miércoles, 26 de agosto de 2015

New-age: pseudo-espiritualidad y contra-tradición (II)


New-age y pseudo-espiritualidad.



Hasta aquí hemos visto de qué modo la new-age está enraizada con las tendencias más disolventes y propias de la postmodernidad: 
  • acercar lo que es más lejano, a lo que se otorga un halo especial como si fuera mejor por ser extraño o exótico; y
  • alejar y despreciar lo propio, lo cual se desprecia en primer lugar por ser propio. 

De hecho parece haber una inclinación no solo hacia culturas y tradiciones alejadas en el espacio sino también y quizá especialmente hacia aquellas alejadas en el tiempo, lo que lleva a intentar 'reconstruir' o 'resucitar' restos de tradiciones desaparecidas, con la consiguiente perversión de las mismas pues no se comprenden en absoluto desde la perspectiva moderna. Por otra parte en tanto que se carece de la necesaria continuidad en su transmisión puede decirse que cualquier labor que se haga con las mismas está destinada al fracaso y es en sí misma contra-tradicional. 

Los ejemplos más evidentes de lo que decimos son los casos de Egipto y la nueva y sorprendente moda del neo-paganismo. Ambas tendencias tienen una fuerte presencia en los círculos new-age. El caso de Egipto es particularmente significativo pues parece recorrer todo el ocultismo y la 'zona de sombra' desde su mismo origen, allá por el siglo XVIII -el 'siglo de las luces'...-, hasta la actualidad. Egipto y sus dioses parece que nunca pasan de moda, y su imaginería ha sido reivindicada tanto por tendencias relativamente ingenuas que no pasan de lo ridículo como por desviaciones ocultistas a todas luces maléficas. 

La 'revitalización' de entidades pasadas no deja de entrañar serios peligros, pues todas las tradiciones advierten que los dioses pasados y vencidos se convierten en demonios para las civilizaciones que vienen a reemplazarlos. Esto, además de servir de reflexión para más de un incauto, es suficientemente significativo acerca de qué influencias empujan y mueven toda esta 'nueva espiritualidad' tan vaga como inquietante y que como decíamos vino a surgir curiosamente en los tiempos del más radical iluminismo ilustrado.  

Respecto de la moda neo-pagana poco más se puede añadir más que en el mejor de los casos -si excluimos el caso de las posibles influencias maléficas- no pasa de ser, en razón de la muerte de dicha tradición y la consecuente pérdida de su cadena iniciática hace más de un milenio, no lo olvidemos, una mera farsa. Farsa que cuesta creer que nadie pueda tomarse realmente en serio [1].   

Por lo demás, demasiado a menudo estos intentos de recuperación de tradiciones pretéritas esconden un poco disimulado anti-cristianismo y con ello una vez más el odio al propio pasado. 

Al margen del carácter anti-cristiano de muchos de estos movimientos neo-paganos no se puede negar la evidente contradicción que encierra el hecho de considerar el propio pasado de occidente como indigno y oscuro, una edad de tinieblas y horror, y a la vez alabar e idolatrar las culturas más extrañas y lejanas, las cuales el occidental medio dista mucho de comprender convenientemente... Hasta este extremo llega el sinsentido de la ideología relativista, la multiculturalidad disolvente y el auto-odio occidental.  



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La 'espiritualidad progresista': una cara de la 'contra-tradición'.


Pero de todas las confusiones modernistas de que se nutre la new-age la que mejor define su esencia anti-tradicional es la penetración en el discurso pretendidamente espiritual de la noción de progreso. Estas ideas progresistas dirigidas hacia la espiritualidad deben ser rechazadas y desmanteladas en toda ocasión pues a menudo las encontramos intoxicando incluso tradiciones verdaderas. 

Para rebatirlas debemos fijarnos ante todo en los fundamentos sobre los que se asienta toda tradición espiritual verdadera. Como es sabido, aunque se olvida con demasiada facilidad, la ciencia moderna se ocupa del estudio del mundo manifestado, es decir del 'dominio de los fenómenos'. 

La metafísica sin embargo no se dirige ni presta atención a los fenómenos, pues se ocupó siempre y en todas partes del estudio de los 'principios', que son eternos, dejando aparte el estudio de los fenómenos y no confundiendo nunca ambos marcos de realidad, tal y como incluso la filosofía antigua deja claro. 

Así, en virtud de su campo de estudio ambas disciplinas -que podemos resumir como física, en tanto que estudio de la Physis, es decir de la naturaleza, y metafísica- miran la realidad en direcciones diferentes por no decir opuestas, como los dos rostros del dios Jano. Metafóricamente se diría que una mira hacia arriba y la otra hacia abajo. La metafísica, así como todo el conocimiento que ella elabora, vuelve su vista a lo eterno -representado tradicionalmente por los Cielos- mientras por el contrario la física -entendida en el sentido que hemos definido- tiene forzosamente la vista dirigida hacia el mundo material, es decir el mundo de la corrupción y del cambio. 

De tal suerte que puede decirse que si la metafísica atiende a lo eterno e invariable, la 'ciencia' atiende exclusivamente -y el matiz es importante- a los cambios y a los fenómenos, lo que está sujeto al tiempo, esto es el reino de la manifestación grosera, pues trata de desentrañar las reglas de funcionamiento de este. Esto la convierte, desde la perspectiva del hombre tradicional, que nunca pierde de vista la presencia de lo eterno en el mundo, en un conocimiento de por sí muy inferior. 

