viernes, 31 de octubre de 2014

Karma y Destino (I)


Una de las nociones metafísicas que ha sido más pervertida y desnaturalizada por la new-age es la de karmaLlama la atención en particular que este término de karma se haya extendido a lo largo y ancho de occidente a la vez que se niega de la manera más ferviente toda concepción metafísica propia de la tradición occidental, y muy particularmente se niega aquella que viene siendo la contraparte occidental de la idea de karma: el destino. 

Esto demuestra la profunda confusión en que está inmerso el hombre moderno, que reniega de todo aquello que le es más propio y cercano -con el consabido argumento del oscurantismo y la superstición- solo para acabar abrazando exotismos y modas ajenas que no comprende, y que a menudo resultan ser aún más oscurantistas y falsas, cuando no obedecen a intereses sospechosos [1]

Si se niega en occidente la existencia del destino no es en base a razones filosóficas o metafísicas sino en virtud de una supuesta 'libertad individual' de que disponemos para regir nuestras vidas y con la cual sería incompatible la idea de destino. Es decir, se razona y se decide en base a criterios meramente sentimentales, relativos al gusto y al deseo; no importa la verdad. Hasta aquí ha llegado a debilidad mental de occidente. 


De este modo, si ciertas ideas, como la de destino, son -o parecen ser a juicio de la 'policía del pensamiento' moderno- contrarias a la superstición de la 'libertad', que es uno de los 'términos fetiche' de la modernidad, entonces tales ideas deben ser rechazadas y combatidas. Poco importa si hay o no en ellas algo de verdad, el hecho es que son incompatibles con la ideología de la modernidad. 

Por lo demás, negar cualquier realidad o conocimiento que provenga o se identifique con el pasado o la historia de occidente es algo bastante corriente en los últimos tiempos: si la modernidad fue extremadamente etnocéntrica y alardeaba de su superioridad frente a las demás realidades humanas, a las que sometía o extinguía sin ningún remordimiento -dando lugar con ello a la racionalización del racismo y a los nacionalismos, por ejemplo-; la postmodernidad, ideada por la intelectualidad más progre de los años '60 y '70 del pasado siglo y que es como su descomposición inevitable, hace gala de un no menos extremo odio a sí misma y a su pasado y conduce así a la siguiente fase civilizatoria, quizá la fase final: la disolución. [2]    

Todo esto además va acompañado de una profunda incomprensión cuando el occidental medio hace uso del término karma, lo que pone de manifiesto, en un sentido más general, la falta de rigor con que se importan, por parte de un occidente absolutamente perdido intelectualmente y carente de criterio propio, conceptos propios de otras tradiciones -por completo extrañas a la mentalidad occidental- y se hace de ellos una moda


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Pasando ya al análisis de lo que suponen las nociones de karma y de destino, es fácil advertir que las doctrinas oriental del karma y occidental del destino (la Ananké platónica, el Fatum o Hado latino) son análogas, con la única particularidad de que el énfasis de cada una de ellas recae sobre aspectos diferentes de una misma realidad, la realidad de la manifestación -ya se trate de la manifestación particular de un ser o de la manifestación entendida en sentido general, el universo o cosmos-. 


Así la doctrina oriental del karma pone el énfasis en la concatenación causal, que es una relación de orden sutil entre los fenómenos, los cuales, a pesar de su inabarcable variedad, quedan profundamente unidos entre sí por la 'cadena causal'. Por su parte la doctrina occidental del destino pone el énfasis, no en la concatenación imparable de los fenómenos -la cual se sobreentiende dado que la manifestación formal implica una 'sucesión' indefinida de fenómenos-, sino en el 'origen' invariable de toda esa cadena de acciones y reacciones, y por ello, al atender a lo fijo, pone de relieve su inevitabilidad al desarrollarse de cara a la manifestación. Diríase que la doctrina hindú atiende ante todo al proceso -la sucesión indefinida de causas y efectos- mientras la doctrina occidental atiende a la estructura que origina o causa dicho proceso. 

Se advierte entonces cómo la doctrina hindú del karma, al atender a lo móvil destaca la impermanencia y la contingencia de los fenómenos, poniendo el acento en lo engañoso y fútil de los mismos: es la rueda de la manifestación que siempre gira y nunca se detiene, el samsara. Pero es claro que, visto desde la perspectiva particular de un ser concreto, y a pesar del flujo sin fin de fenómenos, el destino es percibido como algo fijo e invariable que subyace bajo -y se impone a-  los fenómenos mismos, como tendremos ocasión de explicar en detalle más adelante. Por tanto ambas doctrinas -karma y destino- no son en absoluto contradictorias ni opuestas sino que suponen dos puntos de vista diferentes de una misma enseñanza acerca de una sola realidad. 

Por lo demás, negar toda predeterminación del sujeto, aunque pueda parecer muy atractivo a ojos de la mentalidad moderna, además de ser un absurdo metafísico, supone negar la noción hindú fundamental de swadharma que se entrelaza inevitablemente con la de karma, y con ello cualquier idea de orden y de Bien, incluyendo la misma concepción del universo entendido como un cosmos, que es compartida por todas las tradiciones , orientales y occidentales. En definitiva, la new-age no ha tomado la noción de karma de oriente sino que la ha utilizado y falseado, dando prueba además con ello de su profunda ignorancia y mediocridad en lo respecta a estos temas.



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Hemos dicho que el análisis puede referirse a la manifestación universal de forma genérica o particularizada en cada uno de los seres que forman parte de la misma. 

En cuanto a la aplicación macrocósmica de la doctrina del destino, se encuentra expuesta en primer lugar por Platón en la cosmogonía del Timeo, allí la Necesidad (Ananké) es presentada como una de las fuerzas fundamentales que mantienen unido el universo, sin la cual la manifestación se disolvería. También hay referencias a esta fuerza universal en la República. 

En el caso de referirnos a un ser particular el destino corresponde a su 'cuerpo causal', esto es, las semillas y gérmenes -los sánskaras- que están presentes en él y que corresponden a huellas e impresiones de mayor o menor profundidad, tal y como expusimos en nuestro análisis del simbolismo del lago y el estanque (ver aquí). Lo que es importante destacar aquí es que los sánskaras más profundos -y por ello mismo más fijos e invariables- son congénitos a un ser particular -se puede decir que son heredados pues provienen de modos de manifestación anteriores- de modo que constituyen un 'punto de partida' inmutable y único para ese ser. 

Es decir, y en esto vuelven a coincidir las doctrinas oriental y occidental, los sámskaras son el 'origen' primero de la cadena causal de cada ser particular, pues delimitan y enmarcan todo el orden de su manifestación, como las posibilidades de desarrollo de un árbol -si bien pueden ser muy amplias- están contenidas por completo en la semilla. De una semilla de manzano podemos hacer un árbol de diferentes formas, o incluso un arbusto, pero siempre será un manzano. 

La principal crítica desde la modernidad hacia la doctrina occidental del destino es en relación a su supuesto determinismo o fatalismo -una vez más encontramos el factor sentimental como motor del razonamiento moderno-. Paradójicamente la doctrina oriental del karma es percibida como menos determinista y, a juicio de los profetas de la new-age, dejaría más espacio a la libertad individual, pues de nuestros actos o elecciones presentes dependerá el curso futuro. En realidad, tales sutilezas sólo son fruto de la incomprensión de lo que es el 'cuerpo causal'.  Cuando se comprende la naturaleza informal de éste y su inmutabilidad a lo largo del ciclo completo de manifestación de un ser particular no queda lugar a plantear tales sutilezas. 

Algunas de estas nociones han permanecido incluso en la tradición filosófica occidental. Así Schopenhauer definía el destino como 'aquello que no se puede cambiar' y, en efecto, tal definición parece bastante correcta según lo que acabamos de decir acerca del 'cuerpo causal': si se cambiara el destino de un ser, dicho ser ya no sería el que era, pues el destino es su esencia más profunda, la cual le ha hecho ser lo que es en el nivel de la manifestación. Es por esto también que Schopenhauer pudo decir que que el carácter de un hombre es su destino

Tal idea incluso sobrevive en la cultura popular, pues existe la noción intuitiva de que el carácter de una persona es algo fijo e inmutable. Por otra parte, la personalidad de un individuo cualquiera se desarrolla a lo largo principalmente de su infancia en el proceso de interacción constante entre ese carácter interior que la persona porta desde el nacimiento -en realidad desde antes habría que decir- y el medio exterior con que ha de lidiar de día en día. Todo esto es algo que la sabiduría popular reconoce sin problemas. Por otra parte negarlo equivale a negar la noción misma de potencia en sentido aristotélico. Ciertas potencias de un ser se actualizan en la interacción con el medio exterior mientras otras quedan como dormidas o latentes. Comprobamos cómo la simple observación libre de prejuicios se acerca mucho más a la verdad -y a verdades profundas- que las fantasías intelectualistas tan propias de la modernidad. 



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Ahora bien, hay otro punto donde ambas doctrinas -karma y destino-, si son comprendidas en profundidad, podrían chocar más frontalmente aún con las ilusiones y supersticiones propias de la modernidad y la new-ageEs el hecho del origen y la conformación del 'cuerpo causal' de un ser. 

Para las doctrinas tradicionales auténticas los sámskaras, gérmenes que conllevan ciertas predisposiciones que condicionarán el desarrollo de ese ser, son heredados de los antepasados a través de algo que podríamos denominar 'herencia psíquica' -como expone René Guénon en 'La Gran Triada'-. Herencia que se transmite según unas determinadas leyes psíquicas -y nunca mejor dicho pues se refieren al alma-. Hay que entender que el 'cuerpo causal' es también un efecto o producto de causas que son anteriores a él mismo, y estas causas no pueden provenir sino de nuestros mismos antepasados. Todo esto, aunque hoy resulte en gran medida incomprensible para la mentalidad convencional, constituye una realidad de la que la sabiduría popular y el folclore ha tenido una noción más o menos clara hasta fechas muy recientes. 

Se comprende así, a través de su relación con el pasado y los ancestros, que la idea de destino estuviera relacionada -para los pueblos antiguos- con las ideas de herencia y sangre. Y se comprende también cómo una sociedad que reniega de su pasado colectivo tanto como personal y familiar niegue cualquier concepción semejante. La idea de que disponemos de una libertad electiva infinita, no condicionada por nuestro pasado personal o familiar/colectivo y de que así podemos modificar el porvenir a voluntad, es, si la analizamos desde la perspectiva metafísica, una negación evidente de la doctrina tradicional del tiempo cualificado -Kairós-. Pero incluso sin entrar en complejidades metafísicas la idea misma de una absoluta libertad de elección no deja de ser una majadería de carácter más bien infantil, un deseo más que una realidad. Lamentablemente, como decíamos, hasta aquí llega la debilidad intelectual del occidente moderno. 

En definitiva, lo que venimos diciendo forma parte de enseñanzas que todas las sociedades pasadas han reconocido y que ciertamente la misma modernidad reconocería si mirara la realidad humana de forma menos sesgada por teorías académicas y con menos prejuicios. Así, el verdadero punto en que la modernidad se ve obligada a negar la realidad de tales fenómenos es el siguiente:

El reconocimiento por parte de la ciencia moderna de que el 'carácter' de un ser no es enteramente "aprendido" tumbaría la superstición ambientalista sobre la que se edifican todas las ciencias sociales y la psicología modernas, así como el mito de la 'libertad individual' -en base al cual se niega la noción de destino- y de que cada cual puede hacer y llegar básicamente a donde quiera por la vía de auto-construirse, es decir el mito de la tabula rasa[3] Además constatamos que este tipo de espejismos acerca de la libertad humana provocan enorme sufrimiento y dolor a los hombres y mujeres que se dejan subyugar por ellos. 




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[1] Pensamos aquí por ejemplo en la influencia que tienen sobre muchos de nuestros contemporáneos, seducidos por la new-age, las groserías lógicas divulgadas por esas pseudo-tradiciones que son la teosofía y la antroposofía, corrientes por completo faltas de rigor tradicional y de contenido muy oscuro. Para más ver en R. Guénon. 'El teosofismo, historia de una pseudo-religión'. 

[2] Es interesante advertir cómo la intelectualidad occidental comenzó su labor disolvente -allá en la posguerra mundial- por el nivel psíquico y una vez demolida toda idea que pudiera generar una identidad o incluso un simple interés común entre europeos, ha comenzado la disolución política y social. El trabajo constante de demolición de todo el pasado ha tenido por fruto dejarnos como única ideología y visión del mundo hegemónica el economicismo liberal más radical. A ellos debemos agradecérselo. Nunca se denunciará lo bastante el papel que ha jugado la intelectualidad progresista y marxista en este proceso. Eso sí, todo ello realizado desde la superioridad moral más absoluta... 

[3] Recordamos a este respecto una curiosa anécdota del escritor José Saramago que oímos de su propia boca. Saramago reflexionaba acerca de que la educación es necesaria pero no debe ser sobre-estimada, no todo puede ser educacional y es una fantasía pretender mostrarlo así. Un pensamiento políticamente muy incorrecto en estos tiempos . El escritor ponía su propia infancia como ejemplo. Él era de familia humilde y no tenía acceso en su pequeño pueblo a cultura alguna. Sin embargo había un terrateniente en un cortijo cercano que poseía una buena biblioteca y que prestaba al Saramago niño sus libros para que leyera. Saramago acudía allí cuando las tareas familiares se lo permitían, andando durante kilómetros, para devolverle unos libros y tomar prestados otros. Curiosamente el hijo del terrateniente, que a veces jugaba con el futuro escritor y que recibía educación formal, no tenía el más mínimo interés por los libros de su padre... ¿A qué se debe el interés o la vocación por algo? ¿A factores ambientales? ¿No es peligroso simplificar tanto la naturaleza humana?





1 comentario:

Anónimo dijo...

excelente