lunes, 2 de noviembre de 2020

Símbolos sagrados y pensamiento profano.

Es muy frecuente entre nuestros contemporáneos la opinión que atribuye a los símbolos un valor y un significado cultural o consensuado. Esta idea corresponde a un modo profano y anti tradicional de ver el mundo, muy alejado de la naturaleza y el valor real del símbolo, del tipo que sea. 

Es así que el hombre profano entiende el símbolo como algo elegido aleatoriamente por una cultura a lo cual se atribuye un significado también arbitrario en función de un convencionalismo -como podría ser el caso de una señal de tráfico, aunque ni siquiera esto es  del todo arbitrario si lo reducimos a su mínimo común simbólico-. Resulta así ser el símbolo una suerte de caja vacía que cada cual puede rellenar a su gusto y conveniencia. 


Estas ideas profanas y falsas con las que se ha intoxicado el pensamiento de la mayoría a menudo desde las ciencias sociales profanas -verdaderas herramientas de demolición del pensamiento tradicional desde las cátedras universitarias-, suponen ignorarlo todo acerca del origen y naturaleza del símbolo. Además este pensamiento profano resulta ser mucho más perjudicial que un simple error gnoseológico, veamos por qué. Principalmente por esto: el reduccionismo antropológico y racionalista sirve de pantalla o defensa a la contra-Tradición para socavar la Tradición sin tener que dar la cara explícitamente y mostrarse tal y como es. Ciertamente en los últimos doscientos años esto ha sido muy útil a la contra-Tradición. La falsa luz de la razón en realidad tapa la verdadera Luz del Espíritu. El mejor ejemplo es cómo las fuerzas anti-tradicionales y contra-iniciáticas han empleado las ideologías modernas y revolucionarias en su provecho a través de ideales utópicos y palabras fetiche como libertad, igualdad, fraternidad, y otras tantas más recientes pero que sirven a los mismos fines tales como diversidad, multiculturalidad, sociedad abierta, etc.  

En realidad el símbolo es un puente, un nexo, un vector hacia otra realidad -que podríamos designar para simplificar como el 'mundo de las ideas' platónico- a la que está vinculado no por convención humana sino por naturaleza; y esto es justamente lo que el pensamiento moderno no puede admitir ni comprender, pues el hombre moderno desprecia más que ignora la posibilidad de que la realidad sea algo más amplio que aquello que su razón y su soberbia consienten y creen comprender. 

Por tanto un símbolo es lo que es por su propia naturaleza intrínseca, por su esencia -exactamente igual que cualquier ser por lo demás- y no por el significado que los hombres le otorguen en un tiempo u otro.

Ahora bien, lo que sí es posible es confundir a los hombres acerca del significado de los símbolos. Estamos en un caso análogo a los de swadharma, intuición y razón. No es posible que la naturaleza de un ser particular -un individuo humano pongamos por caso- cambie a lo largo de su vida pues la misma está ya marcada aún antes de nacer, pero sí es posible confundirle, que pierda de vista, desobedezca y traicione su naturaleza real y primigenia- que  pierda el norte y se traicione a sí mismo en expresión de otra época-; del mismo modo que mediante una adecuada y persistente intoxicación de la razón -la facultad racional- a través de un proceso educativo dirigido a pervertir la naturaleza humana puede lograrse que un individuo rechace e ignore su intuición, y que incluso la vea como algo negativo de lo cual  ha de desconfiar cuando se presenta. Más de un lector habrá pensado al leer esta última línea en el concepto de sobresocialización y, en efecto, es la finalidad última de esta: torcer la razón natural del sujeto individual hasta hacerle desconfiar de su naturaleza propia para obedecer antes que a su intuición o voluntad las opiniones y criterios ajenos. 

Del mismo modo es posible conseguir que un sujeto rechace el sentido profundo de un símbolo e incluso que lo sustituya por otro nuevo. Es para ello necesario un proceso lento que consta de dos fases, una de deconstrucción y otra de reconstrucción. El símbolo en sí no ha cambiado y porta en su interior el mismo significado que al comienzo pero sí ha cambiado la percepción que del mismo posee el sujeto. 

Por tanto debemos distinguir aquí dos niveles, aquellos símbolos que han sido vaciados de significado y aquellos otros que además han sido suplantados o invertidos, es decir 'rellenados' de un nuevo sentido. Entre estos últimos podemos reconocer la esvástica, el conocido como 'símbolo de la paz' -una runa invertida en realidad- y el símbolo del arco iris. 

Conectando con el comienzo de este artículo, puede decirse que cuando se profana un símbolo hasta semejante grado de invertirlo es improbable -por no decir imposible- que suceda por casualidad. Lo que hay aquí es otra cosa. Y lo que hay es el juego de siempre de la contra-Tradición, que disimulaq sus intenciones. Es sobre esto sobre lo que deberían reflexionar los racionalistas, laicos y librepensadores amigos de la revolución y que sirven -generalmente sin saberlo- a los planes del enemigo. 

Les lanzamos una pregunta para su reflexión, para aquellos a quienes la soberbia racionalista  e ilustrada se lo permita: si los símbolos son mera convención humana arbitraria, ¿por qué ese empeño de ciertos 'grupos' por invertir y corromper símbolos que les son ajenos? Y esto aún cuando la mayoría de sus profanaciones son cometidas en rituales estrictamente secretos, y no trascienden nunca al gran público. ¿No les bastaría con crear sus símbolos propios? 

¿Qué necesidad puede tener un contra-iniciado de profanar un símbolo ajeno si este fuese pura 'convención cultural'? 

Quién se enfrente a estas cuestiones de forma sincera no tiene más remedio que reconocer que muchas sectas contra-iniciáticas y anti-tradicionales tienen más conocimientos de metafísica y una idea más acertada la naturaleza de los mundos sutiles que la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos laicos por muy racionalistas e intelectuales que se pretendan, o, bien visto, precisamente por ello.  

Insistimos en lo dicho al comienzo de este artículo: es una cuestión de niveles. La propaganda humanista, revolucionaria, laica y anti-tradicional es la mascarada, el trampantojo necesario para que el proyecto contra-iniciático penetre en la sociedad de forma insidiosa sin ser visto y sin levantar sospechas ni resistencias. 


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