En otras palabras la ciencia estudia lo exterior, aquello que está sujeto a la ley del tiempo y al cambio. La metafísica atiende a lo interior, aquello que a pesar de la siempre cambiante manifestación exterior permanece inafectado y constante. 


Ahora bien, la idea de progreso solo puede aplicarse, como resulta evidente por lo que hemos dicho, en el nivel de los fenómenos y nunca por definición en el nivel del noúmeno, donde no tiene cabida ni sentido. Siendo el noúmeno inafectado es imposible que exista 'progreso' alguno, no solo en lo que le atañe a Él mismo sino tampoco siquiera desde su perspectiva. Es decir, en relación con el noúmeno no puede hablarse de progreso alguno, menos aún de 'progreso espiritual' como pretenden los modernos de la new-age, pues desde la perspectiva de lo Único incondicionado toda la manifestación -preséntese cómo se presente-  vale nada y la distancia entre cualquier ente manifestado y el Uno inmanifestado es siempre la misma, todo el 'progreso' que se quiera no acorta en nada esta distancia. [2
]

En resumen hay que decir que desde el punto de vista de la metafísica -lo que equivale a decir desde la perspectiva tradicional- la idea de 'progreso' es un simple absurdo lógico y además una imposibilidad ontológica. El progreso solo es pensable en términos de cambio y por tanto en el nivel exclusivo de los fenómenos groseros.  

El resultado es que el progresismo en tanto ideología es una superstición de orden materialista que pone la atención exclusivamente en lo más exterior, los fenómenos, y en la obsesión por el control del cambio de estos. Y como es obvio todo punto de vista materialista desprecia aquella realidad que permanece inalterable bajo la infinita variedad de las formas cambiantes. 

Por tanto los ideales del progresismo y el evolucionismo son por sí mismos contrarios a cualquier verdad metafísica, por ello no es posible de ningún modo una 'espiritualidad progresista' ni tampoco una 'evolución' ni un 'progreso' espirituales y el empleo de estos términos 
pone bien de manifiesto la ignorancia absoluta de quien los emplea. 

En definitiva, progresismo y espiritualidad auténtica son conceptos incompatibles y la aplicación de cualquier concepción progresista a una doctrina espiritual es siempre una perversión de la misma, tal y como ya denunciara hace casi un siglo Guénon ('El teosofismo, historia de una pseudo-religion'). Eprogresismo es pura desviación materialista y pura obsesión por la apariencia y lo más exterior, es decir, todo lo contrario a cualquier espiritualidad auténtica que pone la atención en la dimensión interior. Todo progresismo es una negación implícita de los principios espirituales y por tanto una oposición flagrante a todo criterio o verdad tradicional. Y así debe ser denunciado cualquier 'progresismo' que trate de inocularse en el ámbito espiritual y de intoxicar sus enseñanzas con sus particulares supersticiones. 


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La conclusión de todo lo que llevamos dicho hasta ahora es que el cajón de sastre de la 'nueva espiritualidad' es por muchas razones una forma cultural perfecta para el estado de cosas actual, la pseudo-espiritualidad ideal para los tiempos de la confusión generalizada, en una sociedad marcada por la descomposición de toda referencia cultural, un mundo sin historia donde no hay pasado ni tradiciones y en el cual el uno y las otras pueden re-inventarse de nuevo a cada momento. 

Ante la desolación espiritual y comunitaria en que se encuentra occidente la new-age responde de forma grotesca a necesidades humanas básicas, sociales y espirituales, llenando el vacío dejado a su paso por la dictadura de la racionalidad exclusivista y su reducida y castrante visión mecánica y 'pragmática' de la vida humana. 

Esto sitúa la new-age en su verdadero contexto histórico, pues viene a llenar -de forma ciertamente grotesca y además peligrosa- el hueco dejado por el desbaratamiento de las tradiciones auténticas de la sociedad. Es la reacción previsible al desmantelamiento de todos los mitos que alimentaban y mantenían viva el alma de la sociedad occidental: el hombre de la postmodernidad, privado tanto a nivel comunitario como a nivel personal y emocional de un 'alma', busca llenar esta carencia entregándose a los exotismos más descabellados y participando de pseudo-tradiciones que ni comprende ni le son de provecho. 



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[1] Pensemos por ejemplo en las celebraciones cada año más populosas en ciertos monumentos megalíticos y todas las pseudo-creencias y supersticiones que ello propicia a su alrededor... Realmente una nueva pseudo-religión. En todo caso imitar alegremente a una casta sacerdotal como fueron los druidas resulta ser, además de muy significativo de los tiempos que vivimos, algo más serio que una  simple pantomima. Pero precisamente lo que caracteriza la idiocia moderna es que estas irreverencias se abordan con total despreocupación...

[2] En todas estas consideraciones seguimos a René Guénon. 

1 comentario:

Mukashi dijo...

Buenas tardes,

Primero de todo, felicitaros y agradeceros este Blog.
Hace tiempo que reflexiono e intento expresar lo aquí expuesto, con muchas dificultades, entre otras razones, por haber estado muy cerca de esta nefasta corriente, y este texto me ha sido de gran ayuda, para poner orden en mis pensamientos, y para darles forma a reflexiones que no cuajaban.
Es duro darse cuenta que uno ha sido "portavoz" de esta invertida vía, como es mi caso, sin darme cuenta, por suerte, algo en mi me avisó y me dio claridad, y ahora veo la dimensión, astucia y proyecto claro de todo esto.
Textos y reflexiones como esta son vitales, a mi parecer, para mantenerse firme ante la New Age, terriblemente presente cada vez más ampliamente en todos los aspectos de nuestra vida.

Un afectuoso saludo.