarse a esta tendencia general que prima en su mundo y entre sus contemporáneos, debe oponerse por todos los medios a esa fuerza centrífuga y disgregadora y debe remontar la corriente hacia las fuentes de agua pura, como el salmón remonta el río. La no-acción queda reservada para aquel que alcanza el “centro”, el “motor inmóvil”, que es la sede del grial. Sólo allí es posible “no-actuar” (como dice la doctrina taoísta), pues sólo allí el elegido queda al margen de la corriente, fuera del devenir, ajeno al movimiento constante de la manifestación, y es señor virtual de los “tres tiempos”, contemplando pasado, presente y futuro. El caballero que alcanza el grial ha cumplido enteramente su estado humano, lo ha realizado efectivamente, se encuentra entonces en el “centro del mundo”, el lugar por el que pasa el “Eje del mundo”, es decir el punto desde el cual es posible la comunicación efectiva con otros estados superiores –al estado humano– del ser, donde es posible el contacto con el mundo espiritual propiamente dicho. Es el “hombre primordial”. Esto es lo que en lenguaje pitagórico significa haber efectuado los “misterios menores”. Es el camino horizontal el que se ha recorrido –y resta entonces ascender en sentido vertical el “eje del mundo”-. El laberinto ha sido recorrido hasta su centro. Solo entonces se abren ante la vista del iniciado los “misterios mayores”, invisibles para el hombre ordinario, el cual no ha alcanzado el centro de su estado. Para encontrar el grial hay, por tanto, que hacerse merecedor de él, y si es necesario avanzar y abrirse paso en el camino por la fuerza, declarando la guerra al mundo profano y sus perversiones.

Este era en rigor el mensaje final de las leyendas griálicas: en los tiempos porvenir, en el futuro oscuro y aciago que se avecina al hombre y que cerrará el ciclo, cuando el grial no estará ya a la vista de todos, ni siquiera protegido por unos pocos “elegidos” –los cuales, por otra parte, cuando lo logran se retiran de este mundo–, sino oculto, en algún paraje desconocido, aún entonces pese a las dificultades y las calamidades (la tierra yerma) los verdaderos caballeros que luchen por alcanzarlo con fe e intención lo encontrarán. Porque el grial no se niega a nadie que lo merezca. Y dadas las nuevas “condiciones ambientales” en que estamos la manera de abrirse paso hasta él tendrá que ser por ello no menos novedosa. Nuevas armas y nuevas estrategias para luchar con el enemigo de siempre que ahora se nos presenta bajo un nuevo disfraz, más seductor pero igual de peligroso: el disfraz del espectáculo de una sociedad infundada.

laración fina
Hemos dicho que los elegidos por el grial para defenderlo (y la mejor defensa es guardarlo en el corazón, dentro de uno mismo) se retiran del mundo. Esto es tanto debido a la imposibilidad de manifestar exotéricamente el grial (a riesgo de perder la vida y el grial mismo) en las condiciones del mundo actual, gobernado por fuerzas contrarias, Gog y Magog; tanto como debido a la imposibilidad manifiesta de vivir ellos mismos bajo la condición de la modernidad y de compaginar el “deber sagrado” de servir al grial con el estado de vida profano (los “deberes profanos”). En efecto, ya está dicho que “no se puede servir a dos señores: a dios y al dinero”. Se puede concluir de ello que los “caballeros del grial”, es decir aquellos que realizan los “misterios menores”, representan – o “son”, y entiéndase bien esto en sentido simbólico, pero no por ello menos real– en el plano de realidad humano, el grial mismo y por ello es correcto decir que de sus vidas depende el mismo grial. Por ello deben retirarse del mundo* (como el grial mismo en la leyenda) y, en razón de su deber sagrado, no les es dado manifestarse al mundo sino que han de permanecer ocultos, apartados del mundo en su fortaleza interior, hasta que el cambio cíclico les permita de nuevo salir a la luz y manifestarse en el mundo. Ellos “son”, en el mundo actual, el mismo grial vivo, el canal, el puente (de ahí que ellos sean pontifex) por el que desciende y se manifiesta el espíritu (la Shekinah) en el mundo.






* “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo.” Juan 15, 19

